lunes, 14 de diciembre de 2020

Aneurysm


Este álbum que hoy cumple 28 años, tenía 2 ó 3 años de haber salido a la venta, cuando lo compré. Me cuesta trabajo creer que había transcurrido tan poco tiempo desde su lanzamiento y desde la muerte de Kurt Cobain. Me parece que 2 ó 3 años se van en un abrir y cerrar de ojos, y que uno no es consciente de ello sino hasta que lo analiza. Tan sólo tengo 2 años viviendo en esta casa que rentamos en Lerma y tan sólo tengo 2 años trabajando en esta universidad, y los dos años se han ido en un abrir y cerrar de ojos, a pesar de que hemos atravesado una larga huelga y una larga pandemia. 

Cuando compré el CD de Incesticide, estaba acabando el primer año, o estaba comenzando el segundo año, de la prepa. No lo recuerdo exactamente, pero lo que sí recuerdo es que mi “fiebre” por Guns N' Roses ya había pasado –ya tenía en cassette todos los álbumes de “la banda más peligrosa del planeta”–, y que, desde hacía más de medio año, escuchaba a Nirvana. 

En octubre o noviembre de 1994, un amigo de la prepa me había grabado Nevermind en cassette y yo me había comprado el Unplugged In New York en la Noche Buena de ese mismo año. Esto es muy importante para mí, pues el Unplugged había salido a la venta tan sólo unos días antes y yo pude escucharlo casi de inmediato. 

En los primeros días de 1995 compré un VHS pirata de Live Tonight Sold Out!!! y había estado viéndolo una y otra vez, sin ser plenamente consciente de que la muerte de Kurt Cobain tenía sólo unos cuantos meses. Me fascinaba su status de estrella de rock, cantando “Come As You Are” salvajemente en Ámsterdam, o dando entrevistas tumbado junto a una cama con gafas oscuras y respondiendo con apatía, o destrozando su Fender Stratocaster negra mientras Novoselic y Grohl continuaban tocando y un puñado de jóvenes eufóricos lo idolatraba. 

Antes de tener el VHS, ya había visto “About A Girl” –y parte de “Endless, Nameless”– en un canal de videos de la televisión abierta, y el contraste de la versión unplugged y de la versión eléctrica también me fascinaba. 

Una de las primeras canciones del VHS se llamaba “Aneurysm” y tampoco podía sacármela de la cabeza. Aunque la versión que conocía era “en vivo”, me gustaba cómo sonaban los tres acordes de la guitarra al inicio de la canción, me gustaban las partes en las que el bajo y la batería se apoderaban de la canción y me gustaba cómo se combinaban los tres instrumentos y la voz de Cobain en el coro. Me parecía una canción muy punk.

La parafernalia asociada a la muerte de Cobain –el montón de playeras con diferentes diseños de su rostro y que traía todo mundo en la escuela, el nombre de su banda pintado con la misma litografía que venía en los álbumes, en uno de los callejones detrás de la escuela; las letras de sus canciones más populares, rayoneadas con pluma en las bancas de las aulas, o los copycat que se vestían como él y que traían el cabello desaliñado como él, pero que ni siquiera podían tocar “Polly”–, también me daba vueltas en la cabeza. 

Me obsesionaba la música de Nirvana y me intrigaba Kurt Cobain. No entendía por qué había decidido terminar con su vida, cuando se encontraba en la cima del éxito y acababa de convertirse en papá. 

También estaba obsesionado en tener una guitarra eléctrica como la suya y en aprender a tocar “About A Girl” y Aneurysm”. Obviamente, quería formar una banda y convertirme en una estrella de rock.    

La prepa en la que estudié está a unas cuadras de La Merced, y a unos metros de La Merced había un Discolandia. A veces, entre clases, si ya nos habíamos aburrido de jugar futbol todo el día, algunos de mis compañeros (a los que les gustaban U2 y Caifanes) y yo, nos dábamos una escapada a esa tienda de discos.

Cierto día, un amigo y yo fuimos a Discolandia. 

Tenía suficiente dinero ahorrado para comprarme un CD –no trabajaba, pero mis papás me daban una mesada que me alcanzaba para los pasajes y para comprarme ocasionalmente alguna cosa para comer en la calle– y había planeado durante varias semanas ir a la tienda de música a comprar un álbum.

Originalmente, quería comprarme Appetite For Destruction en CD –a diferencia del cassette que tenía, el CD traía un “bonus track” de un cover de Rolling Stones–, pero cuando llegué al Discolandia vi el Incesticide y decidí comprarlo.

Me llamó la atención la portada del álbum. No sabía que era una pintura hecha por Kurt Cobain, pero, sin duda, era una portada muy distinta a las portadas de Bleach, de Nevermind o del MTV Unplugged In New York.

Le eché un vistazo a la contraportada, vi el pato de juguete que aparece allí y leí el nombre de las canciones. Entre otras canciones, el álbum traía “Aneurysm”, una versión new wave de “Polly”, “Been A Son” y “Sliver”.

Más o menos sabía de la existencia de algunas de las canciones y también sabía que ése realmente no era el tercer álbum de estudio de Nirvana, sino que era un álbum de lados B y que Dave Grohl ni siquiera tocaba todas las baterías en todas las canciones, pero estos detalles no me parecieron negativos.

Sin embargo, cuando pagué el álbum y lo metí en mi mochila y volví a la prepa con mi compañero, mientras él iba platicándome algunas cosas de Kurt Cobain y de Axl Rose, yo iba preguntándome si ésa había sido la mejor decisión. 

Temía arrepentirme. Pensaba que podría haber comprado otro de los álbumes de Nirvana que también estaban disponibles en la tienda, pero no me arrepentí. En cuanto llegué a la casa, después de todas las clases que se suponía que debía haber tomado, puse el CD en el reproductor y escuché “Aneurysm”. No sé cuántas veces la escuché, pero debieron de ser muchas.  

Mientras llego a este párrafo, suena “Aneurysm” en la grabadora. Me cuesta trabajo creer que estoy escuchando ese mismo CD que compré hace más de veinte años en una tienda de discos que estaba cerca de La Merced. 

La música me transporta a aquella mañana y me pregunto cuántas cosas ocurrieron de un modo distinto al modo en que las recuerdo. 

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