Había salido a jugar futbol por la mañana con tus amigos, en ese paraje de pasto junto a Chapultepec y Constituyentes, como veníamos haciendo desde poco más de dos meses cada domingo, y ellos se lo tomaban muy en serio, iban con jerseys de sus equipos favoritos y con sus tachones Adidas, y hasta tenían porterías que habían mandado a hacer con un herrero, y no eran de tamaño oficial pero tenían un buen tamaño y se veían muy profesionales, hasta tenían redes, y uno de ellos llevaba el balón oficial de la Liga de futbol. En otra época, ellos y yo nos habríamos llevado muy bien, tal vez si los hubiera conocido cuando era Profesor Visitante, o hasta cuando era posdoc o estudiante de doctorado, pero cuando los conocí no era una buena época para mí.
Fuimos juntos al kínder y a la primaria y dejamos de vernos toda la secundaria, toda la prepa y toda la universidad, y apenas nos habíamos visto una vez en un camión de pasajeros, tal vez en 1997, en los primeros días en la Facultad de Psicología, en Ciudad Universitaria, tú me dijiste que estudiabas en una universidad de esas que sólo conocía uno en los anuncios del periódico, y luego nos habíamos encontrado otra vez en una reunión de nuestras familias en el 2006, y entonces yo tenía pocos meses sin hacer absolutamente nada en la academia, en octubre del 2004 había realizado mi examen de grado de la licenciatura y a principios del 2005 había pasado por la Ibero como Profesor de Asignatura y en el verano del 2005 había hecho un tonto viaje relámpago a Playa del Carmen, más bien por la insistencia de Lulú –ella y Mike necesitaban a alguien que les ayudara a pagar la renta del departamento en el que vivían, y yo fui un idiota que mordió el anzuelo y que estuvo allí un par de semanas y que no hizo otra cosa más que fumar y caminar por la playa y leer al aburridísimo y petulante Javier Marías–, y, en fin, durante casi diez años no había sabido nada de ti y en esos diez años había vivido cosas estupendas, pero justamente en esa época en la que jugábamos futbol cada domingo con tus amigos en un paraje de pasto junto a Chapultepec y Constituyentes, todo se había ido al carajo: Lulú ya era historia para mí, yo era historia para Lulú, no tenía dinero, no tenía jerseys de los Pumas, no tenía tachones Adidas, no estaba pasándola nada bien y no tenía claro nada sobre mi vida, más bien me decía a mí mismo que estaba en un periodo de transición.
Lavaba mis viejísimos tennis, unos Vans que tenía desde la prepa y que usaba para jugar futbol, también había tenido unos Lotto de futbol rápido que habrían sido geniales para llevármelos cada domingo a jugar con tus amigos pero quién sabe dónde estaban, tal vez mi mamá los había regalado o tirado a la basura, había conseguido un absurdo trabajo temporal de un par de días, estaba por salir a la terminal de autobuses de Observatorio, haría un viaje relámpago a Morelia, entregaría unos documentos para una licitación de obra pública, y, mientras mis manos sujetaban el cepillo y tallaban las agujetas, me preguntaba qué diablos ocurría conmigo, por qué estaba estancado, tú y yo éramos de la misma edad, habíamos sido súper amigos en una etapa lejana, nos habíamos encontrado en un camión de pasajeros en los primeros días de mi vida universitaria, y al cabo de todo ese tiempo las cosas habían cambiado mucho: tú tenías un trabajo estable, un auto propio y unos amigos que se tomaban en serio el futbol y que se divertían cada domingo; yo no tenía nada, excepto un título de licenciatura que reflejaba dos o tres años de trabajo experimental en cajas operantes de Skinner, que había involucrado muchos días laborales, muchos fines de semana, muchos días feriados y una que otra Navidad y Año Nuevo. ¿Te envidiaba? Entonces no lo veía así, no lo sentía así, más bien me veía a mí mismo en un periodo de transición, pero, en retrospectiva, sí. Pero no te envidiaba por tu trabajo estable o por tu auto propio, ni siquiera por tus amigos que habrían sido amigos geniales para mí en otra época. Te envidiaba porque representabas todo lo que yo no quería hacer, todos mis conflictos con la sociedad, con el capitalismo y con el trabajo. Te envidiaba porque habías entrado al juego de la vida. Yo me rehusaba a seguir la corriente, a convertirme en un zombie de la sociedad, a hacer cualquier cosa lucrativa, a dedicar mi vida a una actividad esclavizante que el dinero me permitiera tolerar.
He tenido momentos mejores desde entonces, he tenido momentos malos desde entonces, pero éste sería el momento ideal para vernos otra vez y para ir a jugar futbol con tus amigos otra vez. Pero supongo que algunos ya son abuelos o bisabuelos, tal vez algunos tienen hijos en la universidad, tal vez otros están en pésimas condiciones físicas o ya murieron. Yo salgo a correr desde hace más de tres años, al menos tres veces por semana. Apenas el viernes corrí 7 kilómetros. En promedio corrí cada kilómetro por debajo de 5 minutos. Ha habido meses en los que corro diariamente 10 kilómetros y cada kilómetro, en promedio, en 4' 24''.
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