los ojos que lloran, la garganta que escoce, las fosas nasales secas, el cuerpo que arde como una erección dolorosa, la piel que es un cercado de púas y de alambres, los fluidos nasales que escurren como una cascada, las piernas que pesan como una tonelada de sueños destrozados, los estornudos que rompen el silencio de todas las cosas que no están enfermas.
los ojos que lagrimean como una tormenta de lamentos incesantes, la garganta irritada que se siente como un camino incendiado donde se estrellan los jugos gástricos, el cuerpo electrificado por la amplificación de los sistemas sensoriales, la piel que escoce y que duele, los fluidos nasales que son una cascada de malestar, las piernas ateridas de electricidad dolorosa, los estornudos que barren los túneles de la memoria.
Todos estos síntomas recorren la autopista de mis arterias, y van y vienen, y vuelven con más fuerza, y no es la alergia estacional que me hace odiar a la Navidad: es que estoy enfermo.
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