La entonación de su voz me hace pensar que se sabe de memoria lo que está diciendo, que lo ha dicho tantas veces que ni siquiera necesita ver las gráficas de las que está hablando.
Estoy tan acostumbrado a escuchar su discurso, que sé cuáles son los detalles que omite sistemáticamente. Lo que aún no sé, a pesar de haber escuchado tantas veces la misma disertación, es por qué sistemáticamente omite la misma información.
Su discurso y la entonación de su voz también me hacen pensar que ella tiene varios años –quizá desde el posgrado, y ahora va para el tercer año de posdoc– hablando del mismo protocolo experimental. Esto es obvio: nunca ha salido de su zona de confort. De hecho, aun cuando es posdoc en nuestra universidad, por x o por y, continúa trabajando en la universidad en la que obtuvo el grado de doctora.
Hoy nos conectamos ella y yo, antes que nadie, a la liga de Zoom. Se supone que el anfitrión debe abrir la sesión y que si no lo hace, los invitados esperan en una sala, pero el anfitrión no estaba y permanecimos solos unos cuantos segundos. ¿Será que ella es quien abre la sesión de Zoom...? Iba a preguntárselo, cuando los demás integrantes del grupo de investigación se conectaron a la sesión.
Su voz también la asocio con otros momentos: cuando la conocí hace tres años y parecía que quería imponerme su punto de vista, asumiendo –quizá– que yo apenas estaba decidiendo si hacía el examen de admisión para la universidad; cuando vino a la universidad con su jefa y estuvimos en una reunión de trabajo que duró más de tres horas; cuando en algunas reuniones por Zoom a principios de este año discutía con una investigadora en retención que había descubierto que cuchareaba los datos y que omitía información y que boicoteaba sus experimentos... pero, principalmente, la asocio con la seguridad que te da permanecer en tu zona de confort.
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