
sábado, 28 de diciembre de 2024
ni aunque fueras la última mujer en el universo
miércoles, 4 de diciembre de 2024
Hawaian Ginger
domingo, 1 de diciembre de 2024
alfileres y agujas
Todavía siento calambres en la espalda, en el hombro, en el brazo y en la mano derechas, estos calambres explotan esporádicamente, aparecen de pronto y se quedan allí algunos segundos, lo suficiente para capturar toda mi atención. Son como alfileres y agujas, parecidos a una mononeuropatía, son como un puñado de hormigas ponzoñosas que avanzan a toda prisa desde el hombro hasta las puntas de mis dedos y que picotean todas esas partes de mi cuerpo, son como las descargas eléctricas de una anguila.
Los calambres, la sensación de alfileres y agujas, de picaduras de hormigas ponzoñosas, de una descarga eléctrica de anguila, aparecen en la espalda, el hombro y la mano derechas y luego llegan hasta las puntas de los dedos y allí se sienten como una quemada punzante. Ya no sé si algún día, sin darme cuenta, habré dejado de sentirlos. Ya no sé si llegará una noche en la que estos calambres no estén despertándome, interrumpiendo mis sueños, como este sueño en el que estaba con uno de mis hermanos, quién sabe por qué él sabía que Black Francis vivía en un departamento en la CDMX y quién sabe por qué íbamos a buscarlo, y caminábamos por varios pasillos oscuros y bodegas, y luego llegábamos al departamento y yo veía al cantante de los Pixies cuando se asomaba por la ventana del departamento mientras mi hermano tocaba la puerta, y de pronto ya volvíamos a caminar por los pasillos oscuros y bodegas –ahora que lo pienso mejor, todo, en sí, parecía un video de Michael Jackson– y hablábamos sobre Black Francis, que tal vez no nos había abierto la puerta de su departamento porque estaba desnudo.
Ya no sé si estos calambres y esta comezón y este dolor punzante desaparecerán algún día, ya no sé si podré volverme a sentir. Alfileres y agujas.
jueves, 21 de noviembre de 2024
La oscuridad me ha perseguido todo este mes
Durante casi dos semanas estuve tomando valaciclovir, tres veces al día. Durante dos semanas no he salido a correr. Durante dos semanas no he bebido una sola gota de alcohol. El sábado cumplí 10 meses sin fumar. Hoy estoy despierto desde las seis de la mañana. No quiero distraerme, tampoco quiero hundirme en la oscuridad que me ha perseguido todo este mes. Tampoco quiero dejar que el dolor se apodere de todos mis pensamientos, ni estar pensando en cuánto deseo rascarme la mano, el brazo y la espalda porque la comezón es insoportable. Se siente como si me hubieran arrastrado por el asfalto: me punza, me duele, me da comezón.
Quisiera deshacerme de todas estas sensaciones que no me dejan en paz, quisiera poner las cosas en orden, desahogarme, escribir sobre todo lo que ha ocurrido en los últimos días, pero Kilitos de Amor me pide que le dé su porción de Royal Canin, tengo que medirme la glucosa, paso mi lengua por el paladar y siento las encías inflamadas y sé que tendré la glucosa altísima, y no quiero hundirme en la oscuridad que me ha perseguido casi todo el mes. Yoko maúlla una y otra vez, sus maullidos son tan agudos que no puedo concentrarme, a veces suenan como cuando alguien pasa un cuchillo afilado por un vidrio, todo se puede romper dentro de mí, como le ocurrió al papá de Knausgård y como le ocurre a su esposa, o al menos eso es lo que dice en las últimas cien páginas del último tomo de Mi Lucha que estaba leyendo esta mañana antes de levantarme de la cama, cuando mi sueño fue interrumpido por el adormecimiento y por el dolor y por la comezón que siento en la mano, en el brazo y en la espalda.
Ya estoy olvidando sobre qué quería escribir, el impulso de escribir se va desvaneciendo como el último sueño que tuve antes de despertarme, ese que fue interrumpido por los síntomas que dejó el herpes zoster, ese sueño en el que apareció esta chica que estudiaba la licenciatura cuando yo estaba terminando el doctorado y que a veces iba al laboratorio y que nunca me hablaba y que, luego, si coincidíamos en un congreso y ella ya tenía unos tragos encima, se ponía a platicar conmigo; esta chica que quién sabe por qué me intriga tanto, esta chica que no entiendo, somos de mundos totalmente distintos, y que quién sabe por qué aparece en mis sueños ocasionalmente. En ese sueño, ella pasaba junto a mí, subía unas escaleras que yo bajaba, a lo lejos se incendiaba una casa, estábamos en el tercer piso del edificio en el que viví toda mi infancia, la casa que se incendiaba formaba parte de una especie de mansión, el camino que llevaba de la calle a la mansión estaba rodeado de árboles y pasto, e incluso tenía una fuente y una pequeña autopista por la que pasaban autos lujosos. La mansión se parecía a esa mansión de Eyes Wide Shut, la última película de Stanley Kubrick. En el ambiente había una especie de nostalgia, como si estuviéramos atrapados en una película del cine de oro mexicano. Esta chica pasaba junto a mí, tenía la mirada perdida, llevaba puesto un suéter blanco con rayas negras y tenía cara de funeral.
No sé qué puede significar ese sueño, estoy tratando de encontrar qué simbolizan el edificio de la infancia, el incendio a unos metros del edificio, las escaleras y Kubrick y el cine de oro mexicano, que yo bajo por las escaleras y que esta chica sube por las escaleras, cuando Lizzie entra en la recámara y de pronto me doy cuenta de que Jackson está acostado junto a mí en la cama. Él nada más contempla lo que ocurre más allá de la cama, cómo Lizzie entra en la recámara y se mete en el baño, y lo hace de un modo en el que parece que está evaluando los pros y los contras de levantarse de la cama. Es un gato sensacional, es el más paciente de los tres, también es el más travieso y más cariñoso. El que hace más vocalizaciones.
Estoy en todas estas cosas, cuando suena el teléfono, me ha llegado una notificación de What's App, es un mensaje de voz, intento ignorarlo, me acuerdo del domingo pasado, cuando un fulano me llamó por teléfono en la tarde y fue directo al punto, me dijo Su paquete de Amazon llegará en 20 minutos, y yo le dije que estaba equivocado, que yo no había pedido nada, y luego me preguntó ¿Cómo está? y yo le dije la verdad, que estaba más o menos, ese día cumplía alrededor de 10 días con herpes zoster y en tiempo récord me habían bateado de tres convocatorias para plazas de académicos de tiempo completo en dos universidades distintas, y entonces le pregunté al fulano cómo estaba él –hasta ese punto, ni él me dijo su nombre ni confirmó el mío, como suelen hacer los ejecutivos de ventas cuando te llaman por teléfono– y él me dijo algo terriblemente patético –Con salud y con trabajo, gracias a Dios– y allí fue donde confirmé que se trataba de una estafa, que el sujeto tenía estudiado su discurso de persona de bien, que, seguramente, si me lo encontraba en la calle, se vería como el mundo de las apariencias nos ha dicho que debe verse una persona de bien: cabello corto (fascistoide), saco, camisa formal, pantalones caqui, zapatos con punta de pico de pato... Sin pendientes en ningún lóbulo, obviamente. Sin tatuajes visibles, obviamente. Entonces, cuando le iba diciendo Ah, aquí es la parte en la que me vas a pedir que te dé un código que me llegará a mi What's App, él colgó. No sé dónde leí que a una celebridad la estafaron de una manera similar, pero aprendí algo de la experiencia de otra persona.
Escribo estas líneas y trato de ignorar el mensaje de voz que acaba de llegarme por What's App. Hay un montón de distractores en todas partes. Yo sólo quiero desahogarme, olvidar estas dolorosas sensaciones que carcomen mi mano, mi brazo y mi espalda, y que me hacen sentir como si me hubieran arrastrado por el asfalto y que me hacen desear rascarme hasta arrancarme la piel, y que tal vez son una manera en la que mi cuerpo me está diciendo que mande todo a volar, que deje de pensar en la oscuridad que me ha perseguido todo el mes, que la academia es una farsa, como el fulano que quiso estafarme por What's App el domingo pasado, que todas las plazas académicas tienen nombre y apellido, que he conseguido en tiempo récord mucho más de lo que podría conseguir cualquier académico con contratos temporales. Que puedo hacer muchas cosas que jamás podrá hacer nadie a quien le ponen todo en bandeja de plata. Que debo aprender de mi propia experiencia, que es un poco absurdo aprender de la experiencia de otras personas y ser incapaz de aprender de tu propia experiencia.
O tal vez este dolor y esta convalecencia no significan nada, tal vez nada significa nada, tal vez esto no significa nada, tal vez tu aparición en mis sueños no significa nada, tal vez los distractores son la realidad, tal vez la selección mexicana de futbol es lo único real, tal vez todos los días debemos salir de nosotros mismos, tal vez nosotros somos nuestra propia oscuridad, tal vez las enfermedades son todas psicosomáticas, tal vez lo único real es que no podemos vivir de satisfacciones personales, somos adultos y no podemos pasar todo el día en la cama, huyendo de las responsabilidades porque estamos tristes.
viernes, 15 de noviembre de 2024
Decidimos NO proseguir con su solicitud
lunes, 4 de noviembre de 2024
They Don't Love You Like I Love You
Me desvelé. No pude dejar de ver Los Soprano. Estoy en esa temporada en la que Tony vuelve al consultorio de la Dra. Melfi, pero los papeles se han invertido: ahora la psiquiatra es quien necesita de Tony. Cuando la serie estaba en el aire, hace más de quince años, las cosas eran muy distintas, ni siquiera había conocido a mi esposa, ni siquiera había ingresado al doctorado, aún vivía con mis papás, no tenía dinero ahorrado en el banco, no tenía tarjeta de crédito. Todo mundo veía a Los Soprano, decían que era una serie buenísima, pero la pasaban por HBO y no teníamos HBO en la casa. Y sin embargo, algunos DVDs de Los Soprano aparecían en los rincones de la casa de mis papás. Le gustaban a la novia de entonces de mi hermano el baterista, ella y yo al principio de su relación nos llevábamos bien, se veía una buena chica, que se llevaba fantástico con mi hermano el baterista, pero, eventualmente, fui descubriendo su verdadero yo, en una fiesta bebimos más de la cuenta y se puso a pelear con mi hermano el baterista, creo que hasta lo quería golpear, y luego, cuando conocí a mi esposa, se convirtió en una persona más horrible, hablaba mal de mi esposa, hablaba mal de mí, en fin.
El punto es que tenía prejuicios hacia Los Soprano, pero resultó ser una de las series favoritas de uno de mis autores favoritos –El Menonita Zen– y le di una oportunidad, por X o por Y nunca podía pasar de los primeros dos capítulos, pero un día me enojé con mi esposa, ella me aplicó la ley del hielo y entonces me senté a ver casi toda la primera temporada y pensé que Tony y yo teníamos muchas cosas en común, claro, cuando necesitaba la ayuda de la psiquiatra, de la Dra. Melfi.
Y esto no es lo importante, sino que me desvelé, que me acosté después de la medianoche viendo Los Soprano, que tuve varias pesadillas, que presentía que el lunes no sería un buen día, que la historia de la academia se repetiría, que todos los concursos están amañados, y me puse a escribir en mi diario sobre todos estos pensamientos después de la medianoche, y encontré cierto alivio, pero hoy, mientras tomaba un seminario por Zoom con unos colegas y la ponente hablaba sobre el C-PAP y la respiración, sólo pensaba “¿por qué a mí?, ¿por qué siempre tengo que hacer cuatro o cinco veces, todo?, ¿por qué nadie me regala nada?”, y acabo de leer algo que dijo Eddie Vedder en alguna entrevista de los noventa, algo sobre cómo vivir en condiciones desfavorables hace que tengas más recursos para sobrevivir. Y quizá tengo que tomarlo al pie de la letra. Tengo un súper CV, pero eso es lo de menos: lo importante es tener influencia en la gente influyente. Creo.
jueves, 31 de octubre de 2024
You're In The Jungle, Baby
Volví al departamento después de tener un día malo. Me tumbé boca abajo en la cama. Yoko, la gatita, se me subió en la espalda. Ronroneó. Sentí un alivio momentáneo, la normalidad que no había sentido más que dos o tres veces, brevemente, cada día, desde casi un año. Tantos medicamentos, tantas consultas médicas, tantos recorridos en el metro desde la universidad hasta el Hospital Ángeles. Todo comenzó una noche del 2014. El mundial de futbol estaba terminando, había adquirido la costumbre de beber y de fumar y escribir. Escuchaba a Cloud Nothings y de pronto sentí atorado algo en la garganta. Carraspeé varias veces, sólo sentía algo atorado en la garganta, el alcohol y la mota me malviajaron. Empecé a ponerme ansioso. Tomé agua, la sensación se intensificó, no podía ignorar que sentía algo atorado en la garganta, carraspeaba una y otra vez, la sensación seguía allí, Cloud Nothings se convirtió en una banda de terror, pasé la peor noche de mi vida. Las interminables noches con gastroenteritis, tumbado en la cama, hecho ovillo, con un intenso dolor abdominal, incapaz de ignorar el dolor, contando cada segundo hasta el amanecer, comparadas con el ERGE, eran una simple cortada de papel en un dedo, una raspada en la rodilla por haber tropezado.
domingo, 27 de octubre de 2024
My Skeleton Won't Tell
sábado, 26 de octubre de 2024
Shimmer Like A Girl
sábado, 19 de octubre de 2024
Más o menos bien
Sonaba “Más o menos bien” y yo estaba ídem, con varios litros de Jim Beam estallando esporádicamente en mi sistema nervioso central, a punto de que todo, incluyendo sentirme una malísima copia de José Agustín, me valiera madre, pero el remordimiento era más fuerte que ese estado de semi inconsciencia.
Había hecho enojar a Lizzie otra vez.
La música y las luces de El Pata Negra me embotaron, me dio un ataque de tos, me faltó el aire, y me transportaron a un malviaje, como el de aquella noche en casa de Tobías, cuando habíamos fumado una hidropónica muy potente y Lizzie y yo nos quedamos en silencio, en medio de la sala, mientras Tobías y sus amigos escuchaban alguna triste canción de José José y yo sentía que estaba al borde de un ataque de ansiedad y quería vomitar y no quería precipitarme en el abismo de ese pensamiento que merodeaba mi mente –«¡Te sientes mal, y te sentirás peor!»– y que me llevaría a hiperventilar, pero, de pronto, la gente, coreando la canción y moviendo las manos en lo alto, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, en una fabulosa comunión con la banda, dejó de ser un espejismo, me despertó y me devolvió a la realidad.
A lo mejor todos ya estábamos más o menos ebrios –excepto Lizzie, quien, desde entonces, era la única que se mantenía sobria siempre–, y, tal vez, una groupie de Nos Llamamos me había puesto una mano en el hombro y el contacto con la tibia piel de otro ser humano me hizo reparar en que no estaba soñando, en que no estaba a punto de hiperventilar en casa de Tobías, sino en que la groupie y yo estábamos de pie, a menos de un metro del escenario, y que todo eso habría podido convertirse en una experiencia feliz, excepto que no podía apartar mis pensamientos de Lizzie, de lo que ella significaba para mí, de que siempre la hacía enojar con tonterías, de que era tan idiota que nunca podía quedarme con la boca cerrada, de que era tan idiota que no podía darme cuenta de lo fabulosa que era conmigo.
domingo, 13 de octubre de 2024
Is there room enough for both of us?
domingo, 6 de octubre de 2024
What do they know about love...?
Estoy sentado frente a la computadora por tercera o cuarta vez en lo que va del día, hace frío, son las seis de la tarde del domingo, ya me puse la pijama que compré hace rato en el Costco, había un montón de gente en el Costco pero no tanta gente como el martes, que fue día feriado porque Claudia Sheinbaum recibió la banda presidencial –¡la primera presidenta de México!–, y los ojos me lloran, me escuecen, tengo la nariz tapada y el cuerpo cortado, mi piel es un campo minado, y es la segunda vez que me enfermo en tres meses, o tal vez es la alergia estacional, una más de las razones por las cuales no me gusta esta época del año, y la odio, particularmente, porque, además, es la época del año en la que cumplo años (para mí, ya estamos en diciembre, ya cumplió años Jim Morrison, falta poco para que Eddie Vedder cumpla años y para que las familias se reúnan a cenar pavo y lomo relleno y ensalada de manzana, y para que el mundo mire el desfile en Times Square por televisión –¿suena “Over the rainbow”, de Israel Kamakawiwo'ole?–, y el año ya se acabó, y no puedo dejar de acordarme de todas las posadas del 20 de diciembre en las que me obligaron a escuchar “Las Mañanitas” y a soportar que un invitado genérico, que no tenía ni la más remota idea de quién era yo y cuánto odiaba los cumpleaños genéricos –no soy la clase de persona que usa como pretexto sus cumpleaños para mimarse y procrastinar, o que sube fotos de sus cumpleaños en redes sociales–, me aplastara la cabeza contra el pastel, mientras todos aplaudían y sonreían, y lo sé: no puedo superarlo, y tengo tantos prejuicios que no sé qué tipo de terapia sería la mejor para mí), pero, afortunadamente, cuando estoy a punto de precipitarme en el abismo, una canción de los Butthole Surfers inunda la estancia –What do they know about love, my friend...?, canta Gibby Haynes–, gracias Alexa, no reprodujiste a esa cursi banda pop llamada Melvins y que no tiene la más remota idea de que existen los Melvins de los 80, de Montesano, y suspiro, siento cómo el aire caliente inunda mis fosas nasales, y le doy otro sorbo al Jack Daniel's con Coca Cola –si fuera un ingenuo que no sabe nada de farmacología y que nunca ha tenido un malviaje, estaría preocupado, preguntándome si me voy a “cruzar” por mezclar loratadina, paracetamol y whiskey, pero sí estoy preocupado por el daño que le hago a mis riñones, por la cantidad de nefronas que han matado mis hábitos, por el daño que ha sufrido mi estómago, no sé qué tan saturada estará mi alcohol deshidrogenasa en este momento, cuando escupo estas líneas, y también estoy preocupado por el daño que ha sufrido mi hígado a lo largo de tantas décadas de atracones de alcohol en fines de semana–, pero empiezo a sentirme ligero, como la primera vez que tomé alcohol a escondidas, cuando acababa de volver a la casa de mis papás después de comprar el recién lanzado a la venta MTV Unplugged In New York, era la Noche Buena de 1994, acababa de terminar la secundaria, y me serví dos o tres vasitos de Johnnie Walker de la cantina de mi papá, estaba mortalmente aburrido, y subí a mi recámara y me los bebí en tiempo récord, mientras escuchaba a Kurt Cobain, desde el más allá, decirle a la audiencia de los Sony Studios de New York que iba a tocar una versión solista de “Pennyroyal Tea” y en la casa reinaba una atmósfera de funeral porque los abuelos maternos y paternos nos habían “dado el cortón” y no irían a cenar con nosotros– y, en fin, en el presente del domingo seis de octubre del 2024, mis ojos no son mis ojos ya, sino los ojos de otra persona, pero los ojos de esta otra persona anidan en las cuencas de mis ojos y son un par de granadas a punto de estallar.
Cierro los párpados como si pudiera desasirme del par de granadas (que son los ojos de otra persona) que amagan con volar mi materia cefálica, y como si pudiera desasirme de esta maldición: en todo el día no he podido escribir; y no, no es 'el bloqueo del escritor'.
En la mañana, en cuanto me levanté (porque soñaba que unos evangelistas me bautizaban en una alberca y que Chinaski me pedía el divorcio en frente de todos los estudiantes del último curso que impartí; la clase de sueños que puedo tener después de terminar mi contrato temporal del 2024, después de haber visto Ed Wood, de Tim Burton, y después de haber tenido una discusión con Chinaski porque no le gustó Ed Wood, de Tim Burton, y porque yo mismo me siento mal por haber tenido un blackout provocado por el espíritu del vino de hace una semana y por haberle llamado la atención enfrente de mis colegas en un elevador) y todo estaba en penumbra y en silencio, vine a este mismo lugar, y me senté frente a la computadora, como ahora, y la encendí y me dispuse a escribir, como ahora, pero, al cabo de un par de minutos, cuando una idea comenzaba a fluir, cuando (creía) comenzaba a entrar en la zona, llegó Kilitos de Amor y maulló una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, y me pidió comida y atención.
Tuve que abandonar lo que empezaba a escribir por la mañana, cuando Kilitos de Amor demandó mi atención, justo como ocurrió hace una semana (y lo que comenzaba a escribir esta mañana, igual que lo que comenzaba a escribir hace una semana, era una tontería con la que no conectaba del todo, una tontería colosal y pretenciosa sobre mi traumatizante experiencia en el Edificio S de X universidad durante el terremoto del 19 de septiembre del 2017, cuando era posdoc y estaba en el limbo de la academia), y cuando volví a sentarme frente a la computadora, después de darle de comer Royal Canin a Kilitos de Amor y a sus hermanos, y después de recoger la arena de Kilitos de Amor y de sus hermanos, releí lo que había escrito y lo que había escrito me pareció una tontería digna de las columnas semanales de uno de esos escritores “consagrados” a los que les pagan por escribir una columna semanal –lo que les da la gana: “me gustó el espectáculo del Superbowl; si no te gustó, es tu problema; no sabes de música; “el shrink anota quién sabe qué en su libreta, es fin de año y se me fue la onda”– en diarios de circulación nacional.
«¡Cuánto me gustaría conocer a alguien que me pagara por escribir las mismas tonterías que escribo en mi blog!», me digo mentalmente, y los Butthole Surfers inundan la estancia, y Gibby Haynes me hace imaginarlo en Exodus con Kurt Cobain, sentados junto a una ventana, en los últimos días de marzo de 1994. «El tipo se saltó la barda, pero, ya sabes, puedes salir de Exodus por la puerta principal; nadie está aquí en contra de su voluntad», le dice Gibby a Cobain, mientras los dos se fuman un Marlboro.
«Aunque tengas tiempo, no puedes escribir todo el tiempo», me sorprendo diciéndome mentalmente, y ya tengo los puños crispados, intento no morderme los labios, estoy furioso, frustrado, necesito una IV de morfina para lidiar con mi rabia. Y este mantra, «Aunque tengas tiempo, no puedes escribir todo el tiempo», que me persigue desde que abrí mi primer blog, en el 2006, cuando era cool tener un blog, no es lo mismo que “el bloqueo de escritor”. Eso que los escritores 'consagrados' –a quienes les pagan por escribir cosas similares a las que yo escribo en mi blog–, llaman 'bloqueo del escritor' es un pretexto, es un capricho, es falta de imaginación, es falta de disciplina, es falta de creatividad y perspectiva. Cuando yo digo que no puedo escribir aunque tenga todo el tiempo del mundo, no me refiero a que estoy bloqueado; me refiero a que siempre escribo pero que no siempre me gusta lo que escribo. Es diferente. Soy quisquilloso.
Lo que ocurre ahora mismo, lo que ha ocurrido desde que me levanté de la cama y vine a este lugar a escribir y usé como pretexto la necesidad de atención de Kilitos de Amor, es lo mismo que ha ocurrido en las últimas cuatro o cinco semanas, o tal vez desde un par de meses: he vivido tantas cosas en tan poco tiempo, que no puedo procesarlas, ni escribir sobre ellas.
Me gusta escribir sobre lo que vivo, jamás me iría a Las Vegas a escribir una novela sobre un alcohólico y jugador que pierde todo su patrimonio en Las Vegas, jamás intentaría ser una mala imitación de Dostoievksi. Me gusta escribir sobre lo que vivo, jamás me iría al Coliseo Romano a escribir una novela sobre un gladiador que era un asesino serial, jamás me bastaría con tener un libro en los anaqueles de novedades de Sanborns. ¿Y tú...?
domingo, 22 de septiembre de 2024
of all the smoke like streams
domingo, 15 de septiembre de 2024
Cure for pain
Me pasaste el cigarrillo, no podía dejar de recriminarme, estaba a punto de cumplir 8 meses sin fumar y no parecía gran cosa para alguien que había logrado dejar de fumar durante casi 8 años, que antes de esa abstinencia prolongada tenía dedos de nicotina, pero volver a fumar representaba no sólo haber vuelto a caer sino la punta del iceberg de todo lo que ocurriría, de todo lo que perdería, de todas las cosas que cambiarían en mi vida, apenas saliéramos de ese departamento, dejáramos la cama, nos vistiéramos, y pretendiéramos volver a nuestras vidas anteriores.
Le di una chupada al cigarrillo, sentí nuevamente cómo la nicotina y todos los compuestos cancerígenos se abrían camino hasta mis pulmones, olfateé el horrible aroma del tabaco impregnado en mis dedos y recordé cómo apestaba toda mi ropa cuando fumaba todo el tiempo, cuando fumar era lo primero que hacía al despertarme y lo último que hacía antes de acostarme a dormir, cuando me bañaba con un cigarrillo en los labios y hacía malabares para que no le cayera agua, cuando fumaba mientras caminaba a las siete am desde la estación Copilco y transitaba por El Paseo de las Facultades y llegaba a la Facultad de Medicina y subía los cinco pisos hasta el laboratorio de Todokoro, pensando en cuánto lo aborrecía, en cuánto deseaba terminar el doctorado, en cuánto deseaba yo mismo mi propia destrucción, y no volver a saber nada más de él.
Te devolví el cigarrillo y me sonreíste, y tu sonrisa me fulminó tal y como lo había hecho casi un mes atrás, en esa reunión en la que coincidimos casi por accidente, en el cumpleaños de un conocido que teníamos en común y que ni siquiera sabíamos que teníamos en común, cuando estábamos sentados en la sala de su casa y nos tomábamos unas cervezas artesanales y dejamos las botellas en una mesita de centro al mismo tiempo y de pronto nuestras manos entraron en contacto brevemente y para mí fue como un rush y como un flashback retorcido y quise salir huyendo de allí porque tuve una visión: tú podrías hacerme perder la razón, terminar con mi matrimonio de casi veinte años, herir a mi esposa y no merecer su perdón.
Le diste una chupada al cigarrillo, vi cómo las volutas de humo se dispersaban en el espacio y me acordé de mi infancia, aparentemente siempre había estado condenado al tabaquismo, en todas mis visitas a casa del abuelo siempre estaba presente este olor peculiar, no tenía que esforzarme mucho para evocar a mi abuelo con su cajetilla de Raleigh en una mano y con un cigarrillo en la boca, haciendo algunos movimientos automáticos con la otra mano, sacándose esporádicamente el cigarrillo de la boca y luego dejando escapar el humo por la nariz y por la boca mientras platicaba cualquier cosa de su juventud, cuando había boxeado y le llamaban Kiko Serratos, cuando jugaba beisbol en el equipo de la fábrica de porcelana en la que trabajaba en la época en la que conoció a la abuela, cuando la abuela le prohibió seguir boxeando, cuando mi papá nació.
Suspiraste y volviste a pasarme el cigarrillo y lo tomé y nuestras manos volvieron a hacer contacto como aquella vez en la fiesta de nuestro amigo y volví a sentirme electrificado y ya no supe si estaba teniendo un rush, un flashback retorcido o una resaca, pero me acordé de haber leído algo sobre Jean Nicot, este diplómatico francés que llevó el tabaco de América a Europa, y lo imaginé incitando a Catalina de Médici al vicio, y también me acordé de ese estudio de tabaquismo en el que decían que tener antecedentes de tabaquismo aumentaba cuatro o cinco veces el riesgo de engancharse con el tabaco y que, además de ser un factor de riesgo para contraer cardiopatías, EPOC y enfisema pulmonar –las enfermedades clásicas asociadas con el tabaquismo–, fumar aceleraba el envejecimiento del cerebro, encogía el tamaño del cerebro, y era un factor de riesgo para la demencia. Ese paper lo había leído en mi primer recaída, cuando ya no podía estar en abstinencia ni siquiera un par de días, cuando sabía que estaba precipitándome otra vez por la espiral del tabaquismo, cuando consideraba sufrir las potenciales consecuencias de ideaciones suicidas de la vareniclina, cuando estaba desesperado, cuando tú eras sólo una colega que no me caía muy bien y que veía esporádicamente en los pasillos de la universidad, cuando tú no formabas parte de mi vida, cuando tu voz y tu rostro no me perseguían en mis sueños, cuando nunca pensaba en ti.
Me sonreíste otra vez y no pude evitarlo, tu mirada de atardecer, tus pupilas color avellana, tu cabellera azabache, tu aroma a perfume carísimo, me noquearon, aplasté el cigarrillo contra el cenicero en la mesita de noche y me lancé de nuevo.
viernes, 9 de agosto de 2024
ya no puedo hablar, tengo la garganta seca
me miran desde los pupitres, algunas estudiantes no levantan la mirada, otros compañeros toman notas en sus libretas, otras chicas toman fotografías con sus teléfonos, otros chicos intentan no distraerse en la última fila, y no soy una estrella de rock, pero esto es lo más parecido a ser una estrella de rock: estoy en trance, de pie, frente al pizarrón, el proyector está conectado a la Mac, me apoyo en una diapositiva en la que hice una caricatura de la vía biosintética de las catecolaminas, puse una neurona emisora y una neurona receptora, puse la maquinaria de biosíntesis en la neurona emisora, las enzimas que convierten tirosina en l-dopa y l-dopa en dopamina, y también puse el transportador vesicular de monoaminas, y los receptores de la familia D1 y de la familia D2 en la neurona postsináptica, y me encuentro como en un sueño, es el jueves 1 de agosto del 2024, de pronto me pregunto cómo fue el 1 de agosto de 1994, uno de mis primeros días de clases en la preparatoria, tengo un flashback, la enfermedad y el parecetamol con naproxeno sódico y la betametasona y la loratadina y el ambroxol y la dapaglifozina se apoderan de mis pensamientos y regreso al aula C-1 de la universidad, soy treinta años más viejo pero es el presente, y he estado enfermo desde el lunes, y hoy es jueves y estoy haciendo lo que me gusta, algo que tal vez más o menos sospechaba que podría ser mi vida adulta cuando estaba en la prepa (me fascinaba exponer en clases y prepararme y leer todo tipo de información relacionada con el tema de la exposición, y podía hacerlo solo, sin necesidad de ponerme de acuerdo con un grupo de compañeros), y en esta ocasión estoy hablando sobre los neurolépticos típicos (esos que fueron descubiertos accidentalmente en la década de los cincuenta), y también estoy hablando sobre los receptores ionotrópicos gabaérgicos y sobre el alcoholismo y sobre mi tío que bebía alcohol del 96 y que tiene más de un año sobrio porque lo amenazaron con quitarle la casa de mi difunta abuela, y también estoy hablando de la autopsia de Amy Winehouse, a quien le encontraron 416 mg/dl de alcohol en sangre, del alcoholismo de Amy Winehouse, de la sobre estimulación de los receptores gabaérgicos tipo a, de los que permiten la entrada de iones cloro al interior de la célula cuando son estimulados por el alcohol, por las benzodiacepinas y por los barbitúricos, y de pronto me quedo sin voz, siento escozor en la garganta, siento que mi garganta está seca, que la enfermedad me ha dado un gancho al hígado, que estoy noqueado, que no tengo fuerzas para continuar hablando sobre algunas celebridades que aparentemente también murieron por sobre estimulación de receptores gabaérgicos ionotrópicos, como Jimi Hendrix, o que estuvieron en coma, como Kurt Cobain, por haber combinado valium con champaña, que debí haberme quedado en casa, después de todo ni siquiera el cubículo que me asignaron en la universidad tiene mi nombre y después de todo ya tengo seis años en esta universidad y llegué como investigador nacional nivel uno y a partir del 1 de enero del 2025 seré investigador nacional nivel dos, y todo ha cambiado y sin embargo estoy igual o peor, y acaso me quedé callado o externé mis pensamientos en voz alta y por eso los estudiantes me miran desde los pupitres, algunos alumnos no levantan la mirada, otras compañeras toman notas en sus libretas, otros chicos toman fotografías con sus teléfonos, guardo silencio, inhalo y exhalo, estoy a punto de toser, siento escurrimiento nasal, les pregunto a los estudiantes qué hacen al final del trimestre con todas las fotografías que toman en mis clases, mientras una chica levanta la mano y le doy la palabra pienso en cuánto han cambiado las aulas en los últimos treinta años, cuando yo era estudiante ni siquiera había teléfonos celulares, mucho menos computadoras portátiles y iPads, ni ningún dispositivo que nos hubiera permitido tomar fotografías y verlas inmediatamente o almacenarlas inmediatamente en un dispositivo electrónico, y ella –la chica que pidió la palabra–, sonríe y dice que tiene un álbum de fotografías de todas las fotografías que toma en clases, y yo les sonrío y les digo a los estudiantes que sería divertida una exposición de todas las fotografías que toman en las clases del trimestre, y entonces inhalo y exhalo, el deseo de toser y el escurrimiento nasal han cesado momentáneamente, y vuelvo a mi clase, abandono las ensoñaciones, no soy más víctima de los flashbacks, me siento como una estrella de rock, reconozco que impartir una clase, o una conferencia, frente a un grupo de estudiantes, o público en general, y hacer todo lo que está a mi alcance para despertar su curiosidad, para interesarlos en un tema, y para que encuentren la manera de entender ese tema en sus propias palabras y el conocimiento les permita mejorar sus condiciones de vida y las de su comunidad y las de la humanidad, será lo más cerca que estaré de ser una estrella de rock, las aulas de clases son el escenario, el backstage son todas esas horas que invierto en la preparación de mis clases, esto, encontrarme de pie, quedándome sin voz, con un montón de medicamentos estallando en mi cerebro y en mi sistema nervioso autónomo, es lo más cerca que estaré de encontrarme en un escenario frente a millones de personas mientras ellas me prestan su atención y yo me acerco lentamente al micrófono, aparentando que no me importa nada, controlándome, equilibrando el rush y el nerviosismo, sintiendo oleadas de adrenalina ascender por mi vientre, tratando de ignorar que puedo equivocarme y mandar todo al carajo, sujeto la púa entre el pulgar y el índice, tomo aire, me preparo para la inmersión, digo «Gracias por estar aquí», toco la guitarra y la gente se vuelve loca apenas suena el primer acorde de la canción.
Ya estoy de nuevo en el Aula C-1, he recuperado el ritmo, ya no tengo ganas de toser, ya no siento escurrimiento nasal, ya no tengo la garganta seca de tanto hablar.
sábado, 3 de agosto de 2024
weird fishes
miércoles, 31 de julio de 2024
oídos tapados
Tengo los oídos tapados, empiezo a toser, escucho a System of a Down, el cantante dice Desire y yo me siento medio aniquilado, todo lo que como me causa dolor, atraviesa mi garganta, hace que sienta que mi garganta es una herida abierta, el dolor que causan los alimentos es un dolor que no me desagrada del todo, se parece al dolor que provocan las cortaditas de papel en las manos, pero también tengo flemas, ayer eran incoloras, hoy son amarillas, pero sobre todo sentir los oídos tapados es lo que me hace saber qué tan enfermo estoy, todo comenzó el lunes, hacía calor, me llevé unos pantalones que dejan al descubierto los tobillos, me llevé unas calcetas cortas, estuve desde las diez y hasta las cinco en la universidad, tomé un seminario en línea y luego fui a hablar con el responsable de vinculación, quería aclararle algunas cosas de mi actualización de situación ante el SNII, vi a la secretaria académica, fue muy amable, luego trabajé un rato en el cubículo, envié mi solicitud de actualización laboral ante el SNII, llegó la chica que limpia el O011.14 y me salí y parecía un día totalmente distinto, hacía mucho viento y estaba nublado, y me metí a una sala de estudiantes, la puerta estaba abierta, estuve allí apenas cinco minutos, hacía mucho viento, cuando volví a la cubículo y me puse a trabajar otra vez sentí un escozor en la garganta, le di un sorbo a mi té de frambuesa y manzanilla, y empecé a producir mucha saliva, y sentí que tenía mocos atorados en la parte trasera de las fosas nasales, entre la garganta y la nariz, y luego vine a casa y más o menos lidié con las molestias, me tomé un paracetamol y un teraflú, y no pasé una buena noche, estuve con molestias en la garganta, pensando en si daría mi clase de las ocho de la mañana del martes, y me desperté con la molestia en la garganta, y me levanté y me bañé y me fui a la escuela y di mi clase y me sentí un poco mal, me había tomado otro paracetamol, y me quedé medio afónico aunque no hablé demasiado en clase, vi a otra estudiante que quiere hacer su servicio social en la centro neurológico de sueño, me topé con otra estudiante en los pasillos de la universidad, fui a servicios médicos en la universidad, me tomaron la temperatura y la presión, me dijeron que tengo un poco irritada la garganta, me dieron paracetamol y naproxeno sódico, volví a la casa temprano, entre las 12: 30 y las 13: 00, y llovió mucho, y me la pasé durmiendo y leyendo y enviando correos-e, y pasé una noche mejor que la del lunes pero mis flemas están súper verdes y ya empiezo a sentir constantemente la nariz tapada, igual que los oídos. Desde ayer estoy tomando celestamine cada 12 horas y naproxeno sódico con paracetamol cada 8 horas.
sábado, 27 de julio de 2024
Todo es zen
Desde la incomodidad de las náuseas matutinas, echado en este sillón que no tiene ni diez años pero que parece sacado de un basurero, contemplo a Gavin Rossdale. No sé cómo llegué a este video de YouTube. Hace unos minutos veía “e-bow the letter” y luego “Malibu”, y estaba pensando en Michael Stipe –¿en verdad, a principios de los noventa, esparció entre la prensa el rumor de que había contraído VIH y que estaba a punto de morir?–, en cuánto me gusta esa canción de R. E. M., y en que nunca le había puesto demasiada atención al video. También estaba pensando en que el video de “Malibu” fue casi el primer video en el que apareció Courtney Love en MTV después de la muerte de su esposo, y en que, cuando lo vi –¿entre mayo y junio de 1999?–, no dimensioné el contexto de ese video: Courtney Love estaba promocionando el primer álbum de Hole después de la muerte de Cobain... después de la muerte del “grunge” y del “sonido Seattle” y demás etiquetas de esas que ponen los periodistas de rock con poca imaginación.
Más bien, desde la incomodidad de las náuseas matutinas y del sillón que los gatos han arañado miles de veces, al ver esos videos, me acordé de la huelga de la UNAM de 1999, de la desesperación y de la incertidumbre que asocio a esa huelga que parecía no tener fin. Me acordé de que, entre mayo y junio de 1999, cuando debí de ver por primera vez el video de “Malibu”, empecé a tener episodios de ansiedad y que tuve que ir a un par de consultorios médicos y que los especialistas me dijeron que estaba un poco deprimido, que tenía que hacer ejercicio, salir de mi casa, platicar con otras personas, que tenía dermatitis psicosomática.
También me acordé del dermatólogo al que visité en la Roma, dos o tres jueves de dos o tres meses, que él me recetó una solución, que una vez al mes tenía que ir a una farmacia de Centro Médico Nacional Siglo XXI a que la prepararan, que me sentaba a leer en un jardín mientras preparaban esa solución en la farmacia, que debía hacerme abluciones todas las noches con esa solución. También me acordé de que en esos meses leía Tiempo Libre y La Divina Comedia y Fausto, y que iba solo a alguno de los teatros del CNA –cuando aún no se llamaba CENART– y que iba solo a ese cine de La Condesa que luego se llamó El Plaza Condesa, y que un día me encontré en Tiempo Libre un anuncio de un taller de creación literaria que impartía un escritor joven en La Pirámide. Me acordé de que me inscribí a ese taller. Que lo tomé cada sábado, de cinco a seis y media de la tarde, durante alrededor de medio año. Que en ese taller conocí a una docena de tipas y tipos con los que fui a varias reuniones y cantinas, y que nos emborrachamos y que pasábamos de Dostoievski a Verlaine, y de Octavio Paz a Elena Garro, y de Alejandra Pizarnik a Jorge Cuesta. Que algunos aborrecían o adoraban “Piedra De Sol”. Que otros veneraban “Muerte Sin Fin”. Que les leía (algo de) lo que escribía. Que escuchaba lo que los demás escribían. Me acordé de que creí que seríamos grandes amigos, que parecía que teníamos tantas cosas en común. Que acabó la huelga y que sólo nos vimos una o dos veces, circunstancialmente, en Ciudad Universitaria. Que fuimos amigos en Facebook por más de diez años, y que, apenas hace un mes, o algo así, eliminé de mis contactos a la mayoría de ellos. Que tuve un momento de claridad: si interactuábamos en Facebook, lo hacíamos porque yo los buscaba. Que ellos, en realidad, nunca estuvieron interesados en fortalecer una amistad. Que unos abandonaron sus intereses literarios y se convirtieron en 'fotógrafos de la cotidianeidad'; que otros publicaron libros de poesía y que se creyeron que eran inalcanzables; que otras se radicalizaron, por sus propias historias de vida, y, que, aun cuando, desde el 2006 y hasta el 2012, visitaban uno de mis blogs constantemente, cambiaron tanto, que, en sus muros de Facebook, después de la pandemia, desconocieron estar enteradas de que escribo; que otras se casaron y que dejaron de ir al Chopo a embriagarse y a inhalar estimulantes del sistema nervioso central. Que ahora, por mi propio bienestar, casi todos ellos están muertos para mí.
Y también recuerdo que, mientras Eric Erlandson, Melissa Auf der Maur y Deen Castronovo –la baterista que recién había sustituido a Patty Schemel, la baterista de los dos primeros álbumes de Hole, y que, incluso, había grabado todas las baterías de Celebrity Skin–, acompañaban a la viuda de Cobain por la playa, tuve un insight: ¿Courtney y su banda, en cierta forma, reflejan, en ese video, el tipo de música que habría compuesto Nirvana en 1999, de haber seguido vivo Cobain...?
Le doy un sorbo al sucralfato, y me acomodo en el sillón. No quiero pensar en que tengo náuseas porque tengo una condición y no puedo comer lo que come la mayoría de la gente. Ni siquiera puedo hacerlo una vez al mes porque me siento fatal durante dos o tres días. No sabes lo horrible que es tener que comer, más o menos, siempre las mismas cosas.
En fin. El video en el que contemplo a Gavin Rossdale es el video #22 de una serie de colaboraciones para Guitar World, un canal de guitarristas.
El cantante de Bush nos enseña cómo tocar “Everything Zen”, la primera canción de Sixteen Stone, el álbum debut de la banda británica, estrenado en enero de 1994. Antes que nada, Rossdale nos dice que es una canción muy sencilla, que tiene tan sólo tres partes, pocos acordes, y también nos conmina a quedarnos en casa y a cuidarnos. (Reparo en que este video tiene la fecha del 22 de abril del 2020, cuando estábamos en la pandemia.) Luego, nos muestra su Jazzmaster '67. Tiene algunas partes muy deterioradas, sobre todo cerca del mástil, y es morada y la pintura tiene “chispas”, como la guitarra signature de J. Mascis, y Rossdale nos dice que con esa Jazzmaster grabó la mayoría de las canciones de Sixteen Stone.
De pronto, tengo otro insight: ya había visto este video. Ocurrió hace como dos o tres años. No lo encontré, como ahora, por accidente y en YouTube, sino en Facebook. Un domingo, después de salir a correr, escribí algo en uno de mis blogs y lo que escribí hizo que me acordara de mi primer semestre en la Facultad de Psicología, de que entonces “Bonedriven” y “Greedy Fly” sonaban mucho por la radio. Que esas dos canciones me gustaban mucho y que nunca se me había ocurrido aprender a tocarlas. Que busqué un tutorial para aprender a tocarlas. Que quién sabe cómo di con este mismo video de Guitar World, pero estoy muy seguro de que tomé una de mis guitarras y que empecé a seguir las instrucciones de Gavin Rossdale, y que “Everything Zen” me pareció una canción 'muy rocker'.
Seguramente, entonces, me pareció una canción tan fácil de tocar que me aburrió y dejé de practicarla. Los acordes que nos enseña a tocar Gavin Rossdale no me resultan nada familiares.
Ahora, mientras el sabor del sucralfato permanece en mis papilas gustativas y mientras las náuseas matutinas van abandonando mi cuerpo y mi mente, me pregunto cuándo escribiré 'naturalmente' algo sobre la pandemia –¿es éste el momento?–, sobre mis experiencias de veintitantas horas a la semana de clases y de juntas por Zoom, sobre mi paranoia para salir a caminar cerca de la casa durante la pandemia, sobre cómo la pandemia –el encierro, ver y no ver, por Zoom, a un montón de colegas y estudiantes, todos los días, al mismo tiempo; y tener, paradójicamente, un empleo seguro por los siguientes doce meses–, repercutió en mi salud, se manifestó primero en mi sedentarismo y en mis hábitos alimenticios de comida chatarra, y luego en mi mal humor y en mi vista borrosa y en la hiperglucemia en ayuno –¡casi 200 mg/dl de sangre–, y tampoco sé cuándo comenzaré a escribir 'naturalmente' sobre los síntomas que me provocaron las vacunas Cansino, en 'la primera parte de la pandemia', cuando todas las actividades eran virtuales, y Moderna, en 'la segunda parte de la pandemia', cuando habíamos vuelto a clases semipresenciales en la universidad.
Tampoco sé cuándo comenzaré a escribir 'naturalmente' sobre mi experiencia en esa escuela primaria en la que recibí las vacunas de Cansino y de Moderna, en donde me topé con varios colegas, a quienes logré identificar a pesar de las mascarillas.
De todo lo anterior, sólo sé que, cuando recibí mi segundo refuerzo –la vacuna de Moderna–, me sentí muy mal. Que entonces impartía una clase de Sensopercepción para casi cincuenta estudiantes, que no pude dar clase ese día y que luego de haber recibido la vacuna volví a la casa en Uber y que me acosté en la cama y que encendí la tele y que puse un concierto de Bush. Que pedí una Big Mac por teléfono y que me sentí muy mal. Que tuve síntomas de fiebre y de gripa, que duraron apenas un día.
No sé por qué me cuesta tanto escribir sobre lo que realmente me importa.