Sólo quería llegar a la casa, estaba enfurecido, sentía la bilis negra devorando mi garganta, como un oscuro pasajero que podría haberme impulsado a arrojarme a las vías del tren, nunca había caminado tanto, o tal vez sí, pero en otras circunstancias.
Me acordé de haber caminado, aterrado, semanas después del terremoto del 2017, entre calles intactas y edificios a punto de desplomarse, desde Plaza Universidad hasta el Centro Scop, en la intersección de Eje Central y Xola, nada más para lidiar con el estrés postraumático, para procesar el terremoto, para dejar de alarmarme cuando escuchaba algún sonido similar al de la alerta sísmica, nada más para habituarme, para superar haber sufrido ese terremoto en terribles condiciones, en un edificio que se movía de un lado a otro, en zig zag, luego como un péndulo, en un edificio que ahora mismo ya no existe, que tuvieron que demoler porque en ese terremoto sufrió daño estuctural.
Me acordé también de haber caminado mucho, sintiéndome melancólico y decepcionado, días después de que salieron los resultados de la convocatoria del 2019 del SNII. De mi primera solicitud, tenía la distinción de Investigador Nacional Nivel I –más de 7 papers de investigación original publicados, más de la mitad como primer autor–, pero enfermé entre el 2015 y el 2017, y acabé en el quirófano en el 2017, y un fulano narcisista y manipulador no me incluyó ni en los agradecimientos de una revisión del 2016 en la que su grupo citó 4 papers en los que soy primer autor, me rechazaron un paper de investigación original en el 2019 en el que era autor corresponsal y durante los 3 años que duró esa distinción no pude más que publicar un paper de investigación original como autor corresponsal, y, en fin, en esa ocasión acaban de rechazarme y me sentía fatal, no tenía la perspectiva de que apenas empezaba y de que en realidad todo lo que tenía era parte de mi esfuerzo, que tenía pocos meses en un nuevo trabajo, que mi salud apenas volvía a la normalidad, que impartía muchas horas de clase y que era imposible compaginar mis actividades administrativas –viajar desde Lerma hasta Querétaro o Zacatenco o Iztapalapa o Neurología– con labores de investigación, y caminé varias cuadras solo, sintiéndome triste, harto de todo, junto a las vías del tren.
Sólo quería llegar a casa, hacía más de veinte años que no me sentía así, que no caminaba sin rumbo fijo y sin descanso nada más para acabar rendido, sin fuerzas para pensar nada, sin fuerzas para sentir nada más allá del cansancio carcomiendo mis músculos, no quería pensar en lo que había ocurrido unos minutos atrás, en esa calle por la que tantas veces caminamos juntos Ella y yo, sin ningún problema, pero mi oscuro pasajero había emergido a la superficie, había hecho que perdiera el control con Ella, mi oscuro pasajero me había orillado a estar a punto de cometer un acto del que siempre me arrepentiría, y no quería pensar en nada, pero sólo podía pensar en ello, en lo que había ocurrido unos minutos atrás, en que tuve un flashback, en que regresé al 2002, en que perdí el control, en que mi oscuro pasajero me convirtió en la peor versión de mí mismo, otra vez.
«Tuve un flashback, sigo siendo el mismo salvaje, sólo he envejecido, es como una adicción, una enfermedad que no se cura...», me decía a mí mismo, y creía que nunca había caminado tanto, o tal vez sí, pero en otras circunstancias, en fin, a quién le importa.