domingo, 22 de septiembre de 2024

of all the smoke like streams

Escucho esta triste canción de Mercury Rev, hace más de quince años que no la escuchaba, y es un domingo por la mañana, se está muriendo el mes de septiembre, acaban de dar las siete de la mañana, y también se está acabando mi tercer contrato temporal en esta universidad, el SNII aún no deposita, hace cuatro meses que no deposita, de un momento a otro podrían desaparecer todas mis preocupaciones, y ya no me gusta esta situación, ser un outsider ya no me encanta, y cierro los párpados y ya no quiero pensar en el presente, me acosan unas ligeras náuseas y un ligero ataque de tos, y no puedo creer que hace apenas 7 años estaba tan mal conmigo mismo, que vivíamos en un departamento en una colonia marginal, en el último piso, tú trabajabas, yo trabajaba, juntos no teníamos el sueldo que he tenido en mis peores momentos yo solo durante los últimos casi seis años que tenemos viviendo aquí, y tampoco puedo dejar de pensar en que ayer en un Toks vi a esta mujer que es un enigma, corren rumores sobre ella, aparentemente nadie confía en ella, yo tengo una historia con ella, compartíamos cubículo hace un año, ella intentaba ser cordial, tenía un problema de salud, algo similar a lo que yo tuve hace 7 años, cuando era posdoc y me sentía tan mal conmigo mismo y, justamente el 19 de septiembre también fue jueves como el 19 de septiembre de esta semana del 2024, y tenía un largo historial de antibióticos y medicamentos, y apenas había cumplido cuatro meses de haber pasado por el quirófano y tenía ataques de ansiedad todo el tiempo, no podía comer absolutamente nada que fuera un poco delicioso, y ningún colega tenía el suficiente interés en saber qué me pasaba, y no conocía a nadie como esta colega psicoanalista que trato desde hace más o menos un mes en el comedor de la universidad, cada jueves –este texto debería llamarse “Thursday's Child”–, y es desconcertante la relación que ella y yo tenemos, apenas descubrí que tiene cinco años menos que yo, y no sé si está matando el tiempo conmigo o si realmente tiene interés en que seamos amigos.

El caso es que la mujer que ayer vi en el Toks parece tener una enfermedad similar a la que me llevó al quirófano, al menos eso me contó más o menos cuando hace un año compartíamos cubículo, y hace siete años yo odiaba mi vida, cada día era una tortura, despertar con náuseas intensas, desayunar con náuseas intensas, caminar con náuseas intensas, subir escaleras con náuseas intensas, leer con náuseas intensas, y hacer todo con náuseas intensas era una tortura, y no quisiera averiguar si esta mujer del Toks está pasando por algo similar; si, a pesar de que tiene el empleo de mis sueños –no sólo tiene un contrato indeterminado, sino que debe de ganar tres veces más que yo–, su vida es un desastre.
 
Podría ser cualquier día del 2006, antes de que te conociera, antes de que te viera por primera vez en mi vida en esa estación del metro, debió de ser un viernes, era un aprendiz en todos los sentidos, iba a la UNAM a impartir mi curso de Sensopercepción, y llevabas gafas de sol y tu cabellera radiante y quebrada y tu rostro constelado de pecas y tu sonrisa, y ese imán que me impedía dejar de observarte me cambió la vida por completo. Nada de esto que vivo ahora habría sido posible, sin ti. Probablemente, de no haberte conocido, sería un solterón, estaría calvo y panzón, y quizá me habría convertido en maestro de primaria y nunca habría salido de la colonia en la que viví toda mi infancia. 

Podría ser cualquier día del 2006, cuando pasaba toda la mañana fumando en el balcón, cuando pasaba toda la mañana sentado frente al televisor en la procrastinación absoluta, viendo una y otra vez los mismos programas sobre el mundial de futbol en Fox o en ESPN; podría ser cualquier tarde del 2006, cuando leía compulsivamente a Patricia Highsmith y me preguntaba si volvería a conocer a otra mujer y si esa mujer sería cien mil veces más comprensiva y afín a mí; cuando leía a Gunter Grass y me quedaba dormido frente al escritorio y no había nada más allá de ese momento, no tenía que dejar mi recámara, no tenía que preparar ninguna clase, no tenía que hablar con nadie; cuando no tenía ni idea de que Bukowski había congregado a más personas que a Gunter Grass en un recital de poesía en Alemania, cuando no pensaba en estas cosas y Sócrates –ese majestuoso gato salvaje– entraba y salía de la recámara y luego entraba de nuevo y me miraba con sus ojos que eran unas ventanas y se echaba a dormir y yo lo miraba desde el escritorio y me hacía sentir especial, que él y yo éramos cómplices en esa vida sin compromisos, y no sospechaba que la pasividad-agresividad de mi familia (y mi pasividad-agresividad) lo hartarían y una buena noche se largaría y ya no volvería jamás, y no sabía que eso me dolería mucho más que cualquier otra cosa que hubiera vivido. 

Podría ser cualquier día del 2006, pero es domingo, y, para variar, tengo sueño y arcadas y empieza a preocuparme seriamente que el SNII no deposite –¡no podría soportar otro mes más de incertidumbre!–, y, sin embargo, mi vida es espectacular.

domingo, 15 de septiembre de 2024

Cure for pain

Me pasaste el cigarrillo, no podía dejar de recriminarme, estaba a punto de cumplir 8 meses sin fumar y no parecía gran cosa para alguien que había logrado dejar de fumar durante casi 8 años, que antes de esa abstinencia prolongada tenía dedos de nicotina, pero volver a fumar representaba no sólo haber vuelto a caer sino la punta del iceberg de todo lo que ocurriría, de todo lo que perdería, de todas las cosas que cambiarían en mi vida, apenas saliéramos de ese departamento, dejáramos la cama, nos vistiéramos, y pretendiéramos volver a nuestras vidas anteriores.

Le di una chupada al cigarrillo, sentí nuevamente cómo la nicotina y todos los compuestos cancerígenos se abrían camino hasta mis pulmones, olfateé el horrible aroma del tabaco impregnado en mis dedos y recordé cómo apestaba toda mi ropa cuando fumaba todo el tiempo, cuando fumar era lo primero que hacía al despertarme y lo último que hacía antes de acostarme a dormir, cuando me bañaba con un cigarrillo en los labios y hacía malabares para que no le cayera agua, cuando fumaba mientras caminaba a las siete am desde la estación Copilco y transitaba por El Paseo de las Facultades y llegaba a la Facultad de Medicina y subía los cinco pisos hasta el laboratorio de Todokoro, pensando en cuánto lo aborrecía, en cuánto deseaba terminar el doctorado, en cuánto deseaba yo mismo mi propia destrucción, y no volver a saber nada más de él.

Te devolví el cigarrillo y me sonreíste, y tu sonrisa me fulminó tal y como lo había hecho casi un mes atrás, en esa reunión en la que coincidimos casi por accidente, en el cumpleaños de un conocido que teníamos en común y que ni siquiera sabíamos que teníamos en común, cuando estábamos sentados en la sala de su casa y nos tomábamos unas cervezas artesanales y dejamos las botellas en una mesita de centro al mismo tiempo y de pronto nuestras manos entraron en contacto brevemente y para mí fue como un rush y como un flashback retorcido y quise salir huyendo de allí porque tuve una visión: tú podrías hacerme perder la razón, terminar con mi matrimonio de casi veinte años, herir a mi esposa y no merecer su perdón. 

Le diste una chupada al cigarrillo, vi cómo las volutas de humo se dispersaban en el espacio y me acordé de mi infancia, aparentemente siempre había estado condenado al tabaquismo, en todas mis visitas a casa del abuelo siempre estaba presente este olor peculiar, no tenía que esforzarme mucho para evocar a mi abuelo con su cajetilla de Raleigh en una mano y con un cigarrillo en la boca, haciendo algunos movimientos automáticos con la otra mano, sacándose esporádicamente el cigarrillo de la boca y luego dejando escapar el humo por la nariz y por la boca mientras platicaba cualquier cosa de su juventud, cuando había boxeado y le llamaban Kiko Serratos, cuando jugaba beisbol en el equipo de la fábrica de porcelana en la que trabajaba en la época en la que conoció a la abuela, cuando la abuela le prohibió seguir boxeando, cuando mi papá nació. 

Suspiraste y volviste a pasarme el cigarrillo y lo tomé y nuestras manos volvieron a hacer contacto como aquella vez en la fiesta de nuestro amigo y volví a sentirme electrificado y ya no supe si estaba teniendo un rush, un flashback retorcido o una resaca, pero me acordé de haber leído algo sobre Jean Nicot, este diplómatico francés que llevó el tabaco de América a Europa, y lo imaginé incitando a Catalina de Médici al vicio, y también me acordé de ese estudio de tabaquismo en el que decían que tener antecedentes de tabaquismo aumentaba cuatro o cinco veces el riesgo de engancharse con el tabaco y que, además de ser un factor de riesgo para contraer cardiopatías, EPOC y enfisema pulmonar –las enfermedades clásicas asociadas con el tabaquismo–, fumar aceleraba el envejecimiento del cerebro, encogía el tamaño del cerebro, y era un factor de riesgo para la demencia. Ese paper lo había leído en mi primer recaída, cuando ya no podía estar en abstinencia ni siquiera un par de días, cuando sabía que estaba precipitándome otra vez por la espiral del tabaquismo, cuando consideraba sufrir las potenciales consecuencias de ideaciones suicidas de la vareniclina, cuando estaba desesperado, cuando tú eras sólo una colega que no me caía muy bien y que veía esporádicamente en los pasillos de la universidad, cuando tú no formabas parte de mi vida, cuando tu voz y tu rostro no me perseguían en mis sueños, cuando nunca pensaba en ti. 

Me sonreíste otra vez y no pude evitarlo, tu mirada de atardecer, tus pupilas color avellana, tu cabellera azabache, tu aroma a perfume carísimo, me noquearon, aplasté el cigarrillo contra el cenicero en la mesita de noche y me lancé de nuevo.