viernes, 10 de febrero de 2023

Burn

Escuchas a Robert Smith, su voz te remonta a su época de guitarrista sustituto de Siouxsie & The Banshees, cuando, según Jenny Bombo y algunos periodistas de rock –de esos que parecen adolescentes y que quieren morirse porque Bjork ha postergado dos días un concierto en un lugar perdido en algún municipio de Jalisco, y a los que todo “les vuela la cabeza”–, se le ocurrió adoptar un maquillaje “oscuro”, que caracterizó a su banda en los primeros álbumes de The Cure.

Escuchas esta canción que The Cure tocó en la banda sonora de El Cuervo, quién sabe por qué recuerdas esa película de Kids, que fue una de las primeras películas que viste en VHS, y no dejas de sentir escalofríos porque la viste poco después del mundial de Francia 1998, cuando tenías una novia que te quería y que nunca correspondiste y que luego te mandó al carajo porque tú siempre pensabas en otra chica cuando estabas con ella y le escribías poemas y la engañabas y le decías que eran para ella, pero realmente eran para la otra chica, y El Cuervo era toda una novedad, y no dabas crédito: ¿Brandon Lee estaba realmente muerto...? 

Y te acabas el tercer Jack Daniels de agua mineral en la noche, y reparas en que tu día fue fabuloso, en que comenzó con náuseas –casi no dormiste porque recibiste noticias fabulosas por la noche–, pero que se compuso –incluso el conductor de Uber escuchaba a Los Fancy Free y a Billy Eilish– y diste una clase y te pusiste a escribir un artículo científico durante cuatro horas, y sonreíste a todo mundo, y te llevaste bien con los estudiantes a los que les diste clase, y no dejaste de pensar en que tu vida podría dar un giro de 180º, y crees que serías capaz de sonreírle a todo mundo, todos los días, por el resto de tu vida, y la semana ha sido fabulosa –y te preguntas si este viaje semanal es el viaje de un opiáceo; si, en realidad, no estás escuchando “Where did you sleep last night?” y no es viernes y no estás medio borracho y no tienes aversión al sabor, sino que ya estás muerto, bien frío, en el paraíso, y que el paraíso es un espejismo y que en realidad estás muerto y no es que no hayas peleado con nadie y que hayas disfrutado cada segundo de tu vida. 

Pero el whiskie se termina, la canción se termina, y te dices “¿Qué será de esa chica que me enloquecía en la secundaria...?, ¿aún conservará su espectacular melena rizada de Ricky Martin...?, ¿cuánto tiempo habrá tenido brackets...?, y devuelves el estómago y apenas llegas al baño, justo cuando Kurt Cobain se desgañita en Alexa y suena a todo volumen el MTV Unplugged In New York y piensas en cómo habría sonado ese cover de Ledbelly –que Mark Lanegan ya había usurpado en su álbum debut–, si él no hubiera sido tan underground y tan orgulloso, y si hubiera aceptado la invitación de Cobain: cómo habría sonado esa canción con dos voces: la de Cobain y la de Lanegan, en los estudios MTV en New York...

... y piensas en un tweet que acabas de borrar, y tratas de pensar en qué habías tuiteado, y un escritor que admiras, y un guitarrista que admiras, acaban de seguirte en twitter, y tus conocidos no dan un centavo por ti, y Layne Staley canta “Rooster” y Reznor canta “Closer” y los perros ladran, y la noche abre sus amplias quijadas y te remonta a esas largas noches de amplias quijadas de tu infancia y quieres un cigarrillo y quieres más whiskey... 

sábado, 4 de febrero de 2023

el suéter al revés

Hace una semana acababas de correr a esta hora, y en los audífonos sonaba “Amazing” y la música te remontaba al verano de 1994, cuando pasabas una gran parte de todos los días viendo sitcoms y videos musicales por la televisión, descubriendo a Metallica y a Guns N' Roses, y agradeciéndole a la vida salir del infierno de la secundaria y dejar atrás a las mentes cerradas de la secundaria.

Hace una semana acababas de correr a esta hora, y la voz de la mujer de la aplicación de Nike te decía por los audífonos tu tiempo total y tu tiempo por kilómetro y Steven Tyler cantaba Tryin' to walk through the pain y un ataque de tos te doblaba y te orillaba a maldecir tu suerte, a preguntarte por qué te habían contagiado todos tus familiares cercanos que estuvieron enfermos desde noviembre y que se fueron turnando de tal modo que a ti te tocó enfermarte en los primeros días del 2023.

Hace una semana acababas de correr a esta hora, y estabas por detener la música y por detener la aplicación de Nike, cuando el aroma de los hotcakes de una de las casas de una de las callecitas del fraccionamiento se te metía en la nariz y te abría el apetito, cuando te llegó la notificación de un correo-e: “Estimado Dr., espero que se encuentre bien. Tengo el agrado de notificarle que resultó ganador de la evaluación curricular...”

Tras recibir esta noticia, te dio taquicardia. Y tuviste que leer otra vez el correo. Y respiraste profundamente. Y no dabas crédito. No esperabas la noticia tan pronto. Apenas 24 horas atrás habías tenido tu prueba (una clase de 10 minutos sobre las bases biológicas de las emociones) frente a la comisión dictaminadora. Te parecía un sueño, te tallaste los ojos, necesitabas una confirmación, que alguien te diera un pellizco para hacerte saber que no se trataba de un espejismo, de una mezcla de las endorfinas y de los endocannabinoides que circulaban en tu sistema después de haber corrido 5 kilómetros, que realmente habías ganado la convocatoria en la que participaste –y que es la segunda en la que participaste y la segunda que ganaste–, que volverías a tener la oportunidad de impartir clases en la universidad durante los próximos tres meses.

Le contaste a Katz y te dijo que ya sabía que ganarías, que debías confiar más en ti mismo, y pensaste | Carajo, si a veces no importa que tengas el perfil deseado, ni que tengas muchos años de experiencia y varias publicaciones y que seas bueno en lo que haces y que lo disfrutes y que te lo reconozcan, sino que importan otras cosas que no necesariamente son académicas | pero te quedaste callado y luego desayunaron y por la tarde fueron a Metepec a comer a un restaurante de antojos colombianos, y ella pidió una sopa de ajiaco y tu pediste una punta de anca, y se tomaron unos refrescos colombianos. 

Luego caminaron por un tianguis de artesanías y de diseñadores mexicanos y se compraron unos aretes y unos anillos y unos postres, y, en el fondo, mientras pasaban todas estas cosas y recordabas otras ocasiones en las que han estado en Metepec –cuando recién se mudaron de la Ciudad de México, en diciembre del 2018, cuando tu familia vino, a principios del 2022, y cuando Katz y tú vinieron en octubre del año pasado– y seguías sin creer que, en menos de una semana, hubieras cruzado la delgada línea entre no tener empleo y tener un empleo, siempre haces las cosas que te apasionan, pero no siempre tienes un sueldo por hacerlas.

Ahora, sábado 4 de febrero, estás en el traspatio de la casa. Tomas el sol y escuchas a The Black Tones, y no saliste a correr, pero ya hiciste mil cosas –recogiste arena de los gatos, lavaste trastes, limpiaste las ventanas y los espejos de la casa, sacudiste los muebles de la sala–, y ya te quejaste por hacerlas y por tener la impresión de que te quitan tiempo, que no te dejan escribir, que ocasionan que se te olviden las cosas sobre las que quieres escribir, y no dejabas de pensar y de quejarte, mientras lavabas los trastes y te quitabas la chamarra y luego te recogías las mangas del suéter y maldecías el frío y el agua que te helaba las manos, en cómo se te van las mañanas haciendo estas cosas que no son realmente trascendentales, y en cómo todas estas cosas, que no son realmente trascendentales, te impiden escribir, pero nada de lo anterior tiene sentido: tienes una mujer fabulosa, unos gatos geniales, un empleo –no importa si a otras personas les abren las puertas y si tú tienes que buscar las llaves y entrar por la ventana–, ya casi no tienes tos, y ya escribiste algunos párrafos.