Debió de ser la última semana de marzo.
Terminaba el trimestre 19-O y los rumores acerca del coronavirus comenzaban a ser más frecuentes en México. Aún no se habían instaurado las conferencias de todas las tardes en Palacio Nacional en las que Hugo López-Gatell y el grupo de expertos en salud informan sobre el número de contagios y muertes asociadas al COVID-19, pero en los medios de comunicación ya circulaban anuncios del Gobierno sobre las recomendaciones de distanciamiento social e higiene.
Las noticias más comunes en redes sociales estaban relacionadas con las muertes en España y en Italia, relacionadas con el COVID-19.
En la universidad, se avecinaba el periodo intertrimestral y varios alumnos andaban por los pasillos de la escuela y de vez en cuando nos visitaban en el cubículo para entregar trabajos finales o para recibir calificaciones.
En general, nadie guardaba sana distancia ni usaba cubrebocas, ni caretas, ni lentes de protección. Nosotros, en el cubículo, ocasionalmente hablábamos del coronavirus.
Parecía un tema extragavante que se había salido de control en Europa y que no nos afectaría durante mucho tiempo. Un colega y yo incluso ya habíamos bromeado y hecho planes para ver algunos partidos de la Eurocopa 2020 en el proyector que tenía bajo mi resguardo, entre clases.
El esposo de una colega trabajaba en un hospital y ella nos había contado sobre algunos casos de pacientes con coronavirus que habían llegado a ese hospital y también nos había contado sobre las medidas de prevención que recomendaban seguir las autoridades de ese hospital.
En general, todos en el cubículo tomábamos la situación con cautela y guardábamos sana distancia, pero tampoco usábamos cubrebocas ni caretas ni lentes de protección.
Otros colegas decían que, si la situación se agravaba, lo más probable era que sólo al personal más vulnerable –aquellos que padecían alguna enfermedad que pudiera ponerlos en riesgo y aquellos mayores de 60 años– se le recomendaría trabajar desde casa y no asistir a la universidad.
Para el miércoles de esa semana, al volver a la casa, tuve dolor de cabeza, náuseas y síntomas de resfriado, así que no fui a la universidad ni el jueves ni el viernes. Mi cuñada me sugirió tomar paracetamol y reposar.
El sábado por la mañana, me sentía peor. Estaba aturdido, débil y preocupado. Creí que tal vez tenía COVID-19. Había leído algunas noticias sobre el COVID-19 en redes sociales y decían que los síntomas que yo tenía podían estar asociados con el COVID-19 y que en un lapso de 7 a 14 de haber adquirido el virus podían agravarse.
Me acosté en la cama y encendí el televisor, para distraerme. Puse YouTube y encontré un canal en el que había un especial de MTV con Alice In Chains.
Quizá confunda un poco el orden en el que ocurrieron las cosas, pero estaba más preocupado por mi salud que por el televisor y no le presté demasiada atención al programa.
En el especial había videos de Facelift y segmentos de una entrevista de Ricky Rachtman con Layne Staley y Mike Starr en Nueva Orléans. Staley usaba muletas y tenía enyesada una pierna. Las preguntas de Rachtman estaban relacionadas con los videos de Facelift y con la gira de ese álbum.
Luego, me quedé medio dormido y cuando desperté ya había acabado ese programa y se estaba reproduciendo otro programa en el que Jerry Cantrell actuaba como granjero.
El programa databa de 1995 y un hombre vestido de mujer recogía a cada uno de los integrantes de Alice In Chains en un automóvil blanco descapotado, en varios puntos de alguna ciudad de Estados Unidos (probablemente Seattle).
Alice In Chains acababa de lanzar su tercer álbum de estudio, el que tiene la fotografía de una perra con tres patas en la portada y al que algunos llaman Tripode.
Sean Kinney estaba disfrazado de payaso, Mike Inez era el nuevo bajista de la banda y Layne Staley parecía triste y hablaba poco.
Este álbum es uno de los que más escucho de Alice In Chains. Tal vez lo escuché por primera vez cuando estaba en la universidad, o después. Conocí a la banda, a través de una ex novia que hablaba todo el tiempo de un ex novio al que le gustaba Alice In Chains. Alguien me pasó el álbum a mi iPod y lo escuchaba regularmente.
Compré mi copia en disco compacto hace como cinco años en El Chopo. “Heaven Beside You”, “Again” y “So Close” son las canciones que más me gustan.
Hace 25 años fue el lanzamiento de este álbum.
Mientras lo escucho y reparo en que tenemos casi nueve meses trabajando desde casa, pienso en que jamás podría haber imaginado un aniversario tan extraño.
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