sábado, 28 de mayo de 2022

FYI

Esta entrada es una denuncia: tengo la glucosa alta, salí a correr, mi tiempo estuvo muy por arriba de mi tiempo promedio, y me siento un fracasado y me siento frente a la computadora y quiero escribir sobre mis fracasos y mis frustraciones, y todo me remonta a algunos recuerdos de la prepa y de la secundaria, cuando bastaba tomar una cerveza de 500 ml para sentirse desinhibido, cuando escuchaba música y me vestía como si no importara, cuando me dejaba el cabello largo por primera vez y no sabía lavármelo, cuando me gustaban chicas que se parecían a Shirley Manson pero que se comportaban como estrellas de pop y que se interesaban en chicos populares como Johny Lawrence, cuando una chica que era mi novia en la secundaria bastaba para que los chicos de otro grupo me amedrentaran en grupo y me dijeran “Pendejo” y yo quería arrancarles los ojos y golpearles el rostro y el vientre hasta dejarles hematomas, y tenía que apretar los puños y la mandíbula y soportar mi rabia. 

Esta entrada también es para denunciar que me gusta Nirvana desde tiempos inmemoriales, que tengo todos sus álbumes y sencillos, que tengo sus álbumes oficiales –Bleach, Nevermind, Incesticide, In Utero, MTV Unplugged in New York, From the muddy banks of the Wishkah, With the lights out...–, que tengo todos los sencillos de Nevermind en cd o en vinilo, que tengo algunos cassettes de bootlegs de Outcesticide y de varios conciertos que conseguí en El Chopo –mucho antes del lanzamiento de From the muddy banks of the Wishkah– o que algún conocido me prestó, cuando estábamos en la prepa y nos emborrachábamos con una ampolleta de Corona y queríamos tener una banda de garage, u organizar una fiesta y cobrar la entrada y contratar a una banda de rock; que tengo conciertos de Nirvana en Europa y en Estados Unidos, de la época de Bleach, de Nevermind y de In Utero, con sonido amateur y que descargué de Internet, más o menos en la época en la que salió a la venta su disco de éxitos. 

Esta entrada es una denuncia de todas las cosas que sé sobre Nirvana y que no tienen utilidad, y que podrías corroborar visitando otras entradas de este blog, o descubriendo mi blog “oficial” y mi canal de You Tube: antes de que Frances Bean pudiera lucrar con todo el catálogo de Nirvana, yo ya tenía una vasta colección de conciertos de sus giras por Europa, por Estados Unidos y por Sudamérica; tenía en cassette el Live at U4, grabado en Vienna en 1989, y también tenía el Blind Pig, grabado en Michigan en 1990; tenía en mp3 el Trick or treat, grabado con sonido de consola en el Paramount Theatre, el 31 de octubre de 1991, y también tenía en mp3 el Live at Paradiso Amsterdam, grabado con sonido de consola en noviembre de 1991, mucho antes de que salieran las versiones oficiales de los aniversarios 20 y 30 de Nevermind, respectivamente. También ya tenía por entonces en mp3 el Live at Buenos Aires, grabado con sonido de consola en el estadio del Vélez Sarsfield en octubre de 1992, y también tenía el Hollywood Rock, grabado en enero de 1993 en Rio de Janeiro... 


Esta entrada es para denunciar a esos escritores que se consideran underground y que, sin embargo, siempre están rodeados por amigos mainstream y que publican en editoriales mainstream y que se desviven por aparentar “ir contra la corriente”; a esa clase de  escritores que academizan los sentimientos salvajes y las emociones políticamente incorrectas, y que salen en las presentaciones de sus libros con playeras de bandas de rock –la de la carita feliz de Nirvana– y con gafas Christian Roth –como las que usaba Kurt Cobain en la gira de In Utero– y que, a lo mejor, son admiradores “estándar” de Nirvana y que son la razón por la cual algunas personas idiotas nos consideran idiotas a los admiradores de Nirvana –lo cual no significa que no haya idiotas que son admiradores de Nirvana– y asumen que sólo hemos escuchado dos o tres canciones de Nevermind.


Esta entrada es para denunciar que cierto día encasillé a cierto autor en la misma categoría en la que he encasillado a algunos autores contemporáneos que están atrapados en otro siglo y no pueden adaptar su escritura al Siglo XXI; para decirte a ti, lectora anónima que encontrarás esta entrada cuando yo esté muerto, que sólo tienes que darte una vuelta por twitter para toparte con los tweets de los escritores consagrados que se echan porras entre sí y que les echan porras a sus amigos jóvenes para que tú los leas y creas que son la octava maravilla del mundo antiguo; para que juzgues por ti misma y te des cuenta de que muchos escritores no usan un lenguaje coloquial y que parecen forzados a llenar páginas y páginas con términos academicistas, y que parecen forzados a adherirse a los cánones imperantes en la época de Federico Gamboa.


También esta entrada es para admitir lo complicado que es no ser arrastrado por la inercia de las redes sociales; no juzgar todo lo que uno desconoce –lo que uno ni siquiera conoce por la superficie– y no acabar maquillando intereses irrelevantes, con información que “le vuele la cabeza” a un montón de tontos, como esos posers que usan playeras de Nirvana y gafas Christian Roth y que no saben decirte el nombre de una canción de Nevermind.

lunes, 23 de mayo de 2022

Una canción que me ha estado dando vueltas en la cabeza

Sentado frente al televisor pasan las horas, y las horas son como hormigas que me acalambran las manos y los dedos, y luego son como arcadas que me hacen la vida miserable, y luego me convierto en un parásito que se alimenta de la estática del televisor y luego siento que me fusiono con el televisor, y luego reparo en que me encuentro en una posición incómoda, haciéndole un terrible daño a mi columna vertebral, aplastado como una mosca en el parabrisas de un automóvil, pero sólo soy yo frente al televisor, y allí, aplastado e incómodo, como cosas poco saludables y bebo cosas poco saludables y envilezco y al cabo de unas horas trato de recuperar mi forma humana y me enderezo poco a poco y me acomodo en el sillón y luego acomodo la mesita portátil frente a mí y la ajusto a una altura adecuada y luego coloco la computadora en la mesita portátil y enciendo la computadora y espero a que se abran los archivos en los que escribo y que tengo abiertos desde hace varios días y en la espera me distraigo en Facebook y me percato de que las fotografías nunca fallan: son como un imán y siempre generan más reacciones que cualquier información escrita que publique en mi muro. 

Word ya cargó totalmente los archivos en los que escribo y me concentro en escribir en la computadora y vuelvo a acomodarme en el sillón y tomo el control del televisor y tomo el control de la barra de sonido y enciendo el televisor y espero a que carguen las aplicaciones en el televisor y modulo el sonido de la barra de sonido y luego abro Spotify y pongo una canción que me ha estado dando vueltas en la cabeza, y me dispongo finalmente a escribir y le echo un vistazo a los dos archivos de Word que tengo abiertos desde hace varios días y entonces mi necesidad de cerrar textos me obliga a releer algunos párrafos de esos archivos en los que no quisiera perder tiempo, y entonces me encuentro en un callejón sin salida: quería escribir sobre ti, abuelo, como he querido hacerlo desde hace 2 meses, cuando mi hermano menor me avisó por WhatsApp que habías muerto durante la noche del día anterior, cuando, luego de dar mi clase, Katz y yo fuimos a la Ciudad de México y mis dos hermanos pasaron por nosotros a una estación del metro y nos llevaron al funeral, cuando te vi por última vez confinado en tu ataúd, con los párpados cerrados, con los brazos a los costados, y sonriente como siempre. 

La música que escucho me transporta a otros años en los que éramos otras personas, a otros años en los que vivías y en los que nuestros días no variaban mucho entre sí; cuando ibas desde temprano a casa de mis papás en vacaciones de Navidad y nos enseñabas a pintar la casa a mi hermano y a mí, cuando él y yo éramos unos adolescentes que sólo escuchaban música y que acababan de descubrir a los Smashing Pumpkins.

La música también me remonta a otros años en los que éramos otras personas, a otros años en los que la vida parecía monótona y dulce; cuando ibas desde temprano a la casa de mis papás en otras vacaciones de Navidad y mi hermano y yo, en teoría, te ayudábamos a construir los clósets de las recámaras y las escaleras –sólo te pasábamos una que otra herramienta con algún nombre indescifrable– y veíamos día tras día cómo progresaba tu trabajo y luego, cuando te ibas por la tarde, nos encerrábamos en una recámara que olía a barniz y a madera y a clavos y a los Raleigh que fumabas mientras trabajabas, y allí escuchábamos Bleach en una grabadora que había sobrevivido desde la secundaria y jugábamos a ser estrellas de rock que daban entrevistas en programas de radio o que se aventaban a la batería, como en la portada de ese álbum de Nirvana, para dar por concluido un concierto. 

martes, 17 de mayo de 2022

mato el tiempo

Camino de un lado a otro. El trimestre está terminando y vine exclusivamente a una reunión de trabajo con unos colegas. Llegué temprano –veinte minutos antes de la hora acordada– y mato el tiempo. Hace tres meses aún tenía un cubículo. Y antes de eso, durante los últimos meses de la pandemia, venía a la universidad más o menos diariamente e impartía mis clases en línea desde el cubículo. Ahora soy un nómada, me asignaron un espacio en una sala de juntas que hace las veces de sala de observación de cámara de Gesell y que comparto con otro profesor y con algunos estudiantes, y debo caminar de un lado a otro, matar el tiempo, y fingir que todo está bien. Pero nada está bien. Todo es un paliativo, una forma de postergar la catástrofe, un vaticinio de la catástrofe. La catástrofe es la realidad.

Recorro uno de los patios de la universidad, donde están las aulas más viejas –si no me falla la memoria, fueron inauguradas en el 2008–, y me dirijo hacia uno de los edificios más nuevos –fue inaugurado durante la pandemia, hace menos de seis meses–, y escucho en los audífonos la playlist de Spotify que creé para correr cada tercer día desde hace más de diez meses, cuando me enteré, fortuitamente, que soy prediabético. 

Intento ignorar mi situación laboral y mi salud. No es agradable estar condenado a depender de metformina, ni a estar condenado a hacer ejercicio y a comer verduras y pechuga asada. No es agradable estar dependiendo de concursos de oposición o de evaluación curricular en las universidades de todo el país, esperando que haya transparencia, equidad y justicia. Antes de mudarnos a Lerma, cuando aún estaba en el posdoc y buscaba una plaza académica, solicité un trabajo en una universidad privada en Nuevo León. El perfil que buscaban era como el mío. Me entrevistaron por Skype y me dijeron que estaban muy satisfechos con mi perfil y que aún verían a otros candidatos, pero que era muy probable que yo me quedara con la plaza; al final, se comunicaron conmigo y me dijeron lo lamentaban, que, “por razones de fuerza mayor”, habían tenido que cambiar totalmente el perfil y que la plaza la había ganado una recién egresada de esa universidad. 

Intento enfocarme en la voz de Dave Grohl, en las notas de su guitarra eléctrica, en el ritmo de su batería y en el acompañamiento de su bajo eléctrico –él tocó todos los instrumentos en “X-Static”–, e intento recordar cuáles son los acordes de la guitarra eléctrica para esta canción en particular. Hace más de diez años aprendí a tocarla, pero es una de esas canciones que no son tan difíciles de tocar y que voy dejando de tocar, hasta que olvido cómo tocar. 

Suena el coro de la canción y me invade la nostalgia de mi juventud, cuando el álbum debut de Foo Fighters tenía unas semanas de haber salido a la venta, casi un año después de la muerte de Kurt Cobain, y yo lo acababa de comprar en la sección de discos de un centro comercial y lo escuchaba en mi recámara día y noche, y me preguntaba qué me depararía el futuro, qué estaría haciendo dentro de diez o veinte años. Aún vivía en casa de mis papás y tenía la certeza de que llegarían la primavera, el verano, el otoño y el invierno, y que no me faltaría el dinero, ni un lugar dónde vivir, y que todo permanecería (relativamente) igual durante varios años. Ahora es difícil imaginarme incluso qué estaré haciendo –dónde estaré viviendo–, en Navidad.

No quiero pensar en cómo la falta de oportunidades me ha traído hasta aquí, hasta este momento en el que camino de un lado a otro por la universidad, matando el tiempo. No quiero pensar en que debí ganar un concurso de evaluación curricular, ni en que competí con otras trece personas –con doctorado, con posdoc y con experiencia como docente e investigador, como yo, o con menos grados académicos– para estar aquí. No quiero pensar en el estrés que viví en los últimos días de febrero. 

Todos estos pensamientos me fatigan y me llenan de inseguridad. Cuando me notificaron que había ganado el concurso, justo el día en que murió Mark Lanegan, me sentí poderoso (sí, poderoso), seguro de mí mismo, convencido de que podía conseguir lo que quisiera, buscar nuevos horizontes... Ahora camino de un lado a otro, bajo escaleras, subo escaleras, finjo que todo está bien, pero nada está bien, y me siento cansado e inseguro. 

Todo este trimestre he estado tan ocupado en la preparación e impartición de clases –imparto tres horas de Motivación y Emoción, tres horas de Neurodesarrollo y cuatro horas de Neurobiología de la Adicción, para alrededor de 100 estudiantes, por semana– y en la coordinación de un Consejo Editorial –soy el presidente y lo conformamos siete miembros, pero es complicado reunir a todos, y debemos entregar, en los próximos días, un documento de Políticas Operacionales para la Producción Editorial de la División a la que estoy adscrito– y en la gestión administrativa de un proyecto de investigación financiado por el CONACyT –el trabajo implica redactar minutas, elaborar cotizaciones, coordinar traslados de equipos, etc.–, que no he tenido tiempo para pensar en mi futuro. 

He estado tan ensimismado todo este trimestre, que ya no sé ni quién soy –¡estoy a kilómetros de distancia de mí mismo!– y me resulta difícil aceptar que mi situación laboral nunca ha estado bien. Siempre he estado cazando concursos por obra determinada.

Los ruidos de los estudiantes que pasan cerca de mí, los ruidos de los trabajadores que taladran las paredes que atravieso, los rostros de los estudiantes y de los trabajadores que inundan los pasillos de la universidad (algunos, como parásitos), los rostros de los estudiantes y de los trabajadores que parecen alimentarse de la luz del sol (algunos, como cocodrilos), y las voces y los rostros de estos colegas que veo a lo lejos y con quienes me reuniré en unos segundos –ya transcurrieron veinte minutos desde que llegué a la universidad–, así como mi dificultad para ser feliz e ignorar que ellos tienen algo que yo no tengo –en un caso, una plaza indeterminada; en otro caso, contrato hasta enero–, y la cordialidad monótona en su trato y mi frustración contenida en mi trato para fingir que todo está bien y que todo me da igual, y los movimientos de arriba abajo de los ojos de uno de los colegas, y las confesiones que sólo yo encuentro en los ojos lúgubres de una de las colegas y que mandan a segundo término “Somewhere, Some Woman” –la canción de Brant Bjork que ahora suena en la playlist–, y los recuerdos volátiles de todo lo que soñé anoche (y que me mantuvo escribiendo durante varias horas), y mis inefables deseos de correr y correr como Forrest Gump hasta que mis pulmones revienten, hasta perder el aire, y mis inefables deseos de sentarme a escribir hasta que mis uñas se caigan y hasta que mis dedos queden adormecidos, y querer que se inviertan los papeles y que mi vida dependa de lo que leo y de lo que escribo. 

Me siento junto a mis colegas en el aula y me quito los audífonos y les sonrío y continúo perdiéndome en sus ojos lúgubres, y pienso en la cantidad de personas de ojos lúgubres que he conocido en mi vida y en la cantidad de infiernos personales que revelan los ojos lúgubres, y continúo sintiéndome inspeccionado por sus miradas incómodas de arriba abajo, y pienso en la cantidad de personas que en algún momento de mi vida me han mirado de arriba abajo y que a lo mejor ellas no apuestan gran cosa por mí y creen que me la paso viendo televisión para pasar el tiempo, y que no reflexiono en los pormenores terribles de cada segundo terrible ni en las vicisitudes de mi carrera académica, y acabo odiándome a mí mismo y sintiéndome ridículo e inseguro, y quisiera gritar y romperlo todo.

viernes, 6 de mayo de 2022

el alcohol es veneno es inspiración es veneno


Mientras la neblina del alcohol aún me ciega la mente, después de haberme tomado más de un litro de vinotinto, recapacito sobre las múltiples formas en las que perdí el control y reflexiono que fastidié todo y que terminé sintiéndome ridículo y pidiéndote perdón y atormentándome por la culpabilidad de todas las maneras en las que te traicioné en mi mente.

Mientras imparto una clase y el sol me deslumbra y martilla las paredes de mi cerebro, llegan algunos flashazos de las cosas que hice hace dos días: había planeado escribir en el puente y había planeado enfocarme en mi abuelo y entrar en la zona, pero terminé enfocándome en algunos textos inconclusos que escribió mi otro yo... ese pobre diablo que estaba desesperado por establecer una comunicación sexual en un mundo paralelo con mujeres inventadas, adivinadas, reales o prohibidas. 

Mientras pienso en ejemplos que aclaren los temas de los que hablo, trato de ignorar a los estudiantes que llegan tarde, aún sabiendo, desde hace dos semanas que hoy tienen que exponer porque no entregaron una tarea; trato de ignorar a una estudiante que espera entrar al aula con un perro que dará en adopción; trato de ignorar a otra estudiante que se queja amargamente porque uno de los artículos del tema que les tocó exponer tenía muchas páginas; trato de ignorar a otra estudiante que tapizó su exposición con veinte mil oraciones y que leyó descaradamente cada una de las veinte mil oraciones de las diapositivas de su presentación en Power Point.

También recuerdo que hablé en clase de las distintas etapas de la adicción y que me recordé a mí mismo escalando del consumo recreativo (curioso) con compañeros de laboratorio, al atracón solitario en el departamento de Xola; y que estuve a punto de llegar a la compulsión en Agua Caliente, cuando estaba en el limbo (escribiendo la tesis del doctorado, viviendo con mis ahorros y esperando la respuesta de los revisores de un artículo de investigación y la solicitud de ingreso al posdoc), y que, de ahí, estuve a nada de transitar a la pérdida de control y a las emociones negativas provocadas por la abstinencia... a punto de llegar al del síndrome de abstinencia, a la psicosis de Korsakoff y al delirium tremens... todo esto, mientras recordaba vagamente mi atracón del miércoles 4 de mayo.

Luego, al volver a la casa, pensando en escribir, busco en mi libreta las anotaciones que hice con la venda del alcohol en los ojos, y leo: “juega Seattle vs UNAM. suena Smells like teen spirit en el estadio. ¡cuánto me gustaría tener un pozo inagotable de dinero y estar en eventos similares! los pájaros picotean el domo. para qué me sirve una libreta si no tengo una pluma. me gusta levantarme temprano cuando sale el sol. cuando las palomas gorjean. cuando los gatos maúllan. cuando ella duerme. antes escribía por las mañanas pero ahora salgo a correr. odio tener compromisos e incluso seguir una agenda para escribir. decido no salir a correr. debo escribir cómo recuerdo que era mi vida antes de que me diagnosticaran diabetes. todas mis preocupaciones desaparecen cuando me emborracho. todas mis preocupaciones se ocultan tras la niebla del alcohol. amanece un sol deslumbrante que me calienta. amanece un puente colgante que cruzo. los sonidos flotan en mis oídos y me remontan a recuerdos felices. ¿me pasará lo mismo que a mi abuelo?¿moriré joven, como mi abuelo? me precipito momentáneamente en un abismo de nostalgia. recupero poco a poco la sobriedad. tengo arcadas. la realidad es más aterradora que antes.” 

miércoles, 4 de mayo de 2022

recuerdos de la pandemia #1



Tu parloteo inacabable
Como el loro australiano Alex
Tus labios ocultos detrás de la mascarilla
Como un secreto que explotará en el cerebro
Tus tupidas cejas de Frida Kahlo
Que cerrarán arterias principales
Tus brazos cubiertos de vellos
Que esconderán una Tierra Prometida

Tu voz agudísima
Como una súbita cortada de papel en un índice que quema y que hace gritar
Tu voz agudísima
Como el llanto provocado por la muerte de tu abuela una mañana de lunes por Zoom
Tu voz agudísima
Como una sensación efímera en la playa cuando las llagas del sol abren el alma

Tus explicaciones innecesarias
Los recuerdos de las clases en línea
Los aromas de las clases en línea
El ácido té de vainilla con fresa subiendo por el esófago
El carraspeo que corta el discurso
La cólera provocada por los alumnos irresponsables, impuntuales y demandantes

El sueño febril de nuestra relación académica en una universidad de la Luna
Las pesadillas de la pandemia
El sueño de las clases en línea
Cuando todos éramos una voz sin rostro

El contraste del sol tostando mi piel morena en la actualidad
El contraste del viento meciendo nuestras cabelleras oscurecidas
Las velarias como una Tierra Prometida
El vino subiendo la cantidad de alcohol en mi sangre
Courtney Love y Mark Lanegan y Kurt Cobain acompañando la escritura de esta tontería
El contraste del ruido de fondo y de la gente alienada por preocupaciones de personajes públicos
Todas estas ideas enfermizas que recorren los túneles de mi cerebro como un huracán

El deseo de nicotina en mis pulmones
El cigarrillo en mis labios
El jalón hacia mis pulmones
El envejecimiento
Tu juventud