domingo, 30 de julio de 2023

obsolescencia programada

después de salir catapultado de un sueño con fiebre –era testigo de mi propio funeral y escuchaba a la gente hablar mal de mí y decir mentiras sobre mí, y, claramente, no podía defenderme– y levantarme a trompicones de la cama, sintiéndome totalmente borracho de sueño, noqueado, y como una bestia incapaz de coordinar sus movimientos; después de medirme la glucosa, de anotar lo que comí ayer, de lidiar con los cohetes que no han dejado de sonar esporádicamente desde que me desperté y que son una especie de estresor crónico impredecible –debe de haber una fiesta en el pueblo en el que vivo–, bajo a la cocina y les sirvo una porción de Health Science a cada uno de los gatos, que han estado maullando más o menos desde que me desperté.

Hago las cosas de los gatos que hago todos los días –alimentarlos, cambiarles el agua, servirles más croquetas, recoger su arena sucia, cambiarles la arena–, 

viernes, 28 de julio de 2023

las manos quietas


No me gusta tener las dos manos ocupadas, y menos por estar cargando algo que se bebe o que se come, y menos si estoy caminando por la calle. Aprieto la mandíbula y me trago mis pensamientos y mi coraje.

Un tipo que pasa a unos centímetros de mí, me estornuda casi en la cara. Salgo del Soriana. Me compré una botella de Coca Cola. Quiero tomarme un whisky cuando llegue a la casa. 

Subo las escaleras eléctricas, a unos metros del estacionamiento de Town Square. Me acuerdo de ese video viral que me encontré hace tiempo en Facebook en el que, en este mismo estacionamiento, un grupo de adolescentes “se peleaban”. Realmente no se peleaban, hacían como que se peleaban, se daban manotazos y puñetazos “de aire”. Había dos camionetas aparcadas junto a la entrada a Soriana por la que paso mientras asciendo a la plaza, y cuatro o cinco adolescentes se daban manotazos y puñetazos “de aire”, mientras alguien grababa todo con un teléfono celular. Lo que más me llamó la atención del video no fue el bullicio que hacían los adolescentes que “se peleaban”, sino que, de pronto, una chica bajó de una de las camionetas, apenas cubierta con una chamarra y con el trasero desnudo, a gritar y a pedirles que dejaran de pelearse. 

Con una mano sostengo la bolsa con la botella de Coca Cola y con la otra mano sostengo la bebida de Katz –un Lichi Smoothie de Gong cha–, y me pregunto qué estaba haciendo esa chica antes de que comenzara la pelea, y por qué estaba semidesnuda. 

Vuelvo al presente y me siento contaminado por los fluidos del tipo que casi me estornuda en la cara. Él no aprendió nada de la pandemia. Tantos y tantos anuncios –por radio, por televisión, por Internet, en las plazas, en las calles–, y él no entendió nada sobre el estornudo de etiqueta. Nada más de pensar en que nunca me ha dado Covid-19, en que Katz y yo somos unos de los sobrevivientes que nunca se han contagiado, y nada más de pensar que este tipo desconsiderado podría contagiarme, en el lugar más absurdo en el que alguien podría contagiarme, me da náuseas. Durante la pandemia, apenas salí lo necesario; cuando volvimos a actividades y a clases presenciales, en el trabajo, siempre me cuidé, siempre usé mascarilla y me lavé frenéticamente las manos y guardé mi distancia con colegas y con estudiantes. 

Contagiarme aquí, en una plaza, a la que salí nada más para distraerme, sería ridículo. Hoy es sábado 6 de mayo del 2023. En este semana la OMS declaró que ha terminado la pandemia por Covid-19. 

Katz y yo tomamos un Uber de vuelta a la casa. Es un Beat. Apenas meto la cabeza en el auto, el aroma a humedad me da náuseas. El auto huele a mucha humedad. Tal vez el conductor lavó los asientos y no dejó que se secaran. Tal vez algún cliente tuvo un accidente y el conductor tuvo que limpiar los asientos. Tal vez el aroma se debe a otra cosa totalmente distinta, pero, al menos, el conductor no se tardó mucho en pasar por nosotros a Town Square. 

En el viaje de la casa a Town Square, el conductor del Uber sí se tardó en pasar por nosotros. Se me ocurrió pasar al baño y después pedirlo, y tuvimos que esperarlo alrededor de 20 minutos. En otras ocasiones, pido el Uber y después voy al baño y el Uber llega casi de inmediato, y me resulta imposible no pensar en la ley de Murphy.

El Beat, con todo y su penetrante aroma a humedad que me pudre la nariz, recorre Comonfort, pasamos junto al Parque Providencia, y miro mi reloj. Son casi las seis de la tarde. Me siento un poco mal. Tengo una burbuja de aire en el pecho. Katz y yo comimos en un Toks y pedí unos camarones que tenían mucha mantequilla. La pasé muy mal durante algunos minutos, como cuando no podía comer casi nada y casi todos los alimentos y las bebidas me hacían vivir un infierno que duraba varios minutos, antes de que tuviera que pasar por el quirófano y el cirujano tuviera que suturar una parte de mi esófago con una parte de mi estómago. 

El auto avanza y trato de ignorar el malestar que me provocó la comida. Tampoco puedo evitar sentirme consumista y ruin. No me gusta salir a la calle, y mucho menos salir a comprar cosas que no necesito. Preferiría leer y escribir en casa. 

domingo, 9 de julio de 2023

el infierno de dante


El busto de Dante, a la entrada de la facultad de filosofía y letras, y que, en cierto sentido, para mí significaba que la universidad era el primer nivel del infierno de la vida adulta, tenía un carrujo de mota en la boca. Llovía y el frío calaba los huesos. Quién sabe por qué estaba allí, tal vez me había aburrido de no hacer nada y había decidido ir a una reunión del consejo general de huelga, o a lo mejor ese día había un foro en el auditorio Che Guevara y Hermann Bellinghausen iba a dar un discurso. 

Unos tipos pasaron junto a mí y vieron el carrujo de mota y se carcajearon, y uno de ellos se acercó al busto de Dante y le quitó el carrujo y se lo llevó a los labios y le dijo al otro tipo que el carrujo era de utilería. Yo no me reí, me sentí incómodo, y recordé las sabias palabras de mi abuela –“No hagas cosas buenas que parezcan malas”– que había ido de visita a la casa de mis papás hacía poco y que me había encontrado tumbado en el sillón, sin hacer nada, excepto lidiar en mi interior con mi ansiedad y ver hacia afuera las noticias de la tarde en la televisión y escuchar a algún reportero de TV Azteca desprestigiar la huelga en la UNAM, que iba a cumplir casi seis meses. 

miércoles, 5 de julio de 2023

tengo que hacer malabares para no mojarme completamente los pies


Pasan de las seis de la tarde. La lluvia se estrella contra el techo de la pequeña terraza, y me moja la cabeza y los brazos. La lluvia también se estrella contra el suelo, y me moja los tobillos. Me fumo un Camel –el primero del día–, y siento que mi pecho es una zarza ardiente, pero no puedo dejar de fumar. Doy una fumada tras otra y las gotas de lluvia me mojan una y otra vez la cabeza, los brazos y los tobillos, pero no puedo dejar de fumar. Salí a correr por la mañana –7 km– y cuando hacía una pausa, me sentía cansado pero mi mente estaba en el nirvana, y me decía a mí mismo que debía dejar de fumar, que si logré dejar de fumar durante casi ocho años, no sería tan difícil volver a dejarlo, que bastaría recordarme en el nirvana después de correr y mentalizarme a no fumar, pensar en los contras de fumar e ir paso a paso, un día a la vez.

Al mismo tiempo que estaba en el nirvana, me acordaba de algunos artículos que he estado leyendo sobre tabaquismo, sobre las alteraciones que el tabaquismo provoca en el sueño, sobre las poblaciones de los ensayos clínicos reportados en esos artículos –fumadores que fumaban seis cigarrillos al día, durante los últimos seis meses–, y también pensaba en que mi condición física no ha empeorado gravemente desde que recaí –en marzo de este año–, que sigo corriendo cada kilómetro en 4' 40'' en promedio, pero que, aun cuando, desde que recaí, nunca me he fumado más de 4 Camel al día, sí me ha costado más trabajo correr, que he sentido que me falta el aire, y que he pensado muchas veces cómo he ido aumentando mi consumo de cigarrillos: en marzo, me fumaba un Camel al día, siempre y cuando no tuviera planeado correr o nadar al siguiente día, y me bastaba con fumarme dos o tres cigarrillos a la semana, y que me puse tres condiciones: no fumar cuando estuviera lloviendo, no fumar antes de la una de la tarde y no fumar después de las seis de la tarde. 

La universidad estaba en paro y entonces otra regla era no acostumbrarme a fumar los días que impartiera clases, al volver a la casa. Pero, desde abril, mi consumo de cigarrillos ha ido aumentando. Exceptuando una semana en la que me resfrié y dejé de fumar, ahora, no sólo fumo un día antes de correr, sino que fumo el mismo día que corro, tiene más de un mes que no voy a nadar, fumo todos los días, fumo cuando vuelvo a la casa, después de haber impartido una clase, fumo después de las seis de la tarde y fumo cuando llueve y cuando la lluvia me moja la cabeza, los brazos y los tobillos, y tengo que hacer malabares para no mojarme completamente los pies.