Mostrando entradas con la etiqueta Mujeres. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Mujeres. Mostrar todas las entradas

sábado, 28 de diciembre de 2024

ni aunque fueras la última mujer en el universo


Lo único que sé es que estaba en medio de la nada, como un barquito de papel a la deriva a punto de ser tragado por una coladera, tenía veintipocos años y no sabía nada de la vida, pero mi única experiencia con una mujer había terminado, y a ella la extrañaba muchísimo y la odiaba muchísimo. Antes de que ella se largara del país con su nueva pareja, en nuestra última conversación en Las Islas, una horrible mañana de octubre o noviembre del 2005, le había dicho «Ni aunque fueras la última mujer en el universo, volvería a relacionarme contigo», y realmente lo pensaba así (y hasta hoy, después de más de veinte años, sigo pensándolo); me encontraba en mi momento más vulnerable, como esa anécdota que relata Marilyn Manson en Long Hard Road Out of Hell y que quedó registrada en los primeros segundos de “Tourniquet”, pero en condiciones muchísimo menos glamorosas: me metí a trabajar de botones a un hotel de Naucalpan, el recorrido de la casa al hotel era una odisea de casi 3 horas, el trabajo era monótono, empezaba a las seis pm y terminaba a las once pm o doce am. 

Mi primo era gerente del hotel y me había pedido apoyo en los últimos días del año; nadie quería trabajar esos días y el pago no era extraordinario, pero el trabajo me mantendría ocupado. A los minutos de mi primer día, uno de los empleados me explicó en qué consistiría el trabajo, caminamos por el pasillo del segundo piso del hotel, pasamos por una habitación recién desocupada, una mucama tendía la cama, medio nos vimos, me pareció que ella me sonrió amistosamente. 

«Entonces estarás en el “departamento de quejas”», me dijo este sujeto, y sonrió. Y no había un nombre más apropiado para llamarlo: mi trabajo consistiría en caminar por los pasillos del hotel, en inspeccionar que todo estuviera en orden, que los gemidos, los lamentos y las quejas que provenían de las habitaciones correspondieran a personas que estaban relacionándose del modo en que la gente suele relacionarse en esa clase de hoteles, que nada se saliera de control. Ocasionalmente, me tocaba atender los pedidos de los clientes: llevarles a las habitaciones todo lo que pidieran –desde bebidas alcohólicas y cigarrillos, hasta condones y toallas extra–, lo más rápido posible. En esas ocasiones, tenía que bajar corriendo a recepción o a la cocina y luego subir hasta la habitación. A veces abría la puerta un hombre sudoroso y desnudo con una toalla en la cintura, a veces era imposible no atisbar, detrás del hombre, a una mujer semidesnuda tendida en la cama.

La tensión sexual era inherente a esos recorridos a toda velocidad desde los pasillos del hotel hasta la recepción/cocina y de vuelta a la habitación, y, para mí, que estaba en medio de la nada, como un barquito de papel a la deriva a punto de ser tragado por una coladera (apenas tenía veintipocos años y no sabía nada de la vida, pero mi única experiencia con una mujer había terminado), era complicado no sentirme arrastrado por esa tensión sexual que provenía de las habitaciones, no ponerme a pensar en cuántas historias había detrás de esas puertas: ¿quiénes eran esas personas disfrutando a escondidas de su vida sexual?, ¿eran parejas en la vida real?, ¿eran amantes?, ¿trabajaban en el mismo lugar?, ¿todo había comenzado con una serie de comidas entre colegas, cada jueves, durante casi dos meses ininterrumpidos...?, ¿eran parientes políticos...?, ¿se trataba de un asunto de negocios...?

También era complicado no pensar en que yo había tenido a una mujer y en que nosotros dos habíamos podido estar en condiciones similares, tal vez en un mundo paralelo, tal vez en una realidad distante, tal vez ella se convertía en una mujer apasionada cuando me amaba y creía que estaríamos juntos hasta el fin de los tiempos, mucho antes de nuestra primera discusión, cuando me llamó (de manera no intencional, espero) por el nombre de su ex y yo sentí un dolor imposible de explicar, una especie de cuchillada me atravesó el alma, el corazón, los sentidos y la razón; mucho antes de que ella me sacara de quicio porque un día, al volver a casa de sus papás después de una aburrida reunión familiar, olvidé abrirle la puerta del auto para que bajara, y entonces, repentinamente, se puso furiosa y me dijo que estaba profundamente decepcionada de mí y yo insistí en que me dijera qué había hecho mal para no volverlo a hacer (estaba quedándome dormido, y en verdad no me di por enterado de que no le había abierto la puerta del auto, y, en todo caso, había sido una exageración), y ella sólo me dijo, una y otra vez, que todo estaba jodido si yo no había sido capaz de darme cuenta qué había hecho mal –y tal vez, si no hubiera sido un gran idiota sin experiencia previa con otra mujer, habría visto una señal en todo ello y me habría alejado de ella; le habría dicho que tenía que superar a su ex, resolver todo lo que tuviera que resolver con su ex; que yo no estaba ni para sustituir ni para ayudarle a olvidar al ex; pero no: sólo me exasperé y acabé comportándome como un animal, abriendo una herida que jamás pudo sanar.

Cuando una pareja salía de una habitación, la recepcionista y los vigilantes del estacionamiento se comunicaban conmigo por walkie talkie y entonces tenía que correr a toda prisa hasta la habitación recién desocupada –podía estar haciendo un recorrido por el segundo piso y la habitación podía estar en el otro extremo del hotel, en el tercer piso– y supervisar que todo estuviera en orden; según algunos empleados, había algunos clientes que, quién sabe por qué, destrozaban la habitación o se robaban las toallas. Si estaba demasiado exhausto, podían pasar varias horas sin nada qué hacer, o poseído por esa tensión sexual que emergía del departamento de quejas, simplemente, después de inspeccionar que todo estuviera en orden, me sentaba en el borde de la cama recién desocupada. Casi siempre los clientes dejaban encendido el televisor y casi siempre lo dejaban en un canal con películas porno.

Cuando acabó mi primera jornada, quién sabe por qué me topé otra vez con la mucama, estaba tendiendo una cama en una habitación, pasé por la habitación y escuché risitas y murmullos, y me asomé a la habitación; y ella estaba platicando con otra chica, y se sonrojaron cuando me vieron. La chica debió de tener mi edad, no la recuerdo muy bien, pero era bonita, tenía el cabello rubio, era muy bajita y parecía de provincia. Y me quedé de pie en la puerta de la habitación, pensando en su vida –¿desde cuándo trabajaba en ese hotel?, ¿dónde vivía?, ¿tenía novio?– y le sonreí y le pregunté su nombre y ella se sonrojó aún más y me dijo su nombre, y su compañera dijo algo que ya no recuerdo con exactitud pero que debió implicar alguna especie de broma –¡te lo dije, fulanita!, ¡también le gustas!–, y tuve la misma impresión que había tenido algunas veces cuando Claudia y yo empezábamos a salir, cuando esas dos o tres chicas a quienes conocía desde hacía tiempo en la universidad comenzaron a mostrar un interés inusual en mí. 

«Nos vemos mañana», le dije y me marché. 

Esa noche volví rendido a la casa, metí el DVD de Nicotina que me había prestado mi primo y me tumbé en la cama; entre sueños, mientras en la pantalla del televisor de mi recámara Lolo espiaba a Andrea desde su computadora y los personajes que interpretaban Jesús Ochoa y Lucas Crespi discutían en una camioneta sobre las muertes y las coincidencias relacionadas con el tabaquismo, me acordé de Claudia, de lo mucho que la extrañaba y odiaba, y que le había dicho que nunca, aunque ella fuera la última mujer en el universo, volvería a relacionarme con ella; me acordé de la mucama de cabello rubio, me acordé de un hombre sudoroso con una toalla en la cintura, me acordé de una mujer semidesnuda en una cama, me acordé de un televisor encendido en una habitación del hotel y de una escena porno que pasaba por el televisor, y me quedé dormido. 

Hace unos días volví a ver la película y me acordé de todo esto. 

sábado, 26 de octubre de 2024

Shimmer Like A Girl


Siempre dejabas tu cartera sobre la mesa y yo le echaba un vistazo a tu mochila sobre la silla, y me preguntaba «¿Por qué siempre lo hace?, ¿acaso es una señal?, ¿acaso confía tanto en mí?, ¿sólo le vale madre?», y tu boca entonces se abría de par en par, se transformaba en un portal de luz, y sonreías y el sol que atravesaba el comedor como un torbellino silencioso le daba un brillo espectacular a tu escandaloso cabello color castaño, y tus ojos color almendra eran un puñetazo en el estómago, sentía que había algo allí, una especie de electricidad surcando cables invisibles entre nosotros, y luego te levantabas de tu asiento y te pasabas el cabello por detrás de una oreja y por un momento me recordabas a esa otra chica que conocí en la prepa, se llamaba Carolina y era más grande que yo y siempre se pasaba el cabello por detrás de la oreja y me volvía loco, y luego volvía a la realidad, y allí seguía tu cartera sobre la mesa y yo volvía a echarle un vistazo a tu mochila sobre la silla, y allí estabas otra vez, en esa realidad inundada por la luz del sol que era un torbellino que arrasaba con el comedor, y caminabas de esa manera singular, moviéndote ligera y tibia, y pesada y agonizante, como una bailarina de flamenco que se retiraba del escenario después de una mala noche, y no puedo apartarte de mi cabeza y tengo náuseas y toso y se me cierran los párpados y escucho a Veruca Salt y van a dar las seis de la mañana y sé que nunca volveré a verte y me acuerdo del aroma de tu perfume.  

domingo, 15 de septiembre de 2024

Cure for pain

Me pasaste el cigarrillo, no podía dejar de recriminarme, estaba a punto de cumplir 8 meses sin fumar y no parecía gran cosa para alguien que había logrado dejar de fumar durante casi 8 años, que antes de esa abstinencia prolongada tenía dedos de nicotina, pero volver a fumar representaba no sólo haber vuelto a caer sino la punta del iceberg de todo lo que ocurriría, de todo lo que perdería, de todas las cosas que cambiarían en mi vida, apenas saliéramos de ese departamento, dejáramos la cama, nos vistiéramos, y pretendiéramos volver a nuestras vidas anteriores.

Le di una chupada al cigarrillo, sentí nuevamente cómo la nicotina y todos los compuestos cancerígenos se abrían camino hasta mis pulmones, olfateé el horrible aroma del tabaco impregnado en mis dedos y recordé cómo apestaba toda mi ropa cuando fumaba todo el tiempo, cuando fumar era lo primero que hacía al despertarme y lo último que hacía antes de acostarme a dormir, cuando me bañaba con un cigarrillo en los labios y hacía malabares para que no le cayera agua, cuando fumaba mientras caminaba a las siete am desde la estación Copilco y transitaba por El Paseo de las Facultades y llegaba a la Facultad de Medicina y subía los cinco pisos hasta el laboratorio de Todokoro, pensando en cuánto lo aborrecía, en cuánto deseaba terminar el doctorado, en cuánto deseaba yo mismo mi propia destrucción, y no volver a saber nada más de él.

Te devolví el cigarrillo y me sonreíste, y tu sonrisa me fulminó tal y como lo había hecho casi un mes atrás, en esa reunión en la que coincidimos casi por accidente, en el cumpleaños de un conocido que teníamos en común y que ni siquiera sabíamos que teníamos en común, cuando estábamos sentados en la sala de su casa y nos tomábamos unas cervezas artesanales y dejamos las botellas en una mesita de centro al mismo tiempo y de pronto nuestras manos entraron en contacto brevemente y para mí fue como un rush y como un flashback retorcido y quise salir huyendo de allí porque tuve una visión: tú podrías hacerme perder la razón, terminar con mi matrimonio de casi veinte años, herir a mi esposa y no merecer su perdón. 

Le diste una chupada al cigarrillo, vi cómo las volutas de humo se dispersaban en el espacio y me acordé de mi infancia, aparentemente siempre había estado condenado al tabaquismo, en todas mis visitas a casa del abuelo siempre estaba presente este olor peculiar, no tenía que esforzarme mucho para evocar a mi abuelo con su cajetilla de Raleigh en una mano y con un cigarrillo en la boca, haciendo algunos movimientos automáticos con la otra mano, sacándose esporádicamente el cigarrillo de la boca y luego dejando escapar el humo por la nariz y por la boca mientras platicaba cualquier cosa de su juventud, cuando había boxeado y le llamaban Kiko Serratos, cuando jugaba beisbol en el equipo de la fábrica de porcelana en la que trabajaba en la época en la que conoció a la abuela, cuando la abuela le prohibió seguir boxeando, cuando mi papá nació. 

Suspiraste y volviste a pasarme el cigarrillo y lo tomé y nuestras manos volvieron a hacer contacto como aquella vez en la fiesta de nuestro amigo y volví a sentirme electrificado y ya no supe si estaba teniendo un rush, un flashback retorcido o una resaca, pero me acordé de haber leído algo sobre Jean Nicot, este diplómatico francés que llevó el tabaco de América a Europa, y lo imaginé incitando a Catalina de Médici al vicio, y también me acordé de ese estudio de tabaquismo en el que decían que tener antecedentes de tabaquismo aumentaba cuatro o cinco veces el riesgo de engancharse con el tabaco y que, además de ser un factor de riesgo para contraer cardiopatías, EPOC y enfisema pulmonar –las enfermedades clásicas asociadas con el tabaquismo–, fumar aceleraba el envejecimiento del cerebro, encogía el tamaño del cerebro, y era un factor de riesgo para la demencia. Ese paper lo había leído en mi primer recaída, cuando ya no podía estar en abstinencia ni siquiera un par de días, cuando sabía que estaba precipitándome otra vez por la espiral del tabaquismo, cuando consideraba sufrir las potenciales consecuencias de ideaciones suicidas de la vareniclina, cuando estaba desesperado, cuando tú eras sólo una colega que no me caía muy bien y que veía esporádicamente en los pasillos de la universidad, cuando tú no formabas parte de mi vida, cuando tu voz y tu rostro no me perseguían en mis sueños, cuando nunca pensaba en ti. 

Me sonreíste otra vez y no pude evitarlo, tu mirada de atardecer, tus pupilas color avellana, tu cabellera azabache, tu aroma a perfume carísimo, me noquearon, aplasté el cigarrillo contra el cenicero en la mesita de noche y me lancé de nuevo.

jueves, 29 de septiembre de 2022

i want to be a country singer


me la bebo rápidamente, como si se tratara de la última hard seltzer disponible en el mundo, como si se tratara de tu cuerpo de alcohol incendiándose en las lagunas psicóticas de mis labios de Korsakoff, como si se tratara de un cuerpo celeste en la oscuridad de mis manos y de mi mente achicharradas por la paranoia, como si se tratara de un tranquilizante para mi pequeña mortalidad que se estresa porque pasa una mosca y se posa a centímetros del vaso de vidrio y amenaza con ahogarse en alcohol, como si se tratara de un combustible que perturba mis sentidos y que me hace levitar entre el resto de los mortales que tienen preocupaciones mucho más graves que las mías.

me la bebo rápidamente pensando en ti, como si no se tratara de alcohol recorriendo mi sistema nervioso central, sino como si se tratara de tu saliva recorriendo mis corpúsculos de Krause –una de las protagonistas de Las partículas elementales le dedica todo un capítulo a estos órganos sensoriales y al sexo, y la idea ha estado dándome vueltas en la cabeza–, como si se tratara de tu voz que abre las grietas de mis oídos derrumbados cuando te carcajeas y me miras con tu mirada fulminante de aguja, cuando tu mirada de intravenosa con el ceño altivo es una cortada de papel y entonces los dos sabemos, durante unas milésimas de segundo, que es un camino sin retorno, una caída libre, que no hay vuelta atrás, y que vamos a perder la razón.

me la bebo rápidamente y quiero que sus efectos me transporten a esta tarde, cuando llegaste a mi casa después de ir al súper y me trajiste la caja de Helix que te había encargado por Whats, cuando bajé la caja del Uber y estuve a unos centímetros de ti y aspiré tu aroma y sentí tus caderas confundiéndose con tu cabellera azabache, cuando te inclinaste a recoger una botella de agua que estaba tirada debajo del asiento del copiloto y vi tu silueta en todo su esplendor y sentí que sería muy fácil convencerte de cualquier cosa, de pasar a mi casa e invitarte a tomar y luego conversar y emborracharnos y luego perder la razón juntos.

me la bebo rápidamente y recuerdo que nos despedimos con un beso tuyo muy intenso en mi mejilla izquierda y con un abrazo muy cálido mío alrededor de tu espalda y cintura, y que diste media vuelta y que caminaste hacia tu casa y que no pude dejar de mirar cómo se te marcaban las caderas debajo de esos ajustados jeans blancos que llevabas puestos, y recuerdo la vaguedad de tu lencería, de tus bragas de corte francés con encaje, transparentándose a través de esos ajustados jeans blancos, como si se hubieran tratado de una cicatriz que me daba curiosidad y que quería abrirme y mordisquear como un adolescente que descubre a mujeres semidesnudas en un ejemplar de Interviú, y recuerdo que me quedé estupefacto viéndote caminar de ese modo tan espontáneo que te caracteriza y que me sentí culpable, enfermo, ebrio y sediento y hambriento de ti, y que tuve pensamientos inapropiados, y que me sentí como si estuviera en un síndrome de abstinencia, pero volví a la realidad al cerrar la puerta de la casa.

me la bebo rápidamente y estoy sentado en el sillón y abrí una lata de Helix y escancié su contenido en un vaso de vidrio y trasegué su contenido varias veces ya, y le pedí a Alexa que pusiera a Sweet 75 y escuché a Yva Las Vegas y a Krist Novoselic varias veces ya, y viajé a 1994 varias veces ya, e imaginé a Krist Novoselic reponiéndose de la muerte de Kurt Cobain, intentando borrar de su mente ese último recuerdo de él golpeándolo y escabulléndose del SEA-TAC airport, pocas semanas antes de su muerte, creyendo que la solución para borrar ese recuerdo sería involucrarse en un nuevo proyecto musical, e imaginé a Krist Novoselic en su primera fiesta de cumpleaños desde mil novecientos ochenta y tantos sin Nirvana, conociendo a Yva Las Vegas, a esa cantante venezolana que llegó a cantarle a ese cumpleaños, mucho antes de que ella se convirtiera en cantante joropunk

me la bebo rápidamente, y no puedo dejar de pensar en que esos jeans ajustados te quedan tan bien, que quisiera emborracharme cuanto antes y tener un sueño loco que nunca podrá ser realidad, quiero sentir que nada me importa, que el estrés desaparece, que los juegos mentales no están en mi contra, que me da igual qué pasará, que ya hice todo lo que está a mi alcance para tener otro contrato seguro hasta enero en mi zona de confort, que metí mi solicitud para una evaluación curricular –mi segunda evaluación curricular en lo que va del año– y que el perfil de esta convocatoria no corresponde con mi perfil, pero que tengo altas posibilidades de ganar.

viernes, 21 de agosto de 2020

Facelift (1990)


Debió de ser un sábado de agosto del 2001. Layne aún vivía. Tan sólo ocho meses más tarde moriría por sobredosis y sus padres hallarían su cadáver descompuesto en su departamento.

Suzy y yo estábamos en una etapa en la que ya nos odiábamos y sin embargo no podíamos dejar de vernos. Teníamos, más o menos, una típica relación de veinteañeros. No habíamos dejado de ser adolescentes y sin embargo nos creíamos adultos. En mi defensa debo decir que yo nunca había estado con ninguna mujer y que me consideraba tan horrible y tan imbécil que no me creía capaz de interesarle a ninguna otra mujer. En su defensa puedo decir que ella era hija única y que temía profundamente a la soledad. 

Ese sábado acompañamos a mis papás a Plaza Oriente –aún no existía Parque Tezontle– y yo me metí al Mix Up que había allí –creo que ahora es un centro Herbalife– y compré Facelift y Broken.

Tenía cierta aversión hacia Alice In Chains porque era la banda preferida del ex de Susy. 

Suzy me hablaba todo el tiempo de él. Él era un pobre diablo mayor que nosotros. Supongo que rondaba los treinta. Yo lo aborrecía no sólo porque era un pobre diablo, sino porque era un cobarde, un chantajista y un hipócrita. Según ella, él la había amenazado con suicidarse, si ella no volvía con él. También le había dicho que había pensado en secuestrarme con sus amigos y en torturarme para hacerme sufrir lo que él estaba sufriendo. 

Casualmente cuando ella y yo nos peleábamos (ella nunca lo superó y lo mantuvo al tanto de nuestra relación), él aparecía en la facultad para llevarla a su casa y se comportaba como un idiota, como un “macho alfa”. Y hacía todo lo que un “macho alfa” hace para dejar clara su posición. 

El disco costaba $100 MXN, o menos. No recuerdo si era nacional o importado, pero sí recuerdo que la portada me llamó mucho la atención, que me hizo pensar en un sujeto que estaba en un viaje de LSD y que me dio mucha curiosidad escuchar a esa banda de Seattle que los periodistas de rock asociaban con las bandas que me gustaban. 

Al volver a la casa de mis papás, Suzy y yo debimos de subir a mi recámara a fumar tabaco en el balcón y después debimos de tumbarnos en la cama a platicar sobre cualquier estupidez pretenciosa. 

Ella debió de adoptar esa actitud indolente que solía caracterizarla cuando tenía que confesarme algo hiriente que podía dejar en entredicho su papel de víctima en la relación y debió de decirme que se había acostado con su ex el fin de semana previo. 

Debió de enfatizar que lo había hecho por despecho y que, mientras se habían revolcado, había pensado en mí. 
Estoy seguro que no me afectó. Estaba tan acostumbrado a la presencia de su ex que ya nada me sorprendía. Me sentía tan poco involucrado emocionalmente a ella que ni siquiera tuve celos. Más bien la veía como alguien con quien podía acostarme para pasarla bien. 

Después de algunos segundos debí de forzarme a poner una cara seria y debí de decirle que no le creía. Ella debió de suplicarme que la perdonara y después debió de lanzarme esa vehemente mirada que solía poner cuando quería acostarse conmigo. 

Tal vez nos besamos y perdimos la razón. Tal vez sólo me hice la víctima para hacerle sentir lo que me había hecho sentir tantas veces. Tal vez quise dejarle claro que ella siempre hacía todo lo posible para hallar la manera de convencerse de que los sentimientos del pobre diablo del ex eran más importantes que mis sentimientos. 

No recuerdo qué pasó exactamente –quizá confundo varios eventos–, pero lo que sí recuerdo es que, mientras ella me miraba vehementemente y me contaba sobre el acostón con su ex, yo sólo quería largarme al estudio en el que dormía cuando ella se quedaba en la casa de mis papás, ponerme los audífonos y escuchar el álbum debut de Alice In Chains hasta quedarme dormido y desentenderme de mi patética existencia por unas horas. 

En algún momento probablemente tuve que fingir que ella era aún lo máximo para mí y tuve que decirle todo lo que ella esperaba que le dijera y entonces finalmente pude bajar al estudio y tumbarme en el enorme sillón que ocupaba casi toda la estancia y pude quitarle el papel celofán al disco y pude echarle un ojo al booklet y ver la fotografía en la que posan Jerry Cantrell, Layne Staley, Mike Starr y Sean Kinney en medio de las letras de las canciones, mientras encendía el discman y metía el disco compacto al discman y me disponía a darle play.

Me puse los audífonos, dejé caer la cabeza en la almohada, me puse encima una cobija, cerré los párpados y escuché Facelift

Relacioné las canciones más con el heavy metal que con el “sonido Seattle” –me parecieron más cercanas a los primeros álbumes de Soundgarden que a “Rooster”, que a “Heaven Beside You” y que a “Nutshell”–, y me costó trabajo seguirle el ritmo. 

Tuve ese disco en mi colección varios años y no lo escuché más de tres veces.

Probablemente influyó el hecho de que Susy y yo dejamos de vernos, que ella se largó de la ciudad, que se enamoró de otro sujeto, que se casó con ese sujeto y que tuvo un bebé. 

Probablemente influyó el hecho de que comencé a dar clases como profesor de asignatura en la Ibero y que hice algunas amistades en algunos talleres de creación literaria y que me mantuve ocupado en actividades que no tenían una relación cercana con la música que escuchaba en la universidad. 

Probablemente influyó el hecho de que dejé de escuchar a Nirvana durante algunos meses. 
 
Más o menos cinco años después, conocí a mi esposa. 

La conocí en una estación del metro, cuando iba a impartir una clase a la UNAM. 

Iba a cumplir un par de semestres como profesor de asignatura interino (el puesto más bajo como académico) y ni siquiera había ingresado al posgrado. Mi sueldo apenas me alcanzaba para invitarla a comer a algún restaurante, de vez en cuando. 

Una vez ella y yo fuimos al Chopo y allí vendí mi primer ejemplar de Facelift. 

El tipo que me lo compró no entendió por qué quería venderlo. Le dije que necesitaba el dinero, me miró con lástima y ya no dijo nada. (En esa ocasión, aunque realmente no estaba tan quebrado, también vendí mi primer ejemplar del álbum de Temple Of The Dog.) 

Pude sobrellevar la situación sin mi primer ejemplar de Facelift –tal vez los recuerdos a los que me remontaba no sólo no eran tan agradables, sino que no los había digerido– hasta abril del año pasado, cuando acabé de escribir mi primera novela. Un capítulo más o menos relevante para la trama, me llevó a pensar en Layne Staley y en particular en el rango de su voz en “Love, Hate, Love”. 

(Esa novela es historia aparte: comencé a escribirla en diciembre del 2013 y terminé de escribirla en las últimas semanas de abril del 2019, después de revisarla y de re-escribirla obsesivamente, en medio de una crisis provocada por una quiebra –económica y emocional–, casi total*). 

Lamenté haber vendido el álbum, y mi desesperación y necesidad de escucharlo de principio a fin fueron tales, casi como si me hallara en un síndrome de abstinencia del “sonido Seattle”, que lo descargué de algún blog en internet. (Aún no había llegado la obsolescencia programada a mi iPod, funcionaba según el impecable cuidado en el que lo he mantenido y no me había visto obligado a contratar Spotify.) 

Estuve escuchándolo varios días en mi iPod y estuve varios días lamentando haberlo vendido en El Chopo. Mi primer ejemplar debió de ser una edición de los noventas. 

Por fortuna, en alguna visita al Centro Histórico de la Ciudad de México, hace no más de un año, encontré otro ejemplar de Facelift en el Mix Up de Madero. Por fortuna, también es una edición de los noventas. 

Este álbum cumple hoy 30 años. Layne mañana cumpliría 53 años. 

__________

*Ingenuamente, concursé con esta novela por un premio para “jóvenes escritores” que ganó una persona que ha reconocido abiertamente en alguna conferencia de la empresa que patrocinó el concurso, haber estado “apadrinada” por una escritora consagrada.

domingo, 26 de abril de 2020

Got Hips Like Cinderella


Esta mañana de domingo no estaba pensando en ti, ni nada parecido. 
Tampoco estaba pensando en los Pixies, ni nada parecido. 

Quería escribir sobre un sueño que tuve hace varios meses en el que aparecías de la nada y en el que éramos pasantes y nos preparábamos con quienes nos daban la oportunidad de ensayar nuestra presentación frente a clase. Faltaban algunos días para nuestro examen profesional. Yo era el muchacho ingenuo que realmente fui y tú eras la mujer experimentada que realmente fuiste. El ambiente era ese ambiente de cárcel que caracterizó a los últimos días que pasamos en la escuela. 

En ese sueño no sonaba una canción de los Pixies, pero siempre asocio su música con la época en la que te conocí. 

Puse un álbum de Pixies y comencé a escribir. Apenas llevaba unas líneas escritas, cuando llegó la segunda canción y terminé pensando en ti. Escuché esta canción hace más de veinte años, cuando nos conocimos.

No te extraño, ni nada parecido. Todavía pienso que no volvería a estar contigo, aunque fueras la única mujer en el mundo.  

Sin embargo, el bajo de Kim Deal que corre casi a la misma velocidad que la batería de David Lovering, mientras Black Francis murmura, antes de que la guitarra de Joey Santiago estalle con los gritos de Black, me trajeron recuerdos agradables de la época en la que te conocí. 

Me prestaste Doolittle un fin de semana. 
Teníamos algunas semanas, o días, saliendo. 

Aun cuando habías sido casi la primera mujer que vi el primer día de clases en la universidad y aun cuando desde ese momento te había encontrado misteriosa y atractiva y aun cuando quería hablarte y saber tu nombre y aun cuando quería que fuéramos amigos, nos conocimos casi tres años más tarde en una clase. 

Aun cuando había intentado averiguar tu nombre en una lista de alumnos afuera del cubículo de un profesor que habíamos tenido en común durante el primer trimestre, nos conocimos casi tres años más tarde en una clase. 

Aun cuando te había idealizado durante la huelga de 1999 en esas largas noches de insomnio en las que me sentía perdido, imaginando cómo sería tu vida, quiénes eran tus amigos y qué estarías haciendo en ese momento, mientras intentaba leer la Divina Comedia y deseaba vehementemente conocer a una mujer que fuera para mí como Beatriz lo fue para Dante, nos conocimos casi tres años más tarde en una clase.

Los sábados tomábamos esa clase en la que nos conocimos. 
La huelga duró casi un año y había ocasionado que los horarios fueran un desastre y que hubiera varias clases en fin de semana. 

Cuando entré al aula y te vi sentada en la segunda fila, no lo pude creer.
Me senté detrás de ti y no pude concentrarme en nada. Sólo pensaba cómo me acercaría a hablarte, sin parecer desesperado.

Todo ocurrió muy rápido. 

Me prestaste Doolittle un fin de semana. 
Teníamos algunas semanas, o días, saliendo. 

Estabas en el departamento de tus tías y recorrí toda la ciudad para verte. 
Platicamos varias horas en uno de los pasillos de esos edificios de FOVISSSTE y me hablaste de los Pixies. Me dijiste que eran tu banda favorita. Me dijiste que no solías prestarle tus discos a nadie, pero que era una ocasión especial. 

En cuanto volví a la casa de mis papás, me puse a escuchar el álbum.

miércoles, 29 de enero de 2020

Explosiones En Tus Ojos


Hace una semana te vi, pero estuve soñándote unos días antes. 

En mi sueño más reciente, los dos estábamos en un homenaje que se llevaba a cabo en un enorme auditorio-casa. Saludaba a uno de mis ex -jefes y él me decía algo ininteligible cuyo propósito era hacerme sentir inoportuno. 

Ya que no me sentía bienvenido al homenaje y no podía salir del auditorio, entonces subía por unas escaleras que estaban junto a las butacas frente al escenario. Llegaba a una de las filas más alejadas del escenario y esperaba que allí nadie me viera. Traía una guitarra Mustang como la de Kurt Cobain –incluso estaba pintada de sonic blue– y comenzaba a tocar algunos acordes de “Oh, The Guilt”, cuando aparecías en el escenario. 

Capturabas toda mi atención. Los reflectores te iluminaban de pies a cabeza. Tu rostro tenía un aspecto triste. Vestías muy casual, como al estilo de las adolescentes de la década de los noventa –incluso traías una especie de gorra y una falda larga, parecidas a las que usaban las protagonistas de los sitcoms de la época–, y dirigías algunas palabras a los asistentes.

Luego, te sentabas frente a mí, mientras yo continuaba tocando la Mustang
Tardabas en darte cuenta de que yo estaba detrás de ti y cuando lo hacías me saludabas con mucha alegría y efusividad. Sin incorporarte de tu asiento, volteabas la cabeza y estirabas el cuello hasta donde yo me encontraba. Nuestros rostros se encontraban frente a frente y querías que nos saludáramos con un beso, como lo hace la gente. Al mismo tiempo, parecía que querías que nos besáramos en los labios y que fuera una especie de accidente. 

Nuestros labios apenas se rozaban y nos quedábamos unos segundos en silencio, como si estuviéramos reflexionando acerca de lo que habíamos sentido, cuando comenzaba el homenaje. Luego, una niña aparecía y ella me suplicaba que le prestara la guitarra y tú le decías que no me molestara y ella comenzaba a llorar y yo le prestaba la guitarra y le advertía que yo era zurdo y que si quería tocarla tenía que hacerlo con la mano izquierda y que tenía que pisar los trastes con la mano derecha. Ella sonreía y yo comenzaba a enseñarle cómo tocar la canción de Nirvana que estaba tocando al principio.  

Todos los sueños que soñé antes de verte estuvieron plagados de mensajes parecidos a éste.(¿Es sólo mi impresión, o es evidente una especie de culpabilidad y de deseo?)

Me pregunto por qué sueño estas cosas contigo. 

No puedo dejar de pensar que todo lo que sueño tiene algún motivo. A veces, basta que, antes de dormirme, vea durante algunos segundos alguna fotografía o que piense durante algunos segundos en alguna persona, para que la situación o la persona aparezcan en mis sueños. Otras veces, me parece que sueño porque la persona a la que sueño y yo tenemos una especie de conexión psíquica. (Esto es sólo para justificarme. Al final, creo que, en realidad, lo que sueño depende de lo que fabrica mi neocorteza con los contenidos de lo que yo mismo pienso a lo largo de la vigilia, aunque algunos pensamientos pasen desapercibidos y terminen colándose misteriosamente en mis sueños.) 

Espero descubrir algún día por qué sueño lo que sueño contigo.  

Una vez te platiqué que mi familia suele preguntarme por el significado de sus sueños y que yo sólo creía que cada quien sabe sus perversiones y sus frustraciones, y te reíste. En esa época empezábamos a llevarnos mejor. Nos tomó casi cinco años de convivencia comenzar a hablar de asuntos triviales, como personas (más que como colegas). Si no me hubiera cambiado de ciudad a otro trabajo, probablemente seríamos más cercanos ahora. No sé si eso habría bastado para cambiar esta tragedia. Probablemente habría ocurrido lo mismo y sólo seríamos más cercanos y me afectaría más de lo que me afecta.  

Antes de la tragedia, la última vez que lo vi, pasé a saludarte al cubículo que compartimos los tres, durante casi un año. Estabas con una alumna de maestría y dejaste de hacer lo que estabas haciendo para saludarme. Te dio mucho gusto que nos viéramos. A mí también. Nos abrazamos cálidamente. Todo ese día estuve pensando en la calidez de ese abrazo. Sentía una especie de placer culpable. El recuerdo de tu cuerpo junto al mío en esa situación tan trivial me estremecía. La forma en que latía tu corazón y la forma en la que la sangre parecía recorrer tu piel me estremecieron. Me sentía terriblemente culpable y abusivo, pero no podía dejar de sentirme así. La sensación me persiguió todo el día.    

Hablamos ayer. Me dijiste que estabas trabajando en un asunto relacionado con él y que eso no te hacía feliz. Creo que nunca habíamos hablado tanto. Fue extraño. Me siento estremecido y confundido. 

Desde entonces, para lidiar con la sensación, escucho esta canción de Gustavo Cerati que siempre me ha hecho pensar que fue escrita para ti. 

miércoles, 1 de enero de 2020

Odette de Crécy


En mi sueño, tú y yo estamos en un autobús. Estamos sentados en uno de los últimos asientos. Somos los únicos pasajeros. Mientras hablas sin parar, los rayos del sol te dan en el rostro y me permiten percatarme del color de tus ojos. Me sorprende: te conozco desde hace varios años y nunca había notado que son cafés. También me doy cuenta de que uno de tus ojos parece de vidrio –probablemente se deba a que vi The Big Short hace algunas noches y a que el ojo de vidrio del personaje interpretado por Christian Bale me llamó la atención y a que se quedó misteriosamente en mi memoria– e intento mirar a otro lado para no incomodarte.

Colocas brevemente una de tus manos en una de mis piernas y ese breve contacto me hace recordar la manera en que nos conocimos y cuánto me gustabas y cuánto te deseaba y cuánta tristeza me inspirabas. También me hace recordar una ocasión en la que hablábamos antes de una aburrida clase en la universidad. Hacía calor. Debió de ser abril, unos días antes de las vacaciones de Semana Santa. Estaba matando el tiempo, hojeando algunas páginas de una novela que acababa de leer, sentado en el pasto de uno de los jardines de Ciudad Universitaria. Debían de ser las nueve de la mañana. Ibas llegando a la universidad y me viste y me sonreíste y nos saludamos y me preguntaste qué estaba leyendo mientras te sentabas junto a mí. Tenías el cabello húmedo y vestías jeans y una blusa de color púrpura y sin mangas. Tus labios sonrientes eran imposibles de ignorar y era imposible ignorar a lo que hacían alusión, según Konrad Lorenz en El Mono Desnudo

Te veías espectacular y me robaste el aire por algunos instantes en los que te contemplé de pies a cabeza y me esforcé por esbozar una sonrisa para evitar que supieras cuánto me gustabas y para evitar que descubrieras lo nervioso que me ponías y lo fácil que te habría resultado en esa época ejercer un control absoluto en mí. 

Conforme mi mirada llegaba a tu cabeza, me detuve unos segundos en tus pechos. Detrás de la blusa de color púrpura, sobresalían tímidamente tus pezones. Hice un esfuerzo por desviar mi mirada hasta tu cabeza y lamenté no haberlos podido contemplar en secreto unos segundos más. Me forcé a sonreír otra vez, para que no pensaras que era un depravado. Estúpidamente pensé en preguntarte si tenías frío, pero, por fortuna, empleé mi sentido común y me quedé callado. La fugaz visión de tus pezones me excitó y me hizo sentir como un púber descubriendo su propia sexualidad al hojear un ejemplar de Interviú que había ido a parar misteriosamente a su casa y encontrarse en él una fotografía de una mujer con los pechos al aire en una nota que hablaba de las playas nudistas de Barcelona y de las precauciones que debían seguir los bañistas al tomar el sol, y tuve que regresar a la realidad y entonces te dije que estaba leyendo En busca del tiempo perdido y tú me miraste con sorpresa y pasaste disimuladamente una de tus manos alrededor de tus pechos y me hiciste sentir un idiota indiscreto y luego te dije que en ese tomo de la novela emblemática de Marcel Proust que estaba leyendo había una mujer que me hacía pensar en ti y me preguntaste por qué me hacía pensar en ti y te respondí y cuando terminé de explicarte por qué te reíste y me dijiste que no encontrabas la relación entre tú y ese personaje y después me pediste que te hablara del autor y lo hice y te pareció tan interesante que me dijiste que esperabas que te prestara ese libro en algún momento. En ese mismo instante –mientras intentaba apartar de mi mente la sugerente imagen de tus pezones erectos asomándose a través de la superficie de tu blusa y también intentaba desviar de mi mente mis primeros encuentros con el desnudo femenino–, te lo presté. Me preguntaste si ya había terminado de leerlo y te dije que sí y lo aceptaste y lo guardaste en tu enorme bolsa de mano y nos levantamos del pasto y caminamos hacia la facultad. De haber sabido que jamás volvería a ver ese libro, no sé si te lo habría prestado. 

El sueño se queda suspendido en el autobús y el sol reflejado en tu rostro y tú hablándome efusivamente acerca de lo que podríamos hacer si yo dejara a mi esposa y yo continúo recordándote en la vida real. Ahora recuerdo otras conversaciones que tuvimos entre clases y cómo comencé a escribirte cartas y cómo comenzaste a responderlas. Recuerdo que tenías una enorme cicatriz en el brazo derecho y que me contaste que habías tenido un accidente jugando con fuego y que incluso no escuchabas bien y que tu oído derecho estaba un poco dañado y que por esa razón me pedías que me acercara a tu oreja izquierda cuando te hablaba en voz baja.

También recuerdo que casi todas las cosas que me contabas tenían que ver con el desamor. Habías tenido algunas relaciones problemáticas y estabas decepcionada de los hombres. Siempre te enamorabas y te rompían el corazón. Con cierta vergüenza, me confesaste que alguna vez incluso habías pensado en suicidarte. Me asustaba tu fragilidad y enamorarme de ti y terminar haciendo lo mismo que otros hombres. Había algo en ti que me hacía pensar que podías ser posesiva, absorbente y celosa. Teníamos algunos meses relacionándonos y te dije que me gustabas y que me sentía muy bien contigo y que a veces me preguntaba qué pasaría si tú sentías lo mismo que yo. Te sonrojabas y de inmediato cambiabas de tema. Si yo insistía, siempre me decías lo mismo. No querías enamorarte de mí, porque estabas segura de que te rompería el corazón.      

martes, 29 de enero de 2019

Tu sola presencia me enferma y me vacía


Inconcluso.


Hicimos "click" casi de inmediato, en cuanto nuestras miradas se cruzaron fugazmente entre un montón de desconocidos que fumaban marihuana y que bebían cerveza. Lo noté mientras Los Silencios Incómodos subían al escenario. Quise acercarme a ti y decirte que los conocía y que incluso ya había escuchado algunos demos de las canciones del álbum que presentaban esa noche en El Foro Alicia. Quería alardear y decirte que los había escuchado en varios, pero estaba tan nervioso que no me moví de mi lugar. 
Jamás imaginé que su música me acompañaría del júbilo a la desesperanza y que tú estarías presente. Han pasado muchos años desde entonces, pero esta mañana del 29 de enero del 2019, te soñé. Eras totalmente distinta a cómo fuiste en realidad.  

Eras tan distinta –casi como me hubiera gustado que fueras en realidad– que todo el día estuve recordando este sueño.En el sueño, aún vivo en la casa de mis papás y, por alguna razón desconocida, mi esposa me ha dejado y parece que tú estabas esperando este momento toda tu vida. 



Mi mujer me ha abandonado y me levanto de la cama, con un dolor de cabeza que no Amanece y estoy en la casa de mis papás –aparentemente, mi esposa me abandonó– y me siento un fracasado.


Debo salir a la escuela y no tengo ganas de levantarme de la cama. 

Mis hermanos me tratan con lástima. 

Salgo a la calle, creyendo que debo ir a la universidad a terminar una materia que dejé inconclusa.

tengo la impresión de que me falta tomar una materia en la universidad. 

Te veohabrá un examen para el que no estudié.  ienes varias horas esperándome cuando finalmente llego al lugar en el que acordamos vernos. 
Eres fría como siempre fuiste en la realidad.
Me ordenas algo y te ignoro.
Eres diferente en el sueño.

Y esta canción suena en mi cabeza.