Me siento electrizado por tu belleza, por tus ojos del color del Mar Caribe, por tu sonrisa que es un puñetazo en el estómago, por el contacto suave, quemante y refrescante de tus manos con las mías; por tu cabellera rizada que vuela en forma de carrusel a mi alrededor y que me hace sentir embelesado, como si estuviera en un sueño sin fin, atrapado por el efecto Proust de un perfume, pero soy un hombre horrible.
Estamos en Gong Cha por primera vez en nuestras vidas, y la gente en Town Square –principalmente, adolescentes que van en grupo o en pareja–, revisan el menú o conversan en alguna mesa, y yo no puedo dejar de pensar en la mujer que tropezó conmigo a la salida de los baños, antes de que subiéramos a Gong Cha.
Te juro que estaba pensando en ti, en tus ojos, en tu sonrisa, en tu piel, en tu cabellera... en lo afortunado que soy por estar contigo y en que tú me soportes... pero ella –la mujer– y yo nos topamos a la salida del baño, chocamos, nuestros pechos entraron en contacto –ella traía una blusa súper escotada–, y me avergoncé y me disculpé y ella me dijo que no había problema, y me sonrío, y me dijo que le parecía familiar, y yo le dije que no recordaba haberla visto nunca en mi vida, y ella volvió a sonreír y yo supe que se trataba de una artimaña, que nunca me había visto, y me pasó una mano en un hombro, y luego volvió a sonreír y anotó su número en un post it y me dijo que la llamara... y desapareció.
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