Ya no sé cuántos días llevo así, sin dormir, revisando enfermizamente el correo-e, teniendo taquicardias cada vez que me llega una notificación al teléfono, repasando mentalmente, en una fracción de segundos, cómo me fue en la entrevista hoy, y cómo me sentí en la entrevista de hace un año, y cómo me sentí en la entrevista de hace dos años –intentando escindir mi cerebro emocional y mi cerebro racional– y repitiéndome a mí mismo Ya ganaste dos veces, dos concursos similares a este, pero también pensando en que esta puede ser la primera vez que pierda, en que siempre existe la posibilidad de perder cuando compites por algo, en que no tengo ni corazón ni cabeza para buscar mañana o pasado mañana, o cuando sea que reciba malas noticias en el peor escenario hipotético que ha elaborado mi mente, un empleo de emergencia.
En fin, reviso el teléfono por enésima ocasión en lo que va del día (y en lo que va de las últimas dos o tres semanas), pero la taquicardia nada más fue un gasto innecesario de sangre, resulta ser una falsa alarma, la notificación es irrelevante...
«KAVAK: cotiza tu auto inmediatamente...»
«Elon Musk acaba de subir una foto a X...»
«Paty López acaba de publicar un video en TikTok...»
... y, temporalmente, me siento tranquilo.
La lluvia torrencial que ha inundado los túneles de mi mente, la tormenta que ha arrasado con mi mente, el huracán emocional que ha anidado en mi mente, me han dado tregua. Temporalmente.
Sólo el tiempo suficiente para descansar, para asimilar que no he recibido malas noticias, que no llegarán justamente en estos segundos que me he tomado para revisar el teléfono, el breve periodo entre hoy y los próximos minutos, horas y días, a partir de los siguientes veinte o treinta segundos, el breve tiempo entre este instante y el futuro, el breve respiro entre el estrés con el que he lidiado desde los últimos días de enero, cuando fue publicada la convocatoria en la que participé, y hoy.
Sé que en cuanto guarde de nuevo el teléfono en el bolsillo de mis pantalones, volveré a darle vuelta a la pregunta recurrente: ¿y si pierdo...?
Me repito el mantra de las últimas semanas:
«No mereces esto, no deberías pasar por esta tortura cada año, ya tienes más de diez años en este negocio, ya has sufrido mucho, nunca has hecho el mínimo esfuerzo, allí están las pruebas a la vista de todos...»
Me siento frente al televisor.
Lo enciendo.
Reparo en que sólo veo la tele cuando no quiero pensar, cuando quiero huir de la realidad, cuando la realidad me abruma.
En la pantalla, Jessica Jones está a punto de tener un ataque de pánico y repite su propio mantra...
«Birch Street, Higgins Drive, Cobalt Lane...»
... y cierro los párpados pero los abro inmediatamente, no quiero ponerme paranoico, no quiero tener un malviaje de cortisol, y no quiero hacerlo pero recuerdo cuándo conocí a la protagonista de la serie de Marvel: cuando estaba en los últimos meses del doctorado, cuando ya tenía varias publicaciones como primer autor, cuando ya tenía varios años de experiencia docente, cuando tenía muchas razones para entusiasmarme por el posdoc y por mi futuro; cuando, sin embargo, era muy desdichado, cuando odiaba mi existencia, cuando convivía a diario con seres tóxicos, con personajes que podrían pasar por personajes de las novelas de Jeff Lindsay o de los relatos de Del James, cuando algunos de esos seres tóxicos minimizaban mi trabajo para “motivarme” o para saciar su sed de poder...
«Sólo sigues instrucciones...»
«Lo que deberías estar haciendo es preparar café...»
... cuando Jessica Jones no era Jessica Jones, sino Jane Margolis –la novia de Jesse Pinkman–, cuando Mr. White ya estaba harto de ella y de Pinkman y los descubrió en un viaje de opiáceos y ella comenzó a ahogarse con su propio vómito y Mr. White decidió colocarla boca arriba en la cama y dejarla morir por broncoaspiración.
Y pienso en que siempre he vivido estresado, en que por eso no entiendo cuando alguien sufre y me dice que no es capaz de soportar que le rechacen un paper o que en su trabajo no lo dejen tomarse dos horas diarias para comer o que no pueda salir de vacaciones a la playa al menos una vez al año. O que no le den una plaza indeterminada cuando apenas tiene un par de meses de haber salido del doctorado. O cosas así.
En la pantalla, el mantra de Jessica Jones surte efecto, y recuerdo otra vez esos últimos meses en el doctorado, cuando conocí a Jane Margolis y no me perdía un solo capítulo de Breaking Bad, cuando tenía que consumir sustancias inusuales para soportar el estrés, cuando siempre estaba a la espera de malas noticias en un correo-e...
«Hello! Hello!
¿Qué carajos tienes en la cabeza...?
¡Más de una puta vez te he dicho que no sólo soy PhD...!»
Y recuerdo cómo me sentí, y pienso en que esa época ya quedó atrás, en que, pase lo que pase, por más horrible que sea mi presente, jamás volveré a dejar que se repita una situación similar. Que he aprendido una que otra cosa de la vida.
Pero también reconozco que siempre he vivido al límite, que siempre he lidiado con el estrés, que siempre he tenido que tomar mis precauciones, que me he acostumbrado a la mala vida.
Que, sin embargo, como dice esa horrenda canción de Héroes del Silencio que odio tanto y que no puedo sacar de mi cabeza justo en este momento...
«Siempre es la misma función, el mismo espectador
El mismo teatro en el que tantas veces actuó...»
... y mi (atormentada) reflexión es que esta tortura de cada año es mi mito de Sísifo, que no basta con ser bueno en lo que uno hace, que no basta con tener evidencia comprobable de que uno es bueno en lo que hace, que lo que en verdad importa es (casi siempre) tan subjetivo y tan egoísta y tan malévolo que resulta absurdo, frustrante y doloroso.
Hace tantas semanas que no he dormido bien, hace tantas semanas que he estado dándole vueltas a la pregunta recurrente, hace tantas semanas que he estado lamentando no tener más opciones, hace tantas semanas que he estado lamentándome por no tener el empleo de mis sueños (y por no tener resuelta mi vida económica), hace tantas semanas que no he dormido bien, hace tantas semanas que he estado quejándome por tener que hacer cuatro o cinco veces las cosas que a otras personas les ponen en bandeja de plata... que ya no sé nada.
Quiero cerrar los párpados y descubrirme en un mundo paralelo, en uno en el que todo este drama insoportable sea sólo ficción –una serie de televisión, la adaptación al cine de una novela... Pero no: esta es la realidad. Y seguirá siendo la realidad de cada año, si no busco un camino diferente (otra vez).
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