jueves, 21 de noviembre de 2024

La oscuridad me ha perseguido todo este mes

Durante casi dos semanas estuve tomando valaciclovir, tres veces al día. Durante dos semanas no he salido a correr. Durante dos semanas no he bebido una sola gota de alcohol. El sábado cumplí 10 meses sin fumar. Hoy estoy despierto desde las seis de la mañana. No quiero distraerme, tampoco quiero hundirme en la oscuridad que me ha perseguido todo este mes. Tampoco quiero dejar que el dolor se apodere de todos mis pensamientos, ni estar pensando en cuánto deseo rascarme la mano, el brazo y la espalda porque la comezón es insoportable. Se siente como si me hubieran arrastrado por el asfalto: me punza, me duele, me da comezón.

Quisiera deshacerme de todas estas sensaciones que no me dejan en paz, quisiera poner las cosas en orden, desahogarme, escribir sobre todo lo que ha ocurrido en los últimos días, pero Kilitos de Amor me pide que le dé su porción de Royal Canin, tengo que medirme la glucosa, paso mi lengua por el paladar y siento las encías inflamadas y sé que tendré la glucosa altísima, y no quiero hundirme en la oscuridad que me ha perseguido casi todo el mes. Yoko maúlla una y otra vez, sus maullidos son tan agudos que no puedo concentrarme, a veces suenan como cuando alguien pasa un cuchillo afilado por un vidrio, todo se puede romper dentro de mí, como le ocurrió al papá de Knausgård y como le ocurre a su esposa, o al menos eso es lo que dice en las últimas cien páginas del último tomo de Mi Lucha que estaba leyendo esta mañana antes de levantarme de la cama, cuando mi sueño fue interrumpido por el adormecimiento y por el dolor y por la comezón que siento en la mano, en el brazo y en la espalda. 

Ya estoy olvidando sobre qué quería escribir, el impulso de escribir se va desvaneciendo como el último sueño que tuve antes de despertarme, ese que fue interrumpido por los síntomas que dejó el herpes zoster, ese sueño en el que apareció esta chica que estudiaba la licenciatura cuando yo estaba terminando el doctorado y que a veces iba al laboratorio y que nunca me hablaba y que, luego, si coincidíamos en un congreso y ella ya tenía unos tragos encima, se ponía a platicar conmigo; esta chica que quién sabe por qué me intriga tanto, esta chica que no entiendo, somos de mundos totalmente distintos, y que quién sabe por qué aparece en mis sueños ocasionalmente. En ese sueño, ella pasaba junto a mí, subía unas escaleras que yo bajaba, a lo lejos se incendiaba una casa, estábamos en el tercer piso del edificio en el que viví toda mi infancia, la casa que se incendiaba formaba parte de una especie de mansión, el camino que llevaba de la calle a la mansión estaba rodeado de árboles y pasto, e incluso tenía una fuente y una pequeña autopista por la que pasaban autos lujosos. La mansión se parecía a esa mansión de Eyes Wide Shut, la última película de Stanley Kubrick. En el ambiente había una especie de nostalgia, como si estuviéramos atrapados en una película del cine de oro mexicano. Esta chica pasaba junto a mí, tenía la mirada perdida, llevaba puesto un suéter blanco con rayas negras y tenía cara de funeral. 

No sé qué puede significar ese sueño, estoy tratando de encontrar qué simbolizan el edificio de la infancia, el incendio a unos metros del edificio, las escaleras y Kubrick y el cine de oro mexicano, que yo bajo por las escaleras y que esta chica sube por las escaleras, cuando Lizzie entra en la recámara y de pronto me doy cuenta de que Jackson está acostado junto a mí en la cama. Él nada más contempla lo que ocurre más allá de la cama, cómo Lizzie entra en la recámara y se mete en el baño, y lo hace de un modo en el que parece que está evaluando los pros y los contras de levantarse de la cama. Es un gato sensacional, es el más paciente de los tres, también es el más travieso y más cariñoso. El que hace más vocalizaciones.

Estoy en todas estas cosas, cuando suena el teléfono, me ha llegado una notificación de What's App, es un mensaje de voz, intento ignorarlo, me acuerdo del domingo pasado, cuando un fulano me llamó por teléfono en la tarde y fue directo al punto, me dijo Su paquete de Amazon llegará en 20 minutos, y yo le dije que estaba equivocado, que yo no había pedido nada, y luego me preguntó ¿Cómo está? y yo le dije la verdad, que estaba más o menos, ese día cumplía alrededor de 10 días con herpes zoster y en tiempo récord me habían bateado de tres convocatorias para plazas de académicos de tiempo completo en dos universidades distintas, y entonces le pregunté al fulano cómo estaba él –hasta ese punto, ni él me dijo su nombre ni confirmó el mío, como suelen hacer los ejecutivos de ventas cuando te llaman por teléfono– y él me dijo algo terriblemente patético –Con salud y con trabajo, gracias a Dios– y allí fue donde confirmé que se trataba de una estafa, que el sujeto tenía estudiado su discurso de persona de bien, que, seguramente, si me lo encontraba en la calle, se vería como el mundo de las apariencias nos ha dicho que debe verse una persona de bien: cabello corto (fascistoide), saco, camisa formal, pantalones caqui, zapatos con punta de pico de pato... Sin pendientes en ningún lóbulo, obviamente. Sin tatuajes visibles, obviamente. Entonces, cuando le iba diciendo Ah, aquí es la parte en la que me vas a pedir que te dé un código que me llegará a mi What's App, él colgó. No sé dónde leí que a una celebridad la estafaron de una manera similar, pero aprendí algo de la experiencia de otra persona.

Escribo estas líneas y trato de ignorar el mensaje de voz que acaba de llegarme por What's App. Hay un montón de distractores en todas partes. Yo sólo quiero desahogarme, olvidar estas dolorosas sensaciones que carcomen mi mano, mi brazo y mi espalda, y que me hacen sentir como si me hubieran arrastrado por el asfalto y que me hacen desear rascarme hasta arrancarme la piel, y que tal vez son una manera en la que mi cuerpo me está diciendo que mande todo a volar, que deje de pensar en la oscuridad que me ha perseguido todo el mes, que la academia es una farsa, como el fulano que quiso estafarme por What's App el domingo pasado, que todas las plazas académicas tienen nombre y apellido, que he conseguido en tiempo récord mucho más de lo que podría conseguir cualquier académico con contratos temporales. Que puedo hacer muchas cosas que jamás podrá hacer nadie a quien le ponen todo en bandeja de plata. Que debo aprender de mi propia experiencia, que es un poco absurdo aprender de la experiencia de otras personas y ser incapaz de aprender de tu propia experiencia.

O tal vez este dolor y esta convalecencia no significan nada, tal vez nada significa nada, tal vez esto no significa nada, tal vez tu aparición en mis sueños no significa nada, tal vez los distractores son la realidad, tal vez la selección mexicana de futbol es lo único real, tal vez todos los días debemos salir de nosotros mismos, tal vez nosotros somos nuestra propia oscuridad, tal vez las enfermedades son todas psicosomáticas, tal vez lo único real es que no podemos vivir de satisfacciones personales, somos adultos y no podemos pasar todo el día en la cama, huyendo de las responsabilidades porque estamos tristes.

viernes, 15 de noviembre de 2024

Decidimos NO proseguir con su solicitud

Qué difícil es todo, tener que juntar documentos, organizar tu CV, pagar para un examen del TOEFL que tu trayectoria académica hace innecesario, pensar que podrías usar ese dinero para comprarte otra cosa, por ejemplo, la caja de lujo de los 30 años de Nevermind, que trae el Blu Ray del concierto del 25 de noviembre de 1991 en un recinto de Ámsterdam llamado “Paradiso”, donde Cobain canta y toca “Come As You Are” fuera de tono, ese concierto que supiste que existía cuando estabas en la prepa y viste el Live Tonight Sold Out!!! y que te obsesiono y que conseguiste en audio, con sonido de consola, en una página de internet, cuando comenzabas el doctorado.

Qué difícil es todo, escribir un proyecto de rehabilitación neuropsicológica de 20 cuartillas, invertir un par de semanas en el proyecto, leer y estudiar temas que no te fascinan para concursar por un trabajo que mereces, y no tener nada seguro al final, que la Comisión Dictaminadora te desee suerte y te diga que no proseguirán con tu solicitud.

Qué difícil es que parezca que sólo tú sepas cuánto vales y que nunca vayas a pasar de allí, de tener satisfacciones personales y que la historia se repita una y otra vez y que no puedas evitarlo, no depende de ti, podrías concursar en otras 20 convocatorias y el resultado sería el mismo, y aunque tienes un CV muy competitivo, que está por arriba del promedio, y que has trabajado con contratos temporales, nunca faltará quien te trate como si fueras un individuo genérico que ni siquiera puede redactar un par de párrafos sobre su propia vida en un blog.

Qué difícil es que todo ya esté arreglado, que uno haya aprendido que es más fácil ganarse la lotería y que es más probable que le caiga un rayo encima.

lunes, 4 de noviembre de 2024

They Don't Love You Like I Love You


Me desvelé. No pude dejar de ver Los Soprano. Estoy en esa temporada en la que Tony vuelve al consultorio de la Dra. Melfi, pero los papeles se han invertido: ahora la psiquiatra es quien necesita de Tony. Cuando la serie estaba en el aire, hace más de quince años, las cosas eran muy distintas, ni siquiera había conocido a mi esposa, ni siquiera había ingresado al doctorado, aún vivía con mis papás, no tenía dinero ahorrado en el banco, no tenía tarjeta de crédito. Todo mundo veía a Los Soprano, decían que era una serie buenísima, pero la pasaban por HBO y no teníamos HBO en la casa. Y sin embargo, algunos DVDs de Los Soprano aparecían en los rincones de la casa de mis papás. Le gustaban a la novia de entonces de mi hermano el baterista, ella y yo al principio de su relación nos llevábamos bien, se veía una buena chica, que se llevaba fantástico con mi hermano el baterista, pero, eventualmente, fui descubriendo su verdadero yo, en una fiesta bebimos más de la cuenta y se puso a pelear con mi hermano el baterista, creo que hasta lo quería golpear, y luego, cuando conocí a mi esposa, se convirtió en una persona más horrible, hablaba mal de mi esposa, hablaba mal de mí, en fin. 

El punto es que tenía prejuicios hacia Los Soprano, pero resultó ser una de las series favoritas de uno de mis autores favoritos –El Menonita Zen– y le di una oportunidad, por X o por Y nunca podía pasar de los primeros dos capítulos, pero un día me enojé con mi esposa, ella me aplicó la ley del hielo y entonces me senté a ver casi toda la primera temporada y pensé que Tony y yo teníamos muchas cosas en común, claro, cuando necesitaba la ayuda de la psiquiatra, de la Dra. Melfi.

Y esto no es lo importante, sino que me desvelé, que me acosté después de la medianoche viendo Los Soprano, que tuve varias pesadillas, que presentía que el lunes no sería un buen día, que la historia de la academia se repetiría, que todos los concursos están amañados, y me puse a escribir en mi diario sobre todos estos pensamientos después de la medianoche, y encontré cierto alivio, pero hoy, mientras tomaba un seminario por Zoom con unos colegas y la ponente hablaba sobre el C-PAP y la respiración, sólo pensaba “¿por qué a mí?, ¿por qué siempre tengo que hacer cuatro o cinco veces, todo?, ¿por qué nadie me regala nada?”, y acabo de leer algo que dijo Eddie Vedder en alguna entrevista de los noventa, algo sobre cómo vivir en condiciones desfavorables hace que tengas más recursos para sobrevivir. Y quizá tengo que tomarlo al pie de la letra. Tengo un súper CV, pero eso es lo de menos: lo importante es tener influencia en la gente influyente. Creo.

jueves, 31 de octubre de 2024

You're In The Jungle, Baby


Volví al departamento después de tener un día malo. Me tumbé boca abajo en la cama. Yoko, la gatita, se me subió en la espalda. Ronroneó. Sentí un alivio momentáneo, la normalidad que no había sentido más que dos o tres veces, brevemente, cada día, desde casi un año. Tantos medicamentos, tantas consultas médicas, tantos recorridos en el metro desde la universidad hasta el Hospital Ángeles. Todo comenzó una noche del 2014. El mundial de futbol estaba terminando, había adquirido la costumbre de beber y de fumar y escribir. Escuchaba a Cloud Nothings y de pronto sentí atorado algo en la garganta. Carraspeé varias veces, sólo sentía algo atorado en la garganta, el alcohol y la mota me malviajaron. Empecé a ponerme ansioso. Tomé agua, la sensación se intensificó, no podía ignorar que sentía algo atorado en la garganta, carraspeaba una y otra vez, la sensación seguía allí, Cloud Nothings se convirtió en una banda de terror, pasé la peor noche de mi vida. Las interminables noches con gastroenteritis, tumbado en la cama, hecho ovillo, con un intenso dolor abdominal, incapaz de ignorar el dolor, contando cada segundo hasta el amanecer, comparadas con el ERGE, eran una simple cortada de papel en un dedo, una raspada en la rodilla por haber tropezado. 

Yoko seguía ronroneando. El sol entraba por la ventana. Iban a dar las dos de la tarde. Había salido de la universidad muy temprano, todo el camino a pie desde el Edificio S hasta Rojo Gómez me la pasé carraspeando, tragando saliva, sintiendo cómo la saliva no paraba, mi garganta estaba llena de saliva y de flema, como cuando estás acatarrado y no te cuidas y todo el tiempo estás tragando saliva y flema, excepto que yo no estaba acatarrado, tenía ERGE, me costó visitar a un par de especialistas y someterme a una endoscopía en un sanatorio de la Colonia del Valle, obtener ese diagnóstico. El primer médico, un hombre tan obeso que apenas podía respirar, me preguntó cuáles eran los síntomas. Cuando terminé de describírselos, me recetó clorfenamina compuesta y me dijo que lo más seguro era que tuviera faringoamigdalitis, que seguramente mi estilo de vida era muy sedentario, que seguramente fumaba tabaco todo el día, que seguramente bebía alcohol a todas horas, que seguramente sólo comía en el McDonald's... Ya sabes, esa clase de cosas que te dicen los médicos que creen que todas las personas somos genéricas.
  
La caminata hasta Rojo Gómez me había dejado exhausto. Me dolía la garganta, la tenía irritada por estar incesantemente tragando la saliva y la flema que generaba incesantemente mi sistema nervioso autónomo como respuesta a los jugos gástricos que ascendían desde el estómago y que quemaban el esófago. El gastroenterólogo ya me había advertido que no podía vivir eternamente en esas condiciones, que la constante erosión del esófago provocaría esofagitis y que la esofagitis podría provocar un tumor cancerígeno. Tumbado en la cama, con Yoko en mi espalda, sintiendo su cuerpo y sintiendo cómo los rayos del sol atravesaban la ventana, me pareció tan triste que Guns N' Roses fuera a dar un concierto esa tarde y que Lizzie y yo tuviéramos boletos de Zona General y que yo me sintiera del carajo. Después de más de veinte años, Axl y Slash volvían a subirse juntos a un escenario, Guns N' Roses era la primera banda de rock que me había vuelto loco en la adolescencia –el video de “Estranged” que pasaban constantemente en la tele en el verano de 1994, había cambiado mi switch sobre el significado de la música–, y ése sería el primer concierto de Guns N' Roses al que asistiría. Pero me sentía mortalmente cansado. 

Como casi todos los días previos durante casi un año, había ido a la universidad, había sobrevivido a las náuseas y había intentado trabajar, ni siquiera podía permanecer concentrado más de cinco minutos, los ataques de ansiedad provocados por las náuseas me obligaban a salir del cubículo y caminar y despejar mi mente. Mi vida era horrible. No le veía el fin a esa tortura, a sentirme del carajo, sin ganas de nada, considerando la posibilidad de regalarle los boletos a alguien más.

domingo, 27 de octubre de 2024

My Skeleton Won't Tell


Había salido a jugar futbol por la mañana con tus amigos, en ese paraje de pasto junto a Chapultepec y Constituyentes, como veníamos haciendo desde poco más de dos meses cada domingo, y ellos se lo tomaban muy en serio, iban con jerseys de sus equipos favoritos y con sus tachones Adidas, y hasta tenían porterías que habían mandado a hacer con un herrero, y no eran de tamaño oficial pero tenían un buen tamaño y se veían muy profesionales, hasta tenían redes, y uno de ellos llevaba el balón oficial de la Liga de futbol. En otra época, ellos y yo nos habríamos llevado muy bien, tal vez si los hubiera conocido cuando era Profesor Visitante, o hasta cuando era posdoc o estudiante de doctorado, pero cuando los conocí no era una buena época para mí. 

Fuimos juntos al kínder y a la primaria y dejamos de vernos toda la secundaria, toda la prepa y toda la universidad, y apenas nos habíamos visto una vez en un camión de pasajeros, tal vez en 1997, en los primeros días en la Facultad de Psicología, en Ciudad Universitaria, tú me dijiste que estudiabas en una universidad de esas que sólo conocía uno en los anuncios del periódico, y luego nos habíamos encontrado otra vez en una reunión de nuestras familias en el 2006, y entonces yo tenía pocos meses sin hacer absolutamente nada en la academia, en octubre del 2004 había realizado mi examen de grado de la licenciatura y a principios del 2005 había pasado por la Ibero como Profesor de Asignatura y en el verano del 2005 había hecho un tonto viaje relámpago a Playa del Carmen, más bien por la insistencia de Lulú –ella y Mike necesitaban a alguien que les ayudara a pagar la renta del departamento en el que vivían, y yo fui un idiota que mordió el anzuelo y que estuvo allí un par de semanas y que no hizo otra cosa más que fumar y caminar por la playa y leer al aburridísimo y petulante Javier Marías–, y, en fin, durante casi diez años no había sabido nada de ti y en esos diez años había vivido cosas estupendas, pero justamente en esa época en la que jugábamos futbol cada domingo con tus amigos en un paraje de pasto junto a Chapultepec y Constituyentes, todo se había ido al carajo: Lulú ya era historia para mí, yo era historia para Lulú, no tenía dinero, no tenía jerseys de los Pumas, no tenía tachones Adidas, no estaba pasándola nada bien y no tenía claro nada sobre mi vida, más bien me decía a mí mismo que estaba en un periodo de transición.

Lavaba mis viejísimos tennis, unos Vans que tenía desde la prepa y que usaba para jugar futbol, también había tenido unos Lotto de futbol rápido que habrían sido geniales para llevármelos cada domingo a jugar con tus amigos pero quién sabe dónde estaban, tal vez mi mamá los había regalado o tirado a la basura, había conseguido un absurdo trabajo temporal de un par de días, estaba por salir a la terminal de autobuses de Observatorio, haría un viaje relámpago a Morelia, entregaría unos documentos para una licitación de obra pública, y, mientras mis manos sujetaban el cepillo y tallaban las agujetas, me preguntaba qué diablos ocurría conmigo, por qué estaba estancado, tú y yo éramos de la misma edad, habíamos sido súper amigos en una etapa lejana, nos habíamos encontrado en un camión de pasajeros en los primeros días de mi vida universitaria, y al cabo de todo ese tiempo las cosas habían cambiado mucho: tú tenías un trabajo estable, un auto propio y unos amigos que se tomaban en serio el futbol y que se divertían cada domingo; yo no tenía nada, excepto un título de licenciatura que reflejaba dos o tres años de trabajo experimental en cajas operantes de Skinner, que había involucrado muchos días laborales, muchos fines de semana, muchos días feriados y una que otra Navidad y Año Nuevo. ¿Te envidiaba? Entonces no lo veía así, no lo sentía así, más bien me veía a mí mismo en un periodo de transición, pero, en retrospectiva, sí. Pero no te envidiaba por tu trabajo estable o por tu auto propio, ni siquiera por tus amigos que habrían sido amigos geniales para mí en otra época. Te envidiaba porque representabas todo lo que yo no quería hacer, todos mis conflictos con la sociedad, con el capitalismo y con el trabajo. Te envidiaba porque habías entrado al juego de la vida. Yo me rehusaba a seguir la corriente, a convertirme en un zombie de la sociedad, a hacer cualquier cosa lucrativa, a dedicar mi vida a una actividad esclavizante que el dinero me permitiera tolerar. 

He tenido momentos mejores desde entonces, he tenido momentos malos desde entonces, pero éste sería el momento ideal para vernos otra vez y para ir a jugar futbol con tus amigos otra vez. Pero supongo que algunos ya son abuelos o bisabuelos, tal vez algunos tienen hijos en la universidad, tal vez otros están en pésimas condiciones físicas o ya murieron. Yo salgo a correr desde hace más de tres años, al menos tres veces por semana. Apenas el viernes corrí 7 kilómetros. En promedio corrí cada kilómetro por debajo de 5 minutos. Ha habido meses en los que corro diariamente 10 kilómetros y cada kilómetro, en promedio, en 4' 24''. 

sábado, 26 de octubre de 2024

Shimmer Like A Girl


Siempre dejabas tu cartera sobre la mesa y yo le echaba un vistazo a tu mochila sobre la silla, y me preguntaba «¿Por qué siempre lo hace?, ¿acaso es una señal?, ¿acaso confía tanto en mí?, ¿sólo le vale madre?», y tu boca entonces se abría de par en par, se transformaba en un portal de luz, y sonreías y el sol que atravesaba el comedor como un torbellino silencioso le daba un brillo espectacular a tu escandaloso cabello color castaño, y tus ojos color almendra eran un puñetazo en el estómago, sentía que había algo allí, una especie de electricidad surcando cables invisibles entre nosotros, y luego te levantabas de tu asiento y te pasabas el cabello por detrás de una oreja y por un momento me recordabas a esa otra chica que conocí en la prepa, se llamaba Carolina y era más grande que yo y siempre se pasaba el cabello por detrás de la oreja y me volvía loco, y luego volvía a la realidad, y allí seguía tu cartera sobre la mesa y yo volvía a echarle un vistazo a tu mochila sobre la silla, y allí estabas otra vez, en esa realidad inundada por la luz del sol que era un torbellino que arrasaba con el comedor, y caminabas de esa manera singular, moviéndote ligera y tibia, y pesada y agonizante, como una bailarina de flamenco que se retiraba del escenario después de una mala noche, y no puedo apartarte de mi cabeza y tengo náuseas y toso y se me cierran los párpados y escucho a Veruca Salt y van a dar las seis de la mañana y sé que nunca volveré a verte y me acuerdo del aroma de tu perfume.  

sábado, 19 de octubre de 2024

Más o menos bien

Sonaba “Más o menos bien” y yo estaba ídem, con varios litros de Jim Beam estallando esporádicamente en mi sistema nervioso central, a punto de que todo, incluyendo sentirme una malísima copia de José Agustín, me valiera madre, pero el remordimiento era más fuerte que ese estado de semi inconsciencia. 

Había hecho enojar a Lizzie otra vez. 

La música y las luces de El Pata Negra me embotaron, me dio un ataque de tos, me faltó el aire, y me transportaron a un malviaje, como el de aquella noche en casa de Tobías, cuando habíamos fumado una hidropónica muy potente y Lizzie y yo nos quedamos en silencio, en medio de la sala, mientras Tobías y sus amigos escuchaban alguna triste canción de José José y yo sentía que estaba al borde de un ataque de ansiedad y quería vomitar y no quería precipitarme en el abismo de ese pensamiento que merodeaba mi mente –«¡Te sientes mal, y te sentirás peor!»– y que me llevaría a hiperventilar, pero, de pronto, la gente, coreando la canción y moviendo las manos en lo alto, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, en una fabulosa comunión con la banda, dejó de ser un espejismo, me despertó y me devolvió a la realidad. 

A lo mejor todos ya estábamos más o menos ebrios –excepto Lizzie, quien, desde entonces, era la única que se mantenía sobria siempre–, y, tal vez, una groupie de Nos Llamamos me había puesto una mano en el hombro y el contacto con la tibia piel de otro ser humano me hizo reparar en que no estaba soñando, en que no estaba a punto de hiperventilar en casa de Tobías, sino en que la groupie y yo estábamos de pie, a menos de un metro del escenario, y que todo eso habría podido convertirse en una experiencia feliz, excepto que no podía apartar mis pensamientos de Lizzie, de lo que ella significaba para mí, de que siempre la hacía enojar con tonterías, de que era tan idiota que nunca podía quedarme con la boca cerrada, de que era tan idiota que no podía darme cuenta de lo fabulosa que era conmigo.

Bajé la mirada, carraspeé, me quité la mano de la groupie de encima, ya no era un contacto reconfortante sino una invasión a mi espacio, y escuché:

«¡Todas las canciones las canta igual!»

Que era lo que Lizzie me decía cuando ponía por tercera o cuarta ocasión consecutiva La Dinastía Escorpio en el reproductor de discos compactos. Estaba obsesionado con ese álbum. Casi tanto como me había obsesionado Hasta Ahora Todo Va Bien, el álbum debut de esa banda que sonaba un poco a Sonic Youth y que había tocado varias veces con Nos Llamamos. Lizzie y yo vivíamos en un pequeño departamento en Xola y casi todos los fines de semana escuchaba La Dinastía Escorpio, y Lizzie, con toda razón, ya estaba harta. No le gustaba el cantante, decía que todo lo cantaba igual, y yo discutía con ella, a lo mejor en esos momentos ya me había tomado varios whiskies baratos, y no aceptaba que ése era su punto de vista. 

La Dinastía Escorpio era el álbum de Él Mató A Un Policía Motorizado que traía “Más o menos bien” –esa canción que estaban tocando en vivo, en la realidad de ese estado semi inconsciente que me arrastraba como una ola salvaje hacia afuera, hacia donde transcurría esa fabulosa comunión entre la banda y el público, y luego hacia adentro de mí mismo, hacia donde no había nada más que una oscura luminosidad de malos viajes con otros agentes químicos–, a menos de un metro de mí, entre esas manos que se movían en lo alto, de derecha e izquierda y de izquierda a derecha, y que parecían un espejismo mientras varios litros de Jim Beam iban estallando en mi sistema nervioso central y me sentía una malísima copia de José Agustín y al mismo tiempo me encontraba en un estado de semi inconsciencia.

Una especie de claridad subió desde mis entrañas hasta mi cabeza y me sentí miserable, y me pregunté cuándo había comprado ese álbum –¿acaso lo había comprado en otro concierto?, ¿acaso Él Mató A Un Policía Motorizado había tocado otras veces con Nos Llamamos?, ¿acaso me había obsesionado con ese álbum como me había obsesionado con Hasta Ahora Todo Va Bien, de Los Silencios Incómodos, esa banda que sonaba un poco a Sonic Youth y que me encantaba y que también había tocado varias veces con Nos Llamamos?–, y también me pregunté cosas más importantes: ¿por qué no podía dejar de ser un idiota...?, ¿cuánto tiempo más me soportaría Lizzie...? 

Apenas íbamos a cumplir tres años viviendo juntos y yo ostentaba el récord de provocar discusiones sin sentido y ella siempre era más lista que yo y me ignoraba, pero esa noche había sido la excepción –quizá ya la había hartado con mis recurrentes arranques de ira y de infantilismo, quizá esa noche en verdad estaba furiosa, quizá esa noche era el fin de los tiempos–, y, entre todas esas manos que se movían de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, por primera vez desde que escuchaba incansablemente La Dinastía Escorpio, me dio la impresión de que el cantante, tal y como me lo había dicho Lizzie en innumerables ocasiones, cantaba todo igual, todo lo cantaba en el mismo tono, y tuve un insight: nunca vas a cambiar, necesitas ayuda profesional, tienes un problema con tu control de ira.

No pensaba realmente en esa película en la que actúa Jack Nicholson, pero ésa era la idea.

Debió de ser junio o julio del 2013, aún no demolían El Plaza Condesa, Lizzie y yo íbamos a cumplir tres años en ese pequeño departamento en Xola que era como un congelador, apenas le daba el sol, Kilitos de Amor era un gato bebé, yo acababa de publicar un paper como primer autor, el doctorado se estaba convirtiendo en un infierno, mi tutor y yo nos llevábamos del carajo, los síntomas de esa espantosa enfermedad que me llevaría al quirófano años más tarde aún no salían a la superficie, esa noche habían tocado Nos Llamamos y El Mató A Un Policía Motorizado tenía diez o quince minutos en el escenario de El Pata Negra.

Ya pasaron casi diez años desde entonces, algunas cosas siguen igual y otras han mejorado y otras han empeorado, Kilitos de Amor ya es un senior cat y vino a llamar mi atención mientras escribía y se subió al escritorio y luego me pasó una de sus patitas sobre el rostro y se quedó unos minutos como estatua y después se fue, y van a dar las siete de la mañana y es sábado y Lizzie no está enojada conmigo.

domingo, 13 de octubre de 2024

Is there room enough for both of us?


Se acomodó en el asiento y me miró de reojo. Encendió la radio, sincronizó su teléfono a la radio y puso No Code. Los primeros acordes de “Sometimes” me remontaron brevemente a otros tiempos, cuando estaba en los últimos semestres de la carrera, hacía ya más de veinte años, cuando Karina y yo teníamos una relación tormentosa y fumamos yerba en una cabaña de Cuernavaca y ella se puso muy mal y acabó confesándome –vaya sorpresa– que aún no superaba a su ex. 

Moví la cabeza de un lado a otro, como para desasirme de esos recuerdos. 

«¿Todo bien, Doc?», me preguntó. 

Le contesté que sí y me dejé envolver por el aura que parecía rodearla. La luz del sol le daba un fulgor castaño a su cabellera negra y a sus ojos color almendra. Era como si un millón de átomos castaños flotaran a su alrededor. ¡Cuántas veces había recreado ese rostro y esos ojos y esa cabellera que tenía a unos centímetros de mí, al volver a la casa, después de haber estado en el comedor de la escuela con Ana!

Luego, pasó una mano sobre el volante y me sonrió con su amplia sonrisa. También había recreado cientos de veces esa sonrisa, al volver a la casa, después de haber estado en el comedor de la escuela con Ana! Esa sonrisa me atraía de un modo magnético y parecía devorarme. Con la otra mano, Ana acomodó esa cosa que es como un espejo retrovisor y a la vez una visera que les permite cubrirse del sol al piloto y al copiloto. Iban a dar las cinco de la tarde, pero era un día soleado. 

Mientras lo hacía, contemplé ese par de lunares que, quién sabe por qué, desde el primer momento en que los vi, en el segundo o tercer jueves del último mes en el que habíamos comido juntos, se convirtieron en una especie de maldición. Quién sabe por qué, desde ese momento en que los vi, sentí como si alguien me hubiera dado un puñetazo en el estómago, imaginé que acabaría acariciándolos, nuestras manos enlazadas, los dos tumbados en una cama, olvidándonos de la realidad. 

Volvió a sonreírme. Carraspeé. Me sentía muy excitado, no podía creer lo que estaba ocurriendo y lo que iba a ocurrir. Le devolví la sonrisa. Ella pasó la mano de los lunares por mi hombro, más o menos como lo había hecho después de cada comida de los últimos cuatro o cinco jueves, cuando nos despedíamos, pero lo hizo de un modo más íntimo. 

«¿A dónde vamos?», me preguntó. Ajustó la visera del parabrisas y brevemente la luz del sol le iluminó el rostro otra vez. Me quedé embelesado durante unos segundos por la forma en que la luz del sol acentuaba el fulgor de sus ojos castaños. Los había visto tantas veces en secreto mientras hablábamos sobre cualquier cosa en el comedor, cada jueves del último mes. 

Suspiré. 

domingo, 6 de octubre de 2024

What do they know about love...?

Estoy sentado frente a la computadora por tercera o cuarta vez en lo que va del día, hace frío, son las seis de la tarde del domingo, ya me puse la pijama que compré hace rato en el Costco, había un montón de gente en el Costco pero no tanta gente como el martes, que fue día feriado porque Claudia Sheinbaum recibió la banda presidencial –¡la primera presidenta de México!–, y los ojos me lloran, me escuecen, tengo la nariz tapada y el cuerpo cortado, mi piel es un campo minado, y es la segunda vez que me enfermo en tres meses, o tal vez es la alergia estacional, una más de las razones por las cuales no me gusta esta época del año, y la odio, particularmente, porque, además, es la época del año en la que cumplo años (para mí, ya estamos en diciembre, ya cumplió años Jim Morrison, falta poco para que Eddie Vedder cumpla años y para que las familias se reúnan a cenar pavo y lomo relleno y ensalada de manzana, y para que el mundo mire el desfile en Times Square por televisión –¿suena “Over the rainbow”, de Israel Kamakawiwo'ole?–, y el año ya se acabó, y no puedo dejar de acordarme de todas las posadas del 20 de diciembre en las que me obligaron a escuchar “Las Mañanitas” y a soportar que un invitado genérico, que no tenía ni la más remota idea de quién era yo y cuánto odiaba los cumpleaños genéricos –no soy la clase de persona que usa como pretexto sus cumpleaños para mimarse y procrastinar, o que sube fotos de sus cumpleaños en redes sociales–, me aplastara la cabeza contra el pastel, mientras todos aplaudían y sonreían, y lo sé: no puedo superarlo, y tengo tantos prejuicios que no sé qué tipo de terapia sería la mejor para mí), pero, afortunadamente, cuando estoy a punto de precipitarme en el abismo, una canción de los Butthole Surfers inunda la estancia –What do they know about love, my friend...?, canta Gibby Haynes–, gracias Alexa, no reprodujiste a esa cursi banda pop llamada Melvins y que no tiene la más remota idea de que existen los Melvins de los 80, de Montesano, y suspiro, siento cómo el aire caliente inunda mis fosas nasales, y le doy otro sorbo al Jack Daniel's con Coca Cola –si fuera un ingenuo que no sabe nada de farmacología y que nunca ha tenido un malviaje, estaría preocupado, preguntándome si me voy a “cruzar” por mezclar loratadina, paracetamol y whiskey, pero sí estoy preocupado por el daño que le hago a mis riñones, por la cantidad de nefronas que han matado mis hábitos, por el daño que ha sufrido mi estómago, no sé qué tan saturada estará mi alcohol deshidrogenasa en este momento, cuando escupo estas líneas, y también estoy preocupado por el daño que ha sufrido mi hígado a lo largo de tantas décadas de atracones de alcohol en fines de semana–, pero empiezo a sentirme ligero, como la primera vez que tomé alcohol a escondidas, cuando acababa de volver a la casa de mis papás después de comprar el recién lanzado a la venta MTV Unplugged In New York, era la Noche Buena de 1994, acababa de terminar la secundaria, y me serví dos o tres vasitos de Johnnie Walker de la cantina de mi papá, estaba mortalmente aburrido, y subí a mi recámara y me los bebí en tiempo récord, mientras escuchaba a Kurt Cobain, desde el más allá, decirle a la audiencia de los Sony Studios de New York que iba a tocar una versión solista de “Pennyroyal Tea” y en la casa reinaba una atmósfera de funeral porque los abuelos maternos y paternos nos habían “dado el cortón” y no irían a cenar con nosotros– y, en fin, en el presente del domingo seis de octubre del 2024, mis ojos no son mis ojos ya, sino los ojos de otra persona, pero los ojos de esta otra persona anidan en las cuencas de mis ojos y son un par de granadas a punto de estallar. 

Cierro los párpados como si pudiera desasirme del par de granadas (que son los ojos de otra persona) que amagan con volar mi materia cefálica, y como si pudiera desasirme de esta maldición: en todo el día no he podido escribir; y no, no es 'el bloqueo del escritor'.

En la mañana, en cuanto me levanté (porque soñaba que unos evangelistas me bautizaban en una alberca y que Chinaski me pedía el divorcio en frente de todos los estudiantes del último curso que impartí; la clase de sueños que puedo tener después de terminar mi contrato temporal del 2024, después de haber visto Ed Wood, de Tim Burton, y después de haber tenido una discusión con Chinaski porque no le gustó Ed Wood, de Tim Burton, y porque yo mismo me siento mal por haber tenido un blackout provocado por el espíritu del vino de hace una semana y por haberle llamado la atención enfrente de mis colegas en un elevador) y todo estaba en penumbra y en silencio, vine a este mismo lugar, y me senté frente a la computadora, como ahora, y la encendí y me dispuse a escribir, como ahora, pero, al cabo de un par de minutos, cuando una idea comenzaba a fluir, cuando (creía) comenzaba a entrar en la zona, llegó Kilitos de Amor y maulló una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, y me pidió comida y atención. 

Tuve que abandonar lo que empezaba a escribir por la mañana, cuando Kilitos de Amor demandó mi atención, justo como ocurrió hace una semana (y lo que comenzaba a escribir esta mañana, igual que lo que comenzaba a escribir hace una semana, era una tontería con la que no conectaba del todo, una tontería colosal y pretenciosa sobre mi traumatizante experiencia en el Edificio S de X universidad durante el terremoto del 19 de septiembre del 2017, cuando era posdoc y estaba en el limbo de la academia), y cuando volví a sentarme frente a la computadora, después de darle de comer Royal Canin a Kilitos de Amor y a sus hermanos, y después de recoger la arena de Kilitos de Amor y de sus hermanos, releí lo que había escrito y lo que había escrito me pareció una tontería digna de las columnas semanales de uno de esos escritores “consagrados” a los que les pagan por escribir una columna semanal –lo que les da la gana: “me gustó el espectáculo del Superbowl; si no te gustó, es tu problema; no sabes de música; “el shrink anota quién sabe qué en su libreta, es fin de año y se me fue la onda”– en diarios de circulación nacional. 

«¡Cuánto me gustaría conocer a alguien que me pagara por escribir las mismas tonterías que escribo en mi blog!», me digo mentalmente, y los Butthole Surfers inundan la estancia, y Gibby Haynes me hace imaginarlo en Exodus con Kurt Cobain, sentados junto a una ventana, en los últimos días de marzo de 1994. «El tipo se saltó la barda, pero, ya sabes, puedes salir de Exodus por la puerta principal; nadie está aquí en contra de su voluntad», le dice Gibby a Cobain, mientras los dos se fuman un Marlboro.

«Aunque tengas tiempo, no puedes escribir todo el tiempo», me sorprendo diciéndome mentalmente, y ya tengo los puños crispados, intento no morderme los labios, estoy furioso, frustrado, necesito una IV de morfina para lidiar con mi rabia. Y este mantra, «Aunque tengas tiempo, no puedes escribir todo el tiempo», que me persigue desde que abrí mi primer blog, en el 2006, cuando era cool tener un blog, no es lo mismo que “el bloqueo de escritor”. Eso que los escritores 'consagrados' –a quienes les pagan por escribir cosas similares a las que yo escribo en mi blog–, llaman 'bloqueo del escritor' es un pretexto, es un capricho, es falta de imaginación, es falta de disciplina, es falta de creatividad y perspectiva. Cuando yo digo que no puedo escribir aunque tenga todo el tiempo del mundo, no me refiero a que estoy bloqueado; me refiero a que siempre escribo pero que no siempre me gusta lo que escribo. Es diferente. Soy quisquilloso.

Lo que ocurre ahora mismo, lo que ha ocurrido desde que me levanté de la cama y vine a este lugar a escribir y usé como pretexto la necesidad de atención de Kilitos de Amor, es lo mismo que ha ocurrido en las últimas cuatro o cinco semanas, o tal vez desde un par de meses: he vivido tantas cosas en tan poco tiempo, que no puedo procesarlas, ni escribir sobre ellas. 

Me gusta escribir sobre lo que vivo, jamás me iría a Las Vegas a escribir una novela sobre un alcohólico y jugador que pierde todo su patrimonio en Las Vegas, jamás intentaría ser una mala imitación de Dostoievksi. Me gusta escribir sobre lo que vivo, jamás me iría al Coliseo Romano a escribir una novela sobre un gladiador que era un asesino serial, jamás me bastaría con tener un libro en los anaqueles de novedades de Sanborns. ¿Y tú...?

domingo, 22 de septiembre de 2024

of all the smoke like streams

Escucho esta triste canción de Mercury Rev, hace más de quince años que no la escuchaba, y es un domingo por la mañana, se está muriendo el mes de septiembre, acaban de dar las siete de la mañana, y también se está acabando mi tercer contrato temporal en esta universidad, el SNII aún no deposita, hace cuatro meses que no deposita, de un momento a otro podrían desaparecer todas mis preocupaciones, y ya no me gusta esta situación, ser un outsider ya no me encanta, y cierro los párpados y ya no quiero pensar en el presente, me acosan unas ligeras náuseas y un ligero ataque de tos, y no puedo creer que hace apenas 7 años estaba tan mal conmigo mismo, que vivíamos en un departamento en una colonia marginal, en el último piso, tú trabajabas, yo trabajaba, juntos no teníamos el sueldo que he tenido en mis peores momentos yo solo durante los últimos casi seis años que tenemos viviendo aquí, y tampoco puedo dejar de pensar en que ayer en un Toks vi a esta mujer que es un enigma, corren rumores sobre ella, aparentemente nadie confía en ella, yo tengo una historia con ella, compartíamos cubículo hace un año, ella intentaba ser cordial, tenía un problema de salud, algo similar a lo que yo tuve hace 7 años, cuando era posdoc y me sentía tan mal conmigo mismo y, justamente el 19 de septiembre también fue jueves como el 19 de septiembre de esta semana del 2024, y tenía un largo historial de antibióticos y medicamentos, y apenas había cumplido cuatro meses de haber pasado por el quirófano y tenía ataques de ansiedad todo el tiempo, no podía comer absolutamente nada que fuera un poco delicioso, y ningún colega tenía el suficiente interés en saber qué me pasaba, y no conocía a nadie como esta colega psicoanalista que trato desde hace más o menos un mes en el comedor de la universidad, cada jueves –este texto debería llamarse “Thursday's Child”–, y es desconcertante la relación que ella y yo tenemos, apenas descubrí que tiene cinco años menos que yo, y no sé si está matando el tiempo conmigo o si realmente tiene interés en que seamos amigos.

El caso es que la mujer que ayer vi en el Toks parece tener una enfermedad similar a la que me llevó al quirófano, al menos eso me contó más o menos cuando hace un año compartíamos cubículo, y hace siete años yo odiaba mi vida, cada día era una tortura, despertar con náuseas intensas, desayunar con náuseas intensas, caminar con náuseas intensas, subir escaleras con náuseas intensas, leer con náuseas intensas, y hacer todo con náuseas intensas era una tortura, y no quisiera averiguar si esta mujer del Toks está pasando por algo similar; si, a pesar de que tiene el empleo de mis sueños –no sólo tiene un contrato indeterminado, sino que debe de ganar tres veces más que yo–, su vida es un desastre.
 
Podría ser cualquier día del 2006, antes de que te conociera, antes de que te viera por primera vez en mi vida en esa estación del metro, debió de ser un viernes, era un aprendiz en todos los sentidos, iba a la UNAM a impartir mi curso de Sensopercepción, y llevabas gafas de sol y tu cabellera radiante y quebrada y tu rostro constelado de pecas y tu sonrisa, y ese imán que me impedía dejar de observarte me cambió la vida por completo. Nada de esto que vivo ahora habría sido posible, sin ti. Probablemente, de no haberte conocido, sería un solterón, estaría calvo y panzón, y quizá me habría convertido en maestro de primaria y nunca habría salido de la colonia en la que viví toda mi infancia. 

Podría ser cualquier día del 2006, cuando pasaba toda la mañana fumando en el balcón, cuando pasaba toda la mañana sentado frente al televisor en la procrastinación absoluta, viendo una y otra vez los mismos programas sobre el mundial de futbol en Fox o en ESPN; podría ser cualquier tarde del 2006, cuando leía compulsivamente a Patricia Highsmith y me preguntaba si volvería a conocer a otra mujer y si esa mujer sería cien mil veces más comprensiva y afín a mí; cuando leía a Gunter Grass y me quedaba dormido frente al escritorio y no había nada más allá de ese momento, no tenía que dejar mi recámara, no tenía que preparar ninguna clase, no tenía que hablar con nadie; cuando no tenía ni idea de que Bukowski había congregado a más personas que a Gunter Grass en un recital de poesía en Alemania, cuando no pensaba en estas cosas y Sócrates –ese majestuoso gato salvaje– entraba y salía de la recámara y luego entraba de nuevo y me miraba con sus ojos que eran unas ventanas y se echaba a dormir y yo lo miraba desde el escritorio y me hacía sentir especial, que él y yo éramos cómplices en esa vida sin compromisos, y no sospechaba que la pasividad-agresividad de mi familia (y mi pasividad-agresividad) lo hartarían y una buena noche se largaría y ya no volvería jamás, y no sabía que eso me dolería mucho más que cualquier otra cosa que hubiera vivido. 

Podría ser cualquier día del 2006, pero es domingo, y, para variar, tengo sueño y arcadas y empieza a preocuparme seriamente que el SNII no deposite –¡no podría soportar otro mes más de incertidumbre!–, y, sin embargo, mi vida es espectacular.

domingo, 15 de septiembre de 2024

Cure for pain

Me pasaste el cigarrillo, no podía dejar de recriminarme, estaba a punto de cumplir 8 meses sin fumar y no parecía gran cosa para alguien que había logrado dejar de fumar durante casi 8 años, que antes de esa abstinencia prolongada tenía dedos de nicotina, pero volver a fumar representaba no sólo haber vuelto a caer sino la punta del iceberg de todo lo que ocurriría, de todo lo que perdería, de todas las cosas que cambiarían en mi vida, apenas saliéramos de ese departamento, dejáramos la cama, nos vistiéramos, y pretendiéramos volver a nuestras vidas anteriores.

Le di una chupada al cigarrillo, sentí nuevamente cómo la nicotina y todos los compuestos cancerígenos se abrían camino hasta mis pulmones, olfateé el horrible aroma del tabaco impregnado en mis dedos y recordé cómo apestaba toda mi ropa cuando fumaba todo el tiempo, cuando fumar era lo primero que hacía al despertarme y lo último que hacía antes de acostarme a dormir, cuando me bañaba con un cigarrillo en los labios y hacía malabares para que no le cayera agua, cuando fumaba mientras caminaba a las siete am desde la estación Copilco y transitaba por El Paseo de las Facultades y llegaba a la Facultad de Medicina y subía los cinco pisos hasta el laboratorio de Todokoro, pensando en cuánto lo aborrecía, en cuánto deseaba terminar el doctorado, en cuánto deseaba yo mismo mi propia destrucción, y no volver a saber nada más de él.

Te devolví el cigarrillo y me sonreíste, y tu sonrisa me fulminó tal y como lo había hecho casi un mes atrás, en esa reunión en la que coincidimos casi por accidente, en el cumpleaños de un conocido que teníamos en común y que ni siquiera sabíamos que teníamos en común, cuando estábamos sentados en la sala de su casa y nos tomábamos unas cervezas artesanales y dejamos las botellas en una mesita de centro al mismo tiempo y de pronto nuestras manos entraron en contacto brevemente y para mí fue como un rush y como un flashback retorcido y quise salir huyendo de allí porque tuve una visión: tú podrías hacerme perder la razón, terminar con mi matrimonio de casi veinte años, herir a mi esposa y no merecer su perdón. 

Le diste una chupada al cigarrillo, vi cómo las volutas de humo se dispersaban en el espacio y me acordé de mi infancia, aparentemente siempre había estado condenado al tabaquismo, en todas mis visitas a casa del abuelo siempre estaba presente este olor peculiar, no tenía que esforzarme mucho para evocar a mi abuelo con su cajetilla de Raleigh en una mano y con un cigarrillo en la boca, haciendo algunos movimientos automáticos con la otra mano, sacándose esporádicamente el cigarrillo de la boca y luego dejando escapar el humo por la nariz y por la boca mientras platicaba cualquier cosa de su juventud, cuando había boxeado y le llamaban Kiko Serratos, cuando jugaba beisbol en el equipo de la fábrica de porcelana en la que trabajaba en la época en la que conoció a la abuela, cuando la abuela le prohibió seguir boxeando, cuando mi papá nació. 

Suspiraste y volviste a pasarme el cigarrillo y lo tomé y nuestras manos volvieron a hacer contacto como aquella vez en la fiesta de nuestro amigo y volví a sentirme electrificado y ya no supe si estaba teniendo un rush, un flashback retorcido o una resaca, pero me acordé de haber leído algo sobre Jean Nicot, este diplómatico francés que llevó el tabaco de América a Europa, y lo imaginé incitando a Catalina de Médici al vicio, y también me acordé de ese estudio de tabaquismo en el que decían que tener antecedentes de tabaquismo aumentaba cuatro o cinco veces el riesgo de engancharse con el tabaco y que, además de ser un factor de riesgo para contraer cardiopatías, EPOC y enfisema pulmonar –las enfermedades clásicas asociadas con el tabaquismo–, fumar aceleraba el envejecimiento del cerebro, encogía el tamaño del cerebro, y era un factor de riesgo para la demencia. Ese paper lo había leído en mi primer recaída, cuando ya no podía estar en abstinencia ni siquiera un par de días, cuando sabía que estaba precipitándome otra vez por la espiral del tabaquismo, cuando consideraba sufrir las potenciales consecuencias de ideaciones suicidas de la vareniclina, cuando estaba desesperado, cuando tú eras sólo una colega que no me caía muy bien y que veía esporádicamente en los pasillos de la universidad, cuando tú no formabas parte de mi vida, cuando tu voz y tu rostro no me perseguían en mis sueños, cuando nunca pensaba en ti. 

Me sonreíste otra vez y no pude evitarlo, tu mirada de atardecer, tus pupilas color avellana, tu cabellera azabache, tu aroma a perfume carísimo, me noquearon, aplasté el cigarrillo contra el cenicero en la mesita de noche y me lancé de nuevo.

viernes, 9 de agosto de 2024

ya no puedo hablar, tengo la garganta seca

me miran desde los pupitres, algunas estudiantes no levantan la mirada, otros compañeros toman notas en sus libretas, otras chicas toman fotografías con sus teléfonos, otros chicos intentan no distraerse en la última fila, y no soy una estrella de rock, pero esto es lo más parecido a ser una estrella de rock: estoy en trance, de pie, frente al pizarrón, el proyector está conectado a la Mac, me apoyo en una diapositiva en la que hice una caricatura de la vía biosintética de las catecolaminas, puse una neurona emisora y una neurona receptora, puse la maquinaria de biosíntesis en la neurona emisora, las enzimas que convierten tirosina en l-dopa y l-dopa en dopamina, y también puse el transportador vesicular de monoaminas, y los receptores de la familia D1 y de la familia D2 en la neurona postsináptica, y me encuentro como en un sueño, es el jueves 1 de agosto del 2024, de pronto me pregunto cómo fue el 1 de agosto de 1994, uno de mis primeros días de clases en la preparatoria, tengo un flashback, la enfermedad y el parecetamol con naproxeno sódico y la betametasona y la loratadina y el ambroxol y la dapaglifozina se apoderan de mis pensamientos y regreso al aula C-1 de la universidad, soy treinta años más viejo pero es el presente, y he estado enfermo desde el lunes, y hoy es jueves y estoy haciendo lo que me gusta, algo que tal vez más o menos sospechaba que podría ser mi vida adulta cuando estaba en la prepa (me fascinaba exponer en clases y prepararme y leer todo tipo de información relacionada con el tema de la exposición, y podía hacerlo solo, sin necesidad de ponerme de acuerdo con un grupo de compañeros), y en esta ocasión estoy hablando sobre los neurolépticos típicos (esos que fueron descubiertos accidentalmente en la década de los cincuenta), y también estoy hablando sobre los receptores ionotrópicos gabaérgicos y sobre el alcoholismo y sobre mi tío que bebía alcohol del 96 y que tiene más de un año sobrio porque lo amenazaron con quitarle la casa de mi difunta abuela, y también estoy hablando de la autopsia de Amy Winehouse, a quien le encontraron 416 mg/dl de alcohol en sangre, del alcoholismo de Amy Winehouse, de la sobre estimulación de los receptores gabaérgicos tipo a, de los que permiten la entrada de iones cloro al interior de la célula cuando son estimulados por el alcohol, por las benzodiacepinas y por los barbitúricos, y de pronto me quedo sin voz, siento escozor en la garganta, siento que mi garganta está seca, que la enfermedad me ha dado un gancho al hígado, que estoy noqueado, que no tengo fuerzas para continuar hablando sobre algunas celebridades que aparentemente también murieron por sobre estimulación de receptores gabaérgicos ionotrópicos, como Jimi Hendrix, o que estuvieron en coma, como Kurt Cobain, por haber combinado valium con champaña, que debí haberme quedado en casa, después de todo ni siquiera el cubículo que me asignaron en la universidad tiene mi nombre y después de todo ya tengo seis años en esta universidad y llegué como investigador nacional nivel uno y a partir del 1 de enero del 2025 seré investigador nacional nivel dos, y todo ha cambiado y sin embargo estoy igual o peor, y acaso me quedé callado o externé mis pensamientos en voz alta y por eso los estudiantes me miran desde los pupitres, algunos alumnos no levantan la mirada, otras compañeras toman notas en sus libretas, otros chicos toman fotografías con sus teléfonos, guardo silencio, inhalo y exhalo, estoy a punto de toser, siento escurrimiento nasal, les pregunto a los estudiantes qué hacen al final del trimestre con todas las fotografías que toman en mis clases, mientras una chica levanta la mano y le doy la palabra pienso en cuánto han cambiado las aulas en los últimos treinta años, cuando yo era estudiante ni siquiera había teléfonos celulares, mucho menos computadoras portátiles y iPads, ni ningún dispositivo que nos hubiera permitido tomar fotografías y verlas inmediatamente o almacenarlas inmediatamente en un dispositivo electrónico, y ella –la chica que pidió la palabra–, sonríe y dice que tiene un álbum de fotografías de todas las fotografías que toma en clases, y yo les sonrío y les digo a los estudiantes que sería divertida una exposición de todas las fotografías que toman en las clases del trimestre, y entonces inhalo y exhalo, el deseo de toser y el escurrimiento nasal han cesado momentáneamente, y vuelvo a mi clase, abandono las ensoñaciones, no soy más víctima de los flashbacks, me siento como una estrella de rock, reconozco que impartir una clase, o una conferencia, frente a un grupo de estudiantes, o público en general, y hacer todo lo que está a mi alcance para despertar su curiosidad, para interesarlos en un tema, y para que encuentren la manera de entender ese tema en sus propias palabras y el conocimiento les permita mejorar sus condiciones de vida y las de su comunidad y las de la humanidad, será lo más cerca que estaré de ser una estrella de rock, las aulas de clases son el escenario, el backstage son todas esas horas que invierto en la preparación de mis clases, esto, encontrarme de pie, quedándome sin voz, con un montón de medicamentos estallando en mi cerebro y en mi sistema nervioso autónomo, es lo más cerca que estaré de encontrarme en un escenario frente a millones de personas mientras ellas me prestan su atención y yo me acerco lentamente al micrófono, aparentando que no me importa nada, controlándome, equilibrando el rush y el nerviosismo, sintiendo oleadas de adrenalina ascender por mi vientre, tratando de ignorar que puedo equivocarme y mandar todo al carajo, sujeto la púa entre el pulgar y el índice, tomo aire, me preparo para la inmersión, digo «Gracias por estar aquí», toco la guitarra y la gente se vuelve loca apenas suena el primer acorde de la canción.

Ya estoy de nuevo en el Aula C-1, he recuperado el ritmo, ya no tengo ganas de toser, ya no siento escurrimiento nasal, ya no tengo la garganta seca de tanto hablar.   

sábado, 3 de agosto de 2024

weird fishes


La ropa de enfermo de tres días, los oídos tapados, el cabello húmedo, la red lentísima, el ruido del camión de gas en el estacionamiento, los aromas que van precipitándose por los bulbos olfatorios, los aromas que minan los senos paranasales como una nueva sensación, los aromas que remueven el pesimismo y que colorean este sábado con sabores nostálgicos, la red lentísima, como esta canción de Radiohead, el infinito escándalo de los trastes, siempre compramos comida y nunca hay nada qué comer, siempre lavamos trastes y siempre hay trastes sucios, a veces estoy harto de todo, una sobredosis de redes sociales y un atracón de comerciales de televisión de los noventa, me sumerjo en esta somnolencia de fármacos, me sumerjo en esta piscina debajo del agua de la enfermedad, me sumerjo en esta cascada de recuerdos de la adolescencia, el día está soleado, estoy convaleciente, no puedo salir a correr, doy por sentado muchas cosas, sueño que nunca analizo que no tengo amigos en la realidad, que mi círculo social es muy pequeño, me pregunto si debí seguir el guión de mi vida, no hacer nada diferente a lo que esperaba mi familia que hiciera con mi vida, si debí hacer todo lo que hace la mayoría de la familia en lugar de convertirme en el único sujeto con doctorado y posdoctorado de la familia, en lugar de convertirme en el único investigador nacional nivel dos de la familia, la canción de Radiohead ahora es más rápida, mis pensamientos se aceleran también, son tráileres que arrastran sus feroces llantas sobre el asfalto húmedo como mi cabello después de que salgo de bañarme y que siempre está húmedo y escurriendo a pesar de que me lo seque mil doscientas veces, esas feroces llantas sobre el asfalto de mis pensamientos van dejando esputos purulentos por todas las autopistas de las arterias de mi cuerpo, ahora la red definitivamente falla y una vez más vuelvo a lo mismo: es un día soleado, fabuloso como todos los sábados, pero estoy convaleciente, no pude salir a correr, no pude correr hasta sentir que el aire abandonaba mis pulmones, hasta sentir que mis músculos se fortalecían y se fatigaban, mientras podía escuchar esta canción o cualquier otra de mi playlist para correr de casi 500 canciones y 34 horas, no pude correr y dejar de pensar en que mi abuelo y mi bisabuelo me heredaron esta renta mensual de dapaglifozina –¡casi $2, 000 MXN!– por el resto de mi vida.

Quería ser optimista a pesar de que tengo 5 días enfermo, a pesar de que no puedo respirar y de que toso, de que sorbo y que me sueno los mocos, de que escupo dolorosas flemas que saben a hierro y a sangre, y que hacen un nudo en mi garganta y que me ponen ansioso, y que son flemas que son esputos purulentos que son pensamientos; quería ser optimista a pesar de que tomo Febrax genérico y celestamine genérico y ambroxol, a pesar de que “Weird fishes/arpeggi” se detiene una y otra vez, todo me puso de malhumor, el cansancio de no hacer otra cosa más que reposar, la reminiscencia de esos sueños en los que un par de desconocidas eran tan cálidas y en los que mi familia cercana era tan fría y como siempre ponía en duda todas las cosas que yo había decidido hacer.

miércoles, 31 de julio de 2024

oídos tapados


Tengo los oídos tapados, empiezo a toser, escucho a System of a Down, el cantante dice Desire y yo me siento medio aniquilado, todo lo que como me causa dolor, atraviesa mi garganta, hace que sienta que mi garganta es una herida abierta, el dolor que causan los alimentos es un dolor que no me desagrada del todo, se parece al dolor que provocan las cortaditas de papel en las manos, pero también tengo flemas, ayer eran incoloras, hoy son amarillas, pero sobre todo sentir los oídos tapados es lo que me hace saber qué tan enfermo estoy, todo comenzó el lunes, hacía calor, me llevé unos pantalones que dejan al descubierto los tobillos, me llevé unas calcetas cortas, estuve desde las diez y hasta las cinco en la universidad, tomé un seminario en línea y luego fui a hablar con el responsable de vinculación, quería aclararle algunas cosas de mi actualización de situación ante el SNII, vi a la secretaria académica, fue muy amable, luego trabajé un rato en el cubículo, envié mi solicitud de actualización laboral ante el SNII, llegó la chica que limpia el O011.14 y me salí y parecía un día totalmente distinto, hacía mucho viento y estaba nublado, y me metí a una sala de estudiantes, la puerta estaba abierta, estuve allí apenas cinco minutos, hacía mucho viento, cuando volví a la cubículo y me puse a trabajar otra vez sentí un escozor en la garganta, le di un sorbo a mi té de frambuesa y manzanilla, y empecé a producir mucha saliva, y sentí que tenía mocos atorados en la parte trasera de las fosas nasales, entre la garganta y la nariz, y luego vine a casa y más o menos lidié con las molestias, me tomé un paracetamol y un teraflú, y no pasé una buena noche, estuve con molestias en la garganta, pensando en si daría mi clase de las ocho de la mañana del martes, y me desperté con la molestia en la garganta, y me levanté y me bañé y me fui a la escuela y di mi clase y me sentí un poco mal, me había tomado otro paracetamol, y me quedé medio afónico aunque no hablé demasiado en clase, vi a otra estudiante que quiere hacer su servicio social en la centro neurológico de sueño, me topé con otra estudiante en los pasillos de la universidad, fui a servicios médicos en la universidad, me tomaron la temperatura y la presión, me dijeron que tengo un poco irritada la garganta, me dieron paracetamol y naproxeno sódico, volví a la casa temprano, entre las 12: 30 y las 13: 00, y llovió mucho, y me la pasé durmiendo y leyendo y enviando correos-e, y pasé una noche mejor que la del lunes pero mis flemas están súper verdes y ya empiezo a sentir constantemente la nariz tapada, igual que los oídos. Desde ayer estoy tomando celestamine cada 12 horas y naproxeno sódico con paracetamol cada 8 horas.

sábado, 27 de julio de 2024

Todo es zen

Desde la incomodidad de las náuseas matutinas, echado en este sillón que no tiene ni diez años pero que parece sacado de un basurero, contemplo a Gavin Rossdale. No sé cómo llegué a este video de YouTube. Hace unos minutos veía “e-bow the letter” y luego “Malibu”, y estaba pensando en Michael Stipe –¿en verdad, a principios de los noventa, esparció entre la prensa el rumor de que había contraído VIH y que estaba a punto de morir?–, en cuánto me gusta esa canción de R. E. M., y en que nunca le había puesto demasiada atención al video. También estaba pensando en que el video de “Malibu” fue casi el primer video en el que apareció Courtney Love en MTV después de la muerte de su esposo, y en que, cuando lo vi –¿entre mayo y junio de 1999?–, no dimensioné el contexto de ese video: Courtney Love estaba promocionando el primer álbum de Hole después de la muerte de Cobain... después de la muerte del “grunge” y del “sonido Seattle” y demás etiquetas de esas que ponen los periodistas de rock con poca imaginación. 

Más bien, desde la incomodidad de las náuseas matutinas y del sillón que los gatos han arañado miles de veces, al ver esos videos, me acordé de la huelga de la UNAM de 1999, de la desesperación y de la incertidumbre que asocio a esa huelga que parecía no tener fin. Me acordé de que, entre mayo y junio de 1999, cuando debí de ver por primera vez el video de “Malibu”, empecé a tener episodios de ansiedad y que tuve que ir a un par de consultorios médicos y que los especialistas me dijeron que estaba un poco deprimido, que tenía que hacer ejercicio, salir de mi casa, platicar con otras personas, que tenía dermatitis psicosomática. 

También me acordé del dermatólogo al que visité en la Roma, dos o tres jueves de dos o tres meses, que él me recetó una solución, que una vez al mes tenía que ir a una farmacia de Centro Médico Nacional Siglo XXI a que la prepararan, que me sentaba a leer en un jardín mientras preparaban esa solución en la farmacia, que debía hacerme abluciones todas las noches con esa solución. También me acordé de que en esos meses leía Tiempo Libre y La Divina Comedia y Fausto, y que iba solo a alguno de los teatros del CNA –cuando aún no se llamaba CENART– y que iba solo a ese cine de La Condesa que luego se llamó El Plaza Condesa, y que un día me encontré en Tiempo Libre un anuncio de un taller de creación literaria que impartía un escritor joven en La Pirámide. Me acordé de que me inscribí a ese taller. Que lo tomé cada sábado, de cinco a seis y media de la tarde, durante alrededor de medio año. Que en ese taller conocí a una docena de tipas y tipos con los que fui a varias reuniones y cantinas, y que nos emborrachamos y que pasábamos de Dostoievski a Verlaine, y de Octavio Paz a Elena Garro, y de Alejandra Pizarnik a Jorge Cuesta. Que algunos aborrecían o adoraban “Piedra De Sol”. Que otros veneraban “Muerte Sin Fin”. Que les leía (algo de) lo que escribía. Que escuchaba lo que los demás escribían. Me acordé de que creí que seríamos grandes amigos, que parecía que teníamos tantas cosas en común. Que acabó la huelga y que sólo nos vimos una o dos veces, circunstancialmente, en Ciudad Universitaria. Que fuimos amigos en Facebook por más de diez años, y que, apenas hace un mes, o algo así, eliminé de mis contactos a la mayoría de ellos. Que tuve un momento de claridad: si interactuábamos en Facebook, lo hacíamos porque yo los buscaba. Que ellos, en realidad, nunca estuvieron interesados en fortalecer una amistad. Que unos abandonaron sus intereses literarios y se convirtieron en 'fotógrafos de la cotidianeidad'; que otros publicaron libros de poesía y que se creyeron que eran inalcanzables; que otras se radicalizaron, por sus propias historias de vida, y, que, aun cuando, desde el 2006 y hasta el 2012, visitaban uno de mis blogs constantemente, cambiaron tanto, que, en sus muros de Facebook, después de la pandemia, desconocieron estar enteradas de que escribo; que otras se casaron y que dejaron de ir al Chopo a embriagarse y a inhalar estimulantes del sistema nervioso central. Que ahora, por mi propio bienestar, casi todos ellos están muertos para mí. 

Y también recuerdo que, mientras Eric Erlandson, Melissa Auf der Maur y Deen Castronovo –la baterista que recién había sustituido a Patty Schemel, la baterista de los dos primeros álbumes de Hole, y que, incluso, había grabado todas las baterías de Celebrity Skin–, acompañaban a la viuda de Cobain por la playa, tuve un insight: ¿Courtney y su banda, en cierta forma, reflejan, en ese video, el tipo de música que habría compuesto Nirvana en 1999, de haber seguido vivo Cobain...?  

Le doy un sorbo al sucralfato, y me acomodo en el sillón. No quiero pensar en que tengo náuseas porque tengo una condición y no puedo comer lo que come la mayoría de la gente. Ni siquiera puedo hacerlo una vez al mes porque me siento fatal durante dos o tres días. No sabes lo horrible que es tener que comer, más o menos, siempre las mismas cosas.

En fin. El video en el que contemplo a Gavin Rossdale es el video #22 de una serie de colaboraciones para Guitar World, un canal de guitarristas.

El cantante de Bush nos enseña cómo tocar “Everything Zen”, la primera canción de Sixteen Stone, el álbum debut de la banda británica, estrenado en enero de 1994. Antes que nada, Rossdale nos dice que es una canción muy sencilla, que tiene tan sólo tres partes, pocos acordes, y también nos conmina a quedarnos en casa y a cuidarnos. (Reparo en que este video tiene la fecha del 22 de abril del 2020, cuando estábamos en la pandemia.) Luego, nos muestra su Jazzmaster '67. Tiene algunas partes muy deterioradas, sobre todo cerca del mástil, y es morada y la pintura tiene “chispas”, como la guitarra signature de J. Mascis, y Rossdale nos dice que con esa Jazzmaster grabó la mayoría de las canciones de Sixteen Stone

De pronto, tengo otro insight: ya había visto este video. Ocurrió hace como dos o tres años. No lo encontré, como ahora, por accidente y en YouTube, sino en Facebook. Un domingo, después de salir a correr, escribí algo en uno de mis blogs y lo que escribí hizo que me acordara de mi primer semestre en la Facultad de Psicología, de que entonces “Bonedriven” y “Greedy Fly” sonaban mucho por la radio. Que esas dos canciones me gustaban mucho y que nunca se me había ocurrido aprender a tocarlas. Que busqué un tutorial para aprender a tocarlas. Que quién sabe cómo di con este mismo video de Guitar World, pero estoy muy seguro de que tomé una de mis guitarras y que empecé a seguir las instrucciones de Gavin Rossdale, y que “Everything Zen” me pareció una canción 'muy rocker'. 

Seguramente, entonces, me pareció una canción tan fácil de tocar que me aburrió y dejé de practicarla. Los acordes que nos enseña a tocar Gavin Rossdale no me resultan nada familiares.

Ahora, mientras el sabor del sucralfato permanece en mis papilas gustativas y mientras las náuseas matutinas van abandonando mi cuerpo y mi mente, me pregunto cuándo escribiré 'naturalmente' algo sobre la pandemia –¿es éste el momento?–, sobre mis experiencias de veintitantas horas a la semana de clases y de juntas por Zoom, sobre mi paranoia para salir a caminar cerca de la casa durante la pandemia, sobre cómo la pandemia –el encierro, ver y no ver, por Zoom, a un montón de colegas y estudiantes, todos los días, al mismo tiempo; y tener, paradójicamente, un empleo seguro por los siguientes doce meses–, repercutió en mi salud, se manifestó primero en mi sedentarismo y en mis hábitos alimenticios de comida chatarra, y luego en mi mal humor y en mi vista borrosa y en la hiperglucemia en ayuno –¡casi 200 mg/dl de sangre–, y tampoco sé cuándo comenzaré a escribir 'naturalmente' sobre los síntomas que me provocaron las vacunas Cansino, en 'la primera parte de la pandemia', cuando todas las actividades eran virtuales, y Moderna, en 'la segunda parte de la pandemia', cuando habíamos vuelto a clases semipresenciales en la universidad.

Tampoco sé cuándo comenzaré a escribir 'naturalmente' sobre mi experiencia en esa escuela primaria en la que recibí las vacunas de Cansino y de Moderna, en donde me topé con varios colegas, a quienes logré identificar a pesar de las mascarillas. 

De todo lo anterior, sólo sé que, cuando recibí mi segundo refuerzo –la vacuna de Moderna–, me sentí muy mal. Que entonces impartía una clase de Sensopercepción para casi cincuenta estudiantes, que no pude dar clase ese día y que luego de haber recibido la vacuna volví a la casa en Uber y que me acosté en la cama y que encendí la tele y que puse un concierto de Bush. Que pedí una Big Mac por teléfono y que me sentí muy mal. Que tuve síntomas de fiebre y de gripa, que duraron apenas un día. 

No sé por qué me cuesta tanto escribir sobre lo que realmente me importa.

domingo, 14 de julio de 2024

168 mg/dl de sangre


Terminan las vacaciones, desperté de un par de sueños más o menos aterradores, uno de ellos lo he olvidado por completo, en el otro una chica que era idéntica a Jimena Sánchez tomaba una clase que yo impartía, el aula estaba llena de estudiantes, y empezaba a insinuar que yo no sabía nada y me hablaba con un tono desafiante y yo le preguntaba si estaba preguntándome algo o confirmando lo que yo había dicho, y estaba segurísima de que yo no sabía nada y trataba de hacer una dinámica y ella alzaba la voz cada vez más y más y cada vez imitaba de modo burlón mi voz, y los estudiantes le aplaudían y una estudiante se me acercaba y yo me sentía frustrado y la estudiante me decía que mejor dejara morir el asunto por la paz y tenía que rendirme y en realidad no había pasado nada, excepto que la chica que se parecía a Jimena Sánchez quería tener la razón y tenía un montón de seguidores, algunos de ellos eran estudiantes que sí conozco en la realidad; y ya recordé el otro sueño, y tengo un poco de náuseas y de hambre, me medí la glucosa –168 mg/dl de sangre–, y Gatusso estaba sentado en mis piernas y apenas me dejaba escribir, pero, en fin, en el otro sueño, estaba con uno de mis hermanos, y platicábamos sobre un disco de Beck en el que Mark Lanegan había escrito algunas canciones, y que, al parecer, era más un disco de Mark Lanegan que de Beck.

Hoy juegan las selecciones de España y de Inglaterra la final de la Eurocopa, y yo nada más he visto un par de partidos, todos los pasaron por Sky, pero me acuerdo de la Euro de 1996, cuando estaba terminando el segundo año de prepa y tenía vacaciones y todos los partidos de la Euro los pasaban por tele abierta y veía siempre uno por la mañana, cuando todos se iban a sus trabajos o a su escuela en la casa, y luego veía otro cuando mis hermanos y mi mamá volvían a la casa, y entre unas cosas y otras salía a la tienda y me compraba un cassette y luego me encerraba en mi recámara y me ponía a escuchar discos compactos y a grabar los cassettes con las canciones que me gustaban, esos cassettes siempre los escuchaba en mi walkman todos los días, de ida a la escuela y de vuelta a la casa, y ya no recuerdo si en esas vacaciones fuimos a Cuernavaca, a aquel hotel en el que el agua de las albercas estaba helada, o si fuimos a aquel otro hotel que tenía una alberca climatizada, en ese lugar en el que se supone que habían ocurrido muchos avistamientos de ovnis, cuando había descubierto apenas el track oculto de mi disco compacto de In Utero, y lo escuchábamos día y noche en su grabadora –Gallons of rubbing alcohol flow through the strip–, pero lo que sí recuerdo es que pude ver un montón de partidos de la Euro, que la selección de Croacia tenía un súper equipo, y que en la atmósfera de cada partido había todo lo que luego descubrí en las novelas y relatos de Irvine Welsh, incluso se percibía cómo las bandas brit pop sepultaban a Nirvana y compañía, y todo esto es muy tonto, mejor salgo a correr, y luego profundizo en este tema, estoy despierto desde las seis y media y ya pasó una hora.

martes, 9 de julio de 2024

trato de desentenderme


Completo mi primer kilómetro. La voz de la mujer de la aplicación dice «Interrumpiendo entrenamiento», con su tranquilidad y con su claridad y con su tono inconfundible e imperturbable, y no quiero pensar en quién diablos es esa mujer que prestó su voz para que todos los que usamos la Nike Run Club App, la escuchemos. Tampoco quiero pensar en si le pagan un salario justo, ni tampoco quiero pensar si una inteligencia artificial está lucrando con su voz, como les ocurre a las personas que se dedican al doblaje. Tampoco quiero pensar en que, en caso de que estén lucrando con su voz sin darle un sueldo justo, yo estoy contribuyendo cada vez que salgo a correr y uso esta aplicación.

Completo mi primer kilómetro, la aplicación dice “Interrumpiendo entrenamiento” y van transcurriendo estos pensamientos, y “Unbelievable” –la fabulosa canción de EMF, la banda británica de rock y dance alternativo–, pasa a segundo término, así como pasan a segundo término todos los recuerdos que iban llegando a mi mente cuando escuchaba esta canción y me acercaba al primer kilómetro. Tenía tantos años que no escuchaba a EMF. Hace unos días, alguien puso el video de “Unbelievable” en su muro de Facebook y pasé por ahí y me acordé de lo mucho que me gusta esta canción y apenas hoy por la mañana la agregué a la playlist que escucho cuando corro. 

A la par de todo lo anterior, trato de desentenderme de ti, que me habías dicho en la escuela que querías invitarme el siguiente sábado a comer a un McDonald's, pero que irían también tus papás, cuando tú y yo estábamos en la secundaria y cuando los McDonald's no eran tan comunes, cuando tú y yo teníamos una relación tensa, que iba del interés a la indiferencia, cuando tú y yo no teníamos muchas cosas en común, tú estabas enloquecida por los New Kids On The Block, yo estaba enloquecido por la cercanía del mundial de futbol en Estados Unidos.

Trato de desentenderme de los recuerdos a los cuales me remonta esta canción, trato de desentenderme de ti, que me habías dicho el viernes en la escuela que querías invitarme al día siguiente a comer a un McDonald's, que ese viernes volví a la casa, quería salir contigo pero nada más contigo, no quería estar con tus papás, no tenía ni catorce años, no me gustaba hablar con adultos, no quería sentirme vigilado por tus papás, no quería que estropearan lo que yo sentía cuando te veía en la escuela.

Trato de desentenderme de ti, de que ese viernes, al volver a la casa, me senté frente al televisor y que lo encendí y que en un programa del canal 11 había una banda de chicos con ropas muy extravagantes, cantando esta canción que pasa a segundo término cuando la aplicación, además de decirme que acabo de completar mi primer kilómetro, me dice que completé mi primer kilómetro en casi seis minutos.

viernes, 28 de junio de 2024

whiskey en el avión

estoy muy nervioso, me pongo los audífonos, no quiero marearme ni tener un ataque de pánico, quién sabe por qué pero ya escuché dos veces “State of Love and Trust” y trato de enfocarme en la música, en los momentos agradables que he asociado con esta canción, el vuelo de ida no comenzó muy bien, de pronto ascendimos varias millas en unos cuantos segundos y me puse mal, me mareé, me sentí ansioso, me acordé de aquellos días de ERGE, cuando me daban ataques de pánico y no podía imaginar cinco minutos en el futuro, salimos del hotel a las 10: 40, nos tocó un taxista muy amable, nos platicó varias cosas sobre Puerto Vallarta, llegamos al Aeropuerto a las 11: 10 am, desayunamos en Wings, junto a unos extranjeros que nada más picaron sus alimentos y se fueron –3 mujeres, 3 hombres y un bebé–, caminamos por el Aeropuerto y salimos a un Oxxo que está en el estacionamiento del Aeropuerto y ella se tomó una bebida caliente y yo me tomé una Pacífico, todo mundo bebe alcohol en la calle, me puse a leer a Juan Rulfo en una mesita afuera del Oxxo, nos volvimos a meter al Aeropuerto, las bebidas en el Starbucks costaban alrededor de 10-15% más que en las plazas, documentamos equipaje, pasamos por el detector de metal, tuvimos que tomarnos el agua que llevábamos en nuestro equipaje, en el pasillo Duty Free vimos una botella de 1L de Jim Beam en $434 MXN35 millas, en la misma tienda vi Diablo Guardián en $348 MXN, no puedes pasar con 1L de agua al avión pero sí puedes pasar con 1L de whiskey al avión, estuvimos en la sala de espera alrededor de una hora, abordamos el avión, tuve que tomarme un Jack Daniel's para lidiar con la ansiedad, temía que el vuelo de regreso fuera igual de terrible que el vuelo de ida, junto a mí iba un extranjero jugando sopa de letras en su celular, Lizzie iba a mi izquierda, junto a la ventana, el vuelo estuvo bien, ahora ya me duele la cabeza, sólo quería escribir, pero apenas encendí la computadora, ¡bum!, ¡bum!, ¡bum!, me llegaron mil notificaciones, el 90% de ellas sobre productos que me venden distintas empresas, y no puedo dejar de sentirme esclavizado, nada más pones un pie en la tierra, el capitalismo te devora con sus fauces de un modo más salvaje que en el espacio aéreo.

miércoles, 19 de junio de 2024

Caperucita Roja


Son las 4 pm del domingo y estoy como Tyler Durden, excepto que no he pasado por ningún club de la pelea; simplemente no he dormido en dos días. Y, sin embargo, o tal vez por ello, no puedo dejar de pensar en que me gusta estar cerca de ti. Es un pensamiento que me persigue a todas horas, como el karma de no haber nacido con suerte de cuna. Y no sé cómo explicarlo, pero, entre el millón de cosas que transcurren en mi mente (no me gustó mi plática y ya estoy escribiendo el siguiente guión de la siguiente plática: «Los hallazgos científicos que nos permiten tener el conocimiento actual de la neuroquímica del sueño, se remontan a principios del Siglo XX...»), tú eres la única que no se ha transformado en algo pasajero, tú eres la única que tiene alrededor de 24 horas en mi mente. 

Ahora, para variar, quiero orinar. Y pienso en lo que me dijiste cuando nos topamos en el baño –¡Qué lejos están los baños! y me acuerdo de tu sonrisa y de la forma en la que te pasaste el cabello por detrás de una oreja y cómo bajaste la mirada lentamente. O tal vez no ocurrió nada así. No he dormido en dos días. Ya no sé hasta qué punto es real lo que parece real. Mucho menos sé hasta qué punto lo que recuerdo ocurrió realmente como lo recuerdo. Nadie me entiende. Lo único en lo que pienso ahora que quiero orinar es en que tengo muchas cosas qué hacer, y en que tengo la glucosa altísima y en que no puedo dejar de pensar en todas las cosas que tengo qué hacer. Es un círculo vicioso. También estoy pensando en esta banda que venden como la mejor banda de rock mexicano en los últimos diez años. Se trata de una banda prefabricada. Y el público compra todo lo que le venden. Y hay mercenarios del arte. En todas las formas del arte. 

Y vuelvo a recordarte decir «¡Qué lejos están los baños!» y quiero aplazar estas incontrolables ganas de orinar. Y de pronto me pongo a pensar que también me preguntaste si nunca intenté hacer algo con la música. No recuerdo qué te contesté. No he dormido en dos días. Ya no sé hasta qué punto es real lo que parece real. Mucho menos sé hasta qué punto lo que recuerdo ocurrió realmente como lo recuerdo. Nadie me entiende. Pero me hubiera gustado decirte «Sí, lo intenté, y, cuando estaba en la prepa, tuve que meterme a un trabajo horrible para poderme comprar mi guitarra», pero, más bien, todo fue una mentira. Y recuerdo que estaba pensando decirte que había ocurrido algo similar con la escritura. Y entonces ya te habías sentado, estabas a mi derecha, y había una banda en vivo y tocaban alguna canción de rock de los sesenta y la música era tan estridente que apenas me permitía escucharte. Y te veías tan frágil. Y me acordé que alguna vez escribí un relato sobre ti y que te llamé Caperucita Roja. Porque en mi mente, mientras escribía, estabas vestida como Caperucita Roja. En algún punto saqué esta libreta y me dijiste algo como «¡Ay, qué bonita libreta!»

Ahora estoy cansado y estresado. Pienso en que todo es prefabricado. Si escuchamos a alguna banda que todo mundo dice que es la mejor banda de todos los tiempos, y pensamos que es la mejor banda de todos los tiempos, es una cuestión de publicidad. Y si leemos a algún autor que todo mundo dice que es el mejor autor de todos los tiempos, y lo creemos aunque lo hayamos leído y nos haya parecido terrible, también es cuestión de publicidad. 

Cierro mis manos en puño y aprieto. Tengo las uñas largas. Lastiman mis palmas. Son como alfileres o garras de gato. No sé por qué siempre me ha puesto de pésimo humor sentir que tengo las uñas largas. Me pone ansioso sentir que tengo las uñas largas. Y recuerdo que en algún punto, mientras la banda tocaba alguna canción de rock de los sesentas, saqué esta libreta y me puse a anotar alguna palabra al azar para retomarla después, cualquier día, como hoy, y que miraste la libreta y que dijiste algo como «¡Ay, qué bonita libreta!». Y también recuerdo que nos topamos en el baño. Y pienso en que, a lo mejor, sueño que éste es un sueño que siempre quise soñar, y que no es el mejor momento para soñar, que debo levantarme de este asiento, de una vez por todas, y que debo caminar hasta el baño y orinar. Y tampoco puedo dejar de pensar en que salir a la calle y caminar horas y horas en busca de nada no es mi plan ideal para aprovechar mi tiempo libre.