Mi mamá y mis hermanos miraban la televisión y yo fingía estar terminando una tarea irrelevante de un taller de dibujo, sentado en la alfombra de la sala y con los codos apoyados en la mesa de centro. Aborrecía ese taller y no hallaba el momento de salir de la secundaria para librarme de él.
De pronto, la programación habitual de la televisión fue interrumpida y el rostro de Jacobo Zabludovksy apareció en la pantalla como una epifanía de la muerte. Él estaba en el mismo foro en el que daba las noticias por la noche y adoptó un aire solemne. Vestía como siempre: una camisa, una corbata y un saco. Tras un breve saludo, se ajustó las gafas, se acomodó en su asiento y dijo que acababan de dispararle a Luis Donaldo Colosio en Lomas Taurinas. También dijo que, según sus informantes, el candidato del PRI a la presidencia se encontraba en estado crítico en algún hospital de Tijuana. Acto seguido, se comunicó vía telefónica con Talina Fernández –que residía en Tijuana– y comenzó a preguntarle qué había ocurrido. Talina Fernández estaba muy consternada y habló atropelladamente. Jacobo se impacientó y le pidió que no se separara del candidato a la presidencia, para mantener a la audiencia al tanto de su salud.
El programa se extendió por varias horas. Creo que hasta mi papá volvió del trabajo y el programa continuaba. Talina Fernández hizo varios enlaces con Jacobo, y algunas veces decía que Colosio se encontraba en buenas manos y que los médicos estaban haciendo todo lo posible para mantenerlo con vida y otras veces decía que había recibido tres o cuatro impactos de bala en el cerebro y que estaba al borde de la muerte.
En algún momento de la transmisión, comenzaron a pasar un video del atentado. Apenas duraba unos cuantos minutos, pero eran suficientes para observar que Colosio estaba en un lugar peligroso y que no tenía una buena protección. Mientras él caminaba por una calle sin pavimentar y se dirigía a la camioneta que lo llevaría a otro mitin, un montón de personas lo rodeaban. La mayoría de la gente parecía admirarlo y parecía que deseaban acercarse a él y estrechar al menos una de sus manos.
En el instante en el que un desconocido se acercaba al político por la espalda y en unos cuantos segundos le ponía una pistola en la cabeza y le disparaba, sonaba el coro de una canción que decía “¡Ay, la culebra!”.
El video continuaba hasta que la gente y los escoltas de Colosio tomaban al supuesto asesino. En unas cuantas horas, vi tantas veces el video que me aprendí el coro de esa canción y que memoricé el ritmo de la canción.
Aun cuando fue un evento muy impresionante, lo único que me preocupaba era que tenía que cortar con mi novia y tenía que decirle que ya no volveríamos a vernos después del verano. Hace 27 años de esto.
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