Casi la única razón por la cual asistía a la escuela era el futbol. Todos los días jugaba entre 4 y 5 horas. Mis compañeros y yo jugábamos entre clases, nos saltábamos clases para jugar futbol y jugábamos futbol al final de las clases.
Nos llevábamos bien con los compañeros de ese grupo —en ese grupo había una chica que me gustaba— y nos los encontrábamos con frecuencia en las canchas. A veces incluso acordábamos vernos a cierta hora, para jugar.
Entre ellos, había un chico que tenía un televisor de baterías portátil. En cuanto salimos de la clase y nos reunimos en el campo de futbol de la escuela, él encendió su televisor y nos dijo que Luis García acababa de anotarme a Dinamarca en El Estadio Rey Fahd.
Lo recuerdo como si hubiera sido ayer.
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