Gatusso maúlla, son las 13: 19, justamente la hora en la que tembló el 19 de septiembre del 2017, cuando me encontraba en el tercer piso de un edificio que sufrió daño estructural y que ya demolieron, y esta asociación accidental e inesperada me trae algunos recuerdos traumáticos y me siento frustrado porque entonces no tenía tiempo ni para escribir ni para leer y acababa de pasar muchos meses de sufrimiento y desesperanza, y estaba recuperándome de una cirugía, y, en fin, que me pasaban muchas cosas pero no tenía cabeza para escribir nada sobre esas cosas que me pasaban.
Gatusso maúlla, cumplió 12 años en estas semanas, pesa casi seis kilos, es de una raza noruega, es enorme, es cariñoso y es impaciente, y tiene un apetito voraz, y todas las mañanas me levanta de la cama para que le dé comida blanda, y parece un niño que sufre mucho, y a veces agarra a un perro de peluche que le compró Katz cuando era un bebé –lo encontraron abandonado en la calle, casi recién nacido, y lo adoptamos– y lo arrastra por toda la casa y llora lánguidamente, y hoy mismo, alrededor de las seis de la mañana, mientras reescribía otra entrada de este blog, Gatusso maulló una y otra vez, y después se subió al escritorio junto a la computadora y comenzó a jalarme el cabello y a llamar mi atención, pero llegamos a un acuerdo y logró esperar hasta que Katz se despertó y entonces pudo recibir su comida blanda y yo pude continuar escribiendo.
Gatusso maúlla, son las 13: 19, y sus maullidos significan que quiere comida blanda otra vez, y yo no quiero que pase este momento en el que tengo en la cabeza una idea clara, y sin embargo me desvío del tema y escarbo entre mis recuerdos y recuerdo que ya salí a correr y que lidié contra mi fatiga muscular y que tomé varias pausas y que ya era más tarde que de costumbre y que vi a varios vecinos y que miré varias veces el cielo y que escuché In Utero dos veces mientras corría y que las nubes me estremecieron y que sentí que llegaba al nirvana en esas pausas entre un kilómetro y otro, mientras miraba el cielo y me sentía eufórico y agotado y parecía que las nubes estaban fijas en el cielo y que yo me movía en el suelo aunque estaba inmóvil, y de pronto se me ocurrieron varias ideas, como, por ejemplo, que debo escribirles más a menudo a los escritores que he leído y que tienen twitter, que debo escribirles alguna crónica-reseña sobre sus libros, compartírselas, y esperar a que alguno las lea –lo he hecho otras veces, y sí las han leído, e incluso me han seguido en twitter, o me han invitado a tomar una cerveza que he declinado– y que tener “un golpe de suerte” y que entonces pueda conocerlos en persona y luego convertirme en un conocido cercano y así, finalmente, tener la oportunidad de publicar una novela o un libro de relatos, o, incluso, alguna de las entradas que más me gustan que tengo en alguno de los blogs en los que siempre improviso, pero ya estoy desviándome otra vez del tema.
El sol entra por la ventana junto al escritorio, y de pronto Gatusso se distrajo con su hermana Yoko y los dos se corretearon, y ya nadie maúlla, y Jackson, el otro hermano gato, está dormido en el cojín que les puse junto a la ventana del estudio, encima de un mueble en el que tengo una parte de mi colección de discos compactos, y no puedo dejar de sentirme absorbido por la luz del sol que se parece a ese sol de octubre que se parece a ese sol de noviembre que se parece a ese sol de las fiestas de fin de año, y que me trae recuerdos también.
Recuerdo, por ejemplo, las tardes de sábado en las que Katz y yo veíamos películas, cuando vivíamos en un angosto departamento en Agua Caliente y Netflix no tenía competencia, cuando no me daba tiempo para leer ni para escribir y los dos bajábamos a la tienda de la colonia y comprábamos golosinas y nos sentábamos frente al televisor y pasábamos la tarde viendo películas; ahora ella teje en sus ratos libres y los dos –ella y yo– y los tres gatos –Gatusso, Yoko y Jackson– vivimos en una casa enorme, y leo dos o tres libros al mes y escribo todos los días, y estoy a punto de quedarme sin oportunidades laborales para ejercer como profesor-investigador, y tal parece que desperdiciaré mi nombramiento de investigador nacional nivel I.
Cuando desayunábamos esta mañana, Katz le pidió a Alexa una canción pop que no tolero y después yo le pedí esta canción de Guns N' Roses que me trajo a pensar en lo que originalmente quería escribir en esta entrada, y mientras me llevaba el bocado de enchiladas con huevo a la boca, la canción me catapultó a otra época: me hizo acordarme de aquel domingo en el que estaba escuchándola en la sala de la casa de mis papás –acababa de entrar a la preparatoria, era el otoño de 1994, y acababa de comprarme Appetite for destruction en cassette, y lo escuchaba una y otra vez– y ese domingo en particular le presté atención a la letra –generalmente me enfocaba en los hits de ese álbum: en “Welcome to the jungle”, en “It's so easy”, en “Mr. Brownstone” y en “Paradise City”– y de pronto mis papás salieron urgentemente de la casa y luego llegaron con mi tío alcohólico y lo metieron en la recámara de uno de mis hermanos y me dijeron que le echara un vistazo de vez en cuando, y luego volvieron a salir de la casa, pero con mis hermanos, y me dejaron solo a cargo de mi tío.
Yo estaba en el comedor haciendo una tonta tarea para la clase de Dibujo, escuchando a todo volumen Appetite for destruction y más o menos sabía de los problemas de alcoholismo de mi tío, pero nunca había pensado seriamente en ello –ni siquiera me había emborrachado una sola vez, y no había conocido el poder seductor del alcohol ni de ninguna otra droga–, y sonaba “Rocket Queen” y me enfoqué en la batería y en el bajo, y me pareció fabulosa la sincronización de ambos instrumentos, y aborrecí a mi profesora de Dibujo –ella esperaba que todos los estudiantes fuéramos talentosos– y me concentré en la parte de la canción en la que se escuchan los gemidos de la novia de Steven Adler, y me pregunté si en verdad Axl Rose estaba cogiéndosela o si se había tratado de un truco publicitario para aumentar las ventas del álbum debut de la banda más peligrosa del mundo, cuando mis papás volvieron a la casa y me preguntaron si todo estaba bien, y yo les dije que sí, que mi tío ni siquiera había bajado a la sala y que lo había estado vigilando de vez en cuando, y resultó que estaba borracho, que se había tomado toda una botella de alcohol del 96, que quién sabe de dónde había sacado.
Y me sentí irresponsable, inocente y tonto, pero no sabía nada del poder seductor del alcohol ni de ninguna otra droga. Ahora que lo conozco y que me he emborrachado varias veces y que he consumido algunos químicos que han enloquecido mi cerebro, y que he sentido necesidad de alcohol en mi sangre, como el jueves y el viernes pasados, que hubo ley seca en el lugar en el que vivo y que la ley seca estropeó mis planes para emborracharme y huir de la realidad, y durante algunos segundos sentí que no soportaría la sobriedad; ahora que incluso he impartido algunos cursos sobre neurobiología de la adicción en la universidad y he estudiado el síndrome de abstinencia en distintos modelos animales y en casos clínicos, imagino la desesperación de mi tío esa tarde de domingo mientras “Rocket Queen” sonaba a todo volumen, entiendo su vehemencia por tener alcohol en la sangre, entiendo su desesperación por aplacar la abstinencia, y me hubiera gustado sentarme a conversar con él, en lugar de concentrarme en esa tonta tarea de Dibujo.
Ahora voy a bajar a la cocina y no voy a darle comida blanda a Gatusso, sino que voy a destapar una Victoria y voy a bebérmela y a tratar de entrar en la zona y voy a tratar de escribir sin prejuicios. Tal vez termine tocando alguna canción de Nirvana en alguna de mis guitarras eléctricas. Tal vez termine lamentándome por mi futuro cercano. Tal termine escuchando a Guns N' Roses. O tal vez acabe exhausto y quedándome dormido, sin haber hecho nada de lo que quiero hacer.
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