
sábado, 28 de diciembre de 2024
ni aunque fueras la última mujer en el universo
sábado, 26 de octubre de 2024
Shimmer Like A Girl
domingo, 15 de septiembre de 2024
Cure for pain
Me pasaste el cigarrillo, no podía dejar de recriminarme, estaba a punto de cumplir 8 meses sin fumar y no parecía gran cosa para alguien que había logrado dejar de fumar durante casi 8 años, que antes de esa abstinencia prolongada tenía dedos de nicotina, pero volver a fumar representaba no sólo haber vuelto a caer sino la punta del iceberg de todo lo que ocurriría, de todo lo que perdería, de todas las cosas que cambiarían en mi vida, apenas saliéramos de ese departamento, dejáramos la cama, nos vistiéramos, y pretendiéramos volver a nuestras vidas anteriores.
Le di una chupada al cigarrillo, sentí nuevamente cómo la nicotina y todos los compuestos cancerígenos se abrían camino hasta mis pulmones, olfateé el horrible aroma del tabaco impregnado en mis dedos y recordé cómo apestaba toda mi ropa cuando fumaba todo el tiempo, cuando fumar era lo primero que hacía al despertarme y lo último que hacía antes de acostarme a dormir, cuando me bañaba con un cigarrillo en los labios y hacía malabares para que no le cayera agua, cuando fumaba mientras caminaba a las siete am desde la estación Copilco y transitaba por El Paseo de las Facultades y llegaba a la Facultad de Medicina y subía los cinco pisos hasta el laboratorio de Todokoro, pensando en cuánto lo aborrecía, en cuánto deseaba terminar el doctorado, en cuánto deseaba yo mismo mi propia destrucción, y no volver a saber nada más de él.
Te devolví el cigarrillo y me sonreíste, y tu sonrisa me fulminó tal y como lo había hecho casi un mes atrás, en esa reunión en la que coincidimos casi por accidente, en el cumpleaños de un conocido que teníamos en común y que ni siquiera sabíamos que teníamos en común, cuando estábamos sentados en la sala de su casa y nos tomábamos unas cervezas artesanales y dejamos las botellas en una mesita de centro al mismo tiempo y de pronto nuestras manos entraron en contacto brevemente y para mí fue como un rush y como un flashback retorcido y quise salir huyendo de allí porque tuve una visión: tú podrías hacerme perder la razón, terminar con mi matrimonio de casi veinte años, herir a mi esposa y no merecer su perdón.
Le diste una chupada al cigarrillo, vi cómo las volutas de humo se dispersaban en el espacio y me acordé de mi infancia, aparentemente siempre había estado condenado al tabaquismo, en todas mis visitas a casa del abuelo siempre estaba presente este olor peculiar, no tenía que esforzarme mucho para evocar a mi abuelo con su cajetilla de Raleigh en una mano y con un cigarrillo en la boca, haciendo algunos movimientos automáticos con la otra mano, sacándose esporádicamente el cigarrillo de la boca y luego dejando escapar el humo por la nariz y por la boca mientras platicaba cualquier cosa de su juventud, cuando había boxeado y le llamaban Kiko Serratos, cuando jugaba beisbol en el equipo de la fábrica de porcelana en la que trabajaba en la época en la que conoció a la abuela, cuando la abuela le prohibió seguir boxeando, cuando mi papá nació.
Suspiraste y volviste a pasarme el cigarrillo y lo tomé y nuestras manos volvieron a hacer contacto como aquella vez en la fiesta de nuestro amigo y volví a sentirme electrificado y ya no supe si estaba teniendo un rush, un flashback retorcido o una resaca, pero me acordé de haber leído algo sobre Jean Nicot, este diplómatico francés que llevó el tabaco de América a Europa, y lo imaginé incitando a Catalina de Médici al vicio, y también me acordé de ese estudio de tabaquismo en el que decían que tener antecedentes de tabaquismo aumentaba cuatro o cinco veces el riesgo de engancharse con el tabaco y que, además de ser un factor de riesgo para contraer cardiopatías, EPOC y enfisema pulmonar –las enfermedades clásicas asociadas con el tabaquismo–, fumar aceleraba el envejecimiento del cerebro, encogía el tamaño del cerebro, y era un factor de riesgo para la demencia. Ese paper lo había leído en mi primer recaída, cuando ya no podía estar en abstinencia ni siquiera un par de días, cuando sabía que estaba precipitándome otra vez por la espiral del tabaquismo, cuando consideraba sufrir las potenciales consecuencias de ideaciones suicidas de la vareniclina, cuando estaba desesperado, cuando tú eras sólo una colega que no me caía muy bien y que veía esporádicamente en los pasillos de la universidad, cuando tú no formabas parte de mi vida, cuando tu voz y tu rostro no me perseguían en mis sueños, cuando nunca pensaba en ti.
Me sonreíste otra vez y no pude evitarlo, tu mirada de atardecer, tus pupilas color avellana, tu cabellera azabache, tu aroma a perfume carísimo, me noquearon, aplasté el cigarrillo contra el cenicero en la mesita de noche y me lancé de nuevo.
jueves, 29 de septiembre de 2022
i want to be a country singer
me la bebo rápidamente, como si se tratara de la última hard seltzer disponible en el mundo, como si se tratara de tu cuerpo de alcohol incendiándose en las lagunas psicóticas de mis labios de Korsakoff, como si se tratara de un cuerpo celeste en la oscuridad de mis manos y de mi mente achicharradas por la paranoia, como si se tratara de un tranquilizante para mi pequeña mortalidad que se estresa porque pasa una mosca y se posa a centímetros del vaso de vidrio y amenaza con ahogarse en alcohol, como si se tratara de un combustible que perturba mis sentidos y que me hace levitar entre el resto de los mortales que tienen preocupaciones mucho más graves que las mías.
me la bebo rápidamente pensando en ti, como si no se tratara de alcohol recorriendo mi sistema nervioso central, sino como si se tratara de tu saliva recorriendo mis corpúsculos de Krause –una de las protagonistas de Las partículas elementales le dedica todo un capítulo a estos órganos sensoriales y al sexo, y la idea ha estado dándome vueltas en la cabeza–, como si se tratara de tu voz que abre las grietas de mis oídos derrumbados cuando te carcajeas y me miras con tu mirada fulminante de aguja, cuando tu mirada de intravenosa con el ceño altivo es una cortada de papel y entonces los dos sabemos, durante unas milésimas de segundo, que es un camino sin retorno, una caída libre, que no hay vuelta atrás, y que vamos a perder la razón.
me la bebo rápidamente y quiero que sus efectos me transporten a esta tarde, cuando llegaste a mi casa después de ir al súper y me trajiste la caja de Helix que te había encargado por Whats, cuando bajé la caja del Uber y estuve a unos centímetros de ti y aspiré tu aroma y sentí tus caderas confundiéndose con tu cabellera azabache, cuando te inclinaste a recoger una botella de agua que estaba tirada debajo del asiento del copiloto y vi tu silueta en todo su esplendor y sentí que sería muy fácil convencerte de cualquier cosa, de pasar a mi casa e invitarte a tomar y luego conversar y emborracharnos y luego perder la razón juntos.
me la bebo rápidamente y recuerdo que nos despedimos con un beso tuyo muy intenso en mi mejilla izquierda y con un abrazo muy cálido mío alrededor de tu espalda y cintura, y que diste media vuelta y que caminaste hacia tu casa y que no pude dejar de mirar cómo se te marcaban las caderas debajo de esos ajustados jeans blancos que llevabas puestos, y recuerdo la vaguedad de tu lencería, de tus bragas de corte francés con encaje, transparentándose a través de esos ajustados jeans blancos, como si se hubieran tratado de una cicatriz que me daba curiosidad y que quería abrirme y mordisquear como un adolescente que descubre a mujeres semidesnudas en un ejemplar de Interviú, y recuerdo que me quedé estupefacto viéndote caminar de ese modo tan espontáneo que te caracteriza y que me sentí culpable, enfermo, ebrio y sediento y hambriento de ti, y que tuve pensamientos inapropiados, y que me sentí como si estuviera en un síndrome de abstinencia, pero volví a la realidad al cerrar la puerta de la casa.
me la bebo rápidamente y estoy sentado en el sillón y abrí una lata de Helix y escancié su contenido en un vaso de vidrio y trasegué su contenido varias veces ya, y le pedí a Alexa que pusiera a Sweet 75 y escuché a Yva Las Vegas y a Krist Novoselic varias veces ya, y viajé a 1994 varias veces ya, e imaginé a Krist Novoselic reponiéndose de la muerte de Kurt Cobain, intentando borrar de su mente ese último recuerdo de él golpeándolo y escabulléndose del SEA-TAC airport, pocas semanas antes de su muerte, creyendo que la solución para borrar ese recuerdo sería involucrarse en un nuevo proyecto musical, e imaginé a Krist Novoselic en su primera fiesta de cumpleaños desde mil novecientos ochenta y tantos sin Nirvana, conociendo a Yva Las Vegas, a esa cantante venezolana que llegó a cantarle a ese cumpleaños, mucho antes de que ella se convirtiera en cantante joropunk.
me la bebo rápidamente, y no puedo dejar de pensar en que esos jeans ajustados te quedan tan bien, que quisiera emborracharme cuanto antes y tener un sueño loco que nunca podrá ser realidad, quiero sentir que nada me importa, que el estrés desaparece, que los juegos mentales no están en mi contra, que me da igual qué pasará, que ya hice todo lo que está a mi alcance para tener otro contrato seguro hasta enero en mi zona de confort, que metí mi solicitud para una evaluación curricular –mi segunda evaluación curricular en lo que va del año– y que el perfil de esta convocatoria no corresponde con mi perfil, pero que tengo altas posibilidades de ganar.
viernes, 21 de agosto de 2020
Facelift (1990)
domingo, 26 de abril de 2020
Got Hips Like Cinderella
Esta mañana de domingo no estaba pensando en ti, ni nada parecido.
Tampoco estaba pensando en los Pixies, ni nada parecido.
Quería escribir sobre un sueño que tuve hace varios meses en el que aparecías de la nada y en el que éramos pasantes y nos preparábamos con quienes nos daban la oportunidad de ensayar nuestra presentación frente a clase. Faltaban algunos días para nuestro examen profesional. Yo era el muchacho ingenuo que realmente fui y tú eras la mujer experimentada que realmente fuiste. El ambiente era ese ambiente de cárcel que caracterizó a los últimos días que pasamos en la escuela.
En ese sueño no sonaba una canción de los Pixies, pero siempre asocio su música con la época en la que te conocí.
Puse un álbum de Pixies y comencé a escribir. Apenas llevaba unas líneas escritas, cuando llegó la segunda canción y terminé pensando en ti. Escuché esta canción hace más de veinte años, cuando nos conocimos.
No te extraño, ni nada parecido. Todavía pienso que no volvería a estar contigo, aunque fueras la única mujer en el mundo.
Sin embargo, el bajo de Kim Deal que corre casi a la misma velocidad que la batería de David Lovering, mientras Black Francis murmura, antes de que la guitarra de Joey Santiago estalle con los gritos de Black, me trajeron recuerdos agradables de la época en la que te conocí.
Me prestaste Doolittle un fin de semana.
Teníamos algunas semanas, o días, saliendo.
Aun cuando habías sido casi la primera mujer que vi el primer día de clases en la universidad y aun cuando desde ese momento te había encontrado misteriosa y atractiva y aun cuando quería hablarte y saber tu nombre y aun cuando quería que fuéramos amigos, nos conocimos casi tres años más tarde en una clase.
Aun cuando había intentado averiguar tu nombre en una lista de alumnos afuera del cubículo de un profesor que habíamos tenido en común durante el primer trimestre, nos conocimos casi tres años más tarde en una clase.
Aun cuando te había idealizado durante la huelga de 1999 en esas largas noches de insomnio en las que me sentía perdido, imaginando cómo sería tu vida, quiénes eran tus amigos y qué estarías haciendo en ese momento, mientras intentaba leer la Divina Comedia y deseaba vehementemente conocer a una mujer que fuera para mí como Beatriz lo fue para Dante, nos conocimos casi tres años más tarde en una clase.
Los sábados tomábamos esa clase en la que nos conocimos.
La huelga duró casi un año y había ocasionado que los horarios fueran un desastre y que hubiera varias clases en fin de semana.
Cuando entré al aula y te vi sentada en la segunda fila, no lo pude creer.
Me senté detrás de ti y no pude concentrarme en nada. Sólo pensaba cómo me acercaría a hablarte, sin parecer desesperado.
Todo ocurrió muy rápido.
Me prestaste Doolittle un fin de semana.
Teníamos algunas semanas, o días, saliendo.
Estabas en el departamento de tus tías y recorrí toda la ciudad para verte.
Platicamos varias horas en uno de los pasillos de esos edificios de FOVISSSTE y me hablaste de los Pixies. Me dijiste que eran tu banda favorita. Me dijiste que no solías prestarle tus discos a nadie, pero que era una ocasión especial.
En cuanto volví a la casa de mis papás, me puse a escuchar el álbum.
miércoles, 29 de enero de 2020
Explosiones En Tus Ojos
Hace una semana te vi, pero estuve soñándote unos días antes.
En mi sueño más reciente, los dos estábamos en un homenaje que se llevaba a cabo en un enorme auditorio-casa. Saludaba a uno de mis ex -jefes y él me decía algo ininteligible cuyo propósito era hacerme sentir inoportuno.
Ya que no me sentía bienvenido al homenaje y no podía salir del auditorio, entonces subía por unas escaleras que estaban junto a las butacas frente al escenario. Llegaba a una de las filas más alejadas del escenario y esperaba que allí nadie me viera. Traía una guitarra Mustang como la de Kurt Cobain –incluso estaba pintada de sonic blue– y comenzaba a tocar algunos acordes de “Oh, The Guilt”, cuando aparecías en el escenario.
Capturabas toda mi atención. Los reflectores te iluminaban de pies a cabeza. Tu rostro tenía un aspecto triste. Vestías muy casual, como al estilo de las adolescentes de la década de los noventa –incluso traías una especie de gorra y una falda larga, parecidas a las que usaban las protagonistas de los sitcoms de la época–, y dirigías algunas palabras a los asistentes.
Luego, te sentabas frente a mí, mientras yo continuaba tocando la Mustang.
Tardabas en darte cuenta de que yo estaba detrás de ti y cuando lo hacías me saludabas con mucha alegría y efusividad. Sin incorporarte de tu asiento, volteabas la cabeza y estirabas el cuello hasta donde yo me encontraba. Nuestros rostros se encontraban frente a frente y querías que nos saludáramos con un beso, como lo hace la gente. Al mismo tiempo, parecía que querías que nos besáramos en los labios y que fuera una especie de accidente.
Nuestros labios apenas se rozaban y nos quedábamos unos segundos en silencio, como si estuviéramos reflexionando acerca de lo que habíamos sentido, cuando comenzaba el homenaje. Luego, una niña aparecía y ella me suplicaba que le prestara la guitarra y tú le decías que no me molestara y ella comenzaba a llorar y yo le prestaba la guitarra y le advertía que yo era zurdo y que si quería tocarla tenía que hacerlo con la mano izquierda y que tenía que pisar los trastes con la mano derecha. Ella sonreía y yo comenzaba a enseñarle cómo tocar la canción de Nirvana que estaba tocando al principio.
Todos los sueños que soñé antes de verte estuvieron plagados de mensajes parecidos a éste.(¿Es sólo mi impresión, o es evidente una especie de culpabilidad y de deseo?)
Me pregunto por qué sueño estas cosas contigo.
No puedo dejar de pensar que todo lo que sueño tiene algún motivo. A veces, basta que, antes de dormirme, vea durante algunos segundos alguna fotografía o que piense durante algunos segundos en alguna persona, para que la situación o la persona aparezcan en mis sueños. Otras veces, me parece que sueño porque la persona a la que sueño y yo tenemos una especie de conexión psíquica. (Esto es sólo para justificarme. Al final, creo que, en realidad, lo que sueño depende de lo que fabrica mi neocorteza con los contenidos de lo que yo mismo pienso a lo largo de la vigilia, aunque algunos pensamientos pasen desapercibidos y terminen colándose misteriosamente en mis sueños.)
Espero descubrir algún día por qué sueño lo que sueño contigo.
Una vez te platiqué que mi familia suele preguntarme por el significado de sus sueños y que yo sólo creía que cada quien sabe sus perversiones y sus frustraciones, y te reíste. En esa época empezábamos a llevarnos mejor. Nos tomó casi cinco años de convivencia comenzar a hablar de asuntos triviales, como personas (más que como colegas). Si no me hubiera cambiado de ciudad a otro trabajo, probablemente seríamos más cercanos ahora. No sé si eso habría bastado para cambiar esta tragedia. Probablemente habría ocurrido lo mismo y sólo seríamos más cercanos y me afectaría más de lo que me afecta.
Antes de la tragedia, la última vez que lo vi, pasé a saludarte al cubículo que compartimos los tres, durante casi un año. Estabas con una alumna de maestría y dejaste de hacer lo que estabas haciendo para saludarme. Te dio mucho gusto que nos viéramos. A mí también. Nos abrazamos cálidamente. Todo ese día estuve pensando en la calidez de ese abrazo. Sentía una especie de placer culpable. El recuerdo de tu cuerpo junto al mío en esa situación tan trivial me estremecía. La forma en que latía tu corazón y la forma en la que la sangre parecía recorrer tu piel me estremecieron. Me sentía terriblemente culpable y abusivo, pero no podía dejar de sentirme así. La sensación me persiguió todo el día.
Hablamos ayer. Me dijiste que estabas trabajando en un asunto relacionado con él y que eso no te hacía feliz. Creo que nunca habíamos hablado tanto. Fue extraño. Me siento estremecido y confundido.
Desde entonces, para lidiar con la sensación, escucho esta canción de Gustavo Cerati que siempre me ha hecho pensar que fue escrita para ti.
miércoles, 1 de enero de 2020
Odette de Crécy
En mi sueño, tú y yo estamos en un autobús. Estamos sentados en uno de los últimos asientos. Somos los únicos pasajeros. Mientras hablas sin parar, los rayos del sol te dan en el rostro y me permiten percatarme del color de tus ojos. Me sorprende: te conozco desde hace varios años y nunca había notado que son cafés. También me doy cuenta de que uno de tus ojos parece de vidrio –probablemente se deba a que vi The Big Short hace algunas noches y a que el ojo de vidrio del personaje interpretado por Christian Bale me llamó la atención y a que se quedó misteriosamente en mi memoria– e intento mirar a otro lado para no incomodarte.
Colocas brevemente una de tus manos en una de mis piernas y ese breve contacto me hace recordar la manera en que nos conocimos y cuánto me gustabas y cuánto te deseaba y cuánta tristeza me inspirabas. También me hace recordar una ocasión en la que hablábamos antes de una aburrida clase en la universidad. Hacía calor. Debió de ser abril, unos días antes de las vacaciones de Semana Santa. Estaba matando el tiempo, hojeando algunas páginas de una novela que acababa de leer, sentado en el pasto de uno de los jardines de Ciudad Universitaria. Debían de ser las nueve de la mañana. Ibas llegando a la universidad y me viste y me sonreíste y nos saludamos y me preguntaste qué estaba leyendo mientras te sentabas junto a mí. Tenías el cabello húmedo y vestías jeans y una blusa de color púrpura y sin mangas. Tus labios sonrientes eran imposibles de ignorar y era imposible ignorar a lo que hacían alusión, según Konrad Lorenz en El Mono Desnudo.
Te veías espectacular y me robaste el aire por algunos instantes en los que te contemplé de pies a cabeza y me esforcé por esbozar una sonrisa para evitar que supieras cuánto me gustabas y para evitar que descubrieras lo nervioso que me ponías y lo fácil que te habría resultado en esa época ejercer un control absoluto en mí.
Conforme mi mirada llegaba a tu cabeza, me detuve unos segundos en tus pechos. Detrás de la blusa de color púrpura, sobresalían tímidamente tus pezones. Hice un esfuerzo por desviar mi mirada hasta tu cabeza y lamenté no haberlos podido contemplar en secreto unos segundos más. Me forcé a sonreír otra vez, para que no pensaras que era un depravado. Estúpidamente pensé en preguntarte si tenías frío, pero, por fortuna, empleé mi sentido común y me quedé callado. La fugaz visión de tus pezones me excitó y me hizo sentir como un púber descubriendo su propia sexualidad al hojear un ejemplar de Interviú que había ido a parar misteriosamente a su casa y encontrarse en él una fotografía de una mujer con los pechos al aire en una nota que hablaba de las playas nudistas de Barcelona y de las precauciones que debían seguir los bañistas al tomar el sol, y tuve que regresar a la realidad y entonces te dije que estaba leyendo En busca del tiempo perdido y tú me miraste con sorpresa y pasaste disimuladamente una de tus manos alrededor de tus pechos y me hiciste sentir un idiota indiscreto y luego te dije que en ese tomo de la novela emblemática de Marcel Proust que estaba leyendo había una mujer que me hacía pensar en ti y me preguntaste por qué me hacía pensar en ti y te respondí y cuando terminé de explicarte por qué te reíste y me dijiste que no encontrabas la relación entre tú y ese personaje y después me pediste que te hablara del autor y lo hice y te pareció tan interesante que me dijiste que esperabas que te prestara ese libro en algún momento. En ese mismo instante –mientras intentaba apartar de mi mente la sugerente imagen de tus pezones erectos asomándose a través de la superficie de tu blusa y también intentaba desviar de mi mente mis primeros encuentros con el desnudo femenino–, te lo presté. Me preguntaste si ya había terminado de leerlo y te dije que sí y lo aceptaste y lo guardaste en tu enorme bolsa de mano y nos levantamos del pasto y caminamos hacia la facultad. De haber sabido que jamás volvería a ver ese libro, no sé si te lo habría prestado.
El sueño se queda suspendido en el autobús y el sol reflejado en tu rostro y tú hablándome efusivamente acerca de lo que podríamos hacer si yo dejara a mi esposa y yo continúo recordándote en la vida real. Ahora recuerdo otras conversaciones que tuvimos entre clases y cómo comencé a escribirte cartas y cómo comenzaste a responderlas. Recuerdo que tenías una enorme cicatriz en el brazo derecho y que me contaste que habías tenido un accidente jugando con fuego y que incluso no escuchabas bien y que tu oído derecho estaba un poco dañado y que por esa razón me pedías que me acercara a tu oreja izquierda cuando te hablaba en voz baja.
También recuerdo que casi todas las cosas que me contabas tenían que ver con el desamor. Habías tenido algunas relaciones problemáticas y estabas decepcionada de los hombres. Siempre te enamorabas y te rompían el corazón. Con cierta vergüenza, me confesaste que alguna vez incluso habías pensado en suicidarte. Me asustaba tu fragilidad y enamorarme de ti y terminar haciendo lo mismo que otros hombres. Había algo en ti que me hacía pensar que podías ser posesiva, absorbente y celosa. Teníamos algunos meses relacionándonos y te dije que me gustabas y que me sentía muy bien contigo y que a veces me preguntaba qué pasaría si tú sentías lo mismo que yo. Te sonrojabas y de inmediato cambiabas de tema. Si yo insistía, siempre me decías lo mismo. No querías enamorarte de mí, porque estabas segura de que te rompería el corazón.
martes, 29 de enero de 2019
Tu sola presencia me enferma y me vacía
Inconcluso.
Eras tan distinta –casi como me hubiera gustado que fueras en realidad– que todo el día estuve recordando este sueño.En el sueño, aún vivo en la casa de mis papás y, por alguna razón desconocida, mi esposa me ha dejado y parece que tú estabas esperando este momento toda tu vida.
Debo salir a la escuela y no tengo ganas de levantarme de la cama.
Mis hermanos me tratan con lástima.
Salgo a la calle, creyendo que debo ir a la universidad a terminar una materia que dejé inconclusa.
tengo la impresión de que me falta tomar una materia en la universidad.
Te veohabrá un examen para el que no estudié. ienes varias horas esperándome cuando finalmente llego al lugar en el que acordamos vernos.
Eres fría como siempre fuiste en la realidad.
Me ordenas algo y te ignoro.
Eres diferente en el sueño.
Y esta canción suena en mi cabeza.