Volví al departamento después de tener un día malo. Me tumbé boca abajo en la cama. Yoko, la gatita, se me subió en la espalda. Ronroneó. Sentí un alivio momentáneo, la normalidad que no había sentido más que dos o tres veces, brevemente, cada día, desde casi un año. Tantos medicamentos, tantas consultas médicas, tantos recorridos en el metro desde la universidad hasta el Hospital Ángeles. Todo comenzó una noche del 2014. El mundial de futbol estaba terminando, había adquirido la costumbre de beber y de fumar y escribir. Escuchaba a Cloud Nothings y de pronto sentí atorado algo en la garganta. Carraspeé varias veces, sólo sentía algo atorado en la garganta, el alcohol y la mota me malviajaron. Empecé a ponerme ansioso. Tomé agua, la sensación se intensificó, no podía ignorar que sentía algo atorado en la garganta, carraspeaba una y otra vez, la sensación seguía allí, Cloud Nothings se convirtió en una banda de terror, pasé la peor noche de mi vida. Las interminables noches con gastroenteritis, tumbado en la cama, hecho ovillo, con un intenso dolor abdominal, incapaz de ignorar el dolor, contando cada segundo hasta el amanecer, comparadas con el ERGE, eran una simple cortada de papel en un dedo, una raspada en la rodilla por haber tropezado.
jueves, 31 de octubre de 2024
You're In The Jungle, Baby
Volví al departamento después de tener un día malo. Me tumbé boca abajo en la cama. Yoko, la gatita, se me subió en la espalda. Ronroneó. Sentí un alivio momentáneo, la normalidad que no había sentido más que dos o tres veces, brevemente, cada día, desde casi un año. Tantos medicamentos, tantas consultas médicas, tantos recorridos en el metro desde la universidad hasta el Hospital Ángeles. Todo comenzó una noche del 2014. El mundial de futbol estaba terminando, había adquirido la costumbre de beber y de fumar y escribir. Escuchaba a Cloud Nothings y de pronto sentí atorado algo en la garganta. Carraspeé varias veces, sólo sentía algo atorado en la garganta, el alcohol y la mota me malviajaron. Empecé a ponerme ansioso. Tomé agua, la sensación se intensificó, no podía ignorar que sentía algo atorado en la garganta, carraspeaba una y otra vez, la sensación seguía allí, Cloud Nothings se convirtió en una banda de terror, pasé la peor noche de mi vida. Las interminables noches con gastroenteritis, tumbado en la cama, hecho ovillo, con un intenso dolor abdominal, incapaz de ignorar el dolor, contando cada segundo hasta el amanecer, comparadas con el ERGE, eran una simple cortada de papel en un dedo, una raspada en la rodilla por haber tropezado.
domingo, 27 de octubre de 2024
My Skeleton Won't Tell
sábado, 26 de octubre de 2024
Shimmer Like A Girl
sábado, 19 de octubre de 2024
Más o menos bien
Sonaba “Más o menos bien” y yo estaba ídem, con varios litros de Jim Beam estallando esporádicamente en mi sistema nervioso central, a punto de que todo, incluyendo sentirme una malísima copia de José Agustín, me valiera madre, pero el remordimiento era más fuerte que ese estado de semi inconsciencia.
Había hecho enojar a Lizzie otra vez.
La música y las luces de El Pata Negra me embotaron, me dio un ataque de tos, me faltó el aire, y me transportaron a un malviaje, como el de aquella noche en casa de Tobías, cuando habíamos fumado una hidropónica muy potente y Lizzie y yo nos quedamos en silencio, en medio de la sala, mientras Tobías y sus amigos escuchaban alguna triste canción de José José y yo sentía que estaba al borde de un ataque de ansiedad y quería vomitar y no quería precipitarme en el abismo de ese pensamiento que merodeaba mi mente –«¡Te sientes mal, y te sentirás peor!»– y que me llevaría a hiperventilar, pero, de pronto, la gente, coreando la canción y moviendo las manos en lo alto, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, en una fabulosa comunión con la banda, dejó de ser un espejismo, me despertó y me devolvió a la realidad.
A lo mejor todos ya estábamos más o menos ebrios –excepto Lizzie, quien, desde entonces, era la única que se mantenía sobria siempre–, y, tal vez, una groupie de Nos Llamamos me había puesto una mano en el hombro y el contacto con la tibia piel de otro ser humano me hizo reparar en que no estaba soñando, en que no estaba a punto de hiperventilar en casa de Tobías, sino en que la groupie y yo estábamos de pie, a menos de un metro del escenario, y que todo eso habría podido convertirse en una experiencia feliz, excepto que no podía apartar mis pensamientos de Lizzie, de lo que ella significaba para mí, de que siempre la hacía enojar con tonterías, de que era tan idiota que nunca podía quedarme con la boca cerrada, de que era tan idiota que no podía darme cuenta de lo fabulosa que era conmigo.
domingo, 13 de octubre de 2024
Is there room enough for both of us?
domingo, 6 de octubre de 2024
What do they know about love...?
Estoy sentado frente a la computadora por tercera o cuarta vez en lo que va del día, hace frío, son las seis de la tarde del domingo, ya me puse la pijama que compré hace rato en el Costco, había un montón de gente en el Costco pero no tanta gente como el martes, que fue día feriado porque Claudia Sheinbaum recibió la banda presidencial –¡la primera presidenta de México!–, y los ojos me lloran, me escuecen, tengo la nariz tapada y el cuerpo cortado, mi piel es un campo minado, y es la segunda vez que me enfermo en tres meses, o tal vez es la alergia estacional, una más de las razones por las cuales no me gusta esta época del año, y la odio, particularmente, porque, además, es la época del año en la que cumplo años (para mí, ya estamos en diciembre, ya cumplió años Jim Morrison, falta poco para que Eddie Vedder cumpla años y para que las familias se reúnan a cenar pavo y lomo relleno y ensalada de manzana, y para que el mundo mire el desfile en Times Square por televisión –¿suena “Over the rainbow”, de Israel Kamakawiwo'ole?–, y el año ya se acabó, y no puedo dejar de acordarme de todas las posadas del 20 de diciembre en las que me obligaron a escuchar “Las Mañanitas” y a soportar que un invitado genérico, que no tenía ni la más remota idea de quién era yo y cuánto odiaba los cumpleaños genéricos –no soy la clase de persona que usa como pretexto sus cumpleaños para mimarse y procrastinar, o que sube fotos de sus cumpleaños en redes sociales–, me aplastara la cabeza contra el pastel, mientras todos aplaudían y sonreían, y lo sé: no puedo superarlo, y tengo tantos prejuicios que no sé qué tipo de terapia sería la mejor para mí), pero, afortunadamente, cuando estoy a punto de precipitarme en el abismo, una canción de los Butthole Surfers inunda la estancia –What do they know about love, my friend...?, canta Gibby Haynes–, gracias Alexa, no reprodujiste a esa cursi banda pop llamada Melvins y que no tiene la más remota idea de que existen los Melvins de los 80, de Montesano, y suspiro, siento cómo el aire caliente inunda mis fosas nasales, y le doy otro sorbo al Jack Daniel's con Coca Cola –si fuera un ingenuo que no sabe nada de farmacología y que nunca ha tenido un malviaje, estaría preocupado, preguntándome si me voy a “cruzar” por mezclar loratadina, paracetamol y whiskey, pero sí estoy preocupado por el daño que le hago a mis riñones, por la cantidad de nefronas que han matado mis hábitos, por el daño que ha sufrido mi estómago, no sé qué tan saturada estará mi alcohol deshidrogenasa en este momento, cuando escupo estas líneas, y también estoy preocupado por el daño que ha sufrido mi hígado a lo largo de tantas décadas de atracones de alcohol en fines de semana–, pero empiezo a sentirme ligero, como la primera vez que tomé alcohol a escondidas, cuando acababa de volver a la casa de mis papás después de comprar el recién lanzado a la venta MTV Unplugged In New York, era la Noche Buena de 1994, acababa de terminar la secundaria, y me serví dos o tres vasitos de Johnnie Walker de la cantina de mi papá, estaba mortalmente aburrido, y subí a mi recámara y me los bebí en tiempo récord, mientras escuchaba a Kurt Cobain, desde el más allá, decirle a la audiencia de los Sony Studios de New York que iba a tocar una versión solista de “Pennyroyal Tea” y en la casa reinaba una atmósfera de funeral porque los abuelos maternos y paternos nos habían “dado el cortón” y no irían a cenar con nosotros– y, en fin, en el presente del domingo seis de octubre del 2024, mis ojos no son mis ojos ya, sino los ojos de otra persona, pero los ojos de esta otra persona anidan en las cuencas de mis ojos y son un par de granadas a punto de estallar.
Cierro los párpados como si pudiera desasirme del par de granadas (que son los ojos de otra persona) que amagan con volar mi materia cefálica, y como si pudiera desasirme de esta maldición: en todo el día no he podido escribir; y no, no es 'el bloqueo del escritor'.
En la mañana, en cuanto me levanté (porque soñaba que unos evangelistas me bautizaban en una alberca y que Chinaski me pedía el divorcio en frente de todos los estudiantes del último curso que impartí; la clase de sueños que puedo tener después de terminar mi contrato temporal del 2024, después de haber visto Ed Wood, de Tim Burton, y después de haber tenido una discusión con Chinaski porque no le gustó Ed Wood, de Tim Burton, y porque yo mismo me siento mal por haber tenido un blackout provocado por el espíritu del vino de hace una semana y por haberle llamado la atención enfrente de mis colegas en un elevador) y todo estaba en penumbra y en silencio, vine a este mismo lugar, y me senté frente a la computadora, como ahora, y la encendí y me dispuse a escribir, como ahora, pero, al cabo de un par de minutos, cuando una idea comenzaba a fluir, cuando (creía) comenzaba a entrar en la zona, llegó Kilitos de Amor y maulló una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, y me pidió comida y atención.
Tuve que abandonar lo que empezaba a escribir por la mañana, cuando Kilitos de Amor demandó mi atención, justo como ocurrió hace una semana (y lo que comenzaba a escribir esta mañana, igual que lo que comenzaba a escribir hace una semana, era una tontería con la que no conectaba del todo, una tontería colosal y pretenciosa sobre mi traumatizante experiencia en el Edificio S de X universidad durante el terremoto del 19 de septiembre del 2017, cuando era posdoc y estaba en el limbo de la academia), y cuando volví a sentarme frente a la computadora, después de darle de comer Royal Canin a Kilitos de Amor y a sus hermanos, y después de recoger la arena de Kilitos de Amor y de sus hermanos, releí lo que había escrito y lo que había escrito me pareció una tontería digna de las columnas semanales de uno de esos escritores “consagrados” a los que les pagan por escribir una columna semanal –lo que les da la gana: “me gustó el espectáculo del Superbowl; si no te gustó, es tu problema; no sabes de música; “el shrink anota quién sabe qué en su libreta, es fin de año y se me fue la onda”– en diarios de circulación nacional.
«¡Cuánto me gustaría conocer a alguien que me pagara por escribir las mismas tonterías que escribo en mi blog!», me digo mentalmente, y los Butthole Surfers inundan la estancia, y Gibby Haynes me hace imaginarlo en Exodus con Kurt Cobain, sentados junto a una ventana, en los últimos días de marzo de 1994. «El tipo se saltó la barda, pero, ya sabes, puedes salir de Exodus por la puerta principal; nadie está aquí en contra de su voluntad», le dice Gibby a Cobain, mientras los dos se fuman un Marlboro.
«Aunque tengas tiempo, no puedes escribir todo el tiempo», me sorprendo diciéndome mentalmente, y ya tengo los puños crispados, intento no morderme los labios, estoy furioso, frustrado, necesito una IV de morfina para lidiar con mi rabia. Y este mantra, «Aunque tengas tiempo, no puedes escribir todo el tiempo», que me persigue desde que abrí mi primer blog, en el 2006, cuando era cool tener un blog, no es lo mismo que “el bloqueo de escritor”. Eso que los escritores 'consagrados' –a quienes les pagan por escribir cosas similares a las que yo escribo en mi blog–, llaman 'bloqueo del escritor' es un pretexto, es un capricho, es falta de imaginación, es falta de disciplina, es falta de creatividad y perspectiva. Cuando yo digo que no puedo escribir aunque tenga todo el tiempo del mundo, no me refiero a que estoy bloqueado; me refiero a que siempre escribo pero que no siempre me gusta lo que escribo. Es diferente. Soy quisquilloso.
Lo que ocurre ahora mismo, lo que ha ocurrido desde que me levanté de la cama y vine a este lugar a escribir y usé como pretexto la necesidad de atención de Kilitos de Amor, es lo mismo que ha ocurrido en las últimas cuatro o cinco semanas, o tal vez desde un par de meses: he vivido tantas cosas en tan poco tiempo, que no puedo procesarlas, ni escribir sobre ellas.
Me gusta escribir sobre lo que vivo, jamás me iría a Las Vegas a escribir una novela sobre un alcohólico y jugador que pierde todo su patrimonio en Las Vegas, jamás intentaría ser una mala imitación de Dostoievksi. Me gusta escribir sobre lo que vivo, jamás me iría al Coliseo Romano a escribir una novela sobre un gladiador que era un asesino serial, jamás me bastaría con tener un libro en los anaqueles de novedades de Sanborns. ¿Y tú...?