Bastan dos semanas con el tobillo inflamado, con un nervio hinchado, con un músculo destrozado, con una arteria lastimada, bastan dos semanas con el tobillo infiltrado, como el tobillo izquierdo de Diego Armando Maradona en el verano italiano de 1990, en Milán, en Nápoles, en Turín, en Florencia y en Roma, bastan dos semanas con el tobillo vendado, cubierto con gel de diclofenaco, con anti-inflamatorios no esteroideos, con el broche de la venda rozándote, adaptándote a caminar con esa venda y a subir y a bajar escaleras con esa venda, y a tomar paracetamol tres veces al día, para no salir a correr y para volver a los malos hábitos, y sentir cómo comes y comes y cómo va hinchándose tu estómago de pez globo, hasta que te miras en el espejo de cuerpo completo y te das cuenta de que te has convertido en ese sujeto cachetón que salía en las fotografías de hace un año, bastan dos semanas con el tobillo en estas condiciones, para volver a levantarte a las seis de la mañana en fin de semana y sentarte frente a la computadora y encenderla y prometerte que vas a escribir, pero terminar perdiendo dos horas y media en redes sociales, viendo las mismas cosas de siempre, bastan dos semanas con el tobillo herido, para levantarte más temprano que cuando sales a correr, para empaparte de sedentarismo matutino, para enajenarte con las mismas publicaciones en Facebook, con las mismas fotografías de recién nacidos que han hecho felices a sus padres, con las mismas fotografías de los cumpleaños de los niños en el salón de fiestas, con las mismas fotografías del aniversario de bodas de los abuelos en una hacienda lejana, con los mismos memes que glorifican la mediocridad, bastan dos semanas con el tobillo hinchado, para naufragar en las mismas quejas de twitter, para leer los mismos tweets de siempre de jefes psicópatas exigiéndole a las autoridades que se pongan a trabajar, para leer los mismos tweets de siempre de gente que no ve más allá de la burbuja de cinco metros cuadrados que habita y que sobrevive al apocalipsis que le provoca usar el transporte público una vez al año, para leer los mismos tweets de siempre de gente que no lee más allá de lo que le recomiendan los intelectuales plásticos de la mafia cultural mexicana, para leer los mismos tweets de siempre de gente que depende de podcasters, de youtubers y de influencers, para leer los mismos tweets de siempre de gente que busca viralidad a como dé lugar, criticando cosas que no conoce desde su perspectiva minúscula, para leer los mismos tweets de siempre de gente que debate sobre J Balvin y Pearl Jam y Maluma y los pixeles del teléfono celular que anuncia una estrella de reggaetón en un hilo, bastan dos semanas con el tobillo izquierdo lastimado como Diego Armando Maradona en el mundial de Italia 1990, para volver a esta rutina sedentaria y revivir recuerdos sedentarios de ese sujeto que se sentaba frente a la computadora, que desaprovechaba dos horas y media de sueño, que perdía dos horas y media de sueño, que buscaba fuentes de inspiración en internet, que transcurría como un adulto atrapado en el cuerpo de Peter Pan, con un cúmulo de nubes tóxicas en la mente, con los párpados pesados, con las tripas gruñendo, con la tos del ayuno del reflujo, descubriendo películas de soft porn mientras amanecía y la calle iba llenándose de trinos de pájaros y de motores de camiones de carga y de bombas de agua y de regaderas en las duchas de baño y de televisores encendidos en programas que nadie ve, y todo mundo iba despertando en el vecindario y comenzaba un día perdido entre un cúmulo de nubes tóxicas en la mente, con los párpados pesados, con las tripas gruñendo y con la tos del ayuno del reflujo.
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