viernes, 28 de junio de 2024

whiskey en el avión

estoy muy nervioso, me pongo los audífonos, no quiero marearme ni tener un ataque de pánico, quién sabe por qué pero ya escuché dos veces “State of Love and Trust” y trato de enfocarme en la música, en los momentos agradables que he asociado con esta canción, el vuelo de ida no comenzó muy bien, de pronto ascendimos varias millas en unos cuantos segundos y me puse mal, me mareé, me sentí ansioso, me acordé de aquellos días de ERGE, cuando me daban ataques de pánico y no podía imaginar cinco minutos en el futuro, salimos del hotel a las 10: 40, nos tocó un taxista muy amable, nos platicó varias cosas sobre Puerto Vallarta, llegamos al Aeropuerto a las 11: 10 am, desayunamos en Wings, junto a unos extranjeros que nada más picaron sus alimentos y se fueron –3 mujeres, 3 hombres y un bebé–, caminamos por el Aeropuerto y salimos a un Oxxo que está en el estacionamiento del Aeropuerto y ella se tomó una bebida caliente y yo me tomé una Pacífico, todo mundo bebe alcohol en la calle, me puse a leer a Juan Rulfo en una mesita afuera del Oxxo, nos volvimos a meter al Aeropuerto, las bebidas en el Starbucks costaban alrededor de 10-15% más que en las plazas, documentamos equipaje, pasamos por el detector de metal, tuvimos que tomarnos el agua que llevábamos en nuestro equipaje, en el pasillo Duty Free vimos una botella de 1L de Jim Beam en $434 MXN35 millas, en la misma tienda vi Diablo Guardián en $348 MXN, no puedes pasar con 1L de agua al avión pero sí puedes pasar con 1L de whiskey al avión, estuvimos en la sala de espera alrededor de una hora, abordamos el avión, tuve que tomarme un Jack Daniel's para lidiar con la ansiedad, temía que el vuelo de regreso fuera igual de terrible que el vuelo de ida, junto a mí iba un extranjero jugando sopa de letras en su celular, Lizzie iba a mi izquierda, junto a la ventana, el vuelo estuvo bien, ahora ya me duele la cabeza, sólo quería escribir, pero apenas encendí la computadora, ¡bum!, ¡bum!, ¡bum!, me llegaron mil notificaciones, el 90% de ellas sobre productos que me venden distintas empresas, y no puedo dejar de sentirme esclavizado, nada más pones un pie en la tierra, el capitalismo te devora con sus fauces de un modo más salvaje que en el espacio aéreo.

miércoles, 19 de junio de 2024

Caperucita Roja


Son las 4 pm del domingo y estoy como Tyler Durden, excepto que no he pasado por ningún club de la pelea; simplemente no he dormido en dos días. Y, sin embargo, o tal vez por ello, no puedo dejar de pensar en que me gusta estar cerca de ti. Es un pensamiento que me persigue a todas horas, como el karma de no haber nacido con suerte de cuna. Y no sé cómo explicarlo, pero, entre el millón de cosas que transcurren en mi mente (no me gustó mi plática y ya estoy escribiendo el siguiente guión de la siguiente plática: «Los hallazgos científicos que nos permiten tener el conocimiento actual de la neuroquímica del sueño, se remontan a principios del Siglo XX...»), tú eres la única que no se ha transformado en algo pasajero, tú eres la única que tiene alrededor de 24 horas en mi mente. 

Ahora, para variar, quiero orinar. Y pienso en lo que me dijiste cuando nos topamos en el baño –¡Qué lejos están los baños! y me acuerdo de tu sonrisa y de la forma en la que te pasaste el cabello por detrás de una oreja y cómo bajaste la mirada lentamente. O tal vez no ocurrió nada así. No he dormido en dos días. Ya no sé hasta qué punto es real lo que parece real. Mucho menos sé hasta qué punto lo que recuerdo ocurrió realmente como lo recuerdo. Nadie me entiende. Lo único en lo que pienso ahora que quiero orinar es en que tengo muchas cosas qué hacer, y en que tengo la glucosa altísima y en que no puedo dejar de pensar en todas las cosas que tengo qué hacer. Es un círculo vicioso. También estoy pensando en esta banda que venden como la mejor banda de rock mexicano en los últimos diez años. Se trata de una banda prefabricada. Y el público compra todo lo que le venden. Y hay mercenarios del arte. En todas las formas del arte. 

Y vuelvo a recordarte decir «¡Qué lejos están los baños!» y quiero aplazar estas incontrolables ganas de orinar. Y de pronto me pongo a pensar que también me preguntaste si nunca intenté hacer algo con la música. No recuerdo qué te contesté. No he dormido en dos días. Ya no sé hasta qué punto es real lo que parece real. Mucho menos sé hasta qué punto lo que recuerdo ocurrió realmente como lo recuerdo. Nadie me entiende. Pero me hubiera gustado decirte «Sí, lo intenté, y, cuando estaba en la prepa, tuve que meterme a un trabajo horrible para poderme comprar mi guitarra», pero, más bien, todo fue una mentira. Y recuerdo que estaba pensando decirte que había ocurrido algo similar con la escritura. Y entonces ya te habías sentado, estabas a mi derecha, y había una banda en vivo y tocaban alguna canción de rock de los sesenta y la música era tan estridente que apenas me permitía escucharte. Y te veías tan frágil. Y me acordé que alguna vez escribí un relato sobre ti y que te llamé Caperucita Roja. Porque en mi mente, mientras escribía, estabas vestida como Caperucita Roja. En algún punto saqué esta libreta y me dijiste algo como «¡Ay, qué bonita libreta!»

Ahora estoy cansado y estresado. Pienso en que todo es prefabricado. Si escuchamos a alguna banda que todo mundo dice que es la mejor banda de todos los tiempos, y pensamos que es la mejor banda de todos los tiempos, es una cuestión de publicidad. Y si leemos a algún autor que todo mundo dice que es el mejor autor de todos los tiempos, y lo creemos aunque lo hayamos leído y nos haya parecido terrible, también es cuestión de publicidad. 

Cierro mis manos en puño y aprieto. Tengo las uñas largas. Lastiman mis palmas. Son como alfileres o garras de gato. No sé por qué siempre me ha puesto de pésimo humor sentir que tengo las uñas largas. Me pone ansioso sentir que tengo las uñas largas. Y recuerdo que en algún punto, mientras la banda tocaba alguna canción de rock de los sesentas, saqué esta libreta y me puse a anotar alguna palabra al azar para retomarla después, cualquier día, como hoy, y que miraste la libreta y que dijiste algo como «¡Ay, qué bonita libreta!». Y también recuerdo que nos topamos en el baño. Y pienso en que, a lo mejor, sueño que éste es un sueño que siempre quise soñar, y que no es el mejor momento para soñar, que debo levantarme de este asiento, de una vez por todas, y que debo caminar hasta el baño y orinar. Y tampoco puedo dejar de pensar en que salir a la calle y caminar horas y horas en busca de nada no es mi plan ideal para aprovechar mi tiempo libre. 

jueves, 13 de junio de 2024

para que nunca me digas que no

ESTO ES UN BORRADOR


Una novela miniatura es lo que debes ser. 

Puse un DVD que encontré el otro día, mientras limpiaba el mueble en el que guardo decenas de discos compactos, de cassettes, de VHS's y de DVD's. Estoy aporreando, como un boxeador enfurecido, el teclado de la MacBook Air, pero el DVD reproduce una canción que no conozco. Creo que nunca la he escuchado y, si lo he hecho, nunca le he prestado suficiente atención –¿se trata de “Mundo Feliz”?– , pero las imágenes resplandecen de tal forma en los límites de mi campo visual, que, en esta ocasión, no puedo ignorarla. El televisor es mi aliado, mi entrenador, quien me serena y me dice que no aporree a mi rival, que deje de aporrear el teclado de la MacBook Air. 

He escanciado tres o cuatro dedos de Jack Daniel's y alrededor de 300 ml de Coca Cola en un vaso de vidrio. Aún no le he dado un sorbo al whisky, pero sólo porque no quiero que este impulso se muera, sólo porque quiero este impulso que apareció cuando puse el DVD de los 30 años de Fobia y cuando me acordé de los meses previos al concierto al que asistimos, el viernes 21 de septiembre del 2018, cuando vivíamos en Agua Caliente y estábamos por mudarnos a otra ciudad, cuando había vivido varios meses en el limbo, sin ser posdoc y sin tener una plaza indeterminada, cuando vivíamos con el estímulo económico del SNII, cuando el Edificio X había sufrido daño estructural en el terremoto del 2017 y teníamos unos meses asilados en la oficina de divulgación de la ciencia, cuando de pronto llegaban hasta mi escritorio un puñado de estudiantes insolentes que ni siquiera me saludaban, que probablemente me veían como parte del inventario, o como un sujeto intelectualmente inferior a ellos, no quiero que muera.

Por esos días del 2018 lo que en verdad hacía era escribir, para muestra de ello mi primer paper como autor corresponsal acababa de ser publicado –todo mi trabajo posdoctoral– y, en otro orden de ideas, unos días antes habíamos ido a escuchar a Mark Lanegan al Plaza, y durante varios meses lo que en verdad hice fue enfocarme en escribir una novela para concursar por un premio de novela para jóvenes escritores, y ahora escucho de fondo esta canción para festejar los 30 años de Fobia y me acuerdo de que los dos fuimos a llevar el ejemplar físico de la novela y las copias de la novela que solicitaban en la convocatoria del concurso, y que las oficinas de Penguin estaban en Polanco, cerca de Plaza Carso, y mantuve en un rincón de mi memoria todos estos recuerdos, algún día escribiré mejor sobre ellos, ahora no me siento en la zona, mis torpes dedos siempre chocan con una tecla que no quiero aporrear y tengo que estar corrigiendo una y otra vez lo que escribo, pero el punto es que esos detalles de la entrega de la novela en las oficinas de Penguin es un asunto del que escribiré después, y de vuelta a Agua Caliente, escuchaba una y otra vez, en los audífonos, mientras el horroroso camión avanzaba sobre Fray Servando, “La Iguana” y no estaba nada satisfecho con mi novela y creía que esa canción debía ser el eje central de la novela, pero acabé escribiendo otra cosa, hoy quiero re escribir esa novela, que sea una novela que puedes leer en un día y ya. 

reanudando entrenamiento/interrumpiendo entrenamiento

 

el teclado es particularmente fastidioso, no acierto a ninguna letra, siempre me quedo a una distancia o dos de la letra que quiero teclear, y esto me hace sentir que tengo un problema de apraxia, que tengo una venda en la mente, que una neblina de éter atraviesa mi cerebro, y solamente quiero escribir y sin embargo me levantan las ganas de orinar y luego los gatos me piden su comida blanda y luego tengo que recogerles la arena y luego tengo que volver al baño y luego cuando estoy a punto de sentarme a escribir me llega una notificación irrelevante –Paty López de la Cerda acaba de subir in Tik Tok– y me quedo en el teléfono varios minutos, una hora y media, y tengo que desayunar, y ya no quiero nada.

estaba leyendo una novela hipnótica de fosse y no quería levantarme de mi asiento hasta que terminara de leerla, es una de esas novelas que lees en un día pero que son más intensas que las novelas de 300 páginas, y otra vez me llega una notificación irrelevante –¿ya pensaste qué vas a comer hoy?, ¡pídelo por Ubereats!– y quiero toser y no sentir que mis ojos están cansados y que siempre estoy a una distancia o dos de la letra que realmente quiero teclear, y estoy pensando en reducir la primera novela que escribí a una novela narrada en primera persona, a una novela que pueda leerse en un solo día, y quiero ignorar que me encabrona ser interrumpido para tener que hacer una transferencia bancaria, yo sería feliz con un cuaderno y una pluma y un par de cervezas y un libro de los autores que me gusta leer, pero me interrumpen para que haga una transferencia y también la gatita se me acerca insistentemente para que le dé otra vez comida blanda, pero ya me sé la historia –le daré su comida y no comerá.

jueves, 6 de junio de 2024

fix me



Son las 15: 34 de la tarde, y no me ha dejado de doler la cabeza desde ayer, cuando estaba leyendo una novela cuyo protagonista es un heavy metalero de 40 y tantos años. De “la vieja escuela”. De los que conocían a Metallica mucho antes de que lanzaran el álbum negro. De los que se saben la historia del heavy metal, de cómo Black Sabbath y Lemmy Kilmister contribuyeron al desarrollo del heavy metal.

La punzada apareció repentinamente en mi hemisferio derecho, más o menos a la altura de la corteza prefrontal. La sentí latir como si fuera una pequeña granada a punto de estallar.

En los momentos previos estaba pensando en que los escritores consagrados (como el autor de la novela que estaba leyendo), de una u otra manera, todos se parecen: tienen protagonistas irreverentes, perdedores (según los estándares de la sociedad mexicana), que escuchan música underground, que se quejan del sistema, que consumen enervantes, que tienen un amor platónico, que hacen cosas que se desvían de la normalidad. Que, en cierta forma, son como el Che Guevara: que prefieren morir como hombres en lugar de vivir como cobardes... 

Más concretamente, estaba pensando en que los protagonistas de esta clase de novelas de “héroes subterráneos” son, obviamente, el álter ego de los autores consagrados. Los protagonistas son individuos marginales, viven en condiciones paupérrimas, son divorciados, casi no tienen dinero, pero, al final, ocurre, casi siempre, una de dos cosas: o reciben una inesperada herencia que les facilita la vida, o tienen un amigo empresario que se apiada de ellos y que les da un contrato por hacer cualquier cosa y que les permite cultivar sus intereses artísticos o intelectuales.

La vida, más allá de los libros y de los círculos literarios, es otra cosa: casi siempre, por más que te esfuerces, te quedas en los primeros peldaños de las escaleras.

Leía, concretamente, una de las últimas páginas de la novela, cuando el Yulian está en una plaza atestiguando cómo la estrella pop del momento firma autógrafos en una tienda de música, y se pone a tocar “Helther Skelter”, para lidiar con su frustración. Reflexiona sobre su vida. La veinteañera que lo admira y con quien se ha acostado unas cuantas veces, además de ser mucho menor que él, sólo lo usa y pertenece a otra clase social. Paty Kay –el pato, el patito, el patitito...*–, su amor platónico y, además, una excelsa guitarrista, está muy lejos, tocando la guitarra en un circo que está de gira por Estados Unidos. Yulian se ha resignado a ver de vez en cuando a Brenda –la veinteañera–, pero no tolera que el patito le haya confesado que ella también lo ama. Yulian sabe que patito es una mujer complicada.

Entonces, la gente se acerca a Yulian y la estrella pop del momento no tolera ser opacado por un desconocido y le tira unas monedas y le dice que toque algo que él pueda cantar. Justo cuando el Yulian, exorcizando sus frustraciones, le estrella la guitarra en la cabeza a la estrella pop del momento, sentí la punzada.

¿Coincidencia?

Tal vez no.

La noche anterior me había bebido 6 cervezas. Y no las disfruté. Quién sabe por qué ya no disfruto el alcohol. Últimamente no me lleva a la zona, ya no me desinhibe, ya no borra mis prejuicios, ya no me ayuda a escribir. Estaba escribiendo un relato sobre un tipo de la Prepa 7 –¿mi álter ego?– que acabó en el Ministerio Público un día en el que se celebraba la quema del burro. Pero ése es otro tema –no he podido concluir ese relato, desde hace más de dos meses–: el punto es que me desperté con una terrible resaca, con la paranoia de la resaca, con la deshidratación de la resaca, con el cansancio de la resaca, con las náuseas de la resaca, con la ansiedad de la resaca y con todos esos síntomas horribles de la resaca que no recuerdo ahora mismo. 

Ya pasaron más de 24 horas desde entonces y sigo con la punzada. No es permanente, aparece esporádicamente. Casi cada dos horas. O menos. Cuando salí a correr, por la mañana, la sentía. Tengo la impresión de que ha ido disminuyendo el área que afecta. Que se ha ido recorriendo desde el extremo derecho de mi cerebro, hasta la línea media. 

Esta punzada me hace pensar en la cefalea tensional que sentía en los días previos a la cirugía en la que me suturaron una parte del esófago, con una parte del estómago. Mi médica me dijo que la cefalea tensional podía deberse al estrés. Hace unos minutos, Google me dijo que la cefalea tensional también podría deberse a la falta de sueño y al consumo de alcohol.

Temo que pueda tratarse de algo más grave: una advertencia de un ACV. 

Al rato tengo una cita telefónica. También puede ser eso. No me gusta hablar por teléfono. Mucho menos, si es una especie de cita. Mucho menos si es una videollamada. Nunca sé cómo concluir una llamada telefónica. No quiero ser grosero. 


*La muletilla con la que el autor se refiere a su amor platónico, ¡durante más del 30% de la novela de casi 400 páginas!