jueves, 27 de agosto de 2020

Ten (1991)

 


Hace 29 años debí de estar por entrar a la secundaria
o debí de estar en mi primera semana de clases de la secundaria.

Hace 29 años debí de sentirme muy entusiasmado ante la idea de comenzar una nueva etapa académica, debí de sentirme muy importante con el portafolios que mi papá me había comprado expresamente para la secundaria y debí de creer que la secundaria sería fabulosa.

Hace 29 años debí de estar convencido de que seguiría en contacto con la niña de la primaria que me gustaba y de que me atrevería a invitarla a salir a algún lugar y de que terminaríamos siendo novios.

Hace 29 años fantaseaba con las actrices de Beverly Hills 90210 y hablaba de futbol –jugaba en mi primer equipo de futbol, cada sábado– y creía que me convertiría jugador profesional de futbol o en comentarista de partidos de futbol. 
  
Las expectativas cambiarían a los pocos meses: la mayoría de mis compañeros de clases serían mucho menos inocentes que yo y no nos llevaríamos bien, la mayoría de las clases serían monótonas y aburridas, estaría a punto de reprobar en mi primera evaluación del inservible taller de Dibujo Técnico Industrial...

Cuánto me habría gustado contar cómo fue que me impactó este álbum que hoy cumple 29 años y recrear mis recuerdos.


martes, 25 de agosto de 2020

viernes, 21 de agosto de 2020

Facelift (1990)


Debió de ser un sábado de agosto del 2001. Layne aún vivía. Tan sólo ocho meses más tarde moriría por sobredosis y sus padres hallarían su cadáver descompuesto en su departamento.

Suzy y yo estábamos en una etapa en la que ya nos odiábamos y sin embargo no podíamos dejar de vernos. Teníamos, más o menos, una típica relación de veinteañeros. No habíamos dejado de ser adolescentes y sin embargo nos creíamos adultos. En mi defensa debo decir que yo nunca había estado con ninguna mujer y que me consideraba tan horrible y tan imbécil que no me creía capaz de interesarle a ninguna otra mujer. En su defensa puedo decir que ella era hija única y que temía profundamente a la soledad. 

Ese sábado acompañamos a mis papás a Plaza Oriente –aún no existía Parque Tezontle– y yo me metí al Mix Up que había allí –creo que ahora es un centro Herbalife– y compré Facelift y Broken.

Tenía cierta aversión hacia Alice In Chains porque era la banda preferida del ex de Susy. 

Suzy me hablaba todo el tiempo de él. Él era un pobre diablo mayor que nosotros. Supongo que rondaba los treinta. Yo lo aborrecía no sólo porque era un pobre diablo, sino porque era un cobarde, un chantajista y un hipócrita. Según ella, él la había amenazado con suicidarse, si ella no volvía con él. También le había dicho que había pensado en secuestrarme con sus amigos y en torturarme para hacerme sufrir lo que él estaba sufriendo. 

Casualmente cuando ella y yo nos peleábamos (ella nunca lo superó y lo mantuvo al tanto de nuestra relación), él aparecía en la facultad para llevarla a su casa y se comportaba como un idiota, como un “macho alfa”. Y hacía todo lo que un “macho alfa” hace para dejar clara su posición. 

El disco costaba $100 MXN, o menos. No recuerdo si era nacional o importado, pero sí recuerdo que la portada me llamó mucho la atención, que me hizo pensar en un sujeto que estaba en un viaje de LSD y que me dio mucha curiosidad escuchar a esa banda de Seattle que los periodistas de rock asociaban con las bandas que me gustaban. 

Al volver a la casa de mis papás, Suzy y yo debimos de subir a mi recámara a fumar tabaco en el balcón y después debimos de tumbarnos en la cama a platicar sobre cualquier estupidez pretenciosa. 

Ella debió de adoptar esa actitud indolente que solía caracterizarla cuando tenía que confesarme algo hiriente que podía dejar en entredicho su papel de víctima en la relación y debió de decirme que se había acostado con su ex el fin de semana previo. 

Debió de enfatizar que lo había hecho por despecho y que, mientras se habían revolcado, había pensado en mí. 
Estoy seguro que no me afectó. Estaba tan acostumbrado a la presencia de su ex que ya nada me sorprendía. Me sentía tan poco involucrado emocionalmente a ella que ni siquiera tuve celos. Más bien la veía como alguien con quien podía acostarme para pasarla bien. 

Después de algunos segundos debí de forzarme a poner una cara seria y debí de decirle que no le creía. Ella debió de suplicarme que la perdonara y después debió de lanzarme esa vehemente mirada que solía poner cuando quería acostarse conmigo. 

Tal vez nos besamos y perdimos la razón. Tal vez sólo me hice la víctima para hacerle sentir lo que me había hecho sentir tantas veces. Tal vez quise dejarle claro que ella siempre hacía todo lo posible para hallar la manera de convencerse de que los sentimientos del pobre diablo del ex eran más importantes que mis sentimientos. 

No recuerdo qué pasó exactamente –quizá confundo varios eventos–, pero lo que sí recuerdo es que, mientras ella me miraba vehementemente y me contaba sobre el acostón con su ex, yo sólo quería largarme al estudio en el que dormía cuando ella se quedaba en la casa de mis papás, ponerme los audífonos y escuchar el álbum debut de Alice In Chains hasta quedarme dormido y desentenderme de mi patética existencia por unas horas. 

En algún momento probablemente tuve que fingir que ella era aún lo máximo para mí y tuve que decirle todo lo que ella esperaba que le dijera y entonces finalmente pude bajar al estudio y tumbarme en el enorme sillón que ocupaba casi toda la estancia y pude quitarle el papel celofán al disco y pude echarle un ojo al booklet y ver la fotografía en la que posan Jerry Cantrell, Layne Staley, Mike Starr y Sean Kinney en medio de las letras de las canciones, mientras encendía el discman y metía el disco compacto al discman y me disponía a darle play.

Me puse los audífonos, dejé caer la cabeza en la almohada, me puse encima una cobija, cerré los párpados y escuché Facelift

Relacioné las canciones más con el heavy metal que con el “sonido Seattle” –me parecieron más cercanas a los primeros álbumes de Soundgarden que a “Rooster”, que a “Heaven Beside You” y que a “Nutshell”–, y me costó trabajo seguirle el ritmo. 

Tuve ese disco en mi colección varios años y no lo escuché más de tres veces.

Probablemente influyó el hecho de que Susy y yo dejamos de vernos, que ella se largó de la ciudad, que se enamoró de otro sujeto, que se casó con ese sujeto y que tuvo un bebé. 

Probablemente influyó el hecho de que comencé a dar clases como profesor de asignatura en la Ibero y que hice algunas amistades en algunos talleres de creación literaria y que me mantuve ocupado en actividades que no tenían una relación cercana con la música que escuchaba en la universidad. 

Probablemente influyó el hecho de que dejé de escuchar a Nirvana durante algunos meses. 
 
Más o menos cinco años después, conocí a mi esposa. 

La conocí en una estación del metro, cuando iba a impartir una clase a la UNAM. 

Iba a cumplir un par de semestres como profesor de asignatura interino (el puesto más bajo como académico) y ni siquiera había ingresado al posgrado. Mi sueldo apenas me alcanzaba para invitarla a comer a algún restaurante, de vez en cuando. 

Una vez ella y yo fuimos al Chopo y allí vendí mi primer ejemplar de Facelift. 

El tipo que me lo compró no entendió por qué quería venderlo. Le dije que necesitaba el dinero, me miró con lástima y ya no dijo nada. (En esa ocasión, aunque realmente no estaba tan quebrado, también vendí mi primer ejemplar del álbum de Temple Of The Dog.) 

Pude sobrellevar la situación sin mi primer ejemplar de Facelift –tal vez los recuerdos a los que me remontaba no sólo no eran tan agradables, sino que no los había digerido– hasta abril del año pasado, cuando acabé de escribir mi primera novela. Un capítulo más o menos relevante para la trama, me llevó a pensar en Layne Staley y en particular en el rango de su voz en “Love, Hate, Love”. 

(Esa novela es historia aparte: comencé a escribirla en diciembre del 2013 y terminé de escribirla en las últimas semanas de abril del 2019, después de revisarla y de re-escribirla obsesivamente, en medio de una crisis provocada por una quiebra –económica y emocional–, casi total*). 

Lamenté haber vendido el álbum, y mi desesperación y necesidad de escucharlo de principio a fin fueron tales, casi como si me hallara en un síndrome de abstinencia del “sonido Seattle”, que lo descargué de algún blog en internet. (Aún no había llegado la obsolescencia programada a mi iPod, funcionaba según el impecable cuidado en el que lo he mantenido y no me había visto obligado a contratar Spotify.) 

Estuve escuchándolo varios días en mi iPod y estuve varios días lamentando haberlo vendido en El Chopo. Mi primer ejemplar debió de ser una edición de los noventas. 

Por fortuna, en alguna visita al Centro Histórico de la Ciudad de México, hace no más de un año, encontré otro ejemplar de Facelift en el Mix Up de Madero. Por fortuna, también es una edición de los noventas. 

Este álbum cumple hoy 30 años. Layne mañana cumpliría 53 años. 

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*Ingenuamente, concursé con esta novela por un premio para “jóvenes escritores” que ganó una persona que ha reconocido abiertamente en alguna conferencia de la empresa que patrocinó el concurso, haber estado “apadrinada” por una escritora consagrada.

lunes, 10 de agosto de 2020

Bubblegum (2004)

 

10 8 20 

19: 25

Mi vida era una tortura. 

Creo que nunca había considerado que morir era una solución hasta que padecí esta enfermedad que ni siquiera los médicos entendían.