Cuántas veces escuché este disco, antes de atreverme a hablarte. Cuántas veces elucubré quién me contestaría. Qué me dirías. Trilogy.
domingo, 25 de octubre de 2020
viernes, 16 de octubre de 2020
Playing The Angel (2005)
Qué recuerdos me trae la música de este álbum que cumple 15 años hoy.
Lo único que me mantenía cuerdo era la inminencia del mundial de futbol.
Escuchaba este álbum casi todos los días. Un amigo me lo quemó en un CD. Él y mis hermanos y yo nos veíamos casi todos los domingos. Íbamos a jugar futbol a Chapultepec con sus amigos. La música me gustó y compré el álbum original en algún momento y mi amigo y uno de sus primos a quien su duda yo le caía muy mal fuimos al concierto de Depeche Mode al Foro Sol unas semanas antes del mundial. Allí bebimos y nos emborrachamos y divagámos con la posibilidad de encontrar algún romance pasajero con alguna de las solitarias almas que pasaban cerca de nosotros mientras Martin L. Gore cantaba “Home” y yo sentía que mi vida era un desastre y que pronto debía dejar de lamentar mi suerte y que era momento de dejar de ponerme pretextos y de dejar de ilusionarme con un torneo de futbol.
Al cabo de un mes o dos, te conocería en un concierto de Los Silencios Incómodos en El Alicia y viviríamos buenos momentos por teléfono y algunos extraños momentos en persona y al principio estarías muy interesada en mí y yo no te daría importancia y al final me importarías mucho y me obsesionaría contigo y regresarías con un novio del pasado y me harías sufrir de un modo inimaginable y las canciones de desamor de Playing The Angel acabarían cobrando un sentido totalmente personal.
Todo lo que lees aquí, lo escribo yo.
lunes, 12 de octubre de 2020
Without You I'm Nothing (1998)
Nuestras vidas eran un desperdicio: tú, tenías problemas en la escuela, te veían como una mala influencia, como un mal estudiante, como un delincuente; y, estaba en el limbo, recién egresado de la universidad, sin amigos, sin novia y sin empleo.
Me pediste que te acompañara a realizar algún trámite a la preparatoria. Tan sólo llegamos a la entrada, el encargado de permitir el acceso a la escuela, te trató como un vándalo y a mí me trató como tu vándalo tutor.
Nuestro padre estaba recuperándose de una complicación quirúrgica por negligencia médica que lo mantuvo casi tres meses en el hospital, y aborrecí profundamente ese trato tan descortés y tan escaso de inteligencia.
Me puse a pensar si el individuo de la puerta trataba así a todo mundo y si tenía hijos y si sus hijos eran un ejemplo para la juventud.
Saliste de la prepa al cabo de unos minutos y luego cruzamos Churubusco y nos metimos en un Sanborns y allí compré Without You I'm Nothing.
Después de haberse ausentado por muchos meses, en esos días mi ex había estado comunicándose insistentemente por teléfono conmigo. Ella tenía medio año viviendo en Playa del Carmen y en alguna conversación, más por condescendencia que por otra cosa, yo le había dicho que la visitaría pronto. La oferta tergiversó de tal modo que ella esperaba que me mudara ese verano a vivir con ella y con su marido. Creo que les urgía compartir con alguien los gastos de la casa que rentaban. En una semana estaría subiéndome a un avión hacia Quintana Roo y luego tomaría un autobús que me llevaría a Playa y estaría en la terminal de autobuses ADO esperando tres largas horas a mi ex y mi estancia de dos semanas sería un martirio. Ni siquiera me metería al mar y me la pasaría solo en una habitación escribiendo o caminando sin rumbo fijo en busca de algún tonto empleo de lo que fuera dentro de la rama turística, fumando Argentinos locamente y deshidratándome. No me sentía muy entusiasta.
Todo lo que lees aquí, lo escribo yo.
domingo, 11 de octubre de 2020
Black Market Music (2000)
Soñé que escuchaba este álbum que hace un par de días cumplió 20 años, y en ese sueño tú y yo éramos jóvenes como hace 20 años, pero yo tenía más confianza en mí mismo y por consiguiente me daba igual si te quedabas conmigo y si lograbas resolver tus ciclos pasados, o no.
Soñé que tu ex continuaba presente en nuestra relación y que aún lo veía como un pobre diablo que te chantajeaba y que me hacía rabiar con su actitud Cobra Kai de niño de los ochenta, y soñé que él te rogaba que volvieras y que me dejaras, y tú lo tomabas en serio mientras yo lo veía causar lástima por todas partes y mientras yo lo escuchaba amenazarte con suicidarse o con secuestrarme con sus amigos idiotas para hacerme sufrir como él sufría –me parecía un sujeto más patético, más ridículo y más insignificante–, y, a diferencia de la realidad de hace 20 años, tú me parecías menos atractiva y tenías una influencia casi nula en mis decisiones.
Soñé que traía puestos unos audífonos y que escuchaba Black Market Music en el walkman que compré con mis ahorros en Plaza Meave, y soñé que ese álbum acababa de comprarlo en el tianguis de la Colonia Vicente Guerrero que solía visitar contigo algunos martes o jueves, y en el sueño sabía que lo escuchaba mucho y sabía que, sin embargo, sus canciones aún no formaban ninguna asociación con ningún momento particular de mi vida.
El sueño terminó de repente. Creo que querías ofrecerme una disculpa o que esperabas que yo le ofreciera una disculpa a tu ex o que tu ex quería que fuéramos grandes amigos.
No recuerdo dónde compré mi ejemplar de Black Market Music –debió de ser en esa extraña tienda a la que llamábamos “Garage Olimpo” y que tenía varios pisos y que quedaba cerca de Tlalpan, a una cuadra del Instituto de Psiquiatría, justo enfrente de la gasolinera en la que hacía parada el RTP que iba al Reclusorio Sur–, pero sí recuerdo que hace 20 años más o menos ya escuchaba ese álbum en el walkman y que solía grabar en cassettes otros álbumes completos o canciones de diversas bandas que me gustaban y que solía grabarlos en el minicomponente Aiwa que mi papá me había regalado por haber concluido mis estudios de licenciatura.
Recuerdo que la música hacía más tolerante esos larguísimos recorridos desde Pantitlán hasta Xochimilco que hacía cuando iba a tu casa, o cuando te acompañaba a tu casa y volvía a la casa de mis papás. Recuerdo que cuando volvía de tu casa, debía tomar otro camión RTP que tenía su base a unas cuadras de un deportivo muy popular en Xochimilco y que ese camión RTP también hacía paradas exclusivas y que generalmente tardaba entre 30 ó 40 minutos en pasar y que generalmente estaba atestado de numerosas familias que iban al Metro Constitución o a Cuemanco o a La Glorieta Vaqueritos.
El trayecto era de casi dos horas cuando había mucho tráfico, y tenía que hacerlo varias veces a la semana –incluso en días feriados o en domingos, en los que, obviamente, habría preferido quedarme en la casa de mis papás y no salir a ningún lado para ponerme a leer o a escribir– y odiaba pasar tantos minutos de mi vida en un camión, y también odiaba tener que acompañarte a tu casa todos los días –y sin embargo nunca te lo dije, porque me gustaba cuidarte– y también odiaba tener que subir hasta tu casa y despedirte en la entrada de tu casa –generalmente me quedaba a comer, pero recuerdo sobre todo una ocasión en la que te hice enojar y me cerraste la puerta en la cara–, y obviamente también odiaba tener que volver a bajar desde tu casa hasta la avenida y tener que cruzarme con los vagos que siempre me decían cosas soeces y también odiaba tener que esquivar a ese perro que siempre me ladraba y perseguía, y también odiaba tener que tomar otro camión que me llevara hasta la parada del deportivo muy popular por la cual pasaba el RTP que me llevaba de vuelta a la casa de mis papás, y odiaba tener que esperarlo 30 ó 40 minutos y después de más de una hora finalmente llegar a la casa de mis papás y apenas tener tiempo para grabar canciones de distintos álbumes, o canciones de distintas bandas, en cassettes.
Recuerdo también una ocasión en la que te hice enfadar (seguramente por quejarme de la constante presencia de tu ex) mientras tus papás nos llevaban a algún lugar en ese enorme automóvil color verde de los setenta que tenía tu papá, y recuerdo que aprovechaste unos minutos en los que ellos tuvieron que estacionarse en algún sitio y bajarse a comprar algunas cosas para mirarme con tu peor mirada de odio y decirme que no sabías por qué seguías conmigo, si yo no era ni simpático ni guapo ni millonario.
Recuerdo haber escuchado cómo estallaba mi corazón en mil pedazos de rabia y de impotencia, y recuerdo haberme sentido un imbécil sometido a tu voluntad, y recuerdo haberme mordido la lengua y haber apretado los puños y haber tenido que actuar como si nada pasara cuando tus papás volvieron al auto y haberme sentido patético y humillado y haber sido incapaz de usar cualquier pretexto para bajarme del automóvil y echarme a llorar en la calle mientras caminaba a ninguna parte.
Recuerdo haber sentido cómo toda mi sangre hervía como una caldera de emociones y recuerdo haberme sentido miserable e incapaz de mandarte al diablo a ti y a tu ex, y ahora, mientras aporreo el teclado de la Mac y escucho todas estas canciones y todas estas emociones me anegan y mientras la voz de Brian Molko me transmite una sensación de nostalgia y de vértigo, cada una de las canciones me remonta a distintos momentos de hace 20 años y me parecen eventos de una vida que sería incapaz de volver a tolerar, y sin embargo echo de menos ciertas cosas, tales como mi salud física (mi salud mental definitivamente no era la mejor) y la energía que tenía para sufrir y dañar mi cuerpo con tabaco y otras drogas, y también la música me hace aborrecer esa enfermiza co-dependencia y aborrecer a ese pusilánime otro yo que apenas tenía dos o tres horas diarias a solas (que eran insuficientes para reflexionar y para escribir todo lo que pensaba) y que empleaba exclusivamente para grabar los cassettes que escuchaba en esos monótonos y largos recorridos de tu casa a la casa de mis papás.
No sabes cuánto aborrezco a ese pusilánime otro yo que ni siquiera tenía tiempo para leer.
Ahora recuerdo que no sólo discutíamos cuando acompañábamos a tus papás a alguna parte, sino que lo hacíamos casi todos los días y que casi todos los días de nuestras vidas aparecía tu ex y tú me decías que preferías estar con él que era “el original”, en lugar de estar conmigo, que era “su copia”, y también recuerdo que sin embargo no me sentía ni cansado ni nauseabundo como me siento 20 años después, cada vez que el vacío en mi estómago o las terribles ganas de orinar me despiertan y no me dejan dormir.
También recuerdo aquella ocasión en la que fuimos al cine y nos tomamos un café y me sentía extrañamente tan seguro de mí mismo y extrañamente tan feliz contigo que pensé que podría vivir así el resto de mi vida y que entonces se me ocurrió preguntarte si te casarías conmigo, y recuerdo que entonces te pusiste muy seria y que le diste un sorbo a tu café y que después me dijiste que definitivamente no lo harías, y yo pensé en todas esas ocasiones, casi al principio de nuestra relación, en las que tú eras quien hablabas de nuestro futuro juntos y me sentí totalmente devastado y estúpido.
Recuerdo que trataste de ser diplomática, pero era evidente que estabas allí conmigo porque no tenías otra cosa mejor que hacer ese día y porque temías profundamente quedarte sola, y recuerdo que, justamente, en el largo recorrido de vuelta a la casa de mis papás me puse a escuchar por primera vez con atención “Passive-agressive” y que me puse a pensar que yo jamás podría ser –ni quería ser– esa clase de hombre con el que querrías compartir tu vida.
Recuerdo que cerré los párpados y que quise llorar y bajarme del RTP y que quise mandar todo al diablo, pero que simplemente me quedé inmóvil y que reproduje una y otra vez esa canción, y que me sentí frustrado porque era imposible mandarte al diablo y no volver a saber de ti ni de tu ex, pues tenía que verte todos los días en el laboratorio en el que corríamos los experimentos de nuestras tesis de licenciatura.
Luego volvimos a reconciliarnos y compramos boletos para un festival en el que tocaría Placebo e hicimos planes, pero al final decidiste ir al concierto con tu ex y yo me la pasé de pie a unos treinta metros del escenario preguntándome dónde estarías escuchando a la banda y sintiéndome tan fatal que acabé saliéndome del festival mientras sonaba “Where is my mind?”, y me recuerdo caminando afuera del Foro Sol en busca de un taxi, odiando haberte conocido y sintiéndome inútil e incapaz de escribir nada al respecto.
Casi todos los días me odiaba y me sentía incapaz de conocer a otra mujer y me sentía incapaz de volver a enamorarme de alguien y me sentía incapaz de interesarle a alguien, y simplemente deseaba regresar a la casa de mis papás y volver a mi recámara y encerrarme y tumbarme en la cama a leer o a sentarme en el escritorio y ponerme a escribir sobre todas las cosas que hacía diariamente y sobre cómo me hacía sentir estar en una relación absurda. y a imaginar cuánto tiempo tardaría en decidirme a decirte que no tenía ningún interés en contemplar cómo eras incapaz de cerrar ciclos.
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Todo lo que lees aquí, lo escribo yo.
jueves, 8 de octubre de 2020
viernes, 2 de octubre de 2020
2 de octubre
Me preguntaste si el rostro correspondía al autor de Tarzán y te dije que no. Te aclaré que se trataba de uno de los escritores beatnik más famosos y que una de sus obras más célebres era Naked Lunch. Te iba a decir que William Burroughs es uno de mis autores favoritos y que de hecho había comprado la playera en la que estaba estampado su rostro (y que llevaba puesta), afuera de la Cineteca Nacional, una tarde en la que habían pasado un documental de la generación beat, o una tarde en la que mi esposa y yo habíamos visto Birdman, pero pensé demasiado en las palabras que usaría para no parecer un tipo presuntuoso y desesperado por decir algo y por dejar claro que leía casi todo tipo de literatura, y el momento pasó.
Llegamos a la fonda en la que comíamos casi todos los días. No había cumplido ni un par de meses trabajando en la universidad, pero ya teníamos esa costumbre. Poco a poco, en el lapso de otro par de meses, mi salud iría deteriorándose y tendría que verme forzado a comer dos o tres cosas y a tener que rechazar tu invitación y la de tu esposa para comer en esa fonda. Nunca lo aclaré, pero mi salud fue la razón por la cual dejé de acompañarlos todos los días a comer. Mi salud empeoraría a tal punto que bastarían un poco de azúcar o un poco de grasa para provocarme reflujo y para tenerme carraspeando y sofocándome con mis jugos gástricos mientras las náuseas y la ansiedad llegaban en oleadas y desaparecían para volver con más intensidad durante varios minutos. La enfermedad de reflujo gastroesofágico es desgastante y los síntomas son infernales y están subvalorados. No es tan común en la población, no es fácil de diagnosticar, y tienes que padecerla para entender que no es cualquier molestia que puedes ignorar y que te permite seguir con tu vida como si nada, cada vez que ocurre un episodio.
En el lapso de ese par de meses, acudiría con un gastroenterólogo y me realizarían una endoscopía y me adheriría a dos largos tratamientos de antibióticos, de sucralfato y de cinitaprida, durante casi diez meses –¡más de lo que dura un embarazo!–, ninguno funcionaría, me iría sintiendo cada día más y más miserable, y al cabo de un año y medio terminaría en el quirófano, en una habitación poco iluminada y que se sentía como una cárcel gris y fría, contándole al anestesiólogo a qué me dedicaba, conforme la anestesia surtía efecto y yo perdía la consciencia y vagamente recordaba un poema de Bernardo Ortiz de Montellano y les permitía a los gastroenterólogos abrirme en canal y suturar una parte de mi estómago con una parte de mi esófago para formar una bomba que impidiera que, cada vez que estuviera en ayuno o acabando de comer o de beber cualquier alimento o bebida, ascendieran los jugos gástricos desde mi estómago hasta mi esófago.
La muchacha que nos atendía y que parecía conocerte muy bien a ti y también a tu esposa –¿de cuántos años de comidas alrededor de las tres de la tarde?–, se acercó a nuestra mesa y la limpió con destreza mientras le preguntabas cómo estaba y cuál era el menú. Ella te sonrió y te dio el menú. Escuchaste atentamente y preferiste un huarache con bistec y una Coca-Cola. Generalmente elegías el menú, pero ese día debió de ser viernes y los viernes cambiabas el menú por la carta.
Mientras todo esto ocurría, tu esposa hablaba con un catedrático CONACyT sobre algún congreso en Noruega al que asistirían dentro de unos meses y yo me sentía fuera de lugar. Al igual que con el asunto de la playera, pensaba demasiado en las palabras que usaría para dirigirme a todos. No quería decir algo que sonara muy bobo o muy pretencioso. También me sentía fuera de lugar porque estaba descubriendo que ser un posdoc implicaba que los estudiantes y que el personal administrativo de la universidad no me vieran como un joven investigador recién egresado de un doctorado y que ya tenía varias publicaciones científicas que él mismo había escrito en inglés, sino que me vieran como un estudiante más que en general sabía las mismas cosas que los estudiantes de licenciatura y que mentalmente estaba más cerca de la adolescencia que de la adultez.
Tal vez hablaste sobre alguna marcha del 2 de octubre a la que asististe, tal vez me contaste sobre tu experiencia en el terremoto de 1985, tal vez me dijiste que le habías enviado a mi ex jefe algún correo electrónico que nunca te respondió o tal vez todos estos recuerdos son implantados u ocurrieron en diferentes momentos que quiero agrupar en un solo momento, pero el hecho es que nadie imaginaba que al cabo de cinco años decidirías acabar con tu vida y que todas esas personas que compartimos la mesa contigo esa tarde de viernes estaríamos en tu funeral.
Ya pasó un año desde entonces y aun no asimilo lo que ocurrió y aun no me he atrevido a explorar los recuerdos que tengo de ti. Compartimos un espacio de trabajo, compartimos un terremoto en un edificio que están demoliendo, compartimos situaciones más agradables... como las cenas de fin de año, como los seminarios de neurociencias de cada miércoles, como el baby shower de tu hija más pequeña, como las visitas al cubículo de tus hijas cuando ellas estaban de vacaciones, como aquella ocasión en la que me llevaste en tu camioneta desde la universidad hasta el departamento en el que vivíamos mi esposa y yo porque tú y tu esposa nos regalaron una bañera, como aquella ocasión en la que platicamos sobre la película de Freddie Mercury y sobre esas otras dos películas con Edward Norton que hasta el final descubrimos que eran la misma película...
Hay cosas que no pueden escribirse en una computadora.
Todo lo que lees aquí, lo escribo yo.
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