lunes, 5 de julio de 2021

Diálogos fáciles

El frío y las ganas de orinar me despiertan a las cinco de la mañana. Tumbado en la cama, indeciso ante la idea de levantarme de la cama o hacer un esfuerzo por continuar con el sueño del que salí abruptamente, recuerdo un par de escenas del último sueño. Estoy en un enorme comedor, similar a los comedores que he visto en películas o documentales de El Renacimiento. La atmósfera del comedor me hace sentir en un castillo. Seis o siete conocidos de distintas etapas de mi vida, departen conmigo y conversan sobre lo mucho que echan de menos su adolescencia; otros dos o tres conocidos ebrios, beben vino desesperadamente y se avergüenzan de haber bebido cerveza en alguna etapa de sus vidas. Independientemente de lo que decimos o hacemos, todos nos comportamos como reyes. 

Me estiro en mi trono de rey y reparo en lo gigantesco que es todo: la mesa, las sillas, el comedor, los platos, las porciones de comida, las botellas de vino, las copas... También reparo en nuestra vestimenta. Todos usamos capas y coronas, y nos vemos como el dibujo de los chocolates Carlos V. 

De pronto, una mujer en bata y con zapatillas aparece en el comedor, y me mira seductoramente. Me sonríe y se sube a la mesa, sin dejar de mirarme. Con una mano a la altura de su barbilla, me hace señas; mueve el índice insistentemente, pidiendo que me acerque a ella. Me resisto a pesar de que siento que una corriente eléctrica recorre mis órganos vitales, de un modo incontrolable. El rostro de la mujer me es familiar. Se trata de una modelo que vi alguna vez en una revista PlayBoy. Se llama Jackeline y pasé innumerables días de mi adolescencia, pensando en ella. 

Jackie se echa boca abajo en la mesa y se quita la bata. Al hacerlo, de algún modo no ha dejado de mirarme y de sonreírme. Me dice algo que parece sumamente relevante, como si se tratara de un secreto de estado, pero me resulta imposible prestarle atención. Un diminuto traje de baño apenas cubre ciertas partes de su exuberante cuerpo. Me incomoda la presencia de los comensales y de los ebrios. Temo que alguno de ellos pierda el control y le haga daño a Jackie. Sin embargo, ella se ve muy segura de sí misma y comienza a moverse sus caderas como una bailarina exótica. Ha capturado toda mi atención, cuando grupo de enanos aparece en escena y comienza a darle un masaje. Uno de los enanos la toma de las caderas y parece que va a penetrarla y me siento más incómodo y angustiado. Temo que todo se salga de control.  

Me levanto de la cama y voy al baño, buscando explicaciones del sueño. Sin duda, algunos elementos del sueño se deben a que estuve leyendo El Rey Lear antes de dormirme, pero hacía más de quince años que no pensaba en Jackie. 

Bajo a la cocina a darle de comer a los gatos y a tomar un vaso de agua. Regreso a acostarme y tomo de la mesita junto a la cama una de las novelas que estoy leyendo. Hojeo el libro de 700 páginas. Esta novela comencé a leerla hace dos semanas, mi primer día de vacaciones. Fuimos a una sucursal de Gandhi a cambiar mis vales de libros y la compré. Había escuchado muchas cosas sobre el autor –buenas y malas– y decidí despejar las dudas. Llevo 400 páginas de esta novela y a veces tengo la impresión de que sólo continúo leyéndola porque soy compulsivo y porque no puedo dejar lecturas inconclusas. Aunque la novela tiene una narrativa dinámica y una trama interesante, me desagradan los trucos literarios del autor. Constantemente recurre a historias irrelevantes y a otros recursos –definiciones etimológicas de algunos conceptos que aborda en ciertos capítulos, por ejemplo– que desvían de la trama. Lo que más me desagrada es su insistente necesidad por mostrar al protagonista como un héroe de los suburbios que ha perdido trágicamente a todos sus seres queridos y que, a sus diecisiete años de edad, ha resuelto todos sus problemas económicos sin mover un dedo. La narrativa me gusta, pero a veces me aturden la cantidad de diálogos fáciles que comunican a los personajes entre sí. Me parece que yo mismo he usado estos diálogos fáciles en alguna ocasión y, tal vez porque me avergüenzo de ello, me cuesta trabajo ignorarlos cuando me los encuentro en esta novela. También reconozco que me frustra: el autor usa estos diálogos fáciles y ya es reconocido por la mafia cultural mexicana como “el escritor más intenso” (o algo así). Yo escribo desde que aprendí a escribir, pero no nací en una familia con privilegios. Yo tengo una novela terminada. Yo sólo puedo escribir cuando puedo postergar alguna actividad de mi trabajo. El autor consagrado tiene más de sesenta años. 

Durante la lectura de esta novela contemporánea, ya acabé de leer las memorias de Neil Young, releí algunos capítulos de un libro sobre Kurt Cobain y he leído algunos actos de El Rey Lear. 

Aún me quedan dos semanas de vacaciones, pero en esta semana ya tengo una reunión académica y es probable que en esta reunión académica me asignen una actividad que preferiría postergar para el siguiente ciclo escolar que comienza en agosto. Hacía mucho tiempo que no necesitaba tanto unas vacaciones como éstas. Desde que comenzaron las clases a larga distancia, por allá de marzo del año pasado, el trabajo se ha multiplicado y he tenido poco tiempo de ocio. Temo que en la reunión de esta semana me asignen una actividad que implicaría trasladarme a otra parte del país, durante algunos días de la siguiente semana, para aprender a utilizar un equipo de laboratorio.

Salimos al mediodía a un consultorio médico. Yo no tenía muchas ganas de salir a ninguna parte, pero mi esposa tenía cita con la endocrinóloga. El consultorio está cerca de la Universidad Autónoma del Estado de México, en una Torre Médica de un Hospital que se llama Florencia. Es un vecindario bonito. Subimos al piso siete en elevador. Había cuatro o cinco consultorios y tres recepcionistas. Había cuatro o cinco pacientes. Una de las recepcionistas le tomó la presión a mi esposa y le hizo algunas preguntas. Inmediatamente pasó a consulta. Me senté en la sala de espera y me puse a leer Walden Dos. En algún momento me puse un poco ansioso. Había mucha gente y el lugar no estaba muy ventilado. Las recepcionistas hablaban sobre la gente que no... 


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