Todavía siento calambres en la espalda, en el hombro, en el brazo y en la mano derechas, estos calambres explotan esporádicamente, aparecen de pronto y se quedan allí algunos segundos, lo suficiente para capturar toda mi atención. Son como alfileres y agujas, parecidos a una mononeuropatía, son como un puñado de hormigas ponzoñosas que avanzan a toda prisa desde el hombro hasta las puntas de mis dedos y que picotean todas esas partes de mi cuerpo, son como las descargas eléctricas de una anguila.
Los calambres, la sensación de alfileres y agujas, de picaduras de hormigas ponzoñosas, de una descarga eléctrica de anguila, aparecen en la espalda, el hombro y la mano derechas y luego llegan hasta las puntas de los dedos y allí se sienten como una quemada punzante. Ya no sé si algún día, sin darme cuenta, habré dejado de sentirlos. Ya no sé si llegará una noche en la que estos calambres no estén despertándome, interrumpiendo mis sueños, como este sueño en el que estaba con uno de mis hermanos, quién sabe por qué él sabía que Black Francis vivía en un departamento en la CDMX y quién sabe por qué íbamos a buscarlo, y caminábamos por varios pasillos oscuros y bodegas, y luego llegábamos al departamento y yo veía al cantante de los Pixies cuando se asomaba por la ventana del departamento mientras mi hermano tocaba la puerta, y de pronto ya volvíamos a caminar por los pasillos oscuros y bodegas –ahora que lo pienso mejor, todo, en sí, parecía un video de Michael Jackson– y hablábamos sobre Black Francis, que tal vez no nos había abierto la puerta de su departamento porque estaba desnudo.
Ya no sé si estos calambres y esta comezón y este dolor punzante desaparecerán algún día, ya no sé si podré volverme a sentir. Alfileres y agujas.
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