miércoles, 29 de enero de 2020

Explosiones En Tus Ojos


Hace una semana te vi, pero estuve soñándote unos días antes. 

En mi sueño más reciente, los dos estábamos en un homenaje que se llevaba a cabo en un enorme auditorio-casa. Saludaba a uno de mis ex -jefes y él me decía algo ininteligible cuyo propósito era hacerme sentir inoportuno. 

Ya que no me sentía bienvenido al homenaje y no podía salir del auditorio, entonces subía por unas escaleras que estaban junto a las butacas frente al escenario. Llegaba a una de las filas más alejadas del escenario y esperaba que allí nadie me viera. Traía una guitarra Mustang como la de Kurt Cobain –incluso estaba pintada de sonic blue– y comenzaba a tocar algunos acordes de “Oh, The Guilt”, cuando aparecías en el escenario. 

Capturabas toda mi atención. Los reflectores te iluminaban de pies a cabeza. Tu rostro tenía un aspecto triste. Vestías muy casual, como al estilo de las adolescentes de la década de los noventa –incluso traías una especie de gorra y una falda larga, parecidas a las que usaban las protagonistas de los sitcoms de la época–, y dirigías algunas palabras a los asistentes.

Luego, te sentabas frente a mí, mientras yo continuaba tocando la Mustang
Tardabas en darte cuenta de que yo estaba detrás de ti y cuando lo hacías me saludabas con mucha alegría y efusividad. Sin incorporarte de tu asiento, volteabas la cabeza y estirabas el cuello hasta donde yo me encontraba. Nuestros rostros se encontraban frente a frente y querías que nos saludáramos con un beso, como lo hace la gente. Al mismo tiempo, parecía que querías que nos besáramos en los labios y que fuera una especie de accidente. 

Nuestros labios apenas se rozaban y nos quedábamos unos segundos en silencio, como si estuviéramos reflexionando acerca de lo que habíamos sentido, cuando comenzaba el homenaje. Luego, una niña aparecía y ella me suplicaba que le prestara la guitarra y tú le decías que no me molestara y ella comenzaba a llorar y yo le prestaba la guitarra y le advertía que yo era zurdo y que si quería tocarla tenía que hacerlo con la mano izquierda y que tenía que pisar los trastes con la mano derecha. Ella sonreía y yo comenzaba a enseñarle cómo tocar la canción de Nirvana que estaba tocando al principio.  

Todos los sueños que soñé antes de verte estuvieron plagados de mensajes parecidos a éste.(¿Es sólo mi impresión, o es evidente una especie de culpabilidad y de deseo?)

Me pregunto por qué sueño estas cosas contigo. 

No puedo dejar de pensar que todo lo que sueño tiene algún motivo. A veces, basta que, antes de dormirme, vea durante algunos segundos alguna fotografía o que piense durante algunos segundos en alguna persona, para que la situación o la persona aparezcan en mis sueños. Otras veces, me parece que sueño porque la persona a la que sueño y yo tenemos una especie de conexión psíquica. (Esto es sólo para justificarme. Al final, creo que, en realidad, lo que sueño depende de lo que fabrica mi neocorteza con los contenidos de lo que yo mismo pienso a lo largo de la vigilia, aunque algunos pensamientos pasen desapercibidos y terminen colándose misteriosamente en mis sueños.) 

Espero descubrir algún día por qué sueño lo que sueño contigo.  

Una vez te platiqué que mi familia suele preguntarme por el significado de sus sueños y que yo sólo creía que cada quien sabe sus perversiones y sus frustraciones, y te reíste. En esa época empezábamos a llevarnos mejor. Nos tomó casi cinco años de convivencia comenzar a hablar de asuntos triviales, como personas (más que como colegas). Si no me hubiera cambiado de ciudad a otro trabajo, probablemente seríamos más cercanos ahora. No sé si eso habría bastado para cambiar esta tragedia. Probablemente habría ocurrido lo mismo y sólo seríamos más cercanos y me afectaría más de lo que me afecta.  

Antes de la tragedia, la última vez que lo vi, pasé a saludarte al cubículo que compartimos los tres, durante casi un año. Estabas con una alumna de maestría y dejaste de hacer lo que estabas haciendo para saludarme. Te dio mucho gusto que nos viéramos. A mí también. Nos abrazamos cálidamente. Todo ese día estuve pensando en la calidez de ese abrazo. Sentía una especie de placer culpable. El recuerdo de tu cuerpo junto al mío en esa situación tan trivial me estremecía. La forma en que latía tu corazón y la forma en la que la sangre parecía recorrer tu piel me estremecieron. Me sentía terriblemente culpable y abusivo, pero no podía dejar de sentirme así. La sensación me persiguió todo el día.    

Hablamos ayer. Me dijiste que estabas trabajando en un asunto relacionado con él y que eso no te hacía feliz. Creo que nunca habíamos hablado tanto. Fue extraño. Me siento estremecido y confundido. 

Desde entonces, para lidiar con la sensación, escucho esta canción de Gustavo Cerati que siempre me ha hecho pensar que fue escrita para ti. 

domingo, 12 de enero de 2020

Boomers, Generación X y Millennials


Me despierto a las 4 de la mañana. El ruido de su respiración es tan fuerte que no puedo volverme a dormir. Suena como al motor de una máquina infernal. Me he pasado alrededor de quince minutos, buscando una mejor posición en la cama y moviendo la almohada en distintos ángulos –incluso he considerado ponerme a escuchar música con los audífonos–, pero nada ha funcionado. Desde el viernes he estado tarareando una canción de David Bowie cuyo nombre no recuerdo y he pensado que éste podría ser un momento adecuado para buscarla –sé que está en el álbum Reality– y escucharla. Mientras pienso estas cosas, también considero la posibilidad de escuchar a las Breeders. Toda esta semana he estado escuchando Pod de camino a la Universidad y de regreso a la casa. Desde diciembre tengo Amazon Music Unlimited en el teléfono y he procurado escuchar álbumes que no tengo físicamente y que nunca he escuchado. Nunca he sido partidario del streaming –tengo alrededor de mil álbumes, repartidos entre cassettes, vinilos y discos compactos–, pero comencé a usar esta plataforma porque a mi iPod Classic ya no le dura la batería más de diez minutos. No importa si lo dejo cargarse mientras uso la computadora, o si lo cargo en la grabadora o si lo cargo directamente a la corriente eléctrica: desde que actualicé la Mac al Sistema Operativo de Catalina y lo sincronicé con Música –en esta actualización, desapareció iTunes y fue sustituida por tres aplicaciones: Música, Apple TV y Podcasts– y la pila no dura nada. Resulta frustrante porque mi iPod Classic está en perfectas condiciones. He pensado que este asunto se debe a la obsolescencia programada. 

La mayoría de las canciones de Pod me gustaron. Quisiera escuchar el álbum en un ambiente sin ruido y a un mayor volumen del que me lo permiten los audífonos. Es muy diferente escuchar música a todo volumen. A finales de diciembre, estaba leyendo Los Desesperados y la lectura me llevó a escuchar a The Libertines y escuché alguno de sus álbumes en mi teléfono (con los audífonos) y en una bocina Bluetooth y la diferencia fue muy grande. Hay detallles de las canciones que uno no puede apreciar en los audífonos.  

Ella ha pasado una mala noche. Se enfermó hace una semana y mejoró su salud, pero ayer salimos a la ciudad y la contaminación volvió a  cenar a casa de sus papás y no llevaba calcetines ni medias y se enfrió– y no ha querido tomar medicamentos. 

Me levanto lentamente de la cama. Apenas he sacado un pie del cobertor, pero el frío ha penetrado todos los poros de mi piel. Hemos amanecido a -1º C en las últimas semanas.    

miércoles, 1 de enero de 2020

Odette de Crécy


En mi sueño, tú y yo estamos en un autobús. Estamos sentados en uno de los últimos asientos. Somos los únicos pasajeros. Mientras hablas sin parar, los rayos del sol te dan en el rostro y me permiten percatarme del color de tus ojos. Me sorprende: te conozco desde hace varios años y nunca había notado que son cafés. También me doy cuenta de que uno de tus ojos parece de vidrio –probablemente se deba a que vi The Big Short hace algunas noches y a que el ojo de vidrio del personaje interpretado por Christian Bale me llamó la atención y a que se quedó misteriosamente en mi memoria– e intento mirar a otro lado para no incomodarte.

Colocas brevemente una de tus manos en una de mis piernas y ese breve contacto me hace recordar la manera en que nos conocimos y cuánto me gustabas y cuánto te deseaba y cuánta tristeza me inspirabas. También me hace recordar una ocasión en la que hablábamos antes de una aburrida clase en la universidad. Hacía calor. Debió de ser abril, unos días antes de las vacaciones de Semana Santa. Estaba matando el tiempo, hojeando algunas páginas de una novela que acababa de leer, sentado en el pasto de uno de los jardines de Ciudad Universitaria. Debían de ser las nueve de la mañana. Ibas llegando a la universidad y me viste y me sonreíste y nos saludamos y me preguntaste qué estaba leyendo mientras te sentabas junto a mí. Tenías el cabello húmedo y vestías jeans y una blusa de color púrpura y sin mangas. Tus labios sonrientes eran imposibles de ignorar y era imposible ignorar a lo que hacían alusión, según Konrad Lorenz en El Mono Desnudo

Te veías espectacular y me robaste el aire por algunos instantes en los que te contemplé de pies a cabeza y me esforcé por esbozar una sonrisa para evitar que supieras cuánto me gustabas y para evitar que descubrieras lo nervioso que me ponías y lo fácil que te habría resultado en esa época ejercer un control absoluto en mí. 

Conforme mi mirada llegaba a tu cabeza, me detuve unos segundos en tus pechos. Detrás de la blusa de color púrpura, sobresalían tímidamente tus pezones. Hice un esfuerzo por desviar mi mirada hasta tu cabeza y lamenté no haberlos podido contemplar en secreto unos segundos más. Me forcé a sonreír otra vez, para que no pensaras que era un depravado. Estúpidamente pensé en preguntarte si tenías frío, pero, por fortuna, empleé mi sentido común y me quedé callado. La fugaz visión de tus pezones me excitó y me hizo sentir como un púber descubriendo su propia sexualidad al hojear un ejemplar de Interviú que había ido a parar misteriosamente a su casa y encontrarse en él una fotografía de una mujer con los pechos al aire en una nota que hablaba de las playas nudistas de Barcelona y de las precauciones que debían seguir los bañistas al tomar el sol, y tuve que regresar a la realidad y entonces te dije que estaba leyendo En busca del tiempo perdido y tú me miraste con sorpresa y pasaste disimuladamente una de tus manos alrededor de tus pechos y me hiciste sentir un idiota indiscreto y luego te dije que en ese tomo de la novela emblemática de Marcel Proust que estaba leyendo había una mujer que me hacía pensar en ti y me preguntaste por qué me hacía pensar en ti y te respondí y cuando terminé de explicarte por qué te reíste y me dijiste que no encontrabas la relación entre tú y ese personaje y después me pediste que te hablara del autor y lo hice y te pareció tan interesante que me dijiste que esperabas que te prestara ese libro en algún momento. En ese mismo instante –mientras intentaba apartar de mi mente la sugerente imagen de tus pezones erectos asomándose a través de la superficie de tu blusa y también intentaba desviar de mi mente mis primeros encuentros con el desnudo femenino–, te lo presté. Me preguntaste si ya había terminado de leerlo y te dije que sí y lo aceptaste y lo guardaste en tu enorme bolsa de mano y nos levantamos del pasto y caminamos hacia la facultad. De haber sabido que jamás volvería a ver ese libro, no sé si te lo habría prestado. 

El sueño se queda suspendido en el autobús y el sol reflejado en tu rostro y tú hablándome efusivamente acerca de lo que podríamos hacer si yo dejara a mi esposa y yo continúo recordándote en la vida real. Ahora recuerdo otras conversaciones que tuvimos entre clases y cómo comencé a escribirte cartas y cómo comenzaste a responderlas. Recuerdo que tenías una enorme cicatriz en el brazo derecho y que me contaste que habías tenido un accidente jugando con fuego y que incluso no escuchabas bien y que tu oído derecho estaba un poco dañado y que por esa razón me pedías que me acercara a tu oreja izquierda cuando te hablaba en voz baja.

También recuerdo que casi todas las cosas que me contabas tenían que ver con el desamor. Habías tenido algunas relaciones problemáticas y estabas decepcionada de los hombres. Siempre te enamorabas y te rompían el corazón. Con cierta vergüenza, me confesaste que alguna vez incluso habías pensado en suicidarte. Me asustaba tu fragilidad y enamorarme de ti y terminar haciendo lo mismo que otros hombres. Había algo en ti que me hacía pensar que podías ser posesiva, absorbente y celosa. Teníamos algunos meses relacionándonos y te dije que me gustabas y que me sentía muy bien contigo y que a veces me preguntaba qué pasaría si tú sentías lo mismo que yo. Te sonrojabas y de inmediato cambiabas de tema. Si yo insistía, siempre me decías lo mismo. No querías enamorarte de mí, porque estabas segura de que te rompería el corazón.