Tu rostro sonriente, los hoyuelos en tus mejillas, tu cabellera despeinada, tus ojos radiantes, tu cabeza apoyada en una de tus manos, tus dientes deslumbrantes, tu chamarra azul, tus pantalones de mezclilla, tus zapatos de combate; los cerros imponentes, la brisa de la mañana, el bote navegando azarosamente al fondo de tu cuerpo, la caravana dispersa en la laguna, los ruidos de la gente confundidos con la armonía de la naturaleza; mis manos temblorosas, la cámara que no puedo sostener, el botón que no puedo presionar, el click que no puedo escuchar, tanta belleza en la que no puedo creer, la felicidad de estar contigo, la amargura de estar a punto de ayudar a otras personas en condiciones que no quisiera saber... ¿dónde quedaría la fotografía que te tomé hace casi 20 años?
Me llegan tantos recuerdos a la cabeza, que mi cabeza parece un panal. Me gustaría volver y borrar algunos eventos; me gustaría disfrutar más algunos días; me gustaría cambiar algunos sucesos; me gustaría hacer de un modo distinto algunas cosas de algunos días. Ahora mismo pienso en esa libertad que duró dos o tres segundos de un día, en una tarde lluviosa, en la casa de tus padres, justo después de comer y conversar con ellos, mientras el Gigante de Los Pirineos olfateaba mis piernas debajo de la mesa, mientras la brisa entraba por la terraza y me gustaba ser quien era en esos dos o tres segundos de libertad. Ahora tu padre está muerto y tu mascota también está muerta, y todos estos recuerdos perecen paulatinamente.
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