Escuchas a Robert Smith, su voz te remonta a su época de guitarrista sustituto de Siouxsie & The Banshees, cuando, según Jenny Bombo y algunos periodistas de rock –de esos que parecen adolescentes y que quieren morirse porque Bjork ha postergado dos días un concierto en un lugar perdido en algún municipio de Jalisco, y a los que todo “les vuela la cabeza”–, se le ocurrió adoptar un maquillaje “oscuro”, que caracterizó a su banda en los primeros álbumes de The Cure.
Escuchas esta canción que The Cure tocó en la banda sonora de El Cuervo, quién sabe por qué recuerdas esa película de Kids, que fue una de las primeras películas que viste en VHS, y no dejas de sentir escalofríos porque la viste poco después del mundial de Francia 1998, cuando tenías una novia que te quería y que nunca correspondiste y que luego te mandó al carajo porque tú siempre pensabas en otra chica cuando estabas con ella y le escribías poemas y la engañabas y le decías que eran para ella, pero realmente eran para la otra chica, y El Cuervo era toda una novedad, y no dabas crédito: ¿Brandon Lee estaba realmente muerto...?
Y te acabas el tercer Jack Daniels de agua mineral en la noche, y reparas en que tu día fue fabuloso, en que comenzó con náuseas –casi no dormiste porque recibiste noticias fabulosas por la noche–, pero que se compuso –incluso el conductor de Uber escuchaba a Los Fancy Free y a Billy Eilish– y diste una clase y te pusiste a escribir un artículo científico durante cuatro horas, y sonreíste a todo mundo, y te llevaste bien con los estudiantes a los que les diste clase, y no dejaste de pensar en que tu vida podría dar un giro de 180º, y crees que serías capaz de sonreírle a todo mundo, todos los días, por el resto de tu vida, y la semana ha sido fabulosa –y te preguntas si este viaje semanal es el viaje de un opiáceo; si, en realidad, no estás escuchando “Where did you sleep last night?” y no es viernes y no estás medio borracho y no tienes aversión al sabor, sino que ya estás muerto, bien frío, en el paraíso, y que el paraíso es un espejismo y que en realidad estás muerto y no es que no hayas peleado con nadie y que hayas disfrutado cada segundo de tu vida.
Pero el whiskie se termina, la canción se termina, y te dices “¿Qué será de esa chica que me enloquecía en la secundaria...?, ¿aún conservará su espectacular melena rizada de Ricky Martin...?, ¿cuánto tiempo habrá tenido brackets...?, y devuelves el estómago y apenas llegas al baño, justo cuando Kurt Cobain se desgañita en Alexa y suena a todo volumen el MTV Unplugged In New York y piensas en cómo habría sonado ese cover de Ledbelly –que Mark Lanegan ya había usurpado en su álbum debut–, si él no hubiera sido tan underground y tan orgulloso, y si hubiera aceptado la invitación de Cobain: cómo habría sonado esa canción con dos voces: la de Cobain y la de Lanegan, en los estudios MTV en New York...
... y piensas en un tweet que acabas de borrar, y tratas de pensar en qué habías tuiteado, y un escritor que admiras, y un guitarrista que admiras, acaban de seguirte en twitter, y tus conocidos no dan un centavo por ti, y Layne Staley canta “Rooster” y Reznor canta “Closer” y los perros ladran, y la noche abre sus amplias quijadas y te remonta a esas largas noches de amplias quijadas de tu infancia y quieres un cigarrillo y quieres más whiskey...