viernes, 25 de febrero de 2022

las noticias buenas y las noticias malas vienen juntas


Después de casi dos meses en la incertidumbre, después de casi dos meses de estar considerando abandonar mi carrera académica definitivamente y buscar una actividad lucrativa en la que no tenga que estar persiguiendo contratos temporales cada tres o cuatro años, entre miércoles y jueves de esta semana me enteré que gané un concurso para impartir clases como profesor asociado durante los próximos tres meses. 

Concursamos 13 participantes. De acuerdo con el dictamen, todos cumplíamos con el perfil requerido y todos obtuvimos evaluaciones aprobatorias, pero yo gané porque obtuve el puntaje más alto. Es una situación aterradora. Me consta que, al menos otra concursante, tiene doctorado, posdoctorado y que es miembro del SNI, como yo. Supongo que varios de los participantes están más o menos en las mismas condiciones. Es ridículo y triste: vivimos en una sociedad en la que hay personas a las que les pagan miles de pesos por “analizar” partidos de futbol, por “hacer pronósticos” sobre partidos de futbol y por jugar futbol; o personas a las que les pagan por anunciar todo tipo de cosas en sus redes sociales: desde hojas de papel, para hacerte cortadas de papel, hasta curitas, para curarte las cortadas de papel que te hiciste con las hojas de papel que previamente te vendieron. 

Incluso alguno que otro estudiante despistado, cuando le he preguntado, en el contexto de la pandemia y de la vacuna contra el Covid-19, si es más importante un científico o un empresario, me ha dicho que el empresario es más importante que el científico: como si el empresario sólo tuviera que “donar” unos cuantos millones de dólares, para ir a la farmacia más cercana y comprarle al mundo la vacuna contra el Covid-19.  

(Quiero decir: necesitas científicos que creen y que desarrollen la vacuna en modelos animales y que luego hagan estudios piloto en humanos; el conocimiento detrás de la creación y del desarrollo de una vacuna no “aparece de la nada” en una farmacia.)

Como parte del concurso, el martes impartí una miniclase de 15 minutos ante la Comisión Dictaminadora. Tenía cita a las 12 y me habían pedido conectarme a Zoom diez minutos antes. Mi evaluación comenzó alrededor de las 12: 15. Probablemente esos 15 minutos de espera fueron los 15 minutos más largos que he vivido.

Al terminar mi evaluación, la Comisión me pidió estar al pendiente del dictamen en los medios oficiales de la universidad y me desconecté. 

Los 15 minutos de la evaluación se fueron muy rápido. Tenía la impresión de que apenas había podido decir dos o tres cosas que quería decir. Comencé a pensar en todas las cosas que había podido decir mejor, e imaginé que perdería el concurso y que, en los próximos días, debía buscar algún trabajo remunerado (en esta profesión, hay mucho trabajo por hacer, pero no necesariamente percibiendo un sueldo). 

Apenas salía de la sesión de Zoom, me metí a twitter y me enteré que Mark Lanegan acababa de morir. Todavía no lo proceso: la música de Lanegan ha estado en los momentos más difíciles y más felices de mi vida. En otro de mis blogs (en inglés) escribí hace dos años una entrada que pensaba compartirle a Mark Lanegan, sólo para que él supiera lo importante que ha sido su música para mí. 

(En diciembre del año pasado, publicó su segundo libro –Devil in a Coma– y allí relata su experiencia cercana con el Covid-19, que lo mantuvo en el hospital al borde de la muerte varios meses y que, aparentemente, está relacionado con su muerte; en alguna entrevista de principios del 2020, cuando la pandemia comenzaba, Lanegan declaró que él creía que el virus era un modo de manipulación y que estaba relacionado con las antenas satelitales y que había dejado de usar su teléfono celular).

Llegan noticias buenas (temporales) y llegan noticias malas. ¿Los aztecas eran quienes decían “victoria con muerte”?  

Por donde lo veas, el mundo es horrible. 

jueves, 17 de febrero de 2022

todo esto es innecesariamente estresante


Quisiera estar tumbado en la cama todo el día. La espera está volviéndome loco. La forma en la que ocurren las cosas está volviéndome loco. Pareciera que hice mal mi trabajo y que me despidieron, pareciera que todo esto es un castigo a mi mal desempeño, pero no: estos tres años hice miles de cosas que terminaron en 3 artículos –y hay otros 3 en revisión–, que abarcaron más de 3 horas de clase por semana para 50 alumnos en promedio, las Políticas Operativas y los Lineamientos Editoriales de un Consejo Editorial en el que fui coordinador durante dos años, varias visitas a otras instituciones en la Ciudad de México y en Querétaro, cotizaciones y coordinaciones de compra y traslado de equipos y reactivos nacionales e internacionales, redacción de más de dos minutas al mes de las reuniones de un Consorcio de Ciencia Básica, escritura de un documento de más de mil hojas con otros colegas para la acreditación de una licenciatura, varios cursos de dos o tres horas sobre TICs durante la pandemia, varias horas de edición de materiales didácticos para estudiantes durante la pandemia, varias horas en Zoom durante la pandemia, una nominación al Premio a la Docencia...

Todo esto es innecesariamente estresante. Por todas partes, todo mundo, me dice “tu situación laboral...” Como si no estuviera plenamente al tanto de que puedo estar sin empleo y sin trabajo fijo en los próximos cuatro meses, viviendo indefinidamente de mis ahorros, como ha pasado tantas y tantas veces en mi vida. Me siento infectado, señalado, de una enfermedad que contraje por descuido. 

Siento que fallé y que estoy pagando las consecuencias, pero mi currículum avala mi experiencia, compromiso y responsabilidad. No me veo trabajando en cualquier cosa que no esté relacionada con lo que sé hacer. Mi vida es un asco. 

domingo, 13 de febrero de 2022

se descompuso el glucómetro

EN PROGRESO

Salgo de un sueño confuso y miro la hora en el reloj de la mesita de noche: son las cinco de la mañana. Tengo ganas de orinar. Mis tripas gruñen. Estaba soñando que mi esposa se convertía en una mujer superficial y que regresábamos a vivir a la Ciudad de México y que ella quería que fuéramos a emborracharnos a un antro y que yo aborrecía su idea y que ella me pedía el divorcio. Así han sido mis sueños en los últimos días. 

Pongo los pies fuera de la cama y el frío me golpea . Me levanto a orinar y mis ojos arañados por los últimos resabios del sueño me ciegan. La luz del baño ilumina mi rostro en el espejo y la persona que está del otro lado me dice “¿Qué tal, perdedor?” y me recuerda todos los sueños interrumpidos que he tenido desde el viernes. He estado pensando en la posibilidad de recibir malas noticias la próxima: “No has ganado”.

Como cada tres o cuatro años, mi situación laboral vuelve a ser incierta: si pierdo este concurso –la única opción ad hoc con mi perfil académico–, podría quedarme sin trabajo hasta mayo.  

He ganado más veces que las que he perdido, pero cada ocasión en la que he perdido ha sido terrible. La incertidumbre es tan familiar que ya me acostumbré. En la academia así son las cosas. Todo está apalabrado. No hay plazas académicas. Las pocas plazas académicas que hay con mi perfil, están abiertas a otros profesionistas. Las El glucómetro falla tres veces y tres veces me picoteo la punta de un dedo en vano y tres veces echo a perder tres tiras reactivas. La glucosa en sangre está arriba de los 130 mg/dl. 

Los últimos días han sido una pesadilla. Me la he pasado metiendo solicitudes para un concurso de Evaluación Curricular. Me la he pasado en juntas académicas sobre un futuro que no es seguro.   


Ella dice “Cuando quieras desayunamos”