Sonaba “Más o menos bien” y yo estaba ídem, con varios litros de Jim Beam estallando esporádicamente en mi sistema nervioso central, a punto de que todo, incluyendo sentirme una malísima copia de José Agustín, me valiera madre, pero el remordimiento era más fuerte que ese estado de semi inconsciencia.
Había hecho enojar a Lizzie otra vez.
La música y las luces de El Pata Negra me embotaron, me dio un ataque de tos, me faltó el aire, y me transportaron a un malviaje, como el de aquella noche en casa de Tobías, cuando habíamos fumado una hidropónica muy potente y Lizzie y yo nos quedamos en silencio, en medio de la sala, mientras Tobías y sus amigos escuchaban alguna triste canción de José José y yo sentía que estaba al borde de un ataque de ansiedad y quería vomitar y no quería precipitarme en el abismo de ese pensamiento que merodeaba mi mente –«¡Te sientes mal, y te sentirás peor!»– y que me llevaría a hiperventilar, pero, de pronto, la gente, coreando la canción y moviendo las manos en lo alto, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, en una fabulosa comunión con la banda, dejó de ser un espejismo, me despertó y me devolvió a la realidad.
A lo mejor todos ya estábamos más o menos ebrios –excepto Lizzie, quien, desde entonces, era la única que se mantenía sobria siempre–, y, tal vez, una groupie de Nos Llamamos me había puesto una mano en el hombro y el contacto con la tibia piel de otro ser humano me hizo reparar en que no estaba soñando, en que no estaba a punto de hiperventilar en casa de Tobías, sino en que la groupie y yo estábamos de pie, a menos de un metro del escenario, y que todo eso habría podido convertirse en una experiencia feliz, excepto que no podía apartar mis pensamientos de Lizzie, de lo que ella significaba para mí, de que siempre la hacía enojar con tonterías, de que era tan idiota que nunca podía quedarme con la boca cerrada, de que era tan idiota que no podía darme cuenta de lo fabulosa que era conmigo.
Bajé la mirada, carraspeé, me quité la mano de la groupie de encima, ya no era un contacto reconfortante sino una invasión a mi espacio, y escuché:
«¡Todas las canciones las canta igual!»
Que era lo que Lizzie me decía cuando ponía por tercera o cuarta ocasión consecutiva La Dinastía Escorpio en el reproductor de discos compactos. Estaba obsesionado con ese álbum. Casi tanto como me había obsesionado Hasta Ahora Todo Va Bien, el álbum debut de esa banda que sonaba un poco a Sonic Youth y que había tocado varias veces con Nos Llamamos. Lizzie y yo vivíamos en un pequeño departamento en Xola y casi todos los fines de semana escuchaba La Dinastía Escorpio, y Lizzie, con toda razón, ya estaba harta. No le gustaba el cantante, decía que todo lo cantaba igual, y yo discutía con ella, a lo mejor en esos momentos ya me había tomado varios whiskies baratos, y no aceptaba que ése era su punto de vista.
La Dinastía Escorpio era el álbum de Él Mató A Un Policía Motorizado que traía “Más o menos bien” –esa canción que estaban tocando en vivo, en la realidad de ese estado semi inconsciente que me arrastraba como una ola salvaje hacia afuera, hacia donde transcurría esa fabulosa comunión entre la banda y el público, y luego hacia adentro de mí mismo, hacia donde no había nada más que una oscura luminosidad de malos viajes con otros agentes químicos–, a menos de un metro de mí, entre esas manos que se movían en lo alto, de derecha e izquierda y de izquierda a derecha, y que parecían un espejismo mientras varios litros de Jim Beam iban estallando en mi sistema nervioso central y me sentía una malísima copia de José Agustín y al mismo tiempo me encontraba en un estado de semi inconsciencia.
Una especie de claridad subió desde mis entrañas hasta mi cabeza y me sentí miserable, y me pregunté cuándo había comprado ese álbum –¿acaso lo había comprado en otro concierto?, ¿acaso Él Mató A Un Policía Motorizado había tocado otras veces con Nos Llamamos?, ¿acaso me había obsesionado con ese álbum como me había obsesionado con Hasta Ahora Todo Va Bien, de Los Silencios Incómodos, esa banda que sonaba un poco a Sonic Youth y que me encantaba y que también había tocado varias veces con Nos Llamamos?–, y también me pregunté cosas más importantes: ¿por qué no podía dejar de ser un idiota...?, ¿cuánto tiempo más me soportaría Lizzie...?
Apenas íbamos a cumplir tres años viviendo juntos y yo ostentaba el récord de provocar discusiones sin sentido y ella siempre era más lista que yo y me ignoraba, pero esa noche había sido la excepción –quizá ya la había hartado con mis recurrentes arranques de ira y de infantilismo, quizá esa noche en verdad estaba furiosa, quizá esa noche era el fin de los tiempos–, y, entre todas esas manos que se movían de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, por primera vez desde que escuchaba incansablemente La Dinastía Escorpio, me dio la impresión de que el cantante, tal y como me lo había dicho Lizzie en innumerables ocasiones, cantaba todo igual, todo lo cantaba en el mismo tono, y tuve un insight: nunca vas a cambiar, necesitas ayuda profesional, tienes un problema con tu control de ira.
No pensaba realmente en esa película en la que actúa Jack Nicholson, pero ésa era la idea.
Debió de ser junio o julio del 2013, aún no demolían El Plaza Condesa, Lizzie y yo íbamos a cumplir tres años en ese pequeño departamento en Xola que era como un congelador, apenas le daba el sol, Kilitos de Amor era un gato bebé, yo acababa de publicar un paper como primer autor, el doctorado se estaba convirtiendo en un infierno, mi tutor y yo nos llevábamos del carajo, los síntomas de esa espantosa enfermedad que me llevaría al quirófano años más tarde aún no salían a la superficie, esa noche habían tocado Nos Llamamos y El Mató A Un Policía Motorizado tenía diez o quince minutos en el escenario de El Pata Negra.
Ya pasaron casi diez años desde entonces, algunas cosas siguen igual y otras han mejorado y otras han empeorado, Kilitos de Amor ya es un senior cat y vino a llamar mi atención mientras escribía y se subió al escritorio y luego me pasó una de sus patitas sobre el rostro y se quedó unos minutos como estatua y después se fue, y van a dar las siete de la mañana y es sábado y Lizzie no está enojada conmigo.
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