Hace una semana acababas de correr a esta hora, y en los audífonos sonaba “Amazing” y la música te remontaba al verano de 1994, cuando pasabas una gran parte de todos los días viendo sitcoms y videos musicales por la televisión, descubriendo a Metallica y a Guns N' Roses, y agradeciéndole a la vida salir del infierno de la secundaria y dejar atrás a las mentes cerradas de la secundaria.
Hace una semana acababas de correr a esta hora, y la voz de la mujer de la aplicación de Nike te decía por los audífonos tu tiempo total y tu tiempo por kilómetro y Steven Tyler cantaba Tryin' to walk through the pain y un ataque de tos te doblaba y te orillaba a maldecir tu suerte, a preguntarte por qué te habían contagiado todos tus familiares cercanos que estuvieron enfermos desde noviembre y que se fueron turnando de tal modo que a ti te tocó enfermarte en los primeros días del 2023.
Hace una semana acababas de correr a esta hora, y estabas por detener la música y por detener la aplicación de Nike, cuando el aroma de los hotcakes de una de las casas de una de las callecitas del fraccionamiento se te metía en la nariz y te abría el apetito, cuando te llegó la notificación de un correo-e: “Estimado Dr., espero que se encuentre bien. Tengo el agrado de notificarle que resultó ganador de la evaluación curricular...”
Tras recibir esta noticia, te dio taquicardia. Y tuviste que leer otra vez el correo. Y respiraste profundamente. Y no dabas crédito. No esperabas la noticia tan pronto. Apenas 24 horas atrás habías tenido tu prueba (una clase de 10 minutos sobre las bases biológicas de las emociones) frente a la comisión dictaminadora. Te parecía un sueño, te tallaste los ojos, necesitabas una confirmación, que alguien te diera un pellizco para hacerte saber que no se trataba de un espejismo, de una mezcla de las endorfinas y de los endocannabinoides que circulaban en tu sistema después de haber corrido 5 kilómetros, que realmente habías ganado la convocatoria en la que participaste –y que es la segunda en la que participaste y la segunda que ganaste–, que volverías a tener la oportunidad de impartir clases en la universidad durante los próximos tres meses.
Le contaste a Katz y te dijo que ya sabía que ganarías, que debías confiar más en ti mismo, y pensaste | Carajo, si a veces no importa que tengas el perfil deseado, ni que tengas muchos años de experiencia y varias publicaciones y que seas bueno en lo que haces y que lo disfrutes y que te lo reconozcan, sino que importan otras cosas que no necesariamente son académicas | pero te quedaste callado y luego desayunaron y por la tarde fueron a Metepec a comer a un restaurante de antojos colombianos, y ella pidió una sopa de ajiaco y tu pediste una punta de anca, y se tomaron unos refrescos colombianos.
Luego caminaron por un tianguis de artesanías y de diseñadores mexicanos y se compraron unos aretes y unos anillos y unos postres, y, en el fondo, mientras pasaban todas estas cosas y recordabas otras ocasiones en las que han estado en Metepec –cuando recién se mudaron de la Ciudad de México, en diciembre del 2018, cuando tu familia vino, a principios del 2022, y cuando Katz y tú vinieron en octubre del año pasado– y seguías sin creer que, en menos de una semana, hubieras cruzado la delgada línea entre no tener empleo y tener un empleo, siempre haces las cosas que te apasionan, pero no siempre tienes un sueldo por hacerlas.
Ahora, sábado 4 de febrero, estás en el traspatio de la casa. Tomas el sol y escuchas a The Black Tones, y no saliste a correr, pero ya hiciste mil cosas –recogiste arena de los gatos, lavaste trastes, limpiaste las ventanas y los espejos de la casa, sacudiste los muebles de la sala–, y ya te quejaste por hacerlas y por tener la impresión de que te quitan tiempo, que no te dejan escribir, que ocasionan que se te olviden las cosas sobre las que quieres escribir, y no dejabas de pensar y de quejarte, mientras lavabas los trastes y te quitabas la chamarra y luego te recogías las mangas del suéter y maldecías el frío y el agua que te helaba las manos, en cómo se te van las mañanas haciendo estas cosas que no son realmente trascendentales, y en cómo todas estas cosas, que no son realmente trascendentales, te impiden escribir, pero nada de lo anterior tiene sentido: tienes una mujer fabulosa, unos gatos geniales, un empleo –no importa si a otras personas les abren las puertas y si tú tienes que buscar las llaves y entrar por la ventana–, ya casi no tienes tos, y ya escribiste algunos párrafos.
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