jueves, 6 de abril de 2023

y entonces, ¿quién le puso la inyección a tu hermana?


ayer me acosté temprano y no bebí alcohol, y hoy me desperté a las 6 y me levanté de la cama a las 6 y media –ahora mismo mi estómago gruñe, demandando mi atención, ¡como si no hubiera comido en tres semanas!–, y me sentí descansado y con suficiente entusiasmo como para levantarme de la cama y hacer las mil y un cosas que normalmente no puedo hacer, pero bastó con poner un pie fuera de la cama para que mi vejiga me dijera «¿tenías otros planes?, ¡yo tengo un plan para ti!», y tuve que iniciar con la rutina de cada día, y lo aborrecí. 

todos los días, sin importar a qué hora me despierte, en cuanto me levanto de la cama (puedo pasar media hora procrastinando en la cama, evitando pensar en todas las cosas que tengo que hacer, que no me gustan y que me cansan y que me roban al menos 40 minutos de mi día) mi vejiga, puntualmente, me hace meterme al baño a orinar, y luego de esto me lavo las manos y tengo que bajar a la cocina y meterme en el cuarto de lavado –hasta este punto, ¿cuántas veces he tenido que regresar a escribir correctamente una palabra, porque mi apraxia y porque esta neblina de furia que me cubre los ojos me impiden escribir correctamente desde el principio?– y recoger la arena de los gatos –¡hincarse, levantar el arenero, quitar una jerga, quitar dos tapetes, sacudir la jerga, sacudir los dos tapetes, mover el bote de arena nueva, erguirse, tomar la escoba, tomar el recogedor, mover el costal de basura de reciclaje, barrer, volver a hincarse, regresar la jerga y los dos tapetes a su lugar, volver a colocar el arenero en su sitio, me toma mucho tiempo!–, y luego lavarme las manos por segunda ocasión –generalmente el fregadero está atestado de trastes y tengo que hacerlos a un lado para encontrar un espacio entre ellos y arrancar el jabón de barra de su lugar y meter mis manos en el fregadero y abrir el grifo del agua y lavarme las manos–, y después servir una lata de Royal Canin en un recipiente de vidrio, buscar los tres platos de los gatos para servirles una porción de Royal Canin a cada uno –los gatos siempre comen en lugares distintos y sus platos raras veces están en el mismo sitio– y rogarles que coman, y después tengo que cambiar el agua del tazón de los gatos –normalmente ninguna jarra tiene agua y tengo que volver a hincarme y cargar el pesadísimo garrafón de 20 litros de agua y llenar dos o tres jarras con agua–, y luego tengo que volver a subir –para este punto, ya tengo mucho sueño otra vez– y meterme en el estudio y pincharme un dedo –mis dedos están tan curtidos que a veces tengo que pincharme dos o tres dedos, hasta que encuentro uno en el que sí sale una gota de sangre– y medirme la glucosa, y luego anotar mi nivel de glucosa en ayuno y hacer memoria y anotar qué comí ayer –siempre me cuesta mucho trabajo recordar qué comí, porque recordarlo me quita de la cabeza todas las ideas sobre las que quiero escribir desde que me levanté de la cama–, y luego de decepcionarme –no importa que corra dos o tres veces a la semana, no importa que nade una vez a la semana, no importa que me tome la dapaglifozina todos los días, siempre como cosas que no debo comer y siempre bebo cosas que no debo beber y siempre tengo más de 150 mg/dl de glucosa en sangre, en ayuno– salgo a encender el calentador del agua para bañarme, o me alisto para salir a correr y me pongo mi ropa de correr y luego hago unos estiramientos –cualquiera que sea la cosa que haya decidido hacer, debí abandonar mis deseos por escribir y las ideas sobre las que quería escribir cuando me levanté de la cama ya se borraron–, y luego me meto a la casa a lavar los trastes o a tomarme un vaso de agua... 

Mi estómago gruñe nuevamente –¿acaso no he comido en tres semanas?–, otra vez tengo que regresar a corregir las palabras que mi apraxia me hace escribir incorrectamente conforme voy llenando esta entrada en el blog –si aprendiste a escribir en una computadora personal o en una laptop convencional, estás condenado a no re aprender a usar el teclado de la Mac–, hoy no lavé los trastes pero Katz los está lavando y el ruido que hacen los trastes al chocar unos contra otros en el minúsculo fregadero es casi tan molesto como el ruido de la podadora que suena a lo lejos y que hace que Tracy Bonham pase a segundo término –escucho Mother, Mother desde que empecé a escribir esta entrada–, y esta neblina de furia que envuelve mis ojos y este cansancio acumulado que aprisiona mis pulmones y este sueño casi fisiológico que me persigue a todas horas, todo, todo, todo, me hace pensar que tal vez sí necesito una droga para no estar furioso y para no aborrecer la rutina y los ruidos y mis necesidades fisiológicas.

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