EN PROGRESO
Salgo de un sueño confuso y miro la hora en el reloj de la mesita de noche: son las cinco de la mañana. Tengo ganas de orinar. Mis tripas gruñen. Estaba soñando que mi esposa se convertía en una mujer superficial y que regresábamos a vivir a la Ciudad de México y que ella quería que fuéramos a emborracharnos a un antro y que yo aborrecía su idea y que ella me pedía el divorcio. Así han sido mis sueños en los últimos días.
Pongo los pies fuera de la cama y el frío me golpea . Me levanto a orinar y mis ojos arañados por los últimos resabios del sueño me ciegan. La luz del baño ilumina mi rostro en el espejo y la persona que está del otro lado me dice “¿Qué tal, perdedor?” y me recuerda todos los sueños interrumpidos que he tenido desde el viernes. He estado pensando en la posibilidad de recibir malas noticias la próxima: “No has ganado”.
Como cada tres o cuatro años, mi situación laboral vuelve a ser incierta: si pierdo este concurso –la única opción ad hoc con mi perfil académico–, podría quedarme sin trabajo hasta mayo.
He ganado más veces que las que he perdido, pero cada ocasión en la que he perdido ha sido terrible. La incertidumbre es tan familiar que ya me acostumbré. En la academia así son las cosas. Todo está apalabrado. No hay plazas académicas. Las pocas plazas académicas que hay con mi perfil, están abiertas a otros profesionistas. Las El glucómetro falla tres veces y tres veces me picoteo la punta de un dedo en vano y tres veces echo a perder tres tiras reactivas. La glucosa en sangre está arriba de los 130 mg/dl.
Los últimos días han sido una pesadilla. Me la he pasado metiendo solicitudes para un concurso de Evaluación Curricular. Me la he pasado en juntas académicas sobre un futuro que no es seguro.
Ella dice “Cuando quieras desayunamos”
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