domingo, 9 de julio de 2023

el infierno de dante


El busto de Dante, a la entrada de la facultad de filosofía y letras, y que, en cierto sentido, para mí significaba que la universidad era el primer nivel del infierno de la vida adulta, tenía un carrujo de mota en la boca. Llovía y el frío calaba los huesos. Quién sabe por qué estaba allí, tal vez me había aburrido de no hacer nada y había decidido ir a una reunión del consejo general de huelga, o a lo mejor ese día había un foro en el auditorio Che Guevara y Hermann Bellinghausen iba a dar un discurso. 

Unos tipos pasaron junto a mí y vieron el carrujo de mota y se carcajearon, y uno de ellos se acercó al busto de Dante y le quitó el carrujo y se lo llevó a los labios y le dijo al otro tipo que el carrujo era de utilería. Yo no me reí, me sentí incómodo, y recordé las sabias palabras de mi abuela –“No hagas cosas buenas que parezcan malas”– que había ido de visita a la casa de mis papás hacía poco y que me había encontrado tumbado en el sillón, sin hacer nada, excepto lidiar en mi interior con mi ansiedad y ver hacia afuera las noticias de la tarde en la televisión y escuchar a algún reportero de TV Azteca desprestigiar la huelga en la UNAM, que iba a cumplir casi seis meses. 

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