Subo sigilosamente a la recámara, ya casi es medianoche, todos duermen en la casa, Alexa escupe “Bulletproof Cupid” por enésima ocasión en el día, a un volumen moderado; es la pista que abre el cuarto álbum de estudio de Placebo, que hoy cumple 20 años.
Por la mañana, me enteré accidentalmente de este aniversario –tiene muchos años que no escucho a Placebo–, y he estado escuchando Sleeping With Ghosts todo el día: mientras me medía la glucosa, mientras les daba comida blanda a los gatos, mientras recogía la arena de los gatos, mientras me bañaba, mientras desayunaba, mientras tomaba el sol, mientras me daba un receso (después de estudiar un capítulo sobre la teoría del punto fijo y la teoría del ajuste y la teoría lipostática y la teoría glucostática y la lipogénesis y la adipogénesis y la regulación a corto y a largo plazo de la ingestión de alimento, en un libro de Motivación y Emoción, para mis clases de licenciatura), mientras me comía una manzana, mientras transcurría la mañana y llegaba la tarde y me alistaba para ir a nadar...
Me comía una manzana y continuaba escuchando este álbum, y recordé que siempre me ha gustado la guitarra eléctrica de “Bulletproof Cupid” y me pregunté por qué nunca había aprendido a tocarla en la guitarra. Katz me platicaba que un familiar sería intervenido quirúrgicamente de emergencia, Brian Molko cantaba “English Summer Rain”, y recordé cuando mi papá estuvo casi 3 meses en un hospital por una peritonitis, casi a la par del lanzamiento de este álbum, y, para no clavarme con la noticia, le pedí a Alexa que tocara “Bulletproof Cupid” (otra vez) y me acabé la manzana y tomé mi guitarra acústica y revisé un video en YouTube para ver cómo la tocaba Brian Molko en vivo y entonces comencé a imitarlo y a tocarla, mientras Katz pasaba a otro tema –cuánto la entusiasman las clases de natación que ha tomado desde hace casi dos meses–, y entonces la música me atrapó y me remontó al año 2003, cuando Sleeping With Ghost salió a la venta y lo escuchaba casi todos los días –no los conocía realmente, pero era una de las pocas bandas sobrevivientes de la música que había escuchado durante mi adolescencia– y, en verdad, era un idiota sin ninguna credencial académica y no sabía tocar la guitarra y no sabía qué quería hacer con mi vida; cuando le hablaba a muchas personas que ya no forman parte de mi vida; cuando una de esas personas que formaban parte de mi vida, me dejó plantado, con el corazón roto –yo me lo gané, a pulso– y con un boleto extra en la mano para el Festival Alternativo que se llevaría a cabo en El Foro Sol en noviembre del 2003 y que tendría como acto estelar a Placebo, después de Café Tacuba, después de Gustavo Cerati y después de algunas bandas como Kinky y después de algunas artistas como “la mala” Rodríguez.
Tras un par de repeticiones del video –Placebo tocaba en París, o algo así–, aprendí, más o menos, a tocar “Bulletproof Cupid”. Se acercaba la hora para ir a nadar, y Katz me acabó de contar lo que me estaba contando y luego se puso a revisar su cuenta de Instagram en su teléfono celular. Yo seguía en mi propio mundo y me acordé de algunos detalles de ese Festival Alternativo –las chicas se volvieron locas con Gustavo Cerati, sobre todo cuando cantó “Puente”, y fui terriblemente prejuicioso con él, y su actuación, incluso cuando tocó una canción de Luis Alberto Spinetta, me pareció poco relevante– y de cuánto me impresionó esta canción, con la que Placebo abrió su actuación.
Faltaban unos cuantos minutos para que saliéramos a nadar, y no resistí a la tentación de tomar mi Jazzmaster (Brian Molko tocaba una Jazzmaster en El Festival Alternativo– y enchufarla al amplificador y grabarme con un micrófono y con mi teléfono celular y luego escuchar cómo sonaba mi interpretación de “Bulletproof Cupid”, y lo hice, y luego reproduje el video y no me gustó cómo tocaba la guitarra.
Nos fuimos a nadar y luego volvimos y después comimos, y volví a tocar la canción dos o tres veces, y, más o menos, quedé satisfecho.
Subo sigilosamente a la recámara, la canción suena, busco en el escritorio un encendedor que compré el domingo en la madrugada y mi cerebro sólo está pensando en encender un cigarrillo, en que voy a fumarme ese cigarrillo, en que voy a convertirme, temporalmente, en ese adulto joven que escuchaba Sleeping With Ghosts casi todos los días, en que romperé mi abstinencia de tabaco –el tabaquismo nunca te abandona: sólo estás en abstinencia– y en que soy otra persona, una que no sólo tiene algunas credenciales académicas y una fabulosa pareja, y que nunca va a ser plantado por nadie más, sino que, además, toca la guitarra –que, a diferencia del 2003, tiene más de cinco guitarras eléctricas que ha comprado, en lugar de comprar un auto–, y que no necesita ensayar muchas horas una canción como “Bulletproof Cupid”, pero que continúa lamentando no haber disfrutado a Gustavo Cerati –fue la única vez que lo escuché en vivo– y haber abandonado El Foro Sol cuando Placebo tocaba “Where Is My Mind?”, para haber tomado un taxi y haber escuchado al cínico taxista decirle a otros taxistas por radio “Están cayendo como manzanas del árbol”, refiriéndose a los clientes.
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