jueves, 31 de octubre de 2024

You're In The Jungle, Baby


Volví al departamento después de tener un día malo. Me tumbé boca abajo en la cama. Yoko, la gatita, se me subió en la espalda. Ronroneó. Sentí un alivio momentáneo, la normalidad que no había sentido más que dos o tres veces, brevemente, cada día, desde casi un año. Tantos medicamentos, tantas consultas médicas, tantos recorridos en el metro desde la universidad hasta el Hospital Ángeles. Todo comenzó una noche del 2014. El mundial de futbol estaba terminando, había adquirido la costumbre de beber y de fumar y escribir. Escuchaba a Cloud Nothings y de pronto sentí atorado algo en la garganta. Carraspeé varias veces, sólo sentía algo atorado en la garganta, el alcohol y la mota me malviajaron. Empecé a ponerme ansioso. Tomé agua, la sensación se intensificó, no podía ignorar que sentía algo atorado en la garganta, carraspeaba una y otra vez, la sensación seguía allí, Cloud Nothings se convirtió en una banda de terror, pasé la peor noche de mi vida. Las interminables noches con gastroenteritis, tumbado en la cama, hecho ovillo, con un intenso dolor abdominal, incapaz de ignorar el dolor, contando cada segundo hasta el amanecer, comparadas con el ERGE, eran una simple cortada de papel en un dedo, una raspada en la rodilla por haber tropezado. 

Yoko seguía ronroneando. El sol entraba por la ventana. Iban a dar las dos de la tarde. Había salido de la universidad muy temprano, todo el camino a pie desde el Edificio S hasta Rojo Gómez me la pasé carraspeando, tragando saliva, sintiendo cómo la saliva no paraba, mi garganta estaba llena de saliva y de flema, como cuando estás acatarrado y no te cuidas y todo el tiempo estás tragando saliva y flema, excepto que yo no estaba acatarrado, tenía ERGE, me costó visitar a un par de especialistas y someterme a una endoscopía en un sanatorio de la Colonia del Valle, obtener ese diagnóstico. El primer médico, un hombre tan obeso que apenas podía respirar, me preguntó cuáles eran los síntomas. Cuando terminé de describírselos, me recetó clorfenamina compuesta y me dijo que lo más seguro era que tuviera faringoamigdalitis, que seguramente mi estilo de vida era muy sedentario, que seguramente fumaba tabaco todo el día, que seguramente bebía alcohol a todas horas, que seguramente sólo comía en el McDonald's... Ya sabes, esa clase de cosas que te dicen los médicos que creen que todas las personas somos genéricas.
  
La caminata hasta Rojo Gómez me había dejado exhausto. Me dolía la garganta, la tenía irritada por estar incesantemente tragando la saliva y la flema que generaba incesantemente mi sistema nervioso autónomo como respuesta a los jugos gástricos que ascendían desde el estómago y que quemaban el esófago. El gastroenterólogo ya me había advertido que no podía vivir eternamente en esas condiciones, que la constante erosión del esófago provocaría esofagitis y que la esofagitis podría provocar un tumor cancerígeno. Tumbado en la cama, con Yoko en mi espalda, sintiendo su cuerpo y sintiendo cómo los rayos del sol atravesaban la ventana, me pareció tan triste que Guns N' Roses fuera a dar un concierto esa tarde y que Lizzie y yo tuviéramos boletos de Zona General y que yo me sintiera del carajo. Después de más de veinte años, Axl y Slash volvían a subirse juntos a un escenario, Guns N' Roses era la primera banda de rock que me había vuelto loco en la adolescencia –el video de “Estranged” que pasaban constantemente en la tele en el verano de 1994, había cambiado mi switch sobre el significado de la música–, y ése sería el primer concierto de Guns N' Roses al que asistiría. Pero me sentía mortalmente cansado. 

Como casi todos los días previos durante casi un año, había ido a la universidad, había sobrevivido a las náuseas y había intentado trabajar, ni siquiera podía permanecer concentrado más de cinco minutos, los ataques de ansiedad provocados por las náuseas me obligaban a salir del cubículo y caminar y despejar mi mente. Mi vida era horrible. No le veía el fin a esa tortura, a sentirme del carajo, sin ganas de nada, considerando la posibilidad de regalarle los boletos a alguien más.

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