viernes, 7 de abril de 2023

no quiero escribir sobre esto, pero terminaré escribiendo sobre esto

cuenta hasta diez
acabas de romper con tu madre en Facebook
todos los días que publicabas algo
–que rompías tu récord en la carrera de la mañana,
o que tocabas una canción que aprendías a tocar 
en tiempo récord en tu guitarra eléctrica–
ella tenía que decirte 'bravo'
(¿no sabe que eres súper amargado?)

y te hacía sentir como ese niño
al que a fuerza le celebraba su cumpleaños
cada diciembre
cuando te obligaba a darle a la piñata
mientras tus tíos te prohibían escuchar 
(supuestamente en tu propio cumpleaños)
la música que te gustaba
y ponían su horrible música de borrachos 
de pulque y de cantina

rompiste con tu madre
y después de varios meses
te atreviste a dar el primer paso
y a decirle lo que pensabas
y qué cosas no te gustan

de otra manera ella no habría entendido
que ya has vivido más de cuatro décadas
y que no te gusta lo mismo que le gusta
a todo mundo

de otra manera
ella no habría entendido
nunca respetó que no tuvieras 
los mismos sueños que todos los niños
o que todos los adolescentes

y nunca respetará
que no seas como tus amigos
de la infancia
que tienen sus trabajos 
monótonos y horribles
y que tienen sus casas
y que tienen 3 hijos
y que están divorciados
y que usan sus redes sociales
para subir fotos de sus autos
o de los restaurantes en los que comen
o de los postres que devoran
o de los resorts y spas 
en los que olvidan 
temporalmente 
lo horribles y monótonas
que son sus vidas

y sabes que te arrepentirás
algún día
cuando ella ya no esté
en este mundo terrenal
y recuerdes este día
y también recuerdes las cosas humillantes que te decía
cuando estabas en la secundaria
y querías tener una novia

o cuando estabas en la prepa
y querías quedarte en casa
en lugar de ir a un salón de fiestas
a una fiesta de cumpleaños
y a subir al escenario
y a esperar a que el mago 
hiciera un truco de magia contigo
o a que el payaso
hiciera una broma contigo
y todos los niños de ocho o diez años
se desternillaran de risa
mientras tú deseabas que te tragara la tierra
y estar encerrado en tu recámara
viendo a escondidas una Play Boy
o fumándote a escondidas 
(y tosiendo)
un Raleigh sin filtro
como los que fumaban los abuelos
 
y tienes un cargo de conciencia
que te ahoga en las profundidades
de tus propios vómitos
y de tus profundos abismos

cuenta hasta diez
ponte a pensar en otra cosa
olvida que has fumado varios cigarrillos
en el último mes
olvida que rompiste una racha de casi 6 años
olvida que estar en abstinencia un día
te pone de pésimo humor

piensa en otra cosa
piensa en ella –tu alma gemela de los sueños– 
piensa en que ella dice
«de esa agua sí quiero beber»
y en cuántas cosas has escrito
(y no has terminado)
sobre las vidas paralelas
que ella y tú 
han vivido
en otros mundos paralelos

cuenta hasta diez
repite después de mí
«quisiera que todas las cosas que tengo en la cabeza 
pudieran saltar de la cabeza a la hoja de papel, 
pero debo terminar de escribir un relato que ya no me satisface» 

piensa que ese relato es el peor relato que has escrito
que le has dado mil y un vueltas, 
que es un relato con el cual ya ni siquiera te sientes conectado, 
que allí las palabras ya no fluyen
que las palabras son un yunque
como este que es un cargo de conciencia
que te sume en las profundidades
de tus propios abismos

cuenta hasta diez
que te importe un carajo 
que tu teléfono esté llegando a 
su obsolescencia programada

cuenta hasta diez
que te importe un carajo 
que pasar mil horas en el baño
y odiarte
y odiar el tiempo perdido
y odiar el malestar de la abstinencia 
de una droga que ni siquiera amas

cuenta hasta diez
cierra los párpados
duérmete

lee al Kerouac iraní
escucha a QOTSA
tómate un whiskey
fúmate un Camel
toca la Telecaster

vuelve a empezar

jueves, 6 de abril de 2023

y entonces, ¿quién le puso la inyección a tu hermana?


ayer me acosté temprano y no bebí alcohol, y hoy me desperté a las 6 y me levanté de la cama a las 6 y media –ahora mismo mi estómago gruñe, demandando mi atención, ¡como si no hubiera comido en tres semanas!–, y me sentí descansado y con suficiente entusiasmo como para levantarme de la cama y hacer las mil y un cosas que normalmente no puedo hacer, pero bastó con poner un pie fuera de la cama para que mi vejiga me dijera «¿tenías otros planes?, ¡yo tengo un plan para ti!», y tuve que iniciar con la rutina de cada día, y lo aborrecí. 

todos los días, sin importar a qué hora me despierte, en cuanto me levanto de la cama (puedo pasar media hora procrastinando en la cama, evitando pensar en todas las cosas que tengo que hacer, que no me gustan y que me cansan y que me roban al menos 40 minutos de mi día) mi vejiga, puntualmente, me hace meterme al baño a orinar, y luego de esto me lavo las manos y tengo que bajar a la cocina y meterme en el cuarto de lavado –hasta este punto, ¿cuántas veces he tenido que regresar a escribir correctamente una palabra, porque mi apraxia y porque esta neblina de furia que me cubre los ojos me impiden escribir correctamente desde el principio?– y recoger la arena de los gatos –¡hincarse, levantar el arenero, quitar una jerga, quitar dos tapetes, sacudir la jerga, sacudir los dos tapetes, mover el bote de arena nueva, erguirse, tomar la escoba, tomar el recogedor, mover el costal de basura de reciclaje, barrer, volver a hincarse, regresar la jerga y los dos tapetes a su lugar, volver a colocar el arenero en su sitio, me toma mucho tiempo!–, y luego lavarme las manos por segunda ocasión –generalmente el fregadero está atestado de trastes y tengo que hacerlos a un lado para encontrar un espacio entre ellos y arrancar el jabón de barra de su lugar y meter mis manos en el fregadero y abrir el grifo del agua y lavarme las manos–, y después servir una lata de Royal Canin en un recipiente de vidrio, buscar los tres platos de los gatos para servirles una porción de Royal Canin a cada uno –los gatos siempre comen en lugares distintos y sus platos raras veces están en el mismo sitio– y rogarles que coman, y después tengo que cambiar el agua del tazón de los gatos –normalmente ninguna jarra tiene agua y tengo que volver a hincarme y cargar el pesadísimo garrafón de 20 litros de agua y llenar dos o tres jarras con agua–, y luego tengo que volver a subir –para este punto, ya tengo mucho sueño otra vez– y meterme en el estudio y pincharme un dedo –mis dedos están tan curtidos que a veces tengo que pincharme dos o tres dedos, hasta que encuentro uno en el que sí sale una gota de sangre– y medirme la glucosa, y luego anotar mi nivel de glucosa en ayuno y hacer memoria y anotar qué comí ayer –siempre me cuesta mucho trabajo recordar qué comí, porque recordarlo me quita de la cabeza todas las ideas sobre las que quiero escribir desde que me levanté de la cama–, y luego de decepcionarme –no importa que corra dos o tres veces a la semana, no importa que nade una vez a la semana, no importa que me tome la dapaglifozina todos los días, siempre como cosas que no debo comer y siempre bebo cosas que no debo beber y siempre tengo más de 150 mg/dl de glucosa en sangre, en ayuno– salgo a encender el calentador del agua para bañarme, o me alisto para salir a correr y me pongo mi ropa de correr y luego hago unos estiramientos –cualquiera que sea la cosa que haya decidido hacer, debí abandonar mis deseos por escribir y las ideas sobre las que quería escribir cuando me levanté de la cama ya se borraron–, y luego me meto a la casa a lavar los trastes o a tomarme un vaso de agua... 

Mi estómago gruñe nuevamente –¿acaso no he comido en tres semanas?–, otra vez tengo que regresar a corregir las palabras que mi apraxia me hace escribir incorrectamente conforme voy llenando esta entrada en el blog –si aprendiste a escribir en una computadora personal o en una laptop convencional, estás condenado a no re aprender a usar el teclado de la Mac–, hoy no lavé los trastes pero Katz los está lavando y el ruido que hacen los trastes al chocar unos contra otros en el minúsculo fregadero es casi tan molesto como el ruido de la podadora que suena a lo lejos y que hace que Tracy Bonham pase a segundo término –escucho Mother, Mother desde que empecé a escribir esta entrada–, y esta neblina de furia que envuelve mis ojos y este cansancio acumulado que aprisiona mis pulmones y este sueño casi fisiológico que me persigue a todas horas, todo, todo, todo, me hace pensar que tal vez sí necesito una droga para no estar furioso y para no aborrecer la rutina y los ruidos y mis necesidades fisiológicas.

martes, 4 de abril de 2023

16: 53

Escribe sobre las cosas que tengas a tu alcance, entra en la zona con esas cosas que tengas a tu alcance, y no te detengas hasta que hayas cerrado la idea que te puso a escribir: ya después, puedes volver a leer lo que escribiste, y volverlo a escribir.

qué horrible

Qué horrible es vivir una vida de viejo, como si estuvieras aburrido de vivir mil años y tuvieras que llenar tu vida con millones de rutinas ridículas. Qué horrible es recaer y volver a fumar después de cinco años de abstinencia. Qué horrible es estar con la incertidumbre.

lunes, 3 de abril de 2023

escribe a oscuras

te despiertas con una contractura en el cuello, recordando algunas cosas que soñaste, te quedas tumbado en la cama un buen rato, deseando detener el tiempo, que todo se quede así, porque sólo puedes escribir con las luces apagadas, cuando no hay ruido, cuando está amaneciendo, cuando tu esposa continúa dormida, cuando los gatos continúan dormidos y cuando tu conciencia todavía no emerge del todo a la superficie y cuando todavía puedes escribir sin que cada palabra sea juzgada por tu conciencia

estas cosas las piensas todos los días, en cuanto despiertas, pero siempre hay un montón de rutinas que son un obstáculo y que van deslavando tus impulsos para escribir, pero hoy estás feliz. 

esto es extraño.

domingo, 2 de abril de 2023

evita el exceso

Los pájaros trinan por ahí. Su música se cuela en tus canales auditivos y genera potenciales de acción en los cilios de tus oídos internos, y estas señales eléctricas –fabulosamente transducidas, del aire, en un lenguaje que electroquímico entienden las neuronas, a partir de vibraciones de aire, con sus crestas y sus valles–, llegan a la corteza cerebral; otras ideas vagas, que son un insight y un estímulo que Proust y que los libros de psicología que hablan sobre el fenómeno Proust, envidiarían, y que podrían adoptar una forma concreta –en un párrafo, o en una oración– y abarcar doscientas páginas, sin respiro, casi como un chapuzón en el océano de las letras, saltan de tu cerebro a la pantalla de la computadora.

Estás poseído, estás vehemente, estás un poco ebrio y tu corteza prefrontal está enferma: tu mente escribe más rápido que tus dedos, pero esas ideas, que pasan por tus dedos índices –por tus torpes dedos índices: quién sabe cómo aprendieron a suturar y a hacer cirugías estereotáxicas y a fabricar diminutos electrodos que implantaste en el cráneo de doscientos millones de ratas, hace miles de años–, chocan contra la tecla incorrecta –la apraxia del habla que te persigue, hace de las suyas–, y que te hacen regresar a la palabra mal escrita que es un obstáculo que te va alejando de la idea que salta de tu cerebro; unos perros famélicos ladran a los lejos, unos niños gritan en el fraccionamiento que colinda con el patio de tu casa y tienen voces de niños pero dicen groserías como standuperos que llegan a millones de personas, y el motor de un automóvil zumba a lo lejos como una abeja que busca saciar su sed de polen en el pequeño jardín que tu esposa ha cultivado y en donde sueles salir a tomar al el sol y a leer o a estudiar, o a escribir o a tomarte un Jack Daniel's con Coca-Cola.  

Acabas de leer una novela de Bukowski y piensas que la mayoría de la gente no ha leído su obra, y que él era un misógino y que, sin embargo, también adoraba a las mujeres, y que tuvo una vida difícil y que tuvo trabajos difíciles, y que escribía cosas contundentes que ningún escritor de escuela jamás podrá escribir en su vida; y te sientes inspirado a escribir, y caes en la cuenta de que, al igual que Bukowski, adoras a las mujeres, que nunca podrías escribir nada si no estuviera relacionado con alguna mujer: tu esposa, en primera instancia; tu esposa, antes de que fuera tu esposa; algún amor platónico de la juventud; alguna cantante pop de tu infancia; alguna actriz de tu adolescencia...

Y también piensas en que, al igual que Bukowski, necesitas escribir, y que tienes que escribir sobre lo que está dándote vueltas en la cabeza, como una jaqueca, como un tumor, como una punzada, como una canción; sobre lo que está capturando tu atención: un dolor de estómago, un picor en la nariz o en la garganta; una piedrita en los zapatos... Que no puedes escribir, a destajo: que no puedes escribir por compromiso, que no puedes escribir para satisfacer a nadie; que ni siquiera puedes escribir para satisfacerte a ti mismo: que tienes que escribir, de principio a fin: que no puedes comenzar a escribir algo y luego abandonarlo: que nunca podrás retomar y sentirte satisfecho cuando retomes algo que comenzaste a escribir y que, por una u otra razón –el cansancio, otras responsabilidades, la vergüenza de haber escrito algo que no comunica lo que quieres comunicar, y que no lo comunica como quieres comunicarlo...    

Te fumas un cigarrillo, inhalas y exhalas profundamente y adivinas que mañana te costará más trabajo correr 5 ó 6 kilómetros debajo de los 5 minutos por kilómetro, o que pasado mañana te costará más trabajo permanecer debajo del agua, nadando y conteniendo la respiración, y el futuro te decepciona y entonces, para distraer tu foco de atención, mientras continúas fumándote un cigarrillo, pones en la computadora una canción de los Queens Of The Stone Age a todo volumen –para acallar tus pensamientos y el trinar de los pájaros y los gritos standuperos de los niños del fraccionamiento contiguo– y te sientes un perdedor, te acuerdas cuando fumabas varias cajetillas de cigarrillos al día, cuando fumabas en ayuno, cuando te costaba trabajo subir tres pisos en escaleras, cuando tenías resaca de tabaco: en mayo ibas a cumplir 5 años si fumar, pero te fumaste algunos cigarrillos en diciembre, antes de que Messi ganara su primera Copa del Mundo, y te has fumado algunos cigarrillos en marzo y has reconocido que el tabaquismo –y cualquier adicción– nunca te abandona: más bien, puedes estar en abstinencia, cierto tiempo... incluso años... y te parece ridículo cuando los expertos en adicciones, en el mundo académico, hablan sobre el tema sin haber lidiado, personalmente, si quiera, con adicción a la Coca-Cola. 

Y te suenas la nariz, como un heroinómano, pero eres virgen ese tema.

sábado, 1 de abril de 2023

Lichi Smoothie

Me siento electrizado por tu belleza, por tus ojos del color del Mar Caribe, por tu sonrisa que es un puñetazo en el estómago, por el contacto suave, quemante y refrescante de tus manos con las mías; por tu cabellera rizada que vuela en forma de carrusel a mi alrededor y que me hace sentir embelesado, como si estuviera en un sueño sin fin, atrapado por el efecto Proust de un perfume, pero soy un hombre horrible.

Estamos en Gong Cha por primera vez en nuestras vidas, y la gente en Town Square –principalmente, adolescentes que van en grupo o en pareja–, revisan el menú o conversan en alguna mesa, y yo no puedo dejar de pensar en la mujer que tropezó conmigo a la salida de los baños, antes de que subiéramos a Gong Cha. 

Te juro que estaba pensando en ti, en tus ojos, en tu sonrisa, en tu piel, en tu cabellera... en lo afortunado que soy por estar contigo y en que tú me soportes... pero ella –la mujer– y yo nos topamos a la salida del baño, chocamos, nuestros pechos entraron en contacto –ella traía una blusa súper escotada–, y  me avergoncé y me disculpé y ella me dijo que no había problema, y me sonrío, y me dijo que le parecía familiar, y yo le dije que no recordaba haberla visto nunca en mi vida, y ella volvió a sonreír y yo supe que se trataba de una artimaña, que nunca me había visto, y me pasó una mano en un hombro, y luego volvió a sonreír y anotó su número en un post it y me dijo que la llamara... y desapareció.