domingo, 24 de diciembre de 2023

orquídea azul

Era la Noche Buena del 2006, y tú y yo nos habíamos conocido hacía 6 meses en el Alicia, la noche de la presentación de Hasta Ahora Todo Va Bien, de los Silencios Incómodos. Todo iba bien entre nosotros, nos veíamos y hablábamos por teléfono, nos escribíamos cartas y chateábamos por messenger. 

Era la Noche Buena del 2006, y salí a la calle a comprarme unos Levi's y Get Behind Me, Satan de los White Stripes, y los escuchaba muy seguido, y me habías dicho que te gustaba más Elephant y que tu canción favorita era “Ball & Biscuit”. Al volver a la casa, me metí en mi recámara, hacía un frío insoportable, y puse en el reproductor de cd el álbum que acababa de comprarme. 

La primera canción me hizo pensar en ti, en cómo había sido nuestra relación, en que estabas dispuesta a seguirme hasta el infierno, en que me hipnotizaban tus ojos de gatita asustada, en que me hipnotizaban tus labios carnosos y tus brackets, en que me hipnotizaba el tono de tu voz y tus enormes pechos misteriosos, y, sin embargo, no quería perder la cabeza por ti, no quería enamorarme de ti. Temía que te hartaras de mí y que me dejaras y que yo volviera a...

miércoles, 13 de diciembre de 2023

baila


la garganta hecha pedazos
las piernas bailando
la música a todo volumen
la sala llena de gente
y dices que no soportas
a los hombres que no bailan
y enciendo un cigarrillo
y rompo mi abstinencia de quince días
y toso 
y mi alma es una flema 
naufragando en mis pulmones
y me sofoco en silencio
y pienso en que yo bailaría por ti
en otra vida
en un mundo paralelo
en donde no hubiera conocido
a mi primera novia
y yo bailaría por ti
para acostarme contigo
entre pesadillas
entre estertores
entre guerras
que se transformarían en sueños
en tu piel de color de pavo
y te enseñaría a tocar la guitarra
una canción de los Beatles
en la guitarra eléctrica
para mirarte dormir
y quedarme dormido
y abrir las heridas de mi mente
y fumarme tu cuerpo
como este cigarrillo
que acabo de fumarme
mientras toso

martes, 28 de noviembre de 2023

subterranean homesick alien (instrumental version) | molotov cocktail piano

Tengo los pies fríos, la cabeza me duele, es como si estuviera sumergido en una tina con hielo, y al mismo tiempo mis globos oculares son una pelota ardiente, y mi garganta es un túnel incendiándose, y tengo varios kilos de ropa encima, y apenas puedo moverme, y todo me duele; siento que mis extremidades inferiores y superiores son ligas estiradas al máximo, como me imagino que se siente pisar una bomba en un camino minado, y volar en pedazos dolorosos en los confines de un campo de exterminio..., y mis coyunturas son cables de alta tensión que en cualquier momento harán corto circuito. 

Tengo el cuerpo cortado, apenas puedo respirar, soy un animal que agoniza, soy una rata de laboratorio que va volviendo a la realidad, después de haber recibido una dosis letal de pentobarbital, a la que el pasante de licenciatura no sólo no le administró bien el pentobarbital sino que no decapitó bien; soy esa pobre rata de laboratorio que jadea y que agoniza, con la mitad del cerebro cercenada, y que pide clemencia, que resuella, que lanza sus estertores y que le suplica al pasante de licenciatura que acabe ya con el sufrimiento; soy ese individuo al que un malnacido le ha abierto la garganta de par en par, en un callejón oscuro, soy ese individuo que se desvanece poco a poco y que se despide de este mundo y que está ahogándose con su propia sangre. 

Apenas puedo moverme con tanta ropa encima, y toso y estornudo, y moqueo y escupo, y sorbo mis mocos y me trago mis flemas, y mis pulmones suenan a estertor, a resuello, a jadeo, a agonía..., y me duele mucho la cabeza, pero no tengo fiebre, lo que sí tengo son casi 140 h en abstinencia de nicotina y casi 6 días enfermo, y durante estos casi 6 días no sólo no he fumado, sino que me he tomado los medicamentos que me recetaron, pero cada día me siento peor. 

¿Es éste el fin? 

Puse “Subterranean Homesick Alien” cuando comencé a escribir estas líneas, después de darme dos o tres disparos de Afrin Lub, y el ataque de tos es ya inminente, y la vorágine de flemas que ascienden desde mis pulmones hasta mi esófago son ya inminentes, y un breve episodio de ansiedad, provocado por un breve episodio de asfixia, es ya inminente..., y un calambre letal, que es un escalofrío como esos incontrolables latigazos que preceden al vómito, me recorre toda la piel: desde la punta de los dedos de mis pies fríos, hasta mi cabello más largo..., y sé que todo estará peor mañana, aunque me diga a mí mismo que no puedo ponerme peor. 

Ni siquiera me siento libre dentro de mi propio cuerpo, me siento físicamente esclavizado a los kilos de ropa que traigo encima –los kilos de ropa son cadenas que me atan a la cama, y la cama es la plancha de un quirófano o un lecho de muerte de piedra–, y tanta ropa (y tantas cadenas) me impiden moverme y acostarme y sentirme un poco cómodo (nada más durante unos cuantos segundos, por favor), y no quiero estallar, no quiero encabronarme, no quiero resistirme a toser y no quiero resistirme a levantarme de la cama para orinar, y no quiero reparar en el amargo sabor a medicamentos que tengo en el paladar, y no quiero ponerme nostálgico, pero ¡cuánto añoro la primavera y el verano!, ¡esos días en los que puedo andar ligero de ropa y quedarme dormido en cualquier lugar, y despertarme en cualquier momento de la madrugada, o cuando va amaneciendo!, y cuánto extraño caminar descalzo hasta el baño y sentir que el calor de la vida se me mete por los poros... 

Cuando hace frío, hasta para dormir hay que ponerse ropa caliente –calcetas, pantalones, suéter, gorro, guantes– y hay que preparar ropa caliente en la cama y a veces hasta hay que encender un calefactor. Nada de esto es práctico. No quiero entrar en discusiones con la gente que ama el frío, pero, ¿por qué no tenemos tanto pelaje como los osos de la Antártida...? 

Cuando hace frío, incluso levantarse de la cama, nada más para ir al baño, es una odisea.

Cada día que pasa me siento peor. 

El miércoles, hace casi una semana, me salí a la terraza a fumarme un Camel, y llovía y hacía mucho viento, y, de inmediato, sentí un escozor en la garganta, y repetí mi mantra –Siento un escozor en la garganta, espero no enfermarme, y el jueves por la mañana desperté con un ataque de tos pero fue pasajero, incluso salí a la calle, y en la calle hacía mucho frío y el escozor iba y venía, junto con las flemas, pero nada con lo que no pudiera lidiar. Al volver a la casa, me tomé un paracetamol y un ibuprofeno, y me tumbé en la cama. 

El viernes, comencé a tomar ambroxol y loratadina, y me sentí un poco mejor que el jueves –hasta creí que ya había pasado lo peor de la enfermedad–, pero, en la madrugada, tuve un ataque de tos que me levantó de la cama.

El sábado, durante la mañana y la tarde, me sentí mejor que todo el viernes –incluso se me antojó un Camel–, pero pasé una noche fatal: los ataques de tos me despertaron a la una, a las dos, a las tres, a las cuatro y a las cinco de la mañana... 

El domingo continué con el tratamiento y salí un rato a tomar el sol y me puse a leer a Knausgård en la terraza, y estuve 40 minutos o algo así, y hacía un poco de viento, y luego, por la noche, ya me sentía peor: muy débil, muy cansado, con el cuerpo cortado..., y pasé una noche regular, sin tantos ataques de tos como los del sábado, pero el lunes, en cuanto puse un pie fuera de la cama, sentí la nariz tapada, un cúmulo de flemas precipitándose desde mis pulmones hasta mi garganta, los ojos hinchados, y todo el cuerpo cortado, como si alguien me hubiera hecho pedacitos con un afilado cuchillo de carnicero.

En fin, el lunes me sentí mucho peor que todos los días anteriores. 

Y, por la noche del lunes, dejé de tomar ambroxol y loratadina, y empecé a tomar celestamine, amoxicilina y dextrometorfano, y, en fin, hoy, martes, me siento peor que ayer y que todos los días anteriores: ya hasta tengo mocos y de pronto la moquera coincide con un ataque de tos, y entonces las flemas, que ascienden desde los pulmones, y los mocos, que descienden desde los cornetes nasales, convergen en mi garganta y ¡es un horror! y no puedo respirar y me pongo ansioso..., y, de la nada, mientras lamento mi suerte y me pudro en la enfermedad y me aborrezco y visualizo una noche más del carajo y que mañana voy a sentirme mucho peor que hoy, me llega a la mente el dulce perfume que te ponías hace más de 20 años, cuando nos veíamos una que otra vez, cuando recorríamos las calles de la ciudad y nos metíamos a cines y a tiendas de discos y a cafeterías, mucho antes de que conociera a mi esposa y mucho antes de que te pareciera tan intolerable la vida como para que acabaras con tu propia vida.

Qué insignificante soy. Qué insignificantes son mis preocupaciones.

Esta sensación de asfixia, de sofocamiento, esta impresión de estar a punto de morir por falta de aire, de que mis pulmones son un par de globos que alguien ha pinchado, y, sin embargo, tener en la mente el dulce perfume que te ponías hace más de 20 años, es muy extraño, una anomalía, mi forma de delirar, de estar más cerca de la muerte que nunca antes, es como salir a la superficie después de haber estado buceando incansablemente, llevando los pulmones al límite, tostado por el sol, deshidratado, a instantes de morir en un punto perdido del océano.

¿Es éste el fin?

viernes, 24 de noviembre de 2023

escozor

La oscuridad va cediendo su lugar, me anega la luz de este viernes frío y pálido, me visualizo poniéndome calcetines y suéter nada más para salir a la superficie, nada más para salir de debajo de las cobijas, nada más para abandonar la cama y pudrirme con el viento de cada segundo de la vigilia. 

Carraspeo. Me veo a mí mismo como un alienado, como alguien que no pasa su día frente a la tele, pero que igual está alienado por sus vicios y por su falta de control; como alguien que está poseído por su neurosis y por su procrastinación. Me pregunto por qué no he escrito nada que me guste en las últimas semanas. Todo lo que he hecho es comenzar a escribir varias cosas, pero no he terminado de escribir nada. Supongo que soy un desertor y que esta insatisfacción se relaciona con estar leyendo una novela que no me gusta para nada. Siempre que leo algo que no me gusta, me cuesta más trabajo escribir.  

Me desperté a las 2 am, el escozor de esta enfermedad que contraje hace dos noches me sacó de un sueño, el sueño no era tan malo, era uno de esos sueños que no le puedes contar a tu pareja, era un sueño en el que estaba con una conocida que realmente no me atrae pero que me atraía en el sueño, nada del otro mundo, pero era un sueño que me hubiera gustado soñar completo; luego me volví a acostar y me sentí febril, como cuando bebo en exceso y tengo resaca a la mañana siguiente, en cualquier momento de la madrugada en el que me despierto, pero ahora fue diferente, la resaca también es una enfermedad pero es más transitoria que el escozor en la garganta.

Ahora sólo pienso en que hace dos noches comencé con molestias en la garganta; a que, entre otras cosas, se debe a que, desde hace seis meses, o algo así, fumo otra vez y a que ayer, al volver de la calle, me salí a fumar a la terraza y hacía mucho frío y llovía, y a que de inmediato sentí un escozor en la garganta.

Quiero escribir sobre este malestar para tomarlo como referencia en el futuro, para recordarme que no debo fumar. Durante los ocho años que estuve en abstinencia de tabaco, sin contar la otra enfermedad que me llevó a muchos consultorios médicos y al quirófano, no me enfermé más de tres veces. En lo que va del año, ya me enfermé cuatro veces, a pesar de que corro entre 20 y 30 km por semana. 

domingo, 19 de noviembre de 2023

quería escribir sin prejuicios

los pájaros trinan, mi glucosa está por los cielos, estoy despierto desde hace una hora, apenas van a dar las siete y media de este domingo, ayer logré controlarme y sólo me fumé la tercera parte de un cigarrillo, llevo varias semanas controlándome y una botella de Jim Beam me duró poco más de un mes, ya no quiero fumar, ya no quiero emborracharme hasta perder la razón, ayer corrí 10 kilómetros, este mes sólo he salido a correr siete mañanas, algunos días han estado muy pesados, en esta semana salí a la CDMX y estuve en un programa de radio, me levanté de la cama hace treinta minutos, quería escribir sin prejuicios, sin sentirme vigilado por mi propia consciencia, sin estar sobre analizando cada párrafo que escupe mi mente adormilada sobre el teclado de la computadora, pero me distraje en las tonterías de siempre que forman parte de mi rutina diaria, y me perdí varios minutos en una publicación irrelevante de Facebook, en pensar con cuáles palabras quería recordarle a esa persona que me robó un libro, que no se me olvida que me robó un libro, sólo quería escribir, pero no sobre estas tonterías de Facebook y del ladrón (o ladrona) de libros, sino sobre otras cosas, quería escarbar en las profundidades de mis recuerdos recientes, como cuando no salía a correr por las mañanas y me levantaba muy temprano y vivía en otra casa en la que siempre hacía frío, y encendía la computadora y hacía un reguero y escribía con más frecuencia en alguno de mis blogs, o como cuando vivía en el departamento del quinto piso de un edificio y lo que hacía cada domingo, a primera hora, era ponerme a escribir en alguno de mis blogs, generalmente sólo escribía tonterías, no leía mucho, no me gustaba mi vida, no me gustaba ese departamento, lo que escribía era un tedio, casi como esta publicación irrelevante de Facebook que me hizo perder el tiempo, hoy sólo quería escribir sin prejuicios, descubrir por qué tengo esta sensación de haberte soñado, de haber visto tus manos muy de cerca, de haberme perdido en su superficie blanca, de haberla encontrado frágil y envejecida, como una vajilla rota de porcelana, de haber tenido la impresión de que necesitabas ayuda, de que aborrecías tu vida, de que por eso me pasabas suavemente tus manos por encima de mis manos y me echabas una mirada triste, como si quisieras que yo entendiera entre líneas que deseabas fundirte conmigo en un contacto íntimo, porque nuestras manos unidas no representaban nada secreto, eran lo que eran, como ese relato en el que escribí sobre ti, en el que eras la protagonista y estabas triste y aborrecías tu vida y sólo querías olvidarte de todo  

lunes, 21 de agosto de 2023

debo parar


Estoy metido en la preparación de una clase, leyendo tareas que les encargué a los estudiantes –la historia de la neuroquímica y de la dopamina–, pensando en cosas vagas y febriles sobre la noche de anoche, cuando una fulana, en una reunión, se me acercó –vestía unos jeans que acentuaban sus caderas, y una blusa escotada que dejaba a la vista parte de sus diminutos pechos– y empezó a platicarme que le gustaba la música de banda y la cumbia y el reggaetón, y que también le gustaba mucho el mezcal pero que tenía muchos años que no bebía porque se había excedido y se había puesto muy mal; y también estoy pensando en lo complicado que está mi horario de clases este trimestre y en que no he logrado adaptarme y en que no he podido preparar mis clases con el tiempo suficiente; y también estoy pensando en el seminario que tomé hoy por la mañana –fue sobre estrés postraumático, y la ponente nos habló sobre una terapia basada en estimulación auditiva y movimientos oculares, y también nos habló sobre optogenética aplicada a un modelo de condicionamiento al miedo en el que la estimulación de canales de rodopsina sugiere que un circuito cerebral formado por los colículos superiores y el tálamo dorsomedial puede facilitar la extinción de una memoria traumática–, y en que esta semana me enteraré si quedé en la terna de los candidatos a la jefatura de un departamento de la universidad. 

No sólo hay caos en mis pensamientos y no sólo tengo un montón de pendientes; también estoy tenso. Se me antoja un cigarrillo, y soy consciente de que ayer, al volver de la reunión en la que platiqué con la fulana de los jeans ajustados, después de casi dos horas de viaje desde El Ajusco, me fumé la mitad del último Camel que me quedaba. Ya no quiero pensar cuándo tiempo tiene que me compré esa cajetilla. 

Me concentro en la música que reproduce Alexa para mí –suena “Barbarism Begins At Home”–, y el bajo me hipnotiza, tal y como lo hicieron las caderas de la fulana con la que conversé ayer– y también me acuerdo de que en mayo de este año murió Andy Rourke, que él tenía 59 años y que padecía cáncer de páncreas, y que nunca, realmente, me han gustado The Smiths, que más o menos aborrezco a Morrisey, que soy de la misma opinión de Robert Smith: Morrisey representa una especie de intelectualismo pretencioso que consagra a muchas estrellas pop.
 
Aprieto los párpados y la quijada y los puños, y dejo todos mis pensamientos y pendientes en el caos, cierro la Mac, me levanto de mi asiento y me dispongo a salir a la calle a comprarme unos Camel Filters. 

Justo cuando pongo un pie afuera de la casa, comienza a llover. El Oxxo no está lejos, pero hay que sortear aceras con el pasto crecido, cruzar de un extremo a otro de la avenida, hay que sortear tramos de la avenida que están en reparación, hay que sortear aceras en las que hay casas de las que a veces salen San Bernardos y Pitbulls Terrier, cruzar de un extremo a otro la avenida, y también hay que sortear automóviles y camiones de carga y camiones de pasajeros que pasan a toda velocidad y que nunca jamás le ceden el paso a los peatones.

Tengo que tomar el paraguas y emprender esa odisea, el precio que debo pagar por mi dependencia al tabaco es muy alto. Aquellos casi ocho años de abstinencia, que rompí en mayo de este año, parecen un espejismo. Me cuesta mucho trabajo pensar en que, en todo ese tiempo de abstinencia, aun cuando estaba acostumbrado a fumar en ayunas y caminando y adentro de mi casa y ya tenía dedos de nicotina, ni siquiera cuando me ocurrieron cosas estresantes, nunca jamás me cruzó por la cabeza la idea de salir a la calle y tomar un paraguas y emprender una odisea para comprarme una cajetilla de Camel Filters. 

La odisea de ida me demora alrededor de quince minutos. 

En el Oxxo, le pido a la dependienta de la tienda unos Camel Filters de 25, y le pago con un billete de $200 y ella me devuelve el cambio de un billete de $100. Estoy tan concentrado en fumar que me cuesta unos segundos caer en la cuenta de que me faltan $100 de cambio. Le digo lo anterior a la dependienta de la tienda, y ella no está segura de que yo le haya pagado con un billete de $200, pero, al final, o confía en mí o acepta que me no me dio todo el cambio de vuelta, y me da un billete de $100.

Emprendo la odisea de vuelta.

Continúa lloviendo, y no puedo dejar de pensar en la fulana de la reunión de ayer –también me dijo que el vodka no le gustaba, que siempre acababa vomitándolo, y yo le dije que me pasaba lo mismo pero que me gustaba mucho el Absolut de mandarina–, ni en que, probablemente, si me la topara en otra reunión y los dos nos emborracháramos, acabaríamos mal, haciendo cosas que normalmente no haríamos sobrios, y que tendría que cuidarla y que me sentiría muy culpable y que le tendría lástima, y que, quizá, ella acabaría devolviendo el estómago y que, quizá, en ese momento –a las dos o tres de la mañana–, estaría sonando una canción horrible, cumbia, banda, reggaetón o algo así.

Finalmente, después de otros veinte minutos, regreso a la casa. 

Me vuelvo a sentar frente a la computadora, tengo una necesidad escalofriante de vaciar mis ideas sobre la odisea que acabo de emprender, en este blog –cosas que nadie leerá, excepto si me muero repentinamente–, y le pido a Alexa que continúe reproduciendo la playlist que escuchaba antes de salir a la calle, y me digo a mí mismo que, otra vez, debo dejar de fumar, que el viernes me fumé dos Camel y medio, que esa noche me bebí cuatro Victorias de 755 ml –a las cuatro de la tarde había tenido una entrevista con el Rector de la universidad–, y que me puse a escribir; y que ayer sólo me fumé la mitad de un Camel y que, mientras conversaba con esa fulana que no sólo vestía unos jeans ajustados que le acentuaban las caderas y una blusa escotada que dejaba a la vista parte de sus diminutos pechos, sino que también tenía una fabulosa cabellera negra y larga, también me bebí dos cervezas y un ron con Coca-Cola.

Suena “Velouria” –el álbum en el que viene esta canción cumplió 33 años el 13 de agosto y, por alguna razón, a pesar de que me gustan mucho los Pixies y que no sólo sigo su página oficial en Facebook, sino que también sigo a Black Francis y al mago David Lovering en sus redes sociales, raras veces los escucho y que leí sobre la noticia del aniversario de Bossanova y parece que Alexa me leyó la mente–, y la canción me recuerda también a otra fulana que escuchaba mucho a los Pixies –ella fue mi novia hace más de veinte años– y que ella también bebía mucho vodka, y que se ponía muy impertinente –se quejaba de su ex, conmigo, cuando estaba muy borracha– y que tuve que cuidarla unas cuantas veces, y que ella me cuidó unas cuantas veces.

Suspiro. La ex que escuchaba a los Pixies está totalmente fuera de mi vida. Hace dos años que ni siquiera nos felicitamos por Whats cuando cumplimos años.

Ahora me concentro en las líneas del bajo de Kim Deal –es extraño: la mayoría de las canciones de los Pixies tienen unas líneas de bajo que destacan por encima de las guitarras eléctricas, pero en esta canción las guitarras eléctricas destacan por encima del bajo–, y también pienso en que debo decirme a mí mismo, todos los días, a partir de hoy, que mi primer Camel me lo fumé a las tres de la tarde, que estuve en abstinencia durante casi ocho años, que hoy estuve en abstinencia hasta pasadas las tres de la tarde, y que debo parar. 

domingo, 30 de julio de 2023

obsolescencia programada

después de salir catapultado de un sueño con fiebre –era testigo de mi propio funeral y escuchaba a la gente hablar mal de mí y decir mentiras sobre mí, y, claramente, no podía defenderme– y levantarme a trompicones de la cama, sintiéndome totalmente borracho de sueño, noqueado, y como una bestia incapaz de coordinar sus movimientos; después de medirme la glucosa, de anotar lo que comí ayer, de lidiar con los cohetes que no han dejado de sonar esporádicamente desde que me desperté y que son una especie de estresor crónico impredecible –debe de haber una fiesta en el pueblo en el que vivo–, bajo a la cocina y les sirvo una porción de Health Science a cada uno de los gatos, que han estado maullando más o menos desde que me desperté.

Hago las cosas de los gatos que hago todos los días –alimentarlos, cambiarles el agua, servirles más croquetas, recoger su arena sucia, cambiarles la arena–, 

viernes, 28 de julio de 2023

las manos quietas


No me gusta tener las dos manos ocupadas, y menos por estar cargando algo que se bebe o que se come, y menos si estoy caminando por la calle. Aprieto la mandíbula y me trago mis pensamientos y mi coraje.

Un tipo que pasa a unos centímetros de mí, me estornuda casi en la cara. Salgo del Soriana. Me compré una botella de Coca Cola. Quiero tomarme un whisky cuando llegue a la casa. 

Subo las escaleras eléctricas, a unos metros del estacionamiento de Town Square. Me acuerdo de ese video viral que me encontré hace tiempo en Facebook en el que, en este mismo estacionamiento, un grupo de adolescentes “se peleaban”. Realmente no se peleaban, hacían como que se peleaban, se daban manotazos y puñetazos “de aire”. Había dos camionetas aparcadas junto a la entrada a Soriana por la que paso mientras asciendo a la plaza, y cuatro o cinco adolescentes se daban manotazos y puñetazos “de aire”, mientras alguien grababa todo con un teléfono celular. Lo que más me llamó la atención del video no fue el bullicio que hacían los adolescentes que “se peleaban”, sino que, de pronto, una chica bajó de una de las camionetas, apenas cubierta con una chamarra y con el trasero desnudo, a gritar y a pedirles que dejaran de pelearse. 

Con una mano sostengo la bolsa con la botella de Coca Cola y con la otra mano sostengo la bebida de Katz –un Lichi Smoothie de Gong cha–, y me pregunto qué estaba haciendo esa chica antes de que comenzara la pelea, y por qué estaba semidesnuda. 

Vuelvo al presente y me siento contaminado por los fluidos del tipo que casi me estornuda en la cara. Él no aprendió nada de la pandemia. Tantos y tantos anuncios –por radio, por televisión, por Internet, en las plazas, en las calles–, y él no entendió nada sobre el estornudo de etiqueta. Nada más de pensar en que nunca me ha dado Covid-19, en que Katz y yo somos unos de los sobrevivientes que nunca se han contagiado, y nada más de pensar que este tipo desconsiderado podría contagiarme, en el lugar más absurdo en el que alguien podría contagiarme, me da náuseas. Durante la pandemia, apenas salí lo necesario; cuando volvimos a actividades y a clases presenciales, en el trabajo, siempre me cuidé, siempre usé mascarilla y me lavé frenéticamente las manos y guardé mi distancia con colegas y con estudiantes. 

Contagiarme aquí, en una plaza, a la que salí nada más para distraerme, sería ridículo. Hoy es sábado 6 de mayo del 2023. En este semana la OMS declaró que ha terminado la pandemia por Covid-19. 

Katz y yo tomamos un Uber de vuelta a la casa. Es un Beat. Apenas meto la cabeza en el auto, el aroma a humedad me da náuseas. El auto huele a mucha humedad. Tal vez el conductor lavó los asientos y no dejó que se secaran. Tal vez algún cliente tuvo un accidente y el conductor tuvo que limpiar los asientos. Tal vez el aroma se debe a otra cosa totalmente distinta, pero, al menos, el conductor no se tardó mucho en pasar por nosotros a Town Square. 

En el viaje de la casa a Town Square, el conductor del Uber sí se tardó en pasar por nosotros. Se me ocurrió pasar al baño y después pedirlo, y tuvimos que esperarlo alrededor de 20 minutos. En otras ocasiones, pido el Uber y después voy al baño y el Uber llega casi de inmediato, y me resulta imposible no pensar en la ley de Murphy.

El Beat, con todo y su penetrante aroma a humedad que me pudre la nariz, recorre Comonfort, pasamos junto al Parque Providencia, y miro mi reloj. Son casi las seis de la tarde. Me siento un poco mal. Tengo una burbuja de aire en el pecho. Katz y yo comimos en un Toks y pedí unos camarones que tenían mucha mantequilla. La pasé muy mal durante algunos minutos, como cuando no podía comer casi nada y casi todos los alimentos y las bebidas me hacían vivir un infierno que duraba varios minutos, antes de que tuviera que pasar por el quirófano y el cirujano tuviera que suturar una parte de mi esófago con una parte de mi estómago. 

El auto avanza y trato de ignorar el malestar que me provocó la comida. Tampoco puedo evitar sentirme consumista y ruin. No me gusta salir a la calle, y mucho menos salir a comprar cosas que no necesito. Preferiría leer y escribir en casa. 

domingo, 9 de julio de 2023

el infierno de dante


El busto de Dante, a la entrada de la facultad de filosofía y letras, y que, en cierto sentido, para mí significaba que la universidad era el primer nivel del infierno de la vida adulta, tenía un carrujo de mota en la boca. Llovía y el frío calaba los huesos. Quién sabe por qué estaba allí, tal vez me había aburrido de no hacer nada y había decidido ir a una reunión del consejo general de huelga, o a lo mejor ese día había un foro en el auditorio Che Guevara y Hermann Bellinghausen iba a dar un discurso. 

Unos tipos pasaron junto a mí y vieron el carrujo de mota y se carcajearon, y uno de ellos se acercó al busto de Dante y le quitó el carrujo y se lo llevó a los labios y le dijo al otro tipo que el carrujo era de utilería. Yo no me reí, me sentí incómodo, y recordé las sabias palabras de mi abuela –“No hagas cosas buenas que parezcan malas”– que había ido de visita a la casa de mis papás hacía poco y que me había encontrado tumbado en el sillón, sin hacer nada, excepto lidiar en mi interior con mi ansiedad y ver hacia afuera las noticias de la tarde en la televisión y escuchar a algún reportero de TV Azteca desprestigiar la huelga en la UNAM, que iba a cumplir casi seis meses. 

miércoles, 5 de julio de 2023

tengo que hacer malabares para no mojarme completamente los pies


Pasan de las seis de la tarde. La lluvia se estrella contra el techo de la pequeña terraza, y me moja la cabeza y los brazos. La lluvia también se estrella contra el suelo, y me moja los tobillos. Me fumo un Camel –el primero del día–, y siento que mi pecho es una zarza ardiente, pero no puedo dejar de fumar. Doy una fumada tras otra y las gotas de lluvia me mojan una y otra vez la cabeza, los brazos y los tobillos, pero no puedo dejar de fumar. Salí a correr por la mañana –7 km– y cuando hacía una pausa, me sentía cansado pero mi mente estaba en el nirvana, y me decía a mí mismo que debía dejar de fumar, que si logré dejar de fumar durante casi ocho años, no sería tan difícil volver a dejarlo, que bastaría recordarme en el nirvana después de correr y mentalizarme a no fumar, pensar en los contras de fumar e ir paso a paso, un día a la vez.

Al mismo tiempo que estaba en el nirvana, me acordaba de algunos artículos que he estado leyendo sobre tabaquismo, sobre las alteraciones que el tabaquismo provoca en el sueño, sobre las poblaciones de los ensayos clínicos reportados en esos artículos –fumadores que fumaban seis cigarrillos al día, durante los últimos seis meses–, y también pensaba en que mi condición física no ha empeorado gravemente desde que recaí –en marzo de este año–, que sigo corriendo cada kilómetro en 4' 40'' en promedio, pero que, aun cuando, desde que recaí, nunca me he fumado más de 4 Camel al día, sí me ha costado más trabajo correr, que he sentido que me falta el aire, y que he pensado muchas veces cómo he ido aumentando mi consumo de cigarrillos: en marzo, me fumaba un Camel al día, siempre y cuando no tuviera planeado correr o nadar al siguiente día, y me bastaba con fumarme dos o tres cigarrillos a la semana, y que me puse tres condiciones: no fumar cuando estuviera lloviendo, no fumar antes de la una de la tarde y no fumar después de las seis de la tarde. 

La universidad estaba en paro y entonces otra regla era no acostumbrarme a fumar los días que impartiera clases, al volver a la casa. Pero, desde abril, mi consumo de cigarrillos ha ido aumentando. Exceptuando una semana en la que me resfrié y dejé de fumar, ahora, no sólo fumo un día antes de correr, sino que fumo el mismo día que corro, tiene más de un mes que no voy a nadar, fumo todos los días, fumo cuando vuelvo a la casa, después de haber impartido una clase, fumo después de las seis de la tarde y fumo cuando llueve y cuando la lluvia me moja la cabeza, los brazos y los tobillos, y tengo que hacer malabares para no mojarme completamente los pies. 

sábado, 24 de junio de 2023

no azotes la puerta

jon secada suena en el estéreo del Hyundai. su voz es nuestra guía espiritual en este viaje en uber de vuelta a la casa, y me siento asqueado por pensar en tonterías optimistas. el uber circula por la avenida Comonfort, Katz y yo lo esperamos apenas cinco minutos y acabamos de comer en el Toks, y el sol derrite el asfalto, como lo ha hecho en los últimos meses, y lidio con el sofocante calor, ha llovido apenas tres o cuatro veces en mayo y en junio, y el país es una caldera, pero nadie piensa seriamente en que haya alguna relación entre este calor y la tala indiscriminada de árboles y las conductas codiciosas y predadoras de las empresas que contaminan al mundo: la gente, a pesar de que tiene a su alcance la tecnología más sofisticada para informarse por sí misma, sigue siendo manipulada y sigue teniendo las mismas metas materialistas y ridículas y primitivas de todos los tiempos, desde la Revolución Industrial, y sigue creyendo en que lo único que importa, como lo obligan a creer los medios masivos de comunicación desde el Siglo XIX, es tener mucho dinero, en que no importa cómo lo obtengas ni en qué lo gastes: en que no hay nada más importante que el poder material. 

estos pensamientos automáticos y negativos sobre el mundo y la sociedad, me asquean (todavía más que mis tonterías optimistas), y me asquean de un modo irreversible; todas estas cosas que son la clase de cosas que escupe mi boca cuando generalmente desayuno con Katz y acabo de correr 7 km y me meto a la casa y ya pasó el efecto liberador del nirvana de los endocannabinoides y de las endorfinas provocado por el ejercicio, cuando acabo de medirme la glucosa y de revisar mis redes sociales en el teléfono para, según yo, matar el tiempo y apagar mi cerebro, cuando acabo de sentirme frustrado y condenado a la extinción de la humanidad porque la gente –muy a pesar de lo que plantean los cognitivos de la motivación y de la emoción: que los humanos somos altamente pensantes y que nuestras emociones, a diferencia de las emociones de los animales, son altamente cognitivas; que nuestras emociones pasan por el filtro de la cognición y del procesamiento de orden superior de la neocorteza, y que no las experimentamos sin que hayamos analizado si tienen un significado verdadero, y cortical, para nosotros–, y me amarro el cabello con una dona, y siento cómo el sudor me escurre por la frente y por la nuca, y pienso en que quizá debería cortármelo, en que está demasiado largo ya, en que la gente que no me conoce –debido a mi aspecto–, me juzga, y en que no da un centavo por mí, y en que, en lugar de analizar, con el filtro de la neocorteza –como los cognitivos proponen que hacemos–, cómo diablos es que alguien como yo ha decidido hasta ahora no sólo no tener un auto, sino no aprender a conducir, y cómo ha hecho para vestirse y para traer el cabello como le da la gana y trabajar felizmente en algo que lo apasiona, sólo ve que soy un tipo que no viste con traje y corbata y en que no tiene un corte estándar de señor.

y también pienso en que el cabello me llega ya casi hasta los hombros, y en que, desde la pandemia, cuando el chico que me cortaba el cabello desde que nos mudamos a Lerma tuvo que cerrar su negocio y entonces tuve que buscar a otro estilista y en que al nuevo estilista le dije que quería dejarme el cabello largo (ya había pensado en dejármelo largo otra vez, como cuando estudiaba la licenciatura y el doctorado), y en que, desde entonces, no me lo he vuelto a cortar como “persona de bien” –como ese estereotipo que la sociedad ha aprendido a asociar con sus decadentes y mojigatas conceptualizaciones de “productividad” y de “decencia”–, pero todo esto es un pretexto: mientras pienso en estas trivialidades, también intento ahuyentar a los espíritus de mi experiencia con el antepenúltimo conductor de uber al que pedí un servicio para volver de la universidad a la casa y al que le tuve que exigir que cancelara un viaje.

apenas me subí a su auto –¿otro Hyundai?– y cerré la puerta, tal y como lo he hecho 2 veces al día, 4 ó 5 veces por semana, desde febrero del 2021, refunfuñó y me dijo “¡no es una camioneta; no azotes la puerta!”, y entonces me sentí incómodo, y me extrañó su actitud y le pregunté qué había dicho, nada más para cerciorarme de lo que había escuchado, y nada más para darle la oportunidad de replantear sus ideas y sus emociones –dándole crédito a los cognitivos de la emoción–, pero él repitió exactamente lo que había dicho (desaprovechó la oportunidad que la había dado: no usó su neocorteza para analizar si esa emoción tenía un significado vital), con una actitud más hostil que la de la primera vez, y entonces me quedé callado durante unos pocos segundos, visualizando mis próximos quince minutos infernales de recorrido hacia la casa, con ese conductor miserable e idiota y carente de empatía, con una percepción limitada y errónea de los hechos, y le pregunté: “¿cancelamos el viaje?” y él me respondió, apenas mirándome por el espejo retrovisor, con unos ojos hostiles que revelaban el consumo de algún estimulante del sistema nervioso, “como quieras”, y entonces refunfuñé y le ordené “¡cancélalo tú!” y me bajé inmediatamente del auto y cerré la puerta, con la misma fuerza con la que cierro la puerta de cada auto al que me subo y del que me bajo cada vez que pido un uber desde hace más de dos años, y él volvió a soltar, desde su lugar detrás del volante, el sermón de nuestro primer encuentro: “no es una camioneta, bla, bla, bla”. apagué mi cerebro y me metí a la universidad. el portero de la universidad, como si se tratara de una confirmación de mis pensamientos sobre los estereotipos, me tuteó y me pidió mostrarle mi credencial. se la mostré y le dije que era profesor.

no quiero pensar en lo encabronado que me sentí entonces, cuando volví a abrir la aplicación de uber y me senté en una banca, afuera de unas aulas, apenas a unos metros de unos estudiantes que, irónicamente, conversaban sobre la violencia en la humanidad (y que me hicieron recordar a Hobbes y su idea monárquica sobre la violencia innata y sobre la necesidad de un líder –un monarca– que domesticara a la sociedad y que le enseñara cómo dominar su violencia), y tampoco quiero pensar en lo alarmante que me pareció la posibilidad de que Katz o de que alguna de mis cuñadas o tías o primas, o de que mi mamá, o de que cualquier estudiante a la que le he impartido clases, o de que cualquier persona en general, tomara un servicio de Uber con ese miserable conductor (realmente era muy poco probable que yo hubiera azotado la puerta dos veces) y de que, quizá, se sintiera intimidada, o estuviera cansada y no tuviera la agilidad mental para exigirle que cancelara el viaje y se condenara a viajar en su auto.  

en fin. no quiero pensar en lo engorroso que me resultó pedir otro viaje, ni en lo engorroso que me resultó reportar al miserable conductor anfetamínico en la aplicación de Uber. 

me concentro en la canción. la voz de secada y la música me remontan a mis trece años de edad, cuando estaba por terminar el tercer año de secundaria y mandarla al carajo, con todo y sus disciplinas ridículas y primitivas (como en las que cree la gente que confía ciegamente en las apariencias y en “las personas de bien” que le venden los medios masivos de comunicación, desde el Siglo XIX: “cásate, forma una familia, endéudate, no pienses por ti mismo, compra un auto, compra una casa, trabaja de sol a sombra”), y pienso en la chica que ocupaba todos mis pensamientos entonces. pienso en que ella tenía el cabello largo y ensortijado, y en que usaba brackets. pienso en que ella tenía una sonrisa fulminante que me hacía perder la conciencia. pienso en que ella tenía unos ojos fabulosos que me hipnotizaban. pienso en que ella tenía una voz que me robaba el aire. pienso en la forma en la que ella se pasaba el cabello detrás de sus orejas de elfo. pienso en que ella tenía un cuerpo que me provocaba vértigo. pienso en que ella olía delicioso, y en que su perfume, cuando pasaba junto a mí y su cabellera parecía suspenderse en el aire tal y como lo hacían las modelos de los comerciales de shampoos que pasaban por la tv en la década de los 90, me provocaba arritmias. su presencia –pensar en ella– me hacía sentir excitado y temeroso, capaz de todo, capaz de lograr todo, capaz de fracasar en todo, capaz de convertirme en otra persona, capaz de convertirme en la mejor versión de mí mismo, y capaz de fingir algo que no era y capaz de ser la versión más transparente de mí mismo. 

también pienso en que una vez escribí una novela en la que ella era la protagonista. pienso en que una vez envié a un concurso esa novela, y en que no pasó nada. pienso en que una segunda vez, cuando la universidad estaba en huelga y yo estaba casi en la quiebra (Katz y yo habíamos tenido un pésimo año), e iba recuperándome de una larga enfermedad que me llevó al quirófano y que me impidió rendir al máximo en el posdoc, y en que, incluso debido a mi salud, había perdido mi nombramiento del sistema nacional de investigadores, observo a Katz junto a mí, sentada detrás del conductor del uber. el sol que choca contra el asfalto en este sofocante calor, ilumina sus ojos del color del mar Caribe debajo de sus gafas de sol. ella me sonríe y nada más me pregunto qué será de esa chica que me volvía loco hace más treinta años. apago mi cerebro otra vez.

viernes, 7 de abril de 2023

no quiero escribir sobre esto, pero terminaré escribiendo sobre esto

cuenta hasta diez
acabas de romper con tu madre en Facebook
todos los días que publicabas algo
–que rompías tu récord en la carrera de la mañana,
o que tocabas una canción que aprendías a tocar 
en tiempo récord en tu guitarra eléctrica–
ella tenía que decirte 'bravo'
(¿no sabe que eres súper amargado?)

y te hacía sentir como ese niño
al que a fuerza le celebraba su cumpleaños
cada diciembre
cuando te obligaba a darle a la piñata
mientras tus tíos te prohibían escuchar 
(supuestamente en tu propio cumpleaños)
la música que te gustaba
y ponían su horrible música de borrachos 
de pulque y de cantina

rompiste con tu madre
y después de varios meses
te atreviste a dar el primer paso
y a decirle lo que pensabas
y qué cosas no te gustan

de otra manera ella no habría entendido
que ya has vivido más de cuatro décadas
y que no te gusta lo mismo que le gusta
a todo mundo

de otra manera
ella no habría entendido
nunca respetó que no tuvieras 
los mismos sueños que todos los niños
o que todos los adolescentes

y nunca respetará
que no seas como tus amigos
de la infancia
que tienen sus trabajos 
monótonos y horribles
y que tienen sus casas
y que tienen 3 hijos
y que están divorciados
y que usan sus redes sociales
para subir fotos de sus autos
o de los restaurantes en los que comen
o de los postres que devoran
o de los resorts y spas 
en los que olvidan 
temporalmente 
lo horribles y monótonas
que son sus vidas

y sabes que te arrepentirás
algún día
cuando ella ya no esté
en este mundo terrenal
y recuerdes este día
y también recuerdes las cosas humillantes que te decía
cuando estabas en la secundaria
y querías tener una novia

o cuando estabas en la prepa
y querías quedarte en casa
en lugar de ir a un salón de fiestas
a una fiesta de cumpleaños
y a subir al escenario
y a esperar a que el mago 
hiciera un truco de magia contigo
o a que el payaso
hiciera una broma contigo
y todos los niños de ocho o diez años
se desternillaran de risa
mientras tú deseabas que te tragara la tierra
y estar encerrado en tu recámara
viendo a escondidas una Play Boy
o fumándote a escondidas 
(y tosiendo)
un Raleigh sin filtro
como los que fumaban los abuelos
 
y tienes un cargo de conciencia
que te ahoga en las profundidades
de tus propios vómitos
y de tus profundos abismos

cuenta hasta diez
ponte a pensar en otra cosa
olvida que has fumado varios cigarrillos
en el último mes
olvida que rompiste una racha de casi 6 años
olvida que estar en abstinencia un día
te pone de pésimo humor

piensa en otra cosa
piensa en ella –tu alma gemela de los sueños– 
piensa en que ella dice
«de esa agua sí quiero beber»
y en cuántas cosas has escrito
(y no has terminado)
sobre las vidas paralelas
que ella y tú 
han vivido
en otros mundos paralelos

cuenta hasta diez
repite después de mí
«quisiera que todas las cosas que tengo en la cabeza 
pudieran saltar de la cabeza a la hoja de papel, 
pero debo terminar de escribir un relato que ya no me satisface» 

piensa que ese relato es el peor relato que has escrito
que le has dado mil y un vueltas, 
que es un relato con el cual ya ni siquiera te sientes conectado, 
que allí las palabras ya no fluyen
que las palabras son un yunque
como este que es un cargo de conciencia
que te sume en las profundidades
de tus propios abismos

cuenta hasta diez
que te importe un carajo 
que tu teléfono esté llegando a 
su obsolescencia programada

cuenta hasta diez
que te importe un carajo 
que pasar mil horas en el baño
y odiarte
y odiar el tiempo perdido
y odiar el malestar de la abstinencia 
de una droga que ni siquiera amas

cuenta hasta diez
cierra los párpados
duérmete

lee al Kerouac iraní
escucha a QOTSA
tómate un whiskey
fúmate un Camel
toca la Telecaster

vuelve a empezar

jueves, 6 de abril de 2023

y entonces, ¿quién le puso la inyección a tu hermana?


ayer me acosté temprano y no bebí alcohol, y hoy me desperté a las 6 y me levanté de la cama a las 6 y media –ahora mismo mi estómago gruñe, demandando mi atención, ¡como si no hubiera comido en tres semanas!–, y me sentí descansado y con suficiente entusiasmo como para levantarme de la cama y hacer las mil y un cosas que normalmente no puedo hacer, pero bastó con poner un pie fuera de la cama para que mi vejiga me dijera «¿tenías otros planes?, ¡yo tengo un plan para ti!», y tuve que iniciar con la rutina de cada día, y lo aborrecí. 

todos los días, sin importar a qué hora me despierte, en cuanto me levanto de la cama (puedo pasar media hora procrastinando en la cama, evitando pensar en todas las cosas que tengo que hacer, que no me gustan y que me cansan y que me roban al menos 40 minutos de mi día) mi vejiga, puntualmente, me hace meterme al baño a orinar, y luego de esto me lavo las manos y tengo que bajar a la cocina y meterme en el cuarto de lavado –hasta este punto, ¿cuántas veces he tenido que regresar a escribir correctamente una palabra, porque mi apraxia y porque esta neblina de furia que me cubre los ojos me impiden escribir correctamente desde el principio?– y recoger la arena de los gatos –¡hincarse, levantar el arenero, quitar una jerga, quitar dos tapetes, sacudir la jerga, sacudir los dos tapetes, mover el bote de arena nueva, erguirse, tomar la escoba, tomar el recogedor, mover el costal de basura de reciclaje, barrer, volver a hincarse, regresar la jerga y los dos tapetes a su lugar, volver a colocar el arenero en su sitio, me toma mucho tiempo!–, y luego lavarme las manos por segunda ocasión –generalmente el fregadero está atestado de trastes y tengo que hacerlos a un lado para encontrar un espacio entre ellos y arrancar el jabón de barra de su lugar y meter mis manos en el fregadero y abrir el grifo del agua y lavarme las manos–, y después servir una lata de Royal Canin en un recipiente de vidrio, buscar los tres platos de los gatos para servirles una porción de Royal Canin a cada uno –los gatos siempre comen en lugares distintos y sus platos raras veces están en el mismo sitio– y rogarles que coman, y después tengo que cambiar el agua del tazón de los gatos –normalmente ninguna jarra tiene agua y tengo que volver a hincarme y cargar el pesadísimo garrafón de 20 litros de agua y llenar dos o tres jarras con agua–, y luego tengo que volver a subir –para este punto, ya tengo mucho sueño otra vez– y meterme en el estudio y pincharme un dedo –mis dedos están tan curtidos que a veces tengo que pincharme dos o tres dedos, hasta que encuentro uno en el que sí sale una gota de sangre– y medirme la glucosa, y luego anotar mi nivel de glucosa en ayuno y hacer memoria y anotar qué comí ayer –siempre me cuesta mucho trabajo recordar qué comí, porque recordarlo me quita de la cabeza todas las ideas sobre las que quiero escribir desde que me levanté de la cama–, y luego de decepcionarme –no importa que corra dos o tres veces a la semana, no importa que nade una vez a la semana, no importa que me tome la dapaglifozina todos los días, siempre como cosas que no debo comer y siempre bebo cosas que no debo beber y siempre tengo más de 150 mg/dl de glucosa en sangre, en ayuno– salgo a encender el calentador del agua para bañarme, o me alisto para salir a correr y me pongo mi ropa de correr y luego hago unos estiramientos –cualquiera que sea la cosa que haya decidido hacer, debí abandonar mis deseos por escribir y las ideas sobre las que quería escribir cuando me levanté de la cama ya se borraron–, y luego me meto a la casa a lavar los trastes o a tomarme un vaso de agua... 

Mi estómago gruñe nuevamente –¿acaso no he comido en tres semanas?–, otra vez tengo que regresar a corregir las palabras que mi apraxia me hace escribir incorrectamente conforme voy llenando esta entrada en el blog –si aprendiste a escribir en una computadora personal o en una laptop convencional, estás condenado a no re aprender a usar el teclado de la Mac–, hoy no lavé los trastes pero Katz los está lavando y el ruido que hacen los trastes al chocar unos contra otros en el minúsculo fregadero es casi tan molesto como el ruido de la podadora que suena a lo lejos y que hace que Tracy Bonham pase a segundo término –escucho Mother, Mother desde que empecé a escribir esta entrada–, y esta neblina de furia que envuelve mis ojos y este cansancio acumulado que aprisiona mis pulmones y este sueño casi fisiológico que me persigue a todas horas, todo, todo, todo, me hace pensar que tal vez sí necesito una droga para no estar furioso y para no aborrecer la rutina y los ruidos y mis necesidades fisiológicas.

martes, 4 de abril de 2023

16: 53

Escribe sobre las cosas que tengas a tu alcance, entra en la zona con esas cosas que tengas a tu alcance, y no te detengas hasta que hayas cerrado la idea que te puso a escribir: ya después, puedes volver a leer lo que escribiste, y volverlo a escribir.

qué horrible

Qué horrible es vivir una vida de viejo, como si estuvieras aburrido de vivir mil años y tuvieras que llenar tu vida con millones de rutinas ridículas. Qué horrible es recaer y volver a fumar después de cinco años de abstinencia. Qué horrible es estar con la incertidumbre.

lunes, 3 de abril de 2023

escribe a oscuras

te despiertas con una contractura en el cuello, recordando algunas cosas que soñaste, te quedas tumbado en la cama un buen rato, deseando detener el tiempo, que todo se quede así, porque sólo puedes escribir con las luces apagadas, cuando no hay ruido, cuando está amaneciendo, cuando tu esposa continúa dormida, cuando los gatos continúan dormidos y cuando tu conciencia todavía no emerge del todo a la superficie y cuando todavía puedes escribir sin que cada palabra sea juzgada por tu conciencia

estas cosas las piensas todos los días, en cuanto despiertas, pero siempre hay un montón de rutinas que son un obstáculo y que van deslavando tus impulsos para escribir, pero hoy estás feliz. 

esto es extraño.

domingo, 2 de abril de 2023

evita el exceso

Los pájaros trinan por ahí. Su música se cuela en tus canales auditivos y genera potenciales de acción en los cilios de tus oídos internos, y estas señales eléctricas –fabulosamente transducidas, del aire, en un lenguaje que electroquímico entienden las neuronas, a partir de vibraciones de aire, con sus crestas y sus valles–, llegan a la corteza cerebral; otras ideas vagas, que son un insight y un estímulo que Proust y que los libros de psicología que hablan sobre el fenómeno Proust, envidiarían, y que podrían adoptar una forma concreta –en un párrafo, o en una oración– y abarcar doscientas páginas, sin respiro, casi como un chapuzón en el océano de las letras, saltan de tu cerebro a la pantalla de la computadora.

Estás poseído, estás vehemente, estás un poco ebrio y tu corteza prefrontal está enferma: tu mente escribe más rápido que tus dedos, pero esas ideas, que pasan por tus dedos índices –por tus torpes dedos índices: quién sabe cómo aprendieron a suturar y a hacer cirugías estereotáxicas y a fabricar diminutos electrodos que implantaste en el cráneo de doscientos millones de ratas, hace miles de años–, chocan contra la tecla incorrecta –la apraxia del habla que te persigue, hace de las suyas–, y que te hacen regresar a la palabra mal escrita que es un obstáculo que te va alejando de la idea que salta de tu cerebro; unos perros famélicos ladran a los lejos, unos niños gritan en el fraccionamiento que colinda con el patio de tu casa y tienen voces de niños pero dicen groserías como standuperos que llegan a millones de personas, y el motor de un automóvil zumba a lo lejos como una abeja que busca saciar su sed de polen en el pequeño jardín que tu esposa ha cultivado y en donde sueles salir a tomar al el sol y a leer o a estudiar, o a escribir o a tomarte un Jack Daniel's con Coca-Cola.  

Acabas de leer una novela de Bukowski y piensas que la mayoría de la gente no ha leído su obra, y que él era un misógino y que, sin embargo, también adoraba a las mujeres, y que tuvo una vida difícil y que tuvo trabajos difíciles, y que escribía cosas contundentes que ningún escritor de escuela jamás podrá escribir en su vida; y te sientes inspirado a escribir, y caes en la cuenta de que, al igual que Bukowski, adoras a las mujeres, que nunca podrías escribir nada si no estuviera relacionado con alguna mujer: tu esposa, en primera instancia; tu esposa, antes de que fuera tu esposa; algún amor platónico de la juventud; alguna cantante pop de tu infancia; alguna actriz de tu adolescencia...

Y también piensas en que, al igual que Bukowski, necesitas escribir, y que tienes que escribir sobre lo que está dándote vueltas en la cabeza, como una jaqueca, como un tumor, como una punzada, como una canción; sobre lo que está capturando tu atención: un dolor de estómago, un picor en la nariz o en la garganta; una piedrita en los zapatos... Que no puedes escribir, a destajo: que no puedes escribir por compromiso, que no puedes escribir para satisfacer a nadie; que ni siquiera puedes escribir para satisfacerte a ti mismo: que tienes que escribir, de principio a fin: que no puedes comenzar a escribir algo y luego abandonarlo: que nunca podrás retomar y sentirte satisfecho cuando retomes algo que comenzaste a escribir y que, por una u otra razón –el cansancio, otras responsabilidades, la vergüenza de haber escrito algo que no comunica lo que quieres comunicar, y que no lo comunica como quieres comunicarlo...    

Te fumas un cigarrillo, inhalas y exhalas profundamente y adivinas que mañana te costará más trabajo correr 5 ó 6 kilómetros debajo de los 5 minutos por kilómetro, o que pasado mañana te costará más trabajo permanecer debajo del agua, nadando y conteniendo la respiración, y el futuro te decepciona y entonces, para distraer tu foco de atención, mientras continúas fumándote un cigarrillo, pones en la computadora una canción de los Queens Of The Stone Age a todo volumen –para acallar tus pensamientos y el trinar de los pájaros y los gritos standuperos de los niños del fraccionamiento contiguo– y te sientes un perdedor, te acuerdas cuando fumabas varias cajetillas de cigarrillos al día, cuando fumabas en ayuno, cuando te costaba trabajo subir tres pisos en escaleras, cuando tenías resaca de tabaco: en mayo ibas a cumplir 5 años si fumar, pero te fumaste algunos cigarrillos en diciembre, antes de que Messi ganara su primera Copa del Mundo, y te has fumado algunos cigarrillos en marzo y has reconocido que el tabaquismo –y cualquier adicción– nunca te abandona: más bien, puedes estar en abstinencia, cierto tiempo... incluso años... y te parece ridículo cuando los expertos en adicciones, en el mundo académico, hablan sobre el tema sin haber lidiado, personalmente, si quiera, con adicción a la Coca-Cola. 

Y te suenas la nariz, como un heroinómano, pero eres virgen ese tema.

sábado, 1 de abril de 2023

Lichi Smoothie

Me siento electrizado por tu belleza, por tus ojos del color del Mar Caribe, por tu sonrisa que es un puñetazo en el estómago, por el contacto suave, quemante y refrescante de tus manos con las mías; por tu cabellera rizada que vuela en forma de carrusel a mi alrededor y que me hace sentir embelesado, como si estuviera en un sueño sin fin, atrapado por el efecto Proust de un perfume, pero soy un hombre horrible.

Estamos en Gong Cha por primera vez en nuestras vidas, y la gente en Town Square –principalmente, adolescentes que van en grupo o en pareja–, revisan el menú o conversan en alguna mesa, y yo no puedo dejar de pensar en la mujer que tropezó conmigo a la salida de los baños, antes de que subiéramos a Gong Cha. 

Te juro que estaba pensando en ti, en tus ojos, en tu sonrisa, en tu piel, en tu cabellera... en lo afortunado que soy por estar contigo y en que tú me soportes... pero ella –la mujer– y yo nos topamos a la salida del baño, chocamos, nuestros pechos entraron en contacto –ella traía una blusa súper escotada–, y  me avergoncé y me disculpé y ella me dijo que no había problema, y me sonrío, y me dijo que le parecía familiar, y yo le dije que no recordaba haberla visto nunca en mi vida, y ella volvió a sonreír y yo supe que se trataba de una artimaña, que nunca me había visto, y me pasó una mano en un hombro, y luego volvió a sonreír y anotó su número en un post it y me dijo que la llamara... y desapareció.

viernes, 31 de marzo de 2023

te falta aire

estás intoxicado, sucio, 
escondido en un mundo de éter y de nicotina

los párpados son una avalancha de frutas 
en la sección de mangos y de limones
del supermercado al que fuiste por la tarde

la música se abre y se cierra
en las ventanas de tu iniquidad
la música naufraga
en los confines de tu mente

rompiste todos tus récords
y estás sin aire
después de beber
después de fumar
dos o tres whiskies
dos o tres cigarrillos

tu corteza prefrontal 
está aniquilada
y estás sin aire
y tus pulmones están rotos
y buscas a gente que no deberías buscar
y te comunicas con gente a la que no deberías buscar
y haces cosas que no deberías hacer

eres un médium de las cosas prohibidas

y huyes de ti mismo
y de todo lo que escribes
y de ese párrafo que te avergüenza
y que es un muro que te impide
ver más allá

jueves, 30 de marzo de 2023

Escribo sin analizar lo que escribo

Me duele un poco la espalda. Los gatos se adueñaron de la cama y a ratos dormí en una posición incómoda. Me duele la nariz. Tengo dos barritos enterrados en la punta y en el puente de la nariz. Todavía mi conciencia no ha emergido completamente a la superficie, y las sensaciones están encima de todo.
 
Escribo sin analizar lo que escribo. Tuve 155 mg/dl de glucosa en sangre. He comido terriblemente mal durante los últimos meses: pizzas, hamburguesas, papas a la francesa, pastas... Corro dos o tres veces a la semana, entre cinco y seis kilómetros, pero eso no basta. Cuando acarreas una enfermedad neurodegenerativa que cargan tus genes, estás condenado. Debes vivir radicalmente, para estar, más o menos, como la gente sana.

Hace mucho tiempo que no me despertaba a escribir a esta hora, mucho antes de que saliera a correr por las mañanas, mucho antes de que tuviera que medirme la glucosa en ayuno todos los días, mucho antes de que nos mudáramos de casa, mucho antes de que todos los días mis días comenzaran con el pinchazo en algún dedo para medirme la glucosa, o con la vejiga a punto de estallar y exigiendo que me levantara de la cama a orinar; mucho antes de que todos los días comenzaran con alimentar a los gatos con su comida blanda y con recogerles la arena; mucho antes de que me persiguiera esta apraxia del habla que va empeorando con el paso de los días.

Escribo sin analizar lo que escribo. Algunos flashazos del sueño que tuve antes de despertar noquean mi mente. Estaba en una calle que se parecía al Centro Histórico pero que también se parecía a Santa Fe, y caminaba por allí y era como cuando salía de la secundaria y caminaba hacia la casa de mis papás, y había un montón de edificios enormes, y algunos de ellos estaban integrados en un estadio de futbol que era como El Coliseo Romano, y estaban inclinados y parecían estar a punto de caer, que un terremoto leve podría colapsarlos. 

Los gatos piden de comer, el dolor en la espalda ha menguado, los barritos en la nariz han pasado a segundo o tercer término, el sonido de la bomba del agua del vecino inunda esta habitación, algunos camiones pasan por la calle que queda detrás del fraccionamiento y el ruido de sus motores también inunda esta habitación, algunos pajaritos trinan cerca de la ventana, el sol también inunda esta habitación, una moto pasa a toda velocidad cerca que aquí, y tengo sueño.  

sábado, 25 de marzo de 2023

Bulletproof Cupid

Subo sigilosamente a la recámara, ya casi es medianoche, todos duermen en la casa, Alexa escupe “Bulletproof Cupid” por enésima ocasión en el día, a un volumen moderado; es la pista que abre el cuarto álbum de estudio de Placebo, que hoy cumple 20 años. 

Por la mañana, me enteré accidentalmente de este aniversario –tiene muchos años que no escucho a Placebo–, y he estado escuchando Sleeping With Ghosts todo el día: mientras me medía la glucosa, mientras les daba comida blanda a los gatos, mientras recogía la arena de los gatos, mientras me bañaba, mientras desayunaba, mientras tomaba el sol, mientras me daba un receso (después de estudiar un capítulo sobre la teoría del punto fijo y la teoría del ajuste y la teoría lipostática y la teoría glucostática y la lipogénesis y la adipogénesis y la regulación a corto y a largo plazo de la ingestión de alimento, en un libro de Motivación y Emoción, para mis clases de licenciatura), mientras me comía una manzana, mientras transcurría la mañana y llegaba la tarde y me alistaba para ir a nadar...

Me comía una manzana y continuaba escuchando este álbum, y recordé que siempre me ha gustado la guitarra eléctrica de “Bulletproof Cupid” y me pregunté por qué nunca había aprendido a tocarla en la guitarra. Katz me platicaba que un familiar sería intervenido quirúrgicamente de emergencia, Brian Molko cantaba “English Summer Rain”, y recordé cuando mi papá estuvo casi 3 meses en un hospital por una peritonitis, casi a la par del lanzamiento de este álbum, y, para no clavarme con la noticia, le pedí a Alexa que tocara “Bulletproof Cupid” (otra vez) y me acabé la manzana y tomé mi guitarra acústica y revisé un video en YouTube para ver cómo la tocaba Brian Molko en vivo y entonces comencé a imitarlo y a tocarla, mientras Katz pasaba a otro tema –cuánto la entusiasman las clases de natación que ha tomado desde hace casi dos meses–, y entonces la música me atrapó y me remontó al año 2003, cuando Sleeping With Ghost salió a la venta y lo escuchaba casi todos los días –no los conocía realmente, pero era una de las pocas bandas sobrevivientes de la música que había escuchado durante mi adolescencia– y, en verdad, era un idiota sin ninguna credencial académica y no sabía tocar la guitarra y no sabía qué quería hacer con mi vida; cuando le hablaba a muchas personas que ya no forman parte de mi vida; cuando una de esas personas que formaban parte de mi vida, me dejó plantado, con el corazón roto –yo me lo gané, a pulso– y con un boleto extra en la mano para el Festival Alternativo que se llevaría a cabo en El Foro Sol en noviembre del 2003 y que tendría como acto estelar a Placebo, después de Café Tacuba, después de Gustavo Cerati y después de algunas bandas como Kinky y después de algunas artistas como “la mala” Rodríguez.

Tras un par de repeticiones del video –Placebo tocaba en París, o algo así–, aprendí, más o menos, a tocar “Bulletproof Cupid”. Se acercaba la hora para ir a nadar, y Katz me acabó de contar lo que me estaba contando y luego se puso a revisar su cuenta de Instagram en su teléfono celular. Yo seguía en mi propio mundo y me acordé de algunos detalles de ese Festival Alternativo –las chicas se volvieron locas con Gustavo Cerati, sobre todo cuando cantó “Puente”, y fui terriblemente prejuicioso con él, y su actuación, incluso cuando tocó una canción de Luis Alberto Spinetta, me pareció poco relevante– y de cuánto me impresionó esta canción, con la que Placebo abrió su actuación. 

Faltaban unos cuantos minutos para que saliéramos a nadar, y no resistí a la tentación de tomar mi Jazzmaster (Brian Molko tocaba una Jazzmaster en El Festival Alternativo– y enchufarla al amplificador y grabarme con un micrófono y con mi teléfono celular y luego escuchar cómo sonaba mi interpretación de “Bulletproof Cupid”, y lo hice, y luego reproduje el video y no me gustó cómo tocaba la guitarra.

Nos fuimos a nadar y luego volvimos y después comimos, y volví a tocar la canción dos o tres veces, y, más o menos, quedé satisfecho.

Subo sigilosamente a la recámara, la canción suena, busco en el escritorio un encendedor que compré el domingo en la madrugada y mi cerebro sólo está pensando en encender un cigarrillo, en que voy a fumarme ese cigarrillo, en que voy a convertirme, temporalmente, en ese adulto joven que escuchaba Sleeping With Ghosts casi todos los días, en que romperé mi abstinencia de tabaco –el tabaquismo nunca te abandona: sólo estás en abstinencia– y en que soy otra persona, una que no sólo tiene algunas credenciales académicas y una fabulosa pareja, y que nunca va a ser plantado por nadie más, sino que, además, toca la guitarra –que, a diferencia del 2003, tiene más de cinco guitarras eléctricas que ha comprado, en lugar de comprar un auto–, y que no necesita ensayar muchas horas una canción como “Bulletproof Cupid”, pero que continúa lamentando no haber disfrutado a Gustavo Cerati –fue la única vez que lo escuché en vivo– y haber abandonado El Foro Sol cuando Placebo tocaba “Where Is My Mind?”, para haber tomado un taxi y haber escuchado al cínico taxista decirle a otros taxistas por radio “Están cayendo como manzanas del árbol”, refiriéndose a los clientes. 

lunes, 20 de marzo de 2023

el evento ha terminado

Una bandada de aves con un montón de nombres desconocidos que jamás voy a aprenderme, pían o chillan o cantan en lo alto de los árboles, mientras el sol va asomándose por el horizonte –¿acaso el horizonte es la ventana del cielo?–, pero todavía se siente la brisa de la madrugada y se me mete entre los poros y me cala los huesos como una cubetada de agua fría, y me da escalofríos y me saca del sopor zombie con el que deambulo más o menos desde las 3 de la mañana.

Estoy despierto desde las 5 am de ayer y estamos esperando un Uber en el estacionamiento de Plaza Sendero. Katz y yo salimos de aquí ayer a las 7 am y llegamos a la CDMX –al hotel Bel Air Unique– a las 8: 30. Estuvimos en el Sleep Fest 2023 desde esa hora y hasta las 18:00. Di una plática a las 11: 00 y estuve a cargo de un stand de Neurociencias, me apoyaron una docena de estudiantes de la universidad en la que trabajo –todos asistieron voluntariamente y fueron muy entusiastas– y asistí a varias pláticas. 

Después del evento, hubo una pequeña reunión y luego una cena. La cena terminó a la una de la mañana. Los sobrevivientes nos quedamos hasta las 2 am. Después de romper mi abstinencia de 5 años –y mi recaída de hace 3 meses–, me fumé un par de cigarrillos, y después de despedirnos de todos y después de conversar con personas a las que probablemente nunca les hablaré cuando esté sobrio, Katz y yo nos subimos a un Uber afuera del hotel Bel Air Unique –no había habitaciones disponibles– y buscamos un hotel dónde hospedarnos y Katz creyó encontrar uno en Patriotismo y nos fuimos a ese hotel en Patriotismo y cuando llegamos el hotel no tenía habitaciones disponibles. Nos compramos unos Lucky Strike en un un Oxxo –el vendedor levantó brevemente la manta negra que cubría todos los productos de tabaco– y nos fumamos uno cada quien, a la intemperie, mientras buscábamos otros hoteles en los teléfonos celulares y yo tenía muchas ganas de orinar. Al cabo de un par de llamadas, Katz no encontró habitaciones disponibles en ningún hotel. Toda la semana estuve pensando en reservar una habitación, pero me convencí de no quedarme más que a la cena y volver a San Mateo antes de las 10 de la noche.

Fue una estupidez. Además del Sleep Fest, el sábado hubo convención de la MOLE en el WTC –estuvieron Gabriel Chávez, Ron Perlman y Tenoch Huerta, entre otros, y lo sé porque Tenoch Huerta cobró entre $800 y $1, 600 MXN por una foto y un autógrafo, y se volvió noticia en redes sociales–, el Vive Latino en el Foro Sol y un Festival de apoyo al presidente de México, en el Zócalo. Además, el lunes, no hay labores en la mayoría de los trabajos. 

Procuro no pensar en lo cansado que estoy, en lo estúpido que fui por no reservar una habitación con anticipación, en creer que no me quedaría conviviendo hasta el final de la cena, y me enfoco en el ruido que hacen los pájaros. El ruido me remonta a unas vacaciones de verano, cuando yo iba de entrar a la universidad y mi papá nos llevó a mi mamá, a mis hermanos y a mí a un hotel en Cuernavaca y yo me levanté temprano y me salí de la habitación y caminé por ahí, sin ninguna presión, totalmente descansado, mientras me acompañaban los ruidos de las aves que estaban apostadas en lo alto de algún árbol. 

Sin embargo, el contraste de este momento –el resumen de las últimas horas– y de las vacaciones, es radical: a las 3 30 am estuvimos afuera de un hotel en Patriotismo, a las 4 30 am estuvimos desayunando en un restaurante en El Centro, a las 6 am estábamos tomando un camión en la Terminal de Observatorio, y ahora Katz y yo estamos a diez minutos de la casa, esperando un Uber, y, para mí, nuestra casa y la cama en la que dormimos, son la Tierra Prometida. 

Voy a cumplir casi 12 horas despierto, y es paradójico, porque ayer se celebró el Día Mundial del Sueño y no he dormido. Mientras el Uber llega, los párpados se me cierran, me recuerdo llevándome una cucharada con chilaquiles verdes a la boca en La Popular, tratando de no quedarme dormido en el Uber hacia el Centro Histórico, me recuerdo cantando “Amante Bandido” en un karaoke, tratando de no quedarme dormido en el Uber hacia la Terminal Poniente, me recuerdo rompiendo mi abstinencia de tabaco afuera del hotel Bel Air y escuchando una versión de corrido de “Creep” de Radiohead... 

Sólo quiero llegar a la casa, quitarme la ropa de civil, ponerme la pijama, cepillarme los dientes, lavarme la cara y tumbarme en la cama. Probablemente iré olvidando los detalles de este largo día, pero estuvo genial. Nunca había pasado una madrugada en la calle. 

viernes, 10 de febrero de 2023

Burn

Escuchas a Robert Smith, su voz te remonta a su época de guitarrista sustituto de Siouxsie & The Banshees, cuando, según Jenny Bombo y algunos periodistas de rock –de esos que parecen adolescentes y que quieren morirse porque Bjork ha postergado dos días un concierto en un lugar perdido en algún municipio de Jalisco, y a los que todo “les vuela la cabeza”–, se le ocurrió adoptar un maquillaje “oscuro”, que caracterizó a su banda en los primeros álbumes de The Cure.

Escuchas esta canción que The Cure tocó en la banda sonora de El Cuervo, quién sabe por qué recuerdas esa película de Kids, que fue una de las primeras películas que viste en VHS, y no dejas de sentir escalofríos porque la viste poco después del mundial de Francia 1998, cuando tenías una novia que te quería y que nunca correspondiste y que luego te mandó al carajo porque tú siempre pensabas en otra chica cuando estabas con ella y le escribías poemas y la engañabas y le decías que eran para ella, pero realmente eran para la otra chica, y El Cuervo era toda una novedad, y no dabas crédito: ¿Brandon Lee estaba realmente muerto...? 

Y te acabas el tercer Jack Daniels de agua mineral en la noche, y reparas en que tu día fue fabuloso, en que comenzó con náuseas –casi no dormiste porque recibiste noticias fabulosas por la noche–, pero que se compuso –incluso el conductor de Uber escuchaba a Los Fancy Free y a Billy Eilish– y diste una clase y te pusiste a escribir un artículo científico durante cuatro horas, y sonreíste a todo mundo, y te llevaste bien con los estudiantes a los que les diste clase, y no dejaste de pensar en que tu vida podría dar un giro de 180º, y crees que serías capaz de sonreírle a todo mundo, todos los días, por el resto de tu vida, y la semana ha sido fabulosa –y te preguntas si este viaje semanal es el viaje de un opiáceo; si, en realidad, no estás escuchando “Where did you sleep last night?” y no es viernes y no estás medio borracho y no tienes aversión al sabor, sino que ya estás muerto, bien frío, en el paraíso, y que el paraíso es un espejismo y que en realidad estás muerto y no es que no hayas peleado con nadie y que hayas disfrutado cada segundo de tu vida. 

Pero el whiskie se termina, la canción se termina, y te dices “¿Qué será de esa chica que me enloquecía en la secundaria...?, ¿aún conservará su espectacular melena rizada de Ricky Martin...?, ¿cuánto tiempo habrá tenido brackets...?, y devuelves el estómago y apenas llegas al baño, justo cuando Kurt Cobain se desgañita en Alexa y suena a todo volumen el MTV Unplugged In New York y piensas en cómo habría sonado ese cover de Ledbelly –que Mark Lanegan ya había usurpado en su álbum debut–, si él no hubiera sido tan underground y tan orgulloso, y si hubiera aceptado la invitación de Cobain: cómo habría sonado esa canción con dos voces: la de Cobain y la de Lanegan, en los estudios MTV en New York...

... y piensas en un tweet que acabas de borrar, y tratas de pensar en qué habías tuiteado, y un escritor que admiras, y un guitarrista que admiras, acaban de seguirte en twitter, y tus conocidos no dan un centavo por ti, y Layne Staley canta “Rooster” y Reznor canta “Closer” y los perros ladran, y la noche abre sus amplias quijadas y te remonta a esas largas noches de amplias quijadas de tu infancia y quieres un cigarrillo y quieres más whiskey... 

sábado, 4 de febrero de 2023

el suéter al revés

Hace una semana acababas de correr a esta hora, y en los audífonos sonaba “Amazing” y la música te remontaba al verano de 1994, cuando pasabas una gran parte de todos los días viendo sitcoms y videos musicales por la televisión, descubriendo a Metallica y a Guns N' Roses, y agradeciéndole a la vida salir del infierno de la secundaria y dejar atrás a las mentes cerradas de la secundaria.

Hace una semana acababas de correr a esta hora, y la voz de la mujer de la aplicación de Nike te decía por los audífonos tu tiempo total y tu tiempo por kilómetro y Steven Tyler cantaba Tryin' to walk through the pain y un ataque de tos te doblaba y te orillaba a maldecir tu suerte, a preguntarte por qué te habían contagiado todos tus familiares cercanos que estuvieron enfermos desde noviembre y que se fueron turnando de tal modo que a ti te tocó enfermarte en los primeros días del 2023.

Hace una semana acababas de correr a esta hora, y estabas por detener la música y por detener la aplicación de Nike, cuando el aroma de los hotcakes de una de las casas de una de las callecitas del fraccionamiento se te metía en la nariz y te abría el apetito, cuando te llegó la notificación de un correo-e: “Estimado Dr., espero que se encuentre bien. Tengo el agrado de notificarle que resultó ganador de la evaluación curricular...”

Tras recibir esta noticia, te dio taquicardia. Y tuviste que leer otra vez el correo. Y respiraste profundamente. Y no dabas crédito. No esperabas la noticia tan pronto. Apenas 24 horas atrás habías tenido tu prueba (una clase de 10 minutos sobre las bases biológicas de las emociones) frente a la comisión dictaminadora. Te parecía un sueño, te tallaste los ojos, necesitabas una confirmación, que alguien te diera un pellizco para hacerte saber que no se trataba de un espejismo, de una mezcla de las endorfinas y de los endocannabinoides que circulaban en tu sistema después de haber corrido 5 kilómetros, que realmente habías ganado la convocatoria en la que participaste –y que es la segunda en la que participaste y la segunda que ganaste–, que volverías a tener la oportunidad de impartir clases en la universidad durante los próximos tres meses.

Le contaste a Katz y te dijo que ya sabía que ganarías, que debías confiar más en ti mismo, y pensaste | Carajo, si a veces no importa que tengas el perfil deseado, ni que tengas muchos años de experiencia y varias publicaciones y que seas bueno en lo que haces y que lo disfrutes y que te lo reconozcan, sino que importan otras cosas que no necesariamente son académicas | pero te quedaste callado y luego desayunaron y por la tarde fueron a Metepec a comer a un restaurante de antojos colombianos, y ella pidió una sopa de ajiaco y tu pediste una punta de anca, y se tomaron unos refrescos colombianos. 

Luego caminaron por un tianguis de artesanías y de diseñadores mexicanos y se compraron unos aretes y unos anillos y unos postres, y, en el fondo, mientras pasaban todas estas cosas y recordabas otras ocasiones en las que han estado en Metepec –cuando recién se mudaron de la Ciudad de México, en diciembre del 2018, cuando tu familia vino, a principios del 2022, y cuando Katz y tú vinieron en octubre del año pasado– y seguías sin creer que, en menos de una semana, hubieras cruzado la delgada línea entre no tener empleo y tener un empleo, siempre haces las cosas que te apasionan, pero no siempre tienes un sueldo por hacerlas.

Ahora, sábado 4 de febrero, estás en el traspatio de la casa. Tomas el sol y escuchas a The Black Tones, y no saliste a correr, pero ya hiciste mil cosas –recogiste arena de los gatos, lavaste trastes, limpiaste las ventanas y los espejos de la casa, sacudiste los muebles de la sala–, y ya te quejaste por hacerlas y por tener la impresión de que te quitan tiempo, que no te dejan escribir, que ocasionan que se te olviden las cosas sobre las que quieres escribir, y no dejabas de pensar y de quejarte, mientras lavabas los trastes y te quitabas la chamarra y luego te recogías las mangas del suéter y maldecías el frío y el agua que te helaba las manos, en cómo se te van las mañanas haciendo estas cosas que no son realmente trascendentales, y en cómo todas estas cosas, que no son realmente trascendentales, te impiden escribir, pero nada de lo anterior tiene sentido: tienes una mujer fabulosa, unos gatos geniales, un empleo –no importa si a otras personas les abren las puertas y si tú tienes que buscar las llaves y entrar por la ventana–, ya casi no tienes tos, y ya escribiste algunos párrafos. 

viernes, 27 de enero de 2023

fabuloso té chai

 


Quisiera repetir esa experiencia, inventar algo que no pasó, algo que no pasaría ni siquiera en una realidad paralela y remota, cuando te vi de reojo, hace muchas semanas, un lunes, en una cafetería, cuando tu mirada y la mía se cruzaron durante unos segundos y sonreíste (¿o no?) y luego bajaste la mirada y te llevaste una mano al cabello y te pasaste el cabello por detrás de la oreja (¿o no?), mientras conversabas con otras mujeres en una mesa y la tarde y su monotonía agonizaban y no pude evitar sentirme atrapado por un poder magnético que irradiabas, cuando me senté en una mesa y espere mi té chai y también esperé a que se esfumaran todos los espectros del pesimismo que dan vueltas por mi cabeza, pero sólo continuaba viéndote de reojo, imaginando qué pasaría si nos encontráramos en otras circunstancias, si yo me acercaría a ti y te preguntaría tu nombre, si tú me preguntarías para qué quieres saber mi nombre, si me sonreirías y me lo dirías, si me mandarías a volar, si no me atrevería a hacerlo y me metiera al baño y de pronto te metieras al baño y nos volviéramos los protagonistas de una novela de Irvine Welsh y si Galerías Toluca e convirtiera en un pub escocés y si en lugar de estar tomando chai y café estuviéramos tomando Guinness.

Pero es mi imaginación enferma que no logra ignorar a todos estos espectros del pesimismo que merodean mi mente. 

miércoles, 18 de enero de 2023

el sol está de mal humor


es miércoles

y quisiera hacer un millón de cosas
pero los deberes son más importantes
hay que alimentar a los gatos
hay que hacer el ritual de sangre en ayuno
hay que recoger la arena de los gatos
hay que barrer el cuarto donde está el arenero de los gatos
hay que lavarse las manos 
hay que orinar
hay que lavarse las manos
hay que cepillarse los dientes
hay que lavar los trastes

y el frío no da tregua
el agua está helada
el suéter que me cubre del frío
me estorba

el sol está encabronado
o castigado en un rincón
a la vista de nadie
detrás de los cerros de nubes
pensando en lo que hizo mal
en por qué lo mandaron al otro lado del mundo
si de este lado estábamos pasándola muy bien

quisiera que fuera domingo 
que el sol anegara mi alma
que sus rayos estallaran en mi corazón
que me hicieran perder el aire
que me hicieran sudar cuando corro
y la aplicación en el teléfono
me dijera
que he corrido 5 kilómetros en 23 minutos
y que cada kilómetro lo he corrido en 4 minutos y 40 segundos

quisiera que fuera domingo
y estar corriendo y que el sol tostara mi piel
y que esta canción de las mariposas inundara mis canales auditivos
(una canción de una banda de garage que se llamaba candy)
y que después de un kilómetro
reparara en la camioneta que se estaciona a tres casas de donde vivo
y que unos hombres bajan de la batea una mesa
y que el olor de la carne asada de una reunión dominical
escociera mis fosas nasales
y que pensara en que la gente se reúne en domingo
y en que a veces yo mismo me reunía con mi familia en domingo
y en que hace muchos años salía a jugar futbol con mi familia en domingo
y en que iba a chacharear a un tianguis
y en que me pasaba la tarde viendo películas de la mafia
o jugando play station con mis primos
o escuchando los relatos de las peleas de box de mi abuelo


quisiera que fuera domingo
pero es miércoles
y no hay sol
el sol está encabronado en alguna parte
y hay que hacer un montón de cosas horribles

domingo, 15 de enero de 2023

yolcaxipehua



qué frío hace
el frío entra por la mente
es un bisturí que penetra la piel
y que se esparce en la sangre
como una canción tóxica
que no sabes por qué 
estás cantando todo el día
que tienes pegada en la lengua
como una herida que no puedes
dejar de lamerte

el frío es horrible 
suspende las ideas en el insomnio
las esposa con pesadas cadenas a la cama
y convierte la cama en un refrigerador 
en una losa de concreto
mientras los segundos son eones
y los pensamientos calientes agonizan
como un pescado
 
el frío es un asesino
abre el cerebro
desuella
bufa
se encabrona
y el alma y los brazos y las piernas
tiritan en la inmovilidad
en el vacío de la mañana


martes, 10 de enero de 2023

podría escribir mil cosas, y más


puedo escribir mil cosas, y más, aquí, y esas mil cosas, y más, podrían ser mejores que las mil cosas, y más, que tú lees a diario porque una estrella de rock de las letras te dice que las leas, y podrían hacer click con una parte de tu vida, podrían remontarte a una etapa de tu vida que añoras, podrían volarte la cabeza, podrían provocarte lo mismo que te provoca tu canción preferida, esa que no dejas de escuchar, esa que te vuelve loco, que te hace sentir bien, que te hace ignorar todas las cosas malas que te pasan, que te hace olvidarte que estás desempleado, que es como si condujeras un F1 y de pronto te dijeran que necesitan a un ciclista para que le enseñe a unos alumnos a conducir un triciclo, o, todo esto que voy escribiendo, podría hacerte sentir muy mal, recordarte que no importa cuánto te esfuerces, cuántos sacrificios hagas, cuántas horas de estudio inviertas, cuántas fiestas y cuántos placeres rechaces, que, al final, lo único que hace la diferencia es tener un contacto.

puedo escribir mil cosas, y más, aquí, y en otros blogs, y en otros lugares –libretas, archivos en Word, archivos en Pages–, pero, si una estrella de rock de las letras no te dice que lo leas, no lo vas a leer, aunque estés hasta la madre de lo que escribe y de lo que recomienda esa estrella de rock de las letras, aunque no te identifiques con la literatura que escribe o que recomienda esa estrella de rock de las letras, y, si empezamos por entender por qué lees, la situación se complica todavía más: ¿lees porque quieres ser una estrella de rock de las letras?, ¿lees porque crees que tienes talento para escribir?, ¿lees porque te gusta olvidarte de la realidad?, ¿lees porque te gusta aparentar que tienes cultura?, ¿no lees, pero dices que lees?, ¿no lees, pero compras los libros que las estrellas de rock de las letras te recomiendan, para que no parezcas inculto...?

puedo escribir mil cosas, y más, aquí, pero nunca vas a leerme (mientras siga vivo... incluso si me conoces en persona). somos así: animales mórbidos, atraídos por la muerte como la basura atrae a las moscas; animales de apariencia: nos gusta parecer pero no nos gusta ser; animales sin tiempo, que lavan trastes todo el día, que trabajan para tener un techo y comida, que van al baño, que se enferman, que desean lo que tienen otros pero que no quieren matarse para conseguir lo que tienen los demás; no tenemos tiempo para leer, ni para descubrir, ni para formarnos nuestro propio criterio...